lunes, 30 de julio de 2018

Alex Robinson: Malas ventas.



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    Esta novela gráfica cuenta el día a día de una serie de amigos veinteañeros neoyorkinos. 

   El que espere acción a tope, peleas, intriga, etc... que no se le ocurra leer Malas Ventas. Es exactamente lo contrario. Costumbrismo, cotidianeidad de esa etapa de la vida en la que las personas dejamos de ser niños y tomamos la rienda de nuestras vidas. Es un época de muchas dudas, de inseguridades, de sufrimiento, porque hay que tomar decisiones que determinarán lo que será nuestra vida. Es un tema clásico de la historia de la literatura; Pushkin en Eugenio Oneguin contó la historia de un joven en el que en esa etapa de la vida contraía un matrimonio equivocado. Conrad en La línea de sombra nos habló de ella por medio de un joven capitán de barco que se ve envuelto en una aventura a vida o muerte al quedarse su barco clavado en medio del océano sin un soplo de viento que los acercase a la costa; y Alex Robinson, como si de una película de Robert Altman se tratase, traza una historia coral, en la que jóvenes dan sus primeros pasos en la vida. 

   Hay muchas razones para leer Malas Ventas. 

   La primera -y siempre la más importante- es que es muy ameno de leer. A Robinson no le hacen falta crímenes misteriosos, ni fantásticos superhéroes para tenernos horas enganchados a su historia. La cotidianeidad de estos personajes está tan bien traída, que hasta sentimos la necesidad de seguir leyendo solo para saber qué va a ser de sus vidas, aunque sabemos de sobra que nada excepcional. 

  Esto me lleva a la segunda razón por la que leer Malas ventas, y es que uno se siente increíblemente identificado con los personajes. No con uno en concreto, sino con todos, en algún momento de la obra. 

  Y esto me lleva a la tercera razón,  que es Robinson demuestra conocimiento del alma humana y es lo que hace de Malas ventas una obra universal. La vida de esos neoyorkinos puede ser la nuestra, aunque vivamos los veinte años a miles de kilómetros de distancia o muchos años antes o después. 

  En un primer momento pensaba que haber recurrido a un chico que quiere convertirse en escritor y a varios dibujantes de cómics era un tópico. "Otra vez más escritores hablando de escritores", pensé. "Es como cuando en la radio los periodistas se ponen a debatir sobre el periodismo, cosa que solo les interesa a ellos. Nosotros queremos las noticias, no darle vueltas a la profesión". Pero, a medida que iba leyendo, me fui dando cuenta de que la elección de estos personajes era la acertada, porque, a fin de cuentas, ¿quién no sueña a los veinte años en ser artista?

  
   El dibujo, funcional, se ve muy bien y es muy agradable. Es cierto que no es un alarde de virtuosismo continuo, pero creo, si así fuese, hubiese distraído del verdadero objetivo de la obra. 

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