Una cosmovisión -el sexo entraría dentro de ella- no nace de la nada, sino que es producto de la historia. Por ello el objetivo de este post es trazar una breve panorámica histórica acerca de la concepción del sexo en occidente para explicar cómo hemos llegado a concebirlo nosotros hoy en día.
Nosotros venimos de la tradición judeo-cristiana. Esta es una cultura patriarcal guerrera, dominada por los hombres, en la que a las mujeres se les niegan los mismos derechos que a los varones. En lo que al sexo se refiere, esto tiene varias consecuencias:
a) La sexualidad masculina es dominante y activa. Por el contrario, la sexualidad femenina es negada. La mujer, que es un ser de segunda, ve su sexualidad relegada al servicio del varón activo/agresivo. La sexualidad femenina consiste en darle placer sexual al hombre. Nada más. La mujer no puede disfrutar del sexo ni tener una vida sexual libre y propia. La que lo haga, está actuando en contra de los valores sociales, lo que conlleva una serie de sanciones, como el ostracismo, ser tachada de ninfómana, desviada, o incluso recluida en un sanatorio psiquiátrico.
b) La sexualidad que se controla es la masculina. La sexualidad de la mujer no existe. Las desviaciones que hay que controlar son las masculinas.
En Roma, como en cualquier otra sociedad, también se controlaba la sexualidad. Pero, a diferencia de la judeocristiana, no se proscribía la homosexualidad. Roma era una sociedad patriarcal guerrera, así que los varones tenían que tener una sexualidad activa y dominante. Pero no importaba si se hacía con otro hombre, con un niño o con quien fuese, con tal de que fuese dominante. Lo que se sancionaba era ser dominado por otro, ya fuese un joven, otro hombre adulto, un esclavo o una mujer.
Con la irrupción del cristianismo esto cambia. Al principio, durante los primeros cristianos, la doctrina no está muy clara y hay muchas interpretaciones y estilos de vida. Finalmente, se impone la doctrina de Pablo de Tarso, que proscribe cualquier práctica sexual fuera de la reproducción. Paralelamente, aparece el concepto de pecado, que es la transgresión de los preceptos de Dios. Dado que según Pablo de Tarso uno de los preceptos divinos era circunscribir el sexo dentro de los límites del matrimonio y reducirlo a una función reproductiva, toda práctica sexual que no fuese matrimonial-reproductiva caía dentro de la categoría de pecado de sodomía. Es significativo que todo lo que no fuese sexo normativo, era considerado sodomía.
Entre los siglos XVIII y XIX la sociedad occidental sufre la transformación más importante desde la irrupción del cristianismo. La cultura teológica medieval/renacentista deja paso a una cultura basada en la ciencia y la razón. El principio rector de nuestra sociedad deja de ser Dios, para ser la ciencia. Esto, lógicamente, ha de afectar a la sexualidad de las personas. Todo lo que quede fuera de la norma deja de considerarse pecado. Ahora es enfermedad.
Pese a que pudiese parecer lo contrario, en cuanto prácticas sexuales se refiere, la nueva sociedad científica no hace grandes cambios. Durante los siglos XVIII y XIX la familia es pilar de la sociedad. El sexo sigue vinculado al matrimonio y a la reproducción. La heterosexualidad y el coito dentro del matrimonio con fines exclusivamente reproductivos sigue siendo la norma imperante. Lo único que cambia son los argumentos con los que se justifica esta norma. Antes, lo que se escapaba fuera de la norma se proscribía porque atentaba a los deseos de Dios. Ahora, la biología y la Naturaleza ocupan el lugar de esos deseos divinos. Todo lo que quede fuera de la norma se considera una enfermedad. Enfermedad es todo lo que se supone que va contra la biología/naturaleza. La supuesta naturaleza es la heterosexualidad enfocada a la reproducción (el darwinismo dice que queremos que nuestros genes se perpetúen, etc...) Esto es el sexo coital heterosexual. Todo lo que no sea este sexo, se ve mal y se sanciona como una enfermedad: sexo oral, anal, homosexual, masturbación, pederastia, sexo con viejos, etc... Así, por ejemplo, Freud cree que todas estas prácticas son síntomas de enfermedades sexuales, de gente que, por lo que sea, no ha conseguido llegar a una sexualidad adulta.
Como se ve, estos son los valores teológicos de antes. La medicina ha heredado unos valores, conductas, etc... y se limitó a justificarlos de otra forma, adecuada a los nuevos valores del siglo XIX.
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