viernes, 13 de julio de 2018

Sexo VII: El dominio de la intimidad.

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      En posts anteriores hemos visto cómo el hedonismo y la modernidad líquida hipersexualizaban nuestra sociedad. Tenemos sexo por todas partes: las películas, las series de televisión, las novelas, los programas de cotilleo, pornografía en internet, páginas de citas, los adolescentes no piensan en otra cosa, etc... Así las cosas, lo esperable sería que las  personas practicásemos sexo en público.  ¿Qué sentido tiene que una sociedad en la que el sexo  tiene una presencia tan abrumadora, lo  relegue al dominio de lo privado, de la intimidad? 

    De acuerdo con Goffman y el interaccionismo simbólico, las personas en público damos una imagen idealizada de nosotros mismos. Mostramos a los demás lo que queremos que piensen de nosotros mismos. Por el contrario, todo aquello que nos avergüenza, lo que los demás no queremos que sepan ni que vean, lo relegamos a la intimidad. Lo hacemos solo cuando estamos solos, a salvo de miradas indiscretas. Las prácticas sexuales caen dentro de este dominio. Normalmente nadie se masturba o tiene relaciones sexuales en público. De hecho, está prohibido. ¿Por qué?


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   Se me ocurren dos razones:

   a) La primera es que, como expliqué en un post anterior (aquí), la nueva sociedad del sexo medicalizado sigue sancionando más o menos las mismas prácticas sexuales que la vieja cultura religiosa.  La medicina ha heredado unos valores, conductas, etc... y se limitó a justificarlos de otra forma, adecuada a los nuevos valores del siglo XIX. La sexualidad al margen de la reproducción dentro de los límites de la familia está fuera de la norma. Infringir las normas sociales siempre lleva asociado alguna forma de castigo, así que lo esperable es esconder el sexo. 

   b) Releyendo estos días El proceso de civilización de Norbert Elias encontré una idea muy interesante. Según Elias, con la sociedad moderna se empezó a denostar todo aquello que tenemos las personas de instintivo y animal. Esa parte de nosotros mismos, que antes se consideraba humano, ahora nos avergüenza. Así, en las ciudades medievales no era extraño encontrarse a personas defecando en público. Esto ahora es impensable. Los orines, las heces, la menstrución, los instintos, etc... se ven como algo negativo y, por tanto, se reprimen o se esconden. 

    En La antropología del cuerpo y la Modernidad de David Le Breton encontramos una idea similar. La modernidad ha heredado la dualidad cartesiana, como si cuerpo y alma fuesen dos realidades distintas. Esto tiene varias consecuencias. Me vuelvo a citar a mí mismo resumiendo a Le Breton:

       Como el cuerpo no es más el centro desde el que se irradia el ser, se convierte en un obstáculo, en un soporte molesto. La sociedad occidental está basada en el borramiento del cuerpo, de ahí todos los ritos de evitamiento: no tocar al otro salvo en circunstancias particulares de familiaridad; no mostrar el cuerpo total o parcialmente desnudos salvo en ciertas circunstancias precisas; la existencia de reglas del contacto físico (dar la mano, abrazarse, distancia entre los rostros y los cuerpos…); disimular todo lo que tenga que ver con los olores corporales por medio de perfumes, jabones, etcétera; y ocultar todo lo que tiene que ver con el funcionamiento corporal, como los mocos, la orina, los excrementos, la sangre menstrual, la saliva, etc. Del mismo modo en el ascensor o en el autobús hay que hacer ver como si el otro se hubiese vuelto transparente, como si no tuviese cuerpo.

   Los cuerpos esculpidos de la publicidad son los cuerpos limpios, sanos, asépticos de la excepcionalidad. No son cuerpos cotidianos. En los gimnasios y en la publicidad, se da un ardid que consiste en hacernos pasar como liberación del cuerpo lo que sólo es elogio del cuerpo joven, sano, esbelto, es decir, un no-cuerpo. En este sentido, el éxito que parece tener el deporte en nuestros días hay que enmarcarlo en la negación del cuerpo de la sociedad occidental.


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Un no-cuerpo

    Las ideas de Elias y de Le Breton son bastante similares. Todo aquello que nos recuerde nuestra animalidad, nuestra corporeidad es rechazado por nuestra sociedad. ¿Y qué hay más instintivo, más corporal, más animal que el sexo? Por eso vivimos en una sociedad esquizofrénica en lo que al sexo se refiere. Al tiempo que lo veneramos, nos avergonzamos de él y lo relegamos al dominio de la intimidad. 

  Y ya para finalizar, Foucault se dio cuenta de la ambigüedad del poder, porque, al tiempo que reprime el sexo, y precisamente por esa represión, también es una fuente de placer.


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