domingo, 30 de septiembre de 2018

Hayao Miyazaki : Nausicaä del Valle del Viento


Manga: Nausicaä del valle del viento

   Resumir este manga es difícil, porque es una historia muy larga y bastante compleja. La wikipedia lo hace así, aunque se deja muchas cosas:

   La historia se sitúa en el futuro, 1000 años tras los "Siete días de fuego", un suceso provocado por la excesiva industrialización del ser humano, y la contaminación que provocó. Este hecho destruyó por completo la civilización industrial un milenio después de que empezara a florecer. Aunque la humanidad sobrevivió, la tierra recibió una gran contaminación, y los mares son venenosos. Gran parte del mundo está cubierto por la Jungla tóxica (腐海 fukai?, lit. mar de la putrefacción o de los hongos), un bosque ciclópeo de plantas con esporas y hongos (posiblemente radiotróficos, que se alimentan de radiactividad) que cada vez cubre más parte de la tierra libre. Está protegido por una legión de insectos gigantes, entre los que destacan los Ohmu. La humanidad lucha por sobrevivir en los terrenos libres de la selva, periódicamente enzarzándose en conflictos armados por los recursos naturales, que van reduciendo su número, mientras la vegetación avanza, convirtiendo en inhabitable los terrenos que ocupa.

   Cosas de Nausicaä que me parecen interesantes:

   a) El mundo creado rpo Miyazaki. Ese futuro distópico en el que la Naturaleza ha colapsado por culpa de la estupidez humana, en la que sobreviven unas pocas civilizaciones basadas en la cerámica y la poca tecnología que les queda de antes del colapso es muy sugerente. Para mí, lo mejor del manga. Solo por el universo creado, es suficiente para darle una oportunidad a sus dos mil páginas. 

   b) Su contenido en valores. Es una obra ecologista y feminista. Y lo hace bien. Lo peor de las novelas, películas o cómics que pretenden transmitir valores sociales es que muchas veces el mensaje se hace evidente, por lo que el lector, en el mejor de los casos, las percibe como panfletarias, cuando no como un sermón de moralina ñoña. No es el caso de Nausicaä. Como hay acción a tope, un universo fantástico y mucha intriga, el mensaje es sutil. Muy bien llevado. 

   c) Los personajes. Muchos de ellos redondos, muy bien trabajados. 

   Hay un par de cosas que no me acaban de convencer, pero creo que se debe a que soy un poco mayor. 

   El dibujo no me acaba de entrar por el ojo. No porque sea malo. Tampoco es el típico manga, con ojos enormes y todos esos tópicos que todo el mundo conoce. Simplemente me parece un poco chapucero a veces. 

  Y, sobre todo, a mí me cansó tanta batallita y peleíta. Pero, como digo, esto es porque tengo cuarenta año. Si fuese un chaval de quince años, esto me fliparía. 

   Nota: 8 sobre 10.
Nausicäa del Valle del Viento, Hayao Miyazaki: Manga fiero ...

   

Guy Delisle: Pyongyang.



Añadir leyenda

     Guy Delisle va a Corea del Norte por cuestiones de trabajo. Trabaja para una productora de animación que tiene allí parte de sus estudios. Delisle nos cuenta su día a día durante los meses que pasó allí. 

    Para mí es uno de los clásicos del cómic. Uno de los grandes. 

    Me fascina el tema. No hay  mucha gente que pueda hablar de Corea del Norte. Es cierto que Delisle no se perdió en la Corea del Norte interior y habló con la gente, los estudió e hizo un ensayo sobre la sociedad norcoreana. Nadie puede hacerlo, porque Corea del Norte es el régimen más hermético del mundo. Pero esos meses que Delisle pasó en la capital, con su cotidianeidad y sus anécdotas, permiten al lector hacerse una idea de lo que debe ser ese régimen. 

   Pyongyang es una narración de la cotidianeidad. Cuenta el día a día de un ilustrador/animador. Pero el hecho de que la historia se sitúe en la capital de Corea del Norte, hace que trascienda la cotidianeidad. En cierta manera, esta obra tiene el aire de las antiguas narraciones antropológicas, en las que el etnógrafo nos contaba cómo eran aquellas sociedades lejanas y exóticas. 

   Delisle cuenta todo con un tono cómico muy sutil, para reflejar lo absurdo de la dictadura comunista hereditaria que somete Corea del Norte bajo su bota de hierro. Utiliza el humor como forma de denuncia, en la línea de obras antibelicistas como Las aventuras del soldado Svejk

   En cuanto al dibujo, tiende a un deliverado aspecto naif, lo que concuerda perfectamente con el tono de humor irónico de la obra. 

   Nota: 9,5 sobre 10.




    

Paz Moreno Feliu: En el corazón de la zona gris.












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   En el corazón de la zona gris es un estudio antropológico del campo de concentración de Auschwitz.

    El libro empieza con una explicación de dónde tomó la autora las fuentes: memorias como fuente etnográfica, descripciones de internos, escritos de los guardas, escritos de testigos de los juicios y obras académicas. La autora deja claro que las memorias son su fuente principal. 

    La práctica de encerrar a grupos sociales detrás de verjas en campos se asocia/empieza con las guerras coloniales. La reclusión civil sin estatus de personas pronto pasó a otras situaciones. 

   Las características de este tipo de reclusiones son:

   1. Se produce en momentos críticos o políticamente definidos como tales. Las distintas técnicas propagandistas de los gobiernos justifican la necesidad de los campos no sólo por lo excepcional de la situación (ya se trate de peligros reales o imaginarios, tales como luchas de resistencia, invasiones de refugiados, enemigos internos, amenazas terroristas o prisioneros de una población enemiga), sino también porque las consecuencias de la situación crítica se declaran oficialmente un peligro real para el mantenimiento del orden. 

    2. A diferencia de las prisiones, los campos suelen tener el carácter de respuesta rápida y provisional a una situación excepcional. Con frecuencia, los internos son grupos enteros de civiles, es decir, un conjunto de personas que no han cometido delitos penales y que no han sido juzgadas según los principios de unos sistemas jurídicos, que establecen como uno de sus fundamentos que la pérdida de libertad o los arrestos penales son el resultado de acciones cometidas contra las leyes. En la situación concentracionaria prima ser miembro de una categoría de enemigos: los prisioneros penan por lo que son, no por lo que hayan hecho.

    3. La justificación de los campos suele contar con el apoyo de ideólogos y técnicos que no son los guardianes materiales del universo concentracionario; pero también con el de ciudadanos corrientes.  

    A continuación, Paz Moreno Feliu sitúa Auschwitz en el contexto económico y político del Tercer Reich:

    - político: exterminio de judíos y gitanos. 

    - económico: Auschwitz como centro de trabajo y las SS como potencia económica. 

    Ritos de Paso en Auschwitz

  Moreno Feliu explica lo que son los ritos de paso. Fundamentamente sigue las teorías de Van Gennep y Victor Turner

    1. PRIMERA INICIACIÓN: SIN PARIENTES.

    1.1. Primera fase: detención/muerte social.

    La detención y la primera tortura suponía la muerte social de los presos. Sentían que a nadie ya les importaban. 

    Para los judíos del Este esta muerte social empezaba con el aislamiento social y luego con el aislamiento en guetos. 

   En todos los casos, esto supone una ruptura con su vida anterior. 

    1.2. Segunda fase: transporte/marginalidad. 

     Los detenidos todavía iban con familiares o conocidos, pero este era el último momento en que mantendrían contacto. Es la fase de tránsito, el último punto en el que las personas son más o menos conocidas y no una masa anónima. 

   1.3. Tercera fase: la rampa/selección.

    Al bajar de los trenes, en una rampa, los encargados del campo separaban a las mujeres de los hombres, a los niños, a los ancianos, etc... Es el punto en que se rompe definitivamente con los conocidos de antes. Los que están siendo seleccionados no lo saben. Solo ven que las familias se disuelven. Las personas pierden las referencias. No saben dónde están, a dónde van, qué está pasando... 

    Hasta aquí todo ha tenido el carácter ambiguo de las etapas intermedias.    

    2. SEGUNDA INICIACIÓN: LA DESHUMANIZACIÓN.

    2.1. Primera fase: Rampa después de la selección/primera noche en el campo.

    Esta etapa, al solaparse con las anteriores, las refuerza. 

    La rampa se equipara con la detención. Muerte social y muerte simbólica (incluso en algunos casos física) de los parientes. 

    A veces empezaban enseguida las ceremonias de humillación de la segunda fase, otras los dejaban de pie toda la noche hasta que los introducían en los baños. De este modo los iniciandos aprendían que carecían de defensa y que no tenían dónde pedir ayuda. 

   2.2. Segunda fase: Ceremonias de humillación.

    Los reos dejan de ser personas. Los desnudan, les quitan sus objetos personales... cualquier cosa que los uniera simbólicamente con la conciencia pasada de su persona. 

   También les privan de parte de su cuerpo: otros prisioneros les afeitan la cabeza. 

    Los desinfectan y los mandan desfilando a las duchas. 

    Les quitan hasta el nombre. Les tatúan un número y así les dan la forma del campo.

    Entre golpes y gritos, otros prisioneros les cuentan qué ha sido de sus seres queridos seleccionados en la rampa. Esto es fundamental, porque así entienden el significado de lo sucedido. 

   En esta fase también tienen lugar los primeros contactos con los presos veteranos y se introducen en la jerarquía del campo.

    Es un tránsito hacia una nueva existencia. 

   2.3. Tercera fase: Prisionero.

    Acabada la fase anterior, ya no es el ser humano que se había sido: el recién llegado se ha convertido en un Häftling, un número, un prisionero, que porta los emblemas de su nuevo estatus: un uniforme (cuando lo hay), zuecos de madera, una cabeza afeitada, un tatuaje en el brazo, los golpes.

    La iniciación en Auschwitz no solo suponía una ruptura con la vida anterior, sino acabar con la conciencia de la pertenencia a la especie humana. Por eso les quitaban sus referencias como personas. Desintegración social absoluta. 

   Si los iban a matar a todos, esta deshumanización también servía para que los SS los pudiesen ver como mercancía. 

    *

   Es innegable que el testimonio sobre los campos podría leerse aislando estos tres períodos:

   1. Separación: detención-transporte-selección.

  2. Periodo marginal o liminal: iniciación al campo-prisionero-azar/estrategias de supervivencia.

   3. Agregación: liberación-curación-regreso a la vida social.

   En este sentido, podemos reconocer esta estructura en una primera lectura lineal de las memorias y tendríamos que considerar el paso por el campo como un ritual de iniciación (no sabemos a qué) que concluiría con la liberación.

    Sin embargo:

   Nuestra forma de «observar» los campos no depende de principios abstractos que apliquemos externamente, sino de cómo las memorias nos la relatan. Al comparar la variabilidad de las narraciones encontramos, como en casi todos los estudios antropológicos, distintas versiones llenas de ambigüedades, contradictorias entre sí, cuando no en conflicto. 

                        (...)

   La mayoría de las memorias con tesis externa sí podrían considerar válido el esquema llegada al campo/prisionero/liberación, pero para otras, esa interpretación se presenta como extremadamente irreal y problemática: de entre todas las versiones que presentan Auschwitz como una quiebra inconcebible, sin lectura épica posible, y sin posibilidades de dejarlo atrás al regreso[8], según la fórmula «lo pasado, pasado» con la que se tendrían que haber re-insertado en la vida normal, nos detendremos en lo que cuentan Primo Levi y Charlotte Delbo, quienes presentan una interpretación que encontramos de forma recurrente en muchas otras memorias.

    El tiempo en Auschwitz.

    Los prisioneros no tenían relojes, ni calendarios, ni nada que les permitiese medir el tiempo. 

    Durkheim demuestra que el tiempo se construye socialmente. Los poderosos se apropian del tiempo de los oprimidos.

   ...las relaciones de poder y los mecanismos para apropiarse del tiempo de los otros (Fabian, 1983), configuran una pluralidad de tiempos incrustados en la economía política de una sociedad.

    Moreno Feliu utiliza a Evans-Pritchard y Los nuer para distinguir entre tiempo ecológico y tiempo estructural. El tiempo estructural refleja las interrelaciones básicas de la estructura social. Se mide por acontecimientos considerados relevantes. 

    Este tiempo estructural, que refleja las interrelaciones básicas de la estructura social, marca periodos más largos que el tiempo ecológico, cuyo límite es el ciclo anual de actividades. El tiempo estructural de los nuer, relacionado con el espacio, se mide por la selección de cierto tipo de acontecimientos considerados relevantes socialmente, como, por ejemplo, los asentamientos de los campamentos en distintos lugares, los nacimientos del ganado o un sin fin de referencias establecidas en términos de parentesco (órdenes del linaje, alianzas, nuevas incorporaciones, nacimientos, etc.). Más que basarse en categorías conceptuales, el tiempo estructural de los nuer da cuenta de la distancia, expresada por los valores del sistema social, entre grupos de personas, de tal forma que la percepción del tiempo es equivalente al movimiento de personas y grupos a través de la estructura social.

   Hubo un tiempo en Auschwitz, distinto al de antes y al de después. 

   Los prisioneros carecían de calendarios, relojes o cualquier instrumento homogeneizador que les permitiese objetivar el tiempo. En consecuencia, todos los días se les hacían iguales, lo que les resultaba insorportable. "Interminable anonimato del tiempo".

    Sin estos instrumentos, los prisioneros contaban a partir de las actividades. Pero esto solo era posible para los privilegiados que tenían un trabajo. 

    En todas las sociedades, el control del tiempo es una de las formas en las que se manifiesta el poder absoluto. Por ejemplo, los calendarios son políticos. Controlan la vida cotidiana de las personas y reproducen los valores sobre los que se asienta el gobierno. 

    La prohibición de los relojes no era meramente simbólica. Era una de las facetas de la dominación total. Las decisiones sociales se inscriben en la triada pasado-presente-futuro. Sin instrumentos para medir el tiempo, se condenaba a los prisioneros a un presente continuo. La única decisión era la de sobrevivir a corto plazo. 

   Al igual que en otras muchas instituciones totales (ver Goffman o Foucault), solo les quedaba el tiempo programado. Así se programaba en Auschwitz:

    Madrugada-despertar-formación 

  Entre las 3-4 o 4-5 horas de la madrugada, según la estación, sonaba la señal de despertar y con ella comenzaba el día. Había variaciones estacionales en la hora de levantarse porque los horarios se adaptaban para aprovechar al máximo la luz del día. Los prisioneros encargados de los barracones obligaban, entre golpes y gritos, a los internos a levantarse, hacer las literas, limpiar el dormitorio, asearse, desayunar e ir a las letrinas[9]. Media hora más tarde, todos los prisioneros tenían que formar por barracones para que les contasen los prisioneros-funcionarios que hacían de secretarios y que, posteriormente, rendirían cuentas a los SS. Si no encajaban los números, porque hubiese varios prisioneros en la enfermería, muertos por la noche o miembros de una barraca ausentes por cualquier otra causa, el cómputo se repetía, de forma que la operación de controlar a los miles de prisioneros formados en la gran plaza, casi militarmente, al amanecer, podía durar muchas horas. Pasar lista a la formación se convertía muy a menudo en un castigo en sí, aunque su primer objetivo fuese cotejar el registro preciso de prisioneros y que cuadrasen los números de los distintos departamentos burocráticos del campo.

   Hay que tener en cuenta que en campos tan poblados como los de Auschwitz o Birkenau, la formación equivalía a pasar lista a unas cien mil personas dos veces al día[10]. A pesar de que los internos eran continuamente trasladados de unas dependencias del campo a otras, a pesar de que había muchas bajas, las cifras de vivos y de muertos tenían que cuadrar: el cómputo exacto estaba por encima del tiempo que llevara realizarse.

  La llamada a formación (Appell) es la única división del tiempo programado a la que casi todas las memorias le dedican un capítulo específico, en muchos casos al inicio de la vida en el campo, por las penalidades que sufrían durante su realización.

                    (...)

   Trabajo

  Tras la formación-cómputo, los internos tenían que reunirse, rápidamente, en una nueva formación con sus comandos de trabajo, bajo las órdenes y golpes de los Kapos y dirigirse en filas de a cinco a sus lugares de trabajo, saludando militarmente a los guardianes, si tenían que salir del recinto, mientras tocaba la orquesta (Moreno Feliu, 1997). Dada la estructura dispersa de los lugares de trabajo, situados en los distintos subcampos, muchos prisioneros tenían que recorrer varios kilómetros hasta llegar al lugar. Después todo el ritmo del día estaba dominado por las penalidades y golpes que recibían de los Kapos y sus ayudantes, mientras realizaban el trabajo forzado. Dada la variedad de tareas y su carácter, a menudo incomprensible, las condiciones y ritmos del trabajo eran notablemente irregulares: no era lo mismo trabajar bajo cubierto en algo inteligible que las tareas a las que estaban sometidos la mayoría de los reclusos (especialmente los recién llegados) que trabajaban al aire libre bajo las temperaturas extremas del invierno silesio. En muchos comandos, sobre todo en los exteriores, la finalidad del trabajo no sólo era incomprensible (había comandos que abrían o cerraban zanjas, acarreaban piedras en carretas, las llevaban de un sitio a otro, desecaban estanques sin herramientas, ignorando los objetivos o el principio y el fin de las tareas), sino que de las actividades no podía desprenderse un ritmo que ayudase a computar el tiempo diario. Sin relojes, con actividades que no aportaban referencias temporales internas, sólo contaban con dos orientaciones: el sol si trabajaban en el exterior o la pausa de mediodía para comer la sopa. En total, descontando los periodos de formación y de desplazamiento, la jornada laboral era de unas nueve horas en invierno, once en verano (Sofsky, 1995: 100).

           (...)

    Regreso-formación-cena
Cuando los Kapos daban la orden de finalizar el trabajo, se invertía todo lo realizado por la mañana: regreso en filas, formación vespertina, si bien esta formación no tenía horario y podía extenderse durante varias horas, mientras se computaban los muertos, los heridos, se ejecutaban castigos, y en algunos casos se ahorcaba en público a algunos prisioneros. Muchas memorias narran días o noches extraordinarias en las que los prisioneros tuvieron que quedarse en formación durante toda la noche. Después, regresaban a las barracas donde tomaban la cena y se iniciaba el «tiempo libre»: intercambios de cosas «organizadas» en las letrinas, algunas visitas a conocidos o a la enfermería. A partir de las ocho y media ya no se podía salir de la barraca.

   
   Los prisioneros tenían dos referencias para delimitar los acontecimientos: el despertar y la cena/acostarse. En el medio estaba el trabajo. 

   El control del tiempo tenía dos concesiones al tiempo exterior: los domingos por la tarde que no se trabajaba y Navidad. Ese era el tiempo programado, pero no les servía para situar los acontecimientos. 

    En los libros de memorias solo hay dos puntos fijos: el de la entrada y el de la salida. Luego toman referencias como cuando empezaron un trabajo, etc...

    *

    En el campo eran pocos alemanes y SS. Controlaban a los presos avivando la enemistad entre ellos. Eran los propios presos los que hacían casi todo. 

   Los alemanes tenían a los prisioneros jerarquizados. Los gitanos y judíos estaban en la parte más baja. 

   Incluso los judíos establecían jerarquías entre ellos. 

   Había muchos criterios de jerarquización:

    Las relaciones internas entre los prisioneros eran muy complejas en función de la interrelación de las siguientes variables presentes en la combinación de jerarquías: la adscripción penal y nacional de los prisioneros funcionarios, el trabajo, el tipo de barracón donde se alojaban; las relaciones con otros reclusos; la procedencia nacional y las lenguas habladas. Estrictamente todas ellas se combinaban con las órdenes establecidas por las autoridades del campo y en ellas influían tanto las clasificaciones raciales, la arbitrariedad y la suerte, como el puesto de trabajo desempeñado.

    Bajo las jerarquías subyace una cuestión de clase social. Esto se veía reflejado indirectamente en los triángulos que llevaba cada preso. 

   La jerarquización de los prisioneros facilitaba la colaboración. De hecho, los prisioneros funcionarios fueron los que más daño hicieron. 

    Los prisioneros no sólo habían aceptado la jerarquía socio-racial en la que los nazis los habían clasificado, sino que la habían extendido para incluir en ella nuevos órdenes surgidos del propio campo, precisamente por el carácter social y estratificado en el que se inserta la relación de sobrevivir. No se trata meramente de que, como se suele decir, la veteranía sea un grado, sino que la cuenta de los números sólo tiene sentido si consideramos la supervivencia como un principio de estratificación social. Como señala Bauman (1992), sobrevivir, lejos de ser «un instinto», se nos presenta como una relación social, no sólo cuando se analiza el resultado, sino desde el punto de vista de su propia constitución como deseo y como meta. ¿Por qué sobrevivir en el sistema concentracionario ha de considerarse parte de las relaciones sociales? Bauman se basa, entre otros, en el desarrollo de una de las ideas presentes en Masa y poder de Canetti, para quien sobrevivir tiene el matiz de «querer vivir más que los contemporáneos», que mueran los otros, no él mismo, por eso, la noción de sobrevivir tiene un componente social, aun a costa de recurrir a la manipulación de las relaciones o de las muertes de los otros (Canetti, 1973: 290-295). 

   Organizar en Auschwitiz

    En esta parte Moreno Feliu se centra en la facultad del lenguaje para actuar sobre la realidad. 

   Para los nazis organizar era una economía que consistía en depredar a los territorios conquistados y a los judíos para una suerte de estado del bienestar alemán. Se robaba, había trueque, y todo ello institucionalizado. 

  En Auschwitz organizar liga la organización con el exterminio. 

   Organizar se definía por la ambigüedad moral. Abarcaba actividades muy diversas, como el extraperlo, obtener bienes y servicios, mercados negros, intrigas y corrupción. Así se daba en toda Alemania. En Auschwitz, se le suma que organizar era fundamental para sobrevivir. Así, determinadba las relaciones sociales. 

   Organizar es una nueva marca de desigualdad. 

    En el campo la palabra robar no se usaba. Solo organizar, aunque no eran sinónimos. 

    Si en principio, a partir del rechazo de Tedeschi o en la primera definición de Birnbau, «organizar» parece un sinónimo de robo, o una transacción de una sola dirección, pronto comprobamos que, sin desaparecer nunca este matiz, «organizar» forma parte de un complejísimo sistema de intercambios que se extiende por todo el campo, siguiendo las líneas de la jerarquía de prisioneros y que incluso puede abarcar también a algunos SS o trabajadores civiles externos.

   (...)

  
  «Organizar», u «organizarse», significa obtener no importa qué por no importa qué medio. Tanto lo adquirido mediante lo que tienes (los cigarrillos) como por la mendicidad, el trueque, el robo, el chantaje, la fuerza, incluso el homicidio. Se «organiza» un mendrugo de pan o diez hogazas de pan, un miserable trapo pulgoso o la lencería de seda nueva, un cigarrillo o mil cigarrillos, un litro de sopa o una marmita de sopa, un trozo de lefia, una tabla, diez tablas, una mesa o… una barraca entera. Se «organiza» un puñado de sal, un cubo de carbón, un jergón, una medicina, una litera, todo aquello que uno puede desear si se poseen los medios para adquirirlo y las mafias típicas del campo (Laks, 1991: 103).

   
    (...)

   En la perspectiva antropológica clásica, tanto Mauss (1924) como Polanyi (1991), vincularon la reciprocidad a las ideas sobre la moralidad: el don obliga al receptor, crea lazos de dependencia y fidelidad, pero también participa en la construcción del orden moral en que se sustentan las jerarquías o desigualdades y que legitima el poder. En la situación inversa y extrema de Auschwitz, «organizar» suponía la existencia impuesta de una jerarquía programada. Bajo «organizar», como sugería Klemperer, subyace la idea de que las acciones, o los trabajos, o los bienes emanaban de una autoridad que distribuía a unos estamentos inferiores menos de lo que previamente les había quitado. Quienes no les daban eran quienes les habían quitado. El choque con la moralidad previa que suponía la desigualdad jerárquica entre los prisioneros (los peores enemigos y encargados de hacer el trabajo sucio de los SS a los otros prisioneros) se convirtió en un mecanismo que articulaba unas relaciones en las que, de forma generalizada, se tomaba o se quitaba a los otros, mientras que las moralidades de estas conductas quedaban en suspenso en el tiempo Auschwitz.

   El análisis de todas las relaciones existentes bajo el término «organizar» nos muestra cómo una situación extrema, como indudablemente era la de Auschwitz, puede ayudarnos a comprender mejor la actuación de otros grupos sociales en casos de crisis agudas en los que se describe una actitud puramente depredadora respecto, incluso, de los más próximos (Turnbull, 1973; Firth en Sahlins, 1965): cuando, en el marco de las obligaciones recíprocas, las peticiones son rechazadas porque nadie tiene, la respuesta parece ser quitar, tomar lo de los otros (Narotzky y Moreno, 2002). En su monografía sobre un gueto negro de Estados Unidos, Carol Stack (1975) describe cómo las posesiones van circulando en una forma aparente de reciprocidad generalizada; pero el proceso que describe también se puede considerar en sentido inverso: la gente «toma prestado», «pide», «coge», «quiere», y los requeridos ceden porque saben que ellos pueden hacer lo mismo, porque todos participan de las mismas posesiones (what goes round, comes round [lo que circula, vuelve]). Otras veces los familiares o amigos se adelantan a los deseos de sus próximos: «¿Quieres esto?», preguntan; «si no, coge otra cosa» (1975: 42), pero el espíritu es el mismo, el derecho generalizado a participar de las posesiones ajenas. Stack señala cómo el intento por parte de determinadas parejas de privatizar sus recursos con el fin de «transformar» su situación es boicoteado activamente por toda la red doméstica que reclama insistentemente participar en esos recursos (1975: 108-20).

   Pero, además, esta capacidad de pedir y tomar que podemos situar en el campo de la reciprocidad negativa, está también presente en los ejemplos clásicos de reciprocidad generalizada como son los de los grupos de cazadores-recolectores, como ha señalado Ingold (1986). Cualquier lectura atenta de las monografías e incluso de los ejemplos que recoge Sahlins (1965) en su apéndice, es bien clara: la reciprocidad generalizada (ese dar al que lo necesita sin esperar nada concreto a cambio, esa moralidad difusa del compartir) se inicia en la mayoría de casos por peticiones o reclamaciones que (se nos dice) no pueden ser rechazadas.

   La «organización» en Auschwitz no es sino un caso extremo de estos procesos, en los que existe una acción de «tomar» que, analíticamente, no se debe separar de la acción de «dar». En otras palabras, mientras que la reciprocidad generalizada se basa en una moralidad compartida, la negativa se da en situaciones de irrelevancia[13], ruptura, enajenación, transformación o suspensión del orden moral (Narotzky y Moreno, 2002).


    El referente moral es fundamental para que el concepto de «reciprocidad» resulte útil y se diferencie sustancialmente del de «intercambio bajo contrato». Sin embargo, en estos casos extremos resulta esencial analizar simultáneamente las facetas consideradas positivas (dar-recibir-devolver) y negativas (tomar-perder-guardar) de la reciprocidad.



   


    
    

jueves, 6 de septiembre de 2018

Suicidio II: Causas sociales del suicidio.

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   Y pese a todo lo que dijimos en el post anterior -aquí-, sigue habiendo gente que se suicida.  Hay miles de razones para ello, la mayoría relacionadas con las circunstancias personales de las personas -haber vivido una desgracia, una personalidad con tendencia ciclotímica, depresiones endógenas, una enfermedad terminal, etc...- Pero esto es un post de antropología. No atendemos a estas razones personales, sino a las tendencias sociales que pueden arrojar a las gente a suicidarse. En clase también surgieron varias razones para ello:


   En primer lugar, no todo el mundo encaja dentro de los roles que la sociedad impone. Simplificando un poco, imaginémonos a una chica de una ciudad occidental cualquiera. La sociedad ha ido prescribiendo una serie de caminos que ella debe seguir. Ser estudiante, luego ir a la universidad y encontrar un trabajo en el que se realice. Paralelamente, encontrará una pareja sentimental con la que tener hijos y compatir un proyecto de vida en forma de familia tradicional. Cuarenta horas de trabajo semanales -algunas semanas algo más por las horas extra-, comer los fines de semana en casa de sus padres o sus suegros, un mes de vacaciones en un pueblo de la costa levantina y una hipoteca de treinta años sobre un piso de cien metros cuadrados a media hora del centro. Esta opción vital, que a mucha gente hace feliz, no tiene por qué satisfacer a todo el mundo. Y así es como llegan esas crisis de los cuarenta o los cincuenta, cuando te das cuenta de que has hecho todo lo que se esperaba de ti para ser feliz y resulta que no lo eres. El resultado es la decepción, la sensación de fracaso.  Normalmente esto se soluciona rompiendo el matrimonio, buscándose a sí mismo o haciendo excentricidades como cuando los cuarentones nos compramos coches deportivos y nos vestimos como adolescentes. Pero no siempre es así. La persona puede sentirse atrapada en la red de obligaciones que se han ido tejiendo a su alrededor y el suicidio en ocasiones es la única salida que encuentran. Esto sería impensable en la sociedad teológica medieval, por ejemplo, donde la felicidad no era el objetivo vital. Pero en la sociedad de la felicidad obligatoria, estar atrapado en unos roles que no nos hacen felices, puede llevar a la opción extrema del suicidio.

  Se puede consultar más sobre la sociedad de la felicidad obligatoria pinchando aquí.



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Crisis de los 40.


      Este es el mismo caso que el de los desempleados de larga duración. De alguna forma u otra los valores del capitalismo de corte protestante siguen estando vigentes (ver Bauman y Max Weber). Se supone que el trabajo le da sentido a nuestras vidas. Muchos parados caen en la depresión y la desesperación. En la mayoría de los casos esta desesperación tiene que ver más con la imposibilidad de cubrir sus necesidades vitales básicas (alojamiento, comida, luz, etc...), pero hay otros casos en los que los parados se deprimen aunque tengan estas necesidades vitales cubiertas por redes sociales secundarias (un familiar que se hace cargo de ellas, subsidios de desempleo, etc...). Estos parados se deprimen porque sienten que no sirven para nada, que están en la vida sin objeto alguno. Su problema es que no cumplen con la normativa del rol de adulto, que se define, entre otras cosas, por ser autosuficiente para tener la libertad de tomar las propias decisiones. 

       Esta primera razón es la que Durkheim dio en su libro El suicidio: la falta de integración social -Durkheim habla de anomía-. En nuestra sociedad, uno se integra teniendo dinero para gastar y esto suele conseguirse trabajando. 

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   Bastante relacionado con esto, Giddens apunta que, cuando hay cambios políticos o sociales muy rápidos, aumentan los suicidios, ya que las personas no consiguen cambiar/adaptarse lo suficientemente rápido. No encajas en el nuevo sistema de posiciones/roles sociales y esto te lleva a la desesperación y el suicidio. No tienes asideros morales, lo que supone la pérdida de la identidad personal. La cultura, con sus sistemas de clasificación, ayuda a que las personas nos sintamos seguras y sepamos quiénes somos y dónde estamos. De ahí la importancia de los ritos de paso. Pero, cuando no encajas en el sistema de roles/posiciones, te sientes desvalido, solo ante un mundo que no comprendes, que no te comprende o ambas cosas. Esto se da mucho en nuestra época, que se define por ser líquida. Los jóvenes nacen ya con esta facultad de adaptarse como parte de su naturaleza. Su identidad es líquida. No la tienen estable porque desde niños han sido enculturizados en esta cultura del cambio perpetuo. Pero para los viejos es difícil. Aún así, es raro que la gente se suicide por esto en nuestra cultura. Esto se da más en procesos de industrialización sobre culturas tradicionales. 

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    Otra causa social de suicidio puede ser que los roles sociales pueden llegar a ser muy opresivos, lo que genera mucho estrés e insatisfacción. En clase surgieron dos ejemplos:
   
    El primero hablaba de un padre, cuyo rol se supone que es el de cabeza de familia. Como tal, debe satisfacer las necesidades vitales de sus hijos (expliqué esto aquí). Darle unos estudios para que puedan acceder a un futuro mejor es una de ellas. Pero los estudios son caros. Un padre que no gane el dinero suficiente puede verse superado por la situación. Como sucedía en el caso anterior, normalmente esto no acaba en suicidio, pero es puede ser una causa de ello. 

   El segundo era un personaje literario, pero no por ello menos real. En Tokio Blues de Murakami (que quiero dejar claro que no me gusta nada) hay un suicidio adolescente. En esta novela hay un adolescente que es el perfecto adolescente japonés. Estudiante brillantísimo, muy inteligente, está destinado a ocupar un puesto importante en la sociedad japonesa, y, por si no fuese suficiente, tiene la novia perfecta. Un día este chico se suicida. Y, si no recuerdo mal, la razón es que no soporta la presión de cumplir con todo lo que se espera de él. 


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   Pero no hace falta irse a una novela japonesa. La mayoría de mis alumnos de segundo de bachillerato están experimentando en sus carnes lo que supone la presión de cumplir con lo que se espera de uno. No solo por la obsesión de nuestra sociedad con las notas y los exámenes, sino por la obligación de tomar las decisiones correctas acerca de qué hacer con su vida. 

    La tercera razón social del suicidio está relacionada de nuestra sociedad de la felicidad obligatoria. Me cito a mí mismo:

   En aquel post sostenía que uno de los dogmas de nuestra cultura es la felicidad individual a través de placer  (aquí). Esta cultura del placer obligatorio nos impulsa a satisfacer todos aquellos deseos que puedan proporcionarnos gozo. Pueden ser de naturaleza sentimental, sexual o material. Basta con que sean deseos deleitosos para que sintamos la necesidad de cumplirlos, ya que nuestra felicidad depende de ellos. Sin embargo, no siempre es posible y, enculturizados en el placer, no estamos preparados para encajar la frustración.

    ... hay veces en que uno no alcanza su objetivo. Podemos desear ser un futbolista famoso o comer un helado de chocolate que nos apetece un montón. Habrá veces que lo consigamos y otras que no. Y como hemos aprendido que la felicidad individual es el sentido de nuestras vidas, la frustración llega a ser una verdadera fuente de infortunio. En lugar de aceptar que a veces las cosas no salen como uno espera, no alcanzar el objetivo nos hace desdichados. 

   Y esa desdicha puede llevarnos al suicidio.


    Esto de no cumplir con las expectativas nos llevó a la sociedad de consumo, que también puede llegar a ser una causa de infelicidad. 

   La publicidad, y en general toda la sociedad, nos transmite la idea de que consumir nos hará felices. En nuestro mundo de hoy en día convergen dos tendencias: el hedonismo que busca la felicidad en la satisfacción de los deseos y la ética capitalista protestante que identifica la felicidad con la posesión de bienes materiales. Estas dos tendencias se condensan en la sociedad de consumo, que nos promete el paraíso en el centro comercial (esto lo explico más detalladamente aquí). Si una persona carece del dinero necesario para consumir, puede sentirse que se queda al margen de la sociedad y, por tanto, de la felicidad. Y, como hemos dicho en párrafos anteriores, en una cultura que ha sustituido a Dios por la vida en este mundo, no encontramos otro sentido en la vida que ser felices. Fuera del consumo, no hay proyecto de vida feliz. La depresión es la consecuencia esperable y el suicidio la solución extrema. 

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Templo moderno.

    No poder consumir no solo destruye la imagen de uno ante sí mismo, sino también ante los demás. El problema del capitalismo del siglo XXI ya no es la producción, como sucedía en el siglo XIX. Hoy en día las máquinas y la tecnología en general permiten volúmenes de producción enormes con apenas unos pocos trabajadores. El problema en el siglo XXI es vender ese producto. El mercado está saturado. Ahora los que contribuyen al mantenimiento del sistema ya no son los trabajadores, sino los que compran los productos que salen de las fábricas. Esto, lógicamente, tiene que estar sustentado por una nueva moral, no ya del trabajo, sino del consumo. Es la manida frase del "tanto tienes, tanto vales". Se identifica la calidad moral de la persona con la capacidad que tenga para consumir, es decir, por el dinero que tenga. Dicho con otras palabras, eres guay si tienes pasta; si eres un tirado, eres un pringao. Nuestra sociedad eleva al altar de héroes mundiales a personajes cuyo único mérito en la vida es acumular una gran cantidad de dinero y que tampoco tienen una actividad muy definida, como los Beckham, Paris Hilton o Kim Kardashian. Los pobres son considerados parias porque no contribuyen en nada al nuevo sistema de consumo. No tienen pasta - no consumen - no sirven para nada - son unos parásitos, es el nuevo razonamiento. Esto, lógicamente, puede ser una causa de infelicidad y, en casos extremos, de suicidio. 


  Quizá una de las aportaciones más interesantes de Bauman es interpretación psicológica del consumo. Parte de una concepción un poco schopenhaueriana de la naturaleza humana. La vida oscila entre el dolor que provoca el deseo insatisfecho y el tedio que llega cuando hemos satisfecho ese dolor. Sufro porque no tengo algo -una novia, un puesto de trabajo, o lo que sea- y, cuando lo consigo, al poco tiempo paso a considerar la nueva situación como normal y me aburro. Para evitar caer en un tedio indefinido, me busco otra meta que me mantiene insatisfecho mientras no la alcanzo. Y así desde que nacemos hasta que nos morimos. Según Bauman, el consumismo ha superado este círculo vicioso. Por medio de la publicidad nos provoca el deseo insatisfecho de poseer ciertas cosas. Pero satisfaccerlas es increíblemente fácil. Basta con ir al centro comercial y pasar la tarde. La expectativa de satisfaccer ese deseo insatisfecho ya basta para hacernos felices. Es como si insatisfacción y deseo se juntasen en una nueva experiencia agradable. Por eso, cuando nos deprimimos, vamos de compras. Comprar es el mejor antidepresivo del siglo XXI, mucho mejor que el Prozac. Pero esta nueva forma de felicidad sólo la tienen los ricos, que son los que pueden consumir. Los pobres sin posibilidad de consumir, los nuevos parias del siglo XXI, se mantienen en una insatisfacción, en una infelicidad perpetua. Y son, por tanto, más tendentes al suicidio. 
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Bauman

    Pero no solo no consumir es causa de depresión, porque realmente el consumismo no nos da la felicidad. Como dice Beigbeder en 13.99 euros

   Soy publicista: eso es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul, tías que nunca son feas, una felicidad perfecta, retocada con el PhotoShop. Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. El Glamour es el país al que nunca se consigue llegar. Os drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr que la anterior envejezca. Hacer que se os caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume. Vuestro sufrimiento estimula el comercio. En nuestra jerga, lo hemos bautizado «la depresión poscompra». Necesitáis urgentemente un producto pero, inmediatamente después de haberlo adquirido, necesitáis otro. El hedonismo no es una forma de humanismo: es un simple flujo de caja. ¿Su lema? «Gasto, luego existo.» Para crear necesidades, sin embargo, resulta imprescindible fomentar la envidia, el dolor, la insaciabilidad: éstas son nuestras armas. Y vosotros sois mi blanco.

  El consumismo realmente no nos hace felices. Simplemente nos tiene permanentemente insatisfechos. Podemos experimentar ese breve momento de euforia del que habla Bauman, pero, como dice Beigbeder, va inmediatamente seguido de la depresión postcompra. No encontramos la felicidad en lo que consumimos. Y eso es otra fuente de frustración e infelicidad y, por tanto, causa de un posible suicidio. 


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Beigbeder

   La soledad extrema de nuestras sociedades contemporáneas también es una causa de suicidio. En las culturas tradicionales y campesinas era muy extraño que los grupos tuviesen un número elevado de miembros, de tal modo que todos se conocían entre ellos, lo que llevaba a la creación de lazos mutuos de dependencia. Los miembros de un mismo grupo debían ayudarse entre ellos para poder sobrevivir. Por ejemplo, en una comunidad campesina de pocos miembros, si uno tenía un carro, lo llevaba a la siembra, aunque ese día no se trabajasen sus tierras, porque otro tendría aperos de labranza que podrían ser utilizados en otro momento para ayudarle a él. Si había que hacer una casa, iban todos los de la comunidad. Y otro día venían a hacértela a ti. Por el contrario, las relaciones en las ciudades actuales son entre extraños. Las personas son anónimas y esto puede  hacer que nos sintamos solos, especialmente si nuestros lazos familiares se han disipado, bien porque nuestros parientes se hayan muerto, bien porque se hayan tenido que mudar a otro ciudad, etc... 

   Conviene no idealizar estas sociedades campesinas en las que todo el mundo se ayuda porque lo cierto es que esta ayuda es de lo más interesada. Ayudas porque esperas recibir ayuda a cambio en el futuro.  Pero, sea como sea, las personas en este tipo de sociedades tienden a sentirse menos solas en las ciudades contemporáneas.