En este post me propongo explicar la concepción de la homosexualidad en nuestra sociedad actual. Si os interesa conocer las diferentes concepciones que han tenido las diferentes culturas a los largo de la historia, podéis consultar el siguiente enlace de la wikipedia donde lo resumen bastante bien: aquí. Además, la final del post podéis consultar una anexo en el que copio literalmente unos párrafos de Marvin Harris en los que explica más o menos pormenorizadamente las prácticas homosexuales en tres culturas para demostrar que la homosexualidad no es un comportamiento contranatura, sino un comportamiento bastante extendido.
En general, hoy en día la homosexualidad está bastante aceptada en nuestra sociedad, sobre todo entre las generaciones más jóvenes. Esto se debe a que, como hemos comentado en posts anteriores (aquí), a partir de los años setenta del pasado siglo hemos asistido a una paulatina desvinculación del sexo de la familia y la reproducción (ver Anthony Giddens, La transformación de la intimidad). La homosexualidad había estado perseguida precisamente porque las relaciones homosexuales estaban al margen del matrimonio heterosexual burgués y no permitían tener hijos. Además, en las últimas décadas, nuestra sociedad cada vez es más hedonista (aquí), y no vemos nada malo en que los homosexuales disfruten de sus cuerpos.
En este línea de la aceptación de la homosexualidad cuando se desvincula el sexo de la reproducción está Marvin Harris cuando sostiene:
El antropólogo Dennis Werner, de la escuela de graduados de la City University de Nueva York, ha hecho un importante descubrimiento sobre las sociedades en las que la homosexualidad es un tabú frente a las que la practican como una forma de sexualidad suplementaria. Werner dividió una muestra de 39 sociedades en dos grupos, pronatalistas y antinatalistas. Las pronatalistas eran aquellas sociedades que, como los Estados Unidos, prohibían el aborto y el infanticidio; las antinatalistas eran las que permitían el aborto o el infanticidio a las mujeres casadas no adúlteras. Werner descubrió que se desaprobaba, ridiculizaba, despreciaba o castigaba la homosexualidad masculina en todos los segmentos de la población en el 75% de las sociedades pronatalistas y que se permitía o estimulaba, al menos en ciertas personas, en el 60% de las antinatalistas. La inevitable conclusión es ésta: la aversión a la homosexualidad es mayor donde el imperativo marital y procreador es más fuerte.
La sociedad occidental, inscrita en la tradición judeocristiana, se ajusta a esta fórmula a la perfección. Durante la mayor parte de la historia europea y norteamericana hemos sido consumados pronatalistas. El mandato bíblico de multiplicarse, llenar la tierra y someterla ha cobrado expresión concreta en numerables leyes, actos represivos y preceptos morales dirigidos no sólo contra el aborto, los métodos anticonceptivos y el infanticidio, sino contra cualquier forma de sexualidad no procreadora; no sólo contra la homosexualidad, sino también contra la masturbación, la pederastía, la fellatio o el cunnilingus, independientemente de que los practicaran hombres o mujeres, o se realizasen dentro o fuera del matrimonio
En este línea de la aceptación de la homosexualidad cuando se desvincula el sexo de la reproducción está Marvin Harris cuando sostiene:
El antropólogo Dennis Werner, de la escuela de graduados de la City University de Nueva York, ha hecho un importante descubrimiento sobre las sociedades en las que la homosexualidad es un tabú frente a las que la practican como una forma de sexualidad suplementaria. Werner dividió una muestra de 39 sociedades en dos grupos, pronatalistas y antinatalistas. Las pronatalistas eran aquellas sociedades que, como los Estados Unidos, prohibían el aborto y el infanticidio; las antinatalistas eran las que permitían el aborto o el infanticidio a las mujeres casadas no adúlteras. Werner descubrió que se desaprobaba, ridiculizaba, despreciaba o castigaba la homosexualidad masculina en todos los segmentos de la población en el 75% de las sociedades pronatalistas y que se permitía o estimulaba, al menos en ciertas personas, en el 60% de las antinatalistas. La inevitable conclusión es ésta: la aversión a la homosexualidad es mayor donde el imperativo marital y procreador es más fuerte.
La sociedad occidental, inscrita en la tradición judeocristiana, se ajusta a esta fórmula a la perfección. Durante la mayor parte de la historia europea y norteamericana hemos sido consumados pronatalistas. El mandato bíblico de multiplicarse, llenar la tierra y someterla ha cobrado expresión concreta en numerables leyes, actos represivos y preceptos morales dirigidos no sólo contra el aborto, los métodos anticonceptivos y el infanticidio, sino contra cualquier forma de sexualidad no procreadora; no sólo contra la homosexualidad, sino también contra la masturbación, la pederastía, la fellatio o el cunnilingus, independientemente de que los practicaran hombres o mujeres, o se realizasen dentro o fuera del matrimonio
Como acabo de decir, la homosexualidad es aceptada en nuestra sociedad, pero una afirmación como esta debe ser explicada y matizada.
Cuando digo que aceptamos la homosexualidad, me refiero a que los valores sociales imperantes -lo que conoceríamos como el discurso público o el discurso políticamente correcto- no ven nada malo en ella. Imaginaos, por ejemplo, que un contertulio que quisiese desacreditar a alguien en un programa de televisión utilizase como argumento para su contrincante que "es un maricón de mierda". Dicho contertulio sería tachado de homófobo y el que acabaría desacreditado, con razón, sería él. Esto, en una sociedad que persiguiese la homosexualidad sería impensable. Sin ir más lejos, hace cincuenta años en España, decir que alguien era homosexual significaba automáticamente destruir su imagen pública.
Esto que acabo de afirmar no quiere decir que el cien por cien de la población acepte la homosexualidad. Ni mucho menos. Basta con poner las noticias para comprobar que periódicamente unos idiotas agraden a unos homosexuales solo por serlo. Esto se debe a que, en lo que a sexualidad se refiere, nuestra sociedad está viviendo una etapa de tránsito. Hasta hace prácticamente nada, el sexo estaba ligado a la reproducción y, consecuentemente, la homosexualidad perseguida. Yo mismo he vivido esa época. En periodos de crisis (de cambio) las personas se sienten inseguras porque no tienen asideros morales. Los valores y patrones de conducta nos indican cómo tenemos que sentir y comportarnos. Cambiarlos provoca miedos e inseguridades, porque sentimos que no hay nada a lo que atenernos. Hay mucha gente que trata de adaptarse a la nueva situación, pero hay otra mucha que reacciona aferrándose a los valores del pasado y rechaza lo nuevo.
Estos son dos pobres chicos homosexuales a los que un idiota pegó el año pasado. |
Este fenómeno no es exclusivo de la homosexualidad. La globalización ha cambiado sustancialmente nuestras vidas. El Brexit, Donald Trump o el auge de la extrema derecha europea puede interpretarse, en parte, como una vuelta a los valores del pasado y rechazo del nuevo mundo.
Signifactivo de que nos encontramos en una sociedad en tránsito hacia la definitiva y total aceptación de la homosexualidad es la actitud de los jóvenes. Mayoritariamente la comprenden. Evidentemente, hay algunos que no, pero, si comparamos las generaciones, comprobaremos que el rechazo a la homosexualidad es mucho mayor entre nuestros padres que entre nuestros hijos. Si a mis abuelos les "hubiese salido un hijo homosexual", les hubiese dado un pasmo del disgusto. Por el contrario, mi vecina adolescente trae a su amigo homosexual a casa con toda naturalidad, yo veo a chicos de mi instituto reconociendo abiertamente su homosexualidad, e, incluso, hay dos casos de transexualidad que no han tenido mayores problemas.
Como última prueba de la progresiva aceptación de la homosexualidad, me gustaría recoger el análisis que hace Oscar Guasch de las relaciones de la subcultura gay con la cultura hegemónica en La crisis de la heterosexualidad. Guasch sostiene que, de todas prácticas sexuales heterodoxas, la única que consiguió convertirse en una subcultura fue la gay. Ello es debido a que:
- Se reconocieron como tal.
- Se creó un estilo de vida basado en el consumismo, el hedonismo, el culto a la juventud, el refugio en la fiesta para ocultar la culpa, y un proyecto de vida centrado en el individuo y no en la familia.
Óscar Guasch |
Guasch habla de crisis de la heterosexualidad en el sentido de que esta subcultura gay y la cultura sexual hegemónica se están fundiendo. Consumismo, hedonismo, culto a la juventud e individualismo ya no son solo los valores de los gays, sino de la sociedad en general, por lo que la homosexualidad y su estilo de vida se está incorporando al modelo hegemónico.
El matrimonio homosexual y la adopción de niños por parte de parejas gays hay que interpretarlas en este sentido. Ambas cosas, matrimonio y adopción, pasan por ser la normalización de la homosexualidad y la equiparación con los derechos de los heterosexuales. En cierto modo lo son. Pero lo que no es absoluto es modernidad. El matrimonio y la adopción homosexual lo que hace es subyugar la homosexualidad dentro de la familia tradicional. Me duele decirlo, pero el colectivo homosexual, que en su momento fue una fuerza subversiva, ahora, con su consumismo desaforado, su hedonismo, su culto al cuerpo y la juventud, y sus matrimonios con hijos como burgueses del siglo XIX, se ha convertido en un grupo conservador, representativo de nuestro tiempo.
Esta es la primera foto que aparece un Google si tecleas "familia homosexual". |
Y esta la primera que aparece si pones "familia heterosexual". Creo que las semejanzas son significativas. |
Uno de los ejemplos mejor conocidos es el de los antiguos griegos. Sabemos que casi todas las figuras conocidas de la filosofía y la política griegas practicaban una forma de homosexualidad en la que los varones de más edad tenían relaciones sexuales con hombres más jóvenes o muchachos. El acto sexual preferido consistía en que la persona de más edad colocara su pene entre los muslos del más joven. (La relación anal sólo se practicaba normalmente entre hombres y mujeres o entre hombres de diferente rango social.) Para maestros como Sócrates y sus discípulos Platón y Jenofonte, la sexualidad era parte integral de un proceso educativo destinado a facilitar la transferencia de conocimientos de un maestro amoroso y activo a un estudiante más joven y pasivo.
La homosexualidad griega, con su característica relación entre una persona de más edad y otra más joven, parece tener como modelo una práctica más antigua y extendida a la que solían entregarse los guerreros griegos. Sabemos que muchos soldados griegos se hacían acompañar en sus expediciones por muchachos que les servían como compañeros de cama y compañeros sexuales, al tiempo que aprendían las artes marciales. El cuerpo militar tebano, denominado el Batallón Sagrado, debía su fuerza a la unidad homosexual de parejas de varones guerreros. Y tanto Platón como Jenofonte indican que la pareja formada por un homosexual de más edad y otro más joven peleando codo con codo constituía la mejor fuerza de combate. Como señalaba el filósofo Jeremy Bentham, para consternación de los estudiosos Victorianos que se negaban a creer que sus héroes griegos fueran apasionados homosexuales:
Todo el mundo la practicaba; nadie se avergonzaba de ello. Podían avergonzarse de lo que consideraban dedicarse a ella en exceso, en el sentido de que podía ser una debilidad, una propensión que tendía a distraerles de ocupaciones más valiosas e importantes [...] pero podemos estar seguros de que no sentían ninguna vergüenza de ella como tal.
Pese a su entusiasmo por los amantes masculinos, los hombres de la antigua Grecia no eran homosexuales forzosos. La mayoría de ellos eran también partidarios acérrimos del matrimonio y la familia. Se esperaba que todos los ciudadanos varones se casaran, se acostaran con sus esposas y tuvieran hijos. El que su marido gozase teniendo relaciones sexuales con muchachos jóvenes le importaba poco a la esposa griega, siempre que también durmiera con ella, la tratara con cariño y mantuviera a los hijos. En contra de los estereotipos populares sobre los homosexuales varones en los Estados Unidos, a los hombres griegos que tenían relaciones homosexuales no se les consideraba afeminados; todo el mundo pensaba que hacerlo era algo viril.
Se dan formas similares de lo que podía denominarse «homosexualidad suplementaria» en muchas partes del mundo, cada una con sus especiales atributos sociales y sexuales adaptados a los contextos locales. Entre los azande, un pueblo del sur de Sudán, la homosexualidad suplementaria refleja la pauta griega en ciertos aspectos, pero se aleja de ella en otros puntos interesantes. Los azande se dividían en diferentes principados rivales, cada uno de los cuales mantenía un cuerpo de jóvenes solteros como fuerza militar permanente. Tradicionalmente, estos jóvenes guerreros «se casaban» con muchachos y satisfacían con ellos sus necesidades sexuales durante los primeros años del servicio militar, antes de poder pagar el «precio de la novia» necesario para desposar a una mujer. El matrimonio con muchachos imitaba aspectos del matrimonio azande corriente con una mujer. El novio donaba un precio de la novia simbólico de cinco o más lanzas a los padres del muchacho. El muchacho llamaba al hombre de más edad «mi marido», comía sin que lo viesen los guerreros, al igual que hacían las mujeres respecto de sus maridos, recogían hojas para el aseo diario y la cama del hombre de más edad, y le llevaban agua, leña y comida. Además, cuando iban de expedición, el muchacho-esposa transportaba el escudo del guerrero. Por la noche, dormían juntos. Al igual que entre los griegos, mediante el acto sexual se pretendía satisfacer al compañero de más edad y, como los griegos, el mayor colocaba su pene entre los muslos del muchacho. «Los muchachos se satisfacían como buenamente podían frotando sus órganos contra el vientre o la ingle del marido.» Como la antigua relación griega entre hombres maduros y jóvenes, la homosexualidad azande era una forma de aprendizaje militar. Cuando los guerreros solteros alcanzaban la edad apropiada, abandonaban a sus muchachos-esposas, pagaban el precio de la novia por una mujer -varias si se lo podían permitir, puesto que los azande eran polígamos- y engendraban muchos hijos. Entre tanto, los anteriores muchachos-esposas pasaban a engrosar las filas del cuerpo de solteros y se casaban a su vez con muchachos- novias. El antropólogo británico E. E. Evans-Pritchard, que obtuvo estos datos de informantes azande, subraya la naturaleza suplementaria o secundaria de la homosexualidad azande. «Como sucedía en la antigua Grecia, por lo que uno puede juzgar, cuando los muchachos-esposas se hacían mayores y tanto ellos como sus maridos se casaban con mujeres, llevaban una vida de casados normal (para los azande), como cualquier persona.» Los informantes azande caracterizaban abiertamente la toma de muchachos-esposas como una adaptación a los problemas prácticos que afrontaban los jóvenes varones de esta etnia. Puesto que los hombres de más edad se casaban con varias mujeres a la vez, había una escasez de esposas femeninas para los más jóvenes (que también dependían de los mayores para pagar el precio de la novia).
Entre las sociedades más profundamente homosexuales que se conocen figuran los etoro de Nueva Guinea. Como relata el antropólogo Raymond Kelly, los etoro creen que el semen es un precioso fluido donador de vida, que cada hombre posee en provisión limitada. Sin semen, un hombre se debilita y muere. Esto en sí no es una creencia poco frecuente; en la India actual, muchos hindúes creen que el hombre nace con una provisión fija de semen. Para madurar y vivir hasta una avanzada edad, hay que conservar cuidadosamente esta provisión durante toda la vida y no dilapidarla masturbándose o teniendo relaciones demasiado frecuentes después del matrimonio. En el siglo pasado, eran frecuentes las creencias similares en Europa y los Estados Unidos, donde las autoridades médicas advertían a los varones hiperactivos de los perniciosos efectos que «gastar su semen» podría tener. Lo que es radicalmente diferente en los etoro es su noción de cómo se adquiere esta provisión de semen. Para ellos, sólo se puede adquirir como un regalo que un varón otorga a otro. Con el fin de asegurarse de que el semen se distribuye como es debido y se utiliza para valiosos propósitos sociales, se espera que los hombres etoro de más edad transfieran su semen a los muchachos jóvenes. Se consigue esto mediante la práctica de la fellatio, que tiene lugar en la residencia de hombres de la aldea
-una gran casa separada cuyo acceso está prohibido a todas las mujeres-, donde los varones etoro maduros duermen con los más jóvenes. Esta parte del sistema etoro guarda cierta semejanza con la relación de los hombres azande con sus muchachos-esposas o la de los filósofos griegos con sus pupilos. El etoro mayor no sólo alimenta a su muchacho consorte -el semen hace que el muchacho crezca y madure-, sino que le enseña los secretos de la religión y el arte del combate viril. A los etoro de más edad les preocupa profundamente que algunos jóvenes puedan burlarse del sistema y traten de aumentar su provisión de semen «robándoselo» a otros jóvenes a través de aventuras ilícitas. Un joven que madure muy rápidamente y muestre una falta de deferencia hacia sus mayores se hará sospechoso de obtener más alimento seminal del que le corresponde. Si persiste en estas prácticas antisociales, puede ser acusado de brujería y recibir severos castigos, incluso ser condenado a muerte.
La peor amenaza a la tranquilidad de espíritu de un varón etoro es la tentación de mantener relaciones con mujeres. Todos los hombres etoro están casados, pero tienen prohibido realizar el coito con sus esposas entre doscientos cinco y doscientos sesenta días al año y, en dichas ocasiones, sólo lo pueden hacer en el bosque, lejos de sus casas, aldeas y cultivos. Las esposas deben tener cuidado de no tentar a sus maridos, para que no se las
acuse de conspirar para robar la preciosa sustancia seminal.
Por desgracia, los antropólogos no han adquirido tanta información sobre las mujeres homosexuales como sobre los varones. En algunas sociedades poliginias, como la de los azande, las esposas cuyos maridos les prestan poca atención mantienen relaciones lesbianas clandestinas. Pero como los varones normalmente dominan los medios de represión física y psicológica, pocos casos de lesbianismo han salido a la luz. (Además, al haber sido varones la mayoría de los antropólogos, no han querido o no han tenido la oportunidad de hablar con informantes femeninas.)
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