domingo, 19 de septiembre de 2021

Edgar Cabanas y Eva Illouz: Happycracia. Cómo laciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas.

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    La psicología positivista es la que nos dice que la felicidad depende de uno mismo. Independientemente de las circunstancias que rodeen al individuo, este puede ser feliz si persigue su sueño, es trabajador, persistente, resiliente, esforzado, dedicado, sabe gestionar sus emociones, etc... 

   El neoliberalismo se ha apropiado de esta teoría porque encaja perfectamente con su ideología y las sociedades narcisistas, individualistas, del yo o como queramos llamarle. Sociedades en las que se prioriza el individuo y sus intereses por encima de la colectividad.  

   De acuerdo con los autores, esta creencia es falsa.
Los datos estadísticos acerca de depresión, suicidio, etc... hablan por sí mismos. La felicidad no solo no depende del individuo, sino que así concebida contribuye a crear hipocondríacos emocionales, continuamente pendientes de sus propias emociones y de qué los hace o los deja de hacer sentir bien o mal. Además, crea legiones de personas frustradas, que creen que no son felices porque algo falla en ellos. La gente se avergüenza de no ser feliz porque de acuerdo con la ideología individualista que se ha impuesto en las sociedades occidentales esto es un fracaso de las persona. Por eso no solo ocultamos el sufrimiento, sino que nos esforzamos por mostrarnos ante los demás lo más felices posibles, aunque eso sea mentir. 

    La psicología positivista ha desarrollado a su alrededor todo un mercado de hacer dinero por medio del coaching, de los libros de autoayuda, etc...

    Esta concepción de la felicidad es tremendamente conservadora, porque lleva a las personas a la desmovilización social. Su sufrimiento no se debe a un reparto injusto del capital, sino su propio fracaso. Si queremos ser felices, no tenemos que cambiar la sociedad para que sea más justa, sino que tenemos que cambiarnos a nosotros mismos. 

   Las empresas utilizan esta ideología para revertir sobre el trabajador toda la responsabilidad de cualquiera de sus prácticas, incluidas aquellas que van en contra de los intereses de los trabajadores. La flexibilidad, los despidos, la identificación con la empresa, la autoevaluación continua, etc... son justificados con la psicología positiva. 

   La psicología positiva se base en tres pilares:

a) la autogestión: tú creas tu propia felicidad. Es como un trabajo que tienes que estar continuamente construyendo. La responsabilidad de la felicidad recae sobre ti.

b) la autenticidad: se supone que hay un yo autónomo con unos gustos y una forma de ser determinada y autónoma. Uno ha de comportarse y guiarse en la búsqueda de la felicidad de acuerdo con ese yo -en eso consiste ser auténtico-. 

c) estrechamente relacionado con lo anterior, la persona tiene que crear su marca personal. Esta marca personal ha de ser vendida en el mercado y en la empresa. 

   En definitiva: esta psicología positivista, además de ser falsa, no solo crea hipocondríacos emocionales que se responsabilizan a sí mismos por su propia infelicidad, sino que es conservadora desde el momento en que crea personas conformistas que no culpan a la sociedad de su fracaso y, por tanto, no tratan de cambiar la sociedad a mejor. 

domingo, 12 de septiembre de 2021

Howard Becker:Outsiders, hacia una sociología de la desviación.

 Outsiders: Hacia una sociología de la desviación (Sociología y Política) :  Howard Becker: Amazon.es: Libros



    Todas las sociedades tienen individuos que viven al margen del sistema. Estos son los que dan título al libro: outsiders.

    El autor se pregunta qué lleva a un individuo a convertirse en un desviado, exponiéndose a las sanciones legales y sociales que ello supone. Frente a las teorías que lo achacaban a una desviación personal o a la enfermedad, Becker sostiene que es un grupo de individuos el que fija unas normas morales y de conducta y el que crea una categoría para aquellos que no se ajustan a ellas. Es la sociedad la que crea la categoría, no la persona la que, en una decisión individual y racional, decide comportarse al margen del sistema de reglas establecido. En este sentido, el autor insiste en que no es la motivación la que lleva a la conducta, sino al revés: un determinado comportamiento desviado de una persona es la que la arrastra a partir de ese momento. Esto no quiere decir que la persona no tenga responsabilidad alguna cuando toma una decisión que lo convierte en un desviado. Evidentemente, sabe que lo que va a hacer lo convierte, pero ha sido la creación de esa categoría la que lo posibilita. 


    La clasificación de un individuo dentro de la categoría solidifica a la persona dentro de él. Una vez uno se perciba a sí mismo como un ladrón, un homosexual, un drogadicto o cualquier otra conducta considerada desviada, la persona tiende a aprender unos modos de conducta de acuerdo con esa categoría -adopta el rol-. 

    Ser clasificado dentro de la categoría de desviado lleva a las personas a buscar justificaciones a su conducta, bien considerando desviados a las propias personas que han creado la norma, bien como el resultado de la falta de opciones, etc...

    Ser clasificado como desviado estigmatiza a la persona, en el sentido que le daba Goffman: lo destruye como persona ante los demás. Un fumador de marihuana o un homosexual pueden, por ejemplo, desempeñar perfectamente el trabajo de oficina. Sin embargo, si sus compañeros de trabajo o su jefe se enteran de su condición desviada, probablemente serán despedidos, aunque esta condición no afecte en absoluto a su capacidad como trabajador. 

    Para que exista una conducta desviada, es necesario que una persona o grupo de personas identifique y sancione esa conducta. Estas personas son designadas por el autor como cruzados. Las motivaciones de los cruzados pueden ser muchas y muy variadas, pero, en general, tienden a hacerlo porque consideran que es bueno para la sociedad y para las personas. Becker pone como ejemplo aquellos que lucharon por prohibir el consumo de alcohol en EEUU a comienzos del siglo XX. Creían que una sociedad sin alcohol era mejor porque se evitaban muchos problemas de violencia, de familias desestructuradas, etc... Asimismo, estaban convencidos de que ayudaban a las personas que consumían alcohol porque, prohibiéndoselo, les evitaban ceder a su debilidad. 

    Becker diferencia entre valores y normas. Los valores es aquello que la sociedad considera que está bien o está mal. Con frecuencia, estos valores son ambiguos e, incluso, hay diferentes valores que chocan entre sí. Por ejemplo, el valor de la libertad individual puede chocar con la búsqueda de una salud óptima. Así, el consumo de alcohol o drogas se encuentra entre estos dos valores. La persona debe ser libre para hacer con su vida lo que le dé la gana, al tiempo que las drogas son malas para la salud -el ejemplo es mío, no de Becker-. Para solucionar estos problemas las sociedades crean normas, que son mucho más concretas y que nos dan a las pautas de conducta de acuerdo con las que tenemos que actuar. Estas normas están impulsadas por los cruzados y pueden tomar forma de leyes o simplemente de un acuerdo tácito entre las personas. 

     

viernes, 3 de septiembre de 2021

Iñaki Domínguez: Sociología del moderneo

 SOCIOLOGIA DEL MODERNEO | IÑAKI DOMINGUEZ | Casa del Libro


    Frente a las sociedades tradicionales en las que todos los miembros de la comunidad se conocían entre sí y, por tanto, tenían una identidad, la vida moderna nos ha condenado a vivir de forma anónima entre la masa. Esto, lógicamente, genera cierto desasosiego y muchas personas sienten la necesidad de destacar para salir de ese anonimato aniquilador. 


    El moderno se rodea y hace cosas que se consideran exclusivas. Esto lo hace diferente y, por tanto, destacar. Pero la paradoja de esto es que los demás tienen que reconocer esas cosas tan exclusivas que rodean al moderno y poder identificarlas como tal, tienen que poder relacionarlo con algo.  Esos pantalones tan guays lo son porque la gente lo relaciona con algo. Así, los modernos aspiran a lograr la distinción adhiriéndose a formas de conducta y vestimenta ya estandarizadas por el mercado.  Aunque te invitan a ser original, el medio que te ofrecen para lograrlo es manufacturado en serie.

Asociarse a una marca para que los atributos de esa marca se te peguen. 

La paradoja de que se busca la individualidad en moldes prefabricados en masa. 

Los modernos tienden a ser gente de provincias, donde todo el mundo los conoce, que van a la gran ciudad y deciden redefinir su propia identidad. Son personas que están desencantadas con sus orígenes y deciden construirse una nueva identidad. 

El moderneo está dominado por el pensamiento dogmático. Por tal, Iñaki Domínguez entiende aquel pensamiento que se adhiere a unos valores morales y determinadas conductas de forma acrítica. Según él, esto es debido a que en las sociedades contemporáneas, donde todo cambia continuamente y donde la cantidad de decisiones que tenemos que tomar es abrumadora, las personas recurrimos a expertos que nos digan qué pensar, qué hacer, qué nos debe gustar y qué no. Esto, lógicamente, deriva en el conformismo de los modernos. 

Las sociedades tradicionales encontraban el sentido de la vida y un código de conducta en la religión. Nuestra sociedad científica nos ha condenado a vivir sin trascendencia, lo que lleva a la personas a la búsqueda de la felicidad aquí en la Tierra, por medio del consumo de bienes materiales y del hedonismo desenfrenado. Este hedonismo se lleva más allá de los momentos de ocio: 

También en el mundo laboral el moderneo se manifiesta como hedonismo enajenado. Se trata de trasmutar el trabajo, tradicionalmente tedioso y sacrificado, en fuente de placer. No obstante, como ya hemos visto, entre modernos también el ocio es trabajo. La borrosa línea que separa ambos mundos refleja la naturaleza alienada de la vida social. Ya no existe la polaridad tradicional entre trabajo y placer, sino que el consumo coloniza la totalidad de la vida.


  De acuerdo con las teorías de Debord, Baudrillard, etc... el capitalismo de consumo vacía todo de contenido, reduciéndolo a pura imagen. Esto lleva a Iñaki Domínguez a utilizar la metáfora del filtro para explicar el modo en que los modernos presentan su vida a los demás. En las redes sociales se pueden poner filtros a las fotos para que la realidad parezca mejor de lo que realmente es. Esto, el moderno, lo extiende a todos los aspectos de su vida. El moderno no está tan preocupado por el sentido o en contenido de sus actos, como de que estos aparezcan como deseables a los demás. La cultura de la imagen vacía de contenido les lleva a hacer de la vida un espectáculo que merece la pena ser proyectado, exhibido y, por tanto, vivido, consumido. En las redes y en la vida en general, el moderno se entrega a una suerte de narcisismo a través del autoelogio en imágenes.


    El moderneo aplica la lógica de mercado a todos los aspectos de la vida, entre ellos el amor. El moderno se muestra altivo porque eso lo hace pasar a los ojos de la persona deseada como alguien inaccesible, escaso y, por tanto, como en el mercado, sube el precio. Los verdaderamente poderosos tienden a mostrarse altivos porque tienen valor para los demás por el mero hecho de ostentar una situación de poder. El moderno copia su actitud, aunque carezca del contenido.