martes, 6 de noviembre de 2018

Apple es Dios



    
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   Este post nace como respuesta a una pregunta que surgió en clase y como resultado de conversaciones con mi mujer, que se dedica a la edición de vídeo, y con Javier y Fernando, que son los informáticos de mi centro. 

   Es muy frecuente escuchar las siguientes afirmaciones:

   - Si te dedicas al diseño gráfico / edición, Apple es mucho mejor que Windows. No hay color. 

   - Microsoft es una mierda, se queda colgado cada dos por tres. Apple no da fallos. 

   - Mac no tiene virus. 

   Y demás cosas por el estilo, como que los IPhone son mucho mejores, que sacan unas fotos maravillosas, etc... 

   A mi mujer esto la indigna. Mis compañeros Javier y Fernando no llegan a tanto, pero les hace gracia. 

   Todas esas afirmaciones son ciertas, pero habría que aclarar algunas cosas:

   a) Apple no es mucho mejor que PC. Esta confusión surge como resultado de comparar un Mac normal con un PC normal. El Mac normal cuesta unos mil quinientos euros y el PC normal seiscientos. Lógicamente, el hardware que lleva el Mac es infinitamente mejor. Pero, si te gastas mil doscientos euros en un PC, vuela. 

   Mi compañero Fernando me dijo al respecto: 

   - Mercedes no hace coches de gama media. Apple lo mismo. 

   Comparar un Mac normal con un PC normal es como comparar un Seat Ibiza con un Mercedes SLK. Es injusto, porque el primero cuesta trece mil euros y el segundo no lo sé, pero seguro que más de treinta mil. 

   Lo que habría que comparar es un Mac de mil quinientos euros con un PC de mil quinientos euros.

    b) Efectivamente, Apple no se queda colgado -a veces sí, pero menos que Windows-. Normal, porque Mac es un sistema total y absolutamente blindado. Solo te deja instalar sus programas y combinarlo con otros productos de su marca. Todo hecho exclusivamente por ellos para ellos. Por el contrario, en Windows puedes instalar de todo, programas de otras compañías, pluggins, etc... Por eso es normal que a veces falle. No es que quiera defender a Microsoft, que me parece una empresa muy chunga, pero en este aspecto Microsoft es la libertad y Apple se podría comparar con Corea del Norte. 


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Un puerto fenicio al lado de la norcoreana Apple.



   c) Apple tiene muy pocos virus por la misma razón que di antes. Es un sistema tan cerrado, que difícilmente puedes descargarte un virus. Solo puedes bajar cosas de sus páginas e instalar programas de su grupo empresarial. 

   Así las cosas, ¿cómo es posible que Apple haya ganado la batalla y se haya convertido en una de las empresas más grandes del mundo con legiones de fieles? 

   Porque Apple es una metáfora de nuestra sociedad. 

   Los seres humanos tendemos a adherirnos a aquellos fenómenos sociales que nos refuerzan en nuestros valores y sentimientos. 

    Pongamos por ejemplo el cine. ¿Por qué tuvo tanto éxito Pretty Woman? Porque en ella se condensaban todos los valores y sentimientos de nuestra cultura acerca del amor y la familia -amor por encima de todo, incluso de las clases sociales; matrimonios basados en el amor y no en interés económico; etc...-. 


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Chorrada que el gusta a la gente.

   Lo mismo sucede con el fútbol, que es una metáfora del capitalismo -dos empresas se enfrentan entre sí con un director/entrenador que dirige jugadores/trabajadores, de la competencia sale lo mejor de las personas, etc...-.

   Un fenómeno social que vaya en contra de nuestros valores nos resulta incómodo y tendemos a rechazarlo. 

   Amamos Apple porque esta empresa condensa muchos de los valores de nuestra cultura. 

   En primer lugar, Steve Jobs se dio cuenta de una cosa: en el mercado de hardware no existía el lujo. Todo era de clase media, gris, igual, casi comunista. Apple se convirtió en el hardware lujoso. Para ello solo tuvo que subir el precio. Un fenómeno típico del capitalismo: la singularización de lo común. (Si os interesa este fenómeno lo explico pormenorizadamente aquí). 


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    En el capitalismo de consumo la calidad de una persona se mide por el dinero que tiene. Amancio Ortega es un héroe nacional solo porque creó una empresa que le ha dado mucho dinero. A los investigadores que se queman las pestañas buscando la vacuna contra el cáncer no los conoce ni Dios. Amancio Ortega es el macho alfa de nuestra manada. 


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Un macho alfa

    Las marcas explotan  la tendencia de nuestra sociedad a la jerarquización y la vara de medir capitalista en función de los bienes materiales acumulados. Los productos de lujo son un símbolo de estatus. Consumiendo productos de marca caros, estás mandando la señal de que eres un macho alfa que puede gastarse un montón de dinero porque lo tiene. 

   En antropología llamamos a esta forma de consumo y de adhesión y jerarquización a partir de él consumo conspicuo. No es exclusivo del capitalismo. Por ejemplo, los indios de Vancouver tenían un sistema parecido para elegir al Gran Hombre. Pero en el capitalismo también se da. 

   Apple, como producto de lujo, recoge esta forma de actuar y de pensar del capitalismo de consumo.  

   En segundo lugar, Apple vende diseño. Es chic, mola. No es lo mismo sentarse en una terracita cool a tomarse una cañita y sacar tu Mac para conectarte a la wifi que sacar un portátil Samsumg. Esta necesidad de aparentar es propia de sociedades anónimas como la nuestra. 


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Tienda Apple con gente molona.
   En nuestras urbes, el 99% de las personas con las que nos cruzamos son desconocidos. La única forma que tienen de hacerse una idea de nosotros es a partir de una breve impresión que extraerán de nuestra forma de vestir, nuestro peinado, los adornos corporales, y algo de nuestro lenguaje corporal. De ahí nuestra obsesión con la imagen pública. En sociedades con pocos miembros, las personas no necesitan manipular sus cuerpos y adornarlos para causar cierta impresión, porque ya se conocen personalmente. Por el contrario, nosotros dedicamos una cantidad ingente de tiempo a construir esa fachada que le manda a los demás la idea de nosotros que queremos que se hagan. (Si os interesa esto, podéis leer este post). 

   En este sentido, vivimos en la cultura de las apariencias, y Apple, con su diseño chic, es expresión de esta forma de actuar y pensar. 

   Y en tercer y último lugar, Apple nos ofrece seguridad a cambio de libertad. Esta idea me la sugirió mi compañero Fernando cuando estábamos hablando de informática. 

    - En el fondo lo que quiere la gente es una dictadura.- dijo. 
   
   Fernando se refería a la relación de la gente con la informática, no a un sistema político. 

   Y añadió:

   - Deberías pensarlo como antropólogo, porque tiene una dimensión social. 

   Entonces intervino Javier, otro experto informático:

   - Todos esos progres que se ponen a criticar a Windows porque se cuelga, luego se pasan a Apple. Es una incoherencia... Apple es más cerrado que Corea del Norte.

    - La gente lo que quiere es que le digan qué hacer y que las cosas no fallen. La libertad hay que saber usarla y a veces falla. Por eso usan Apple. -dijo Fernando. 

   Y esta es la tercera razón por la que Apple triunfa. 

   Vivimos en la sociedad del control. Nos aterra sufrir, así que tratamos de tenerlo todo controlado para evitar daños, aunque para ello tengamos que renunciar en parte a nuestra libertad.  Esta renuncia se da en dos dimensiones:

  a) la física y más evidente: controles de seguridad en aeropuertos, cámaras de videovigilancia en todos lados, patrullas de policía por las calles, gobiernos que acceden a nuestra correspondencia privada en aras de la lucha contra el terrorismo, cacheos indecentes antes de entrar en cualquier evento público, etc... Estamos dispuestos a renunciar a mucho con tal de tener sensación de seguridad. 


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   b) la seguridad existencial. En las sociedades tradicionales todos los miembros del grupo sabían hacer todas las actividades necesarias para la subsistencia. Las personas sabían cazar, recolectar, cocinar, etc... A medida que surgen los grandes imperios agrarios, el trabajo empieza de dividirse. Surgen así los trabajos especializados. Al principio eran pocas las opciones: podías ser campesino, guerrero o mago. Pero, a medida que las sociedades evolucionan y se hacen más complejas, la especialización es cada vez mayor. En nuestras sociedades actuales, es extrema. Apenas si sabemos hacer nada que no sea nuestro hiperespecializado empleo. Tenemos que recurrir a nuestros semejantes para cualquier actividad, por trivial que nos pueda parecer. Como me dijo mi amigo Telmo, las personas ya no tenemos ni criterios para decidir qué puerro comprar en el supermercado. Esta situación provoca desazón en los seres humanos, que se sienten desvalidos ante la enorme cantidad de decisiones que debemos tomar sin criterios para hacerlo. 

    Anthony Giddens sostiene que la confianza en los sistemas expertos es el contrapeso a esa desazón que provoca la inseguridad. Así por ejemplo, si vamos al médico porque nos duele un hombro, confiamos en que esa persona sabe lo que hace que y que va tomar las decisiones mejores para nosotros. Y lo mismo si llamamos a un fontanero. Aunque hayamos tenido cientos de experiencias de que eso no es así, seguimos confiando en los demás porque sin su cooperación el sistema de posiciones sociales colapsaría. 

   En este contexto es donde tenemos que situar las declaraciones de mi compañero Fernando cuando sostenía que las personas prefieren las dictaduras. Abrumados por la cantidad de decisiones que hay que tomar sin estar preparados para ello, preferimos que nos digan qué debemos hacer a ejercer nuestra libertad. Ahí donde Apple se muestra como una metáfora de nuestra cultura. Renunciamos a la mayor libertad de otros sistemas operativos a cambio de uno que nos dice qué podemos instalar, qué podemos hacer y qué no. Confiamos en él porque Apple, con Steve Jobs presentado como un genio y los dependientes de sus tiendas que parecen sacados directamente de Silicon Valley, nos ofrece una imagen de fiabilidad. Hay pruebas de sobra de lo contrario, pero las obviamos porque Apple, en la sociedad de las apariencias, construye como nadie su imagen de fiabilidad. 


   Por todo ello, creo que Apple es Dios. Durkheim decía que la religión era la sociedad adorándose a sí misma, en el sentido de que la religión expresaba los valores de la cultura y que por medio de ella las personas expresaban su adhesión a ese sistema de valores. Pues Apple es el Dios moderno, y por eso arrasa. 

   

   

Scott Galloway: Four. El ADN secreto de Amazon Apple Facebook y Google



 

    Four disecciona el origen y el funcionamiento de estos cuatro grandes de las nuevas tecnologías con un estilo muy de ensayo divulgativo americano. Resulta una lectura muy amena que parece que no te está contando nada, pero que luego te hace pensar

   Amazon apela a la necesidad inherente de las personas de acumular cosas con el menor esfuerzo posible. Desde sus orígenes, el ser humano ha tenido que luchar contra la Naturaleza para obtener de ella lo necesario para vivir. Amazon es la culminación de esta lucha. Basta con un clic en el ordenador para tener al día siguiente lo que necesitamos en casa. Y ni siquiera tenemos que rompernos la cabeza para buscar el producto. En la página de Amazon lo hay todo. Es la optimización máxima del esfuerzo del consumidor. 

   Pero detrás de esta megaempresa minorista hay una política de mercado que aterra. Se ha ido quedando con el mercado con prácticas que muchas veces no han sido todo lo éticas que deberían. Así por ejemplo, Amazon permite a empresas pequeñas -o no tan pequeñas- utilizar su página para vender sus productos. Esto, a priori, puede parecer que favorece a ambos. La empresa pequeña aumenta sus ventas y solo tiene que pagar un porcentaje relativamente asumible a Amazon. Pero no todo es trigo limpio. Amazon analiza en sus enormes bases de datos todas las compras de sus usuarios y, si detecta que hay un producto que se vende mucho, empiezan a venderlo ellos directamente. De este modo, si tu empresa vende a través de Amazon y va regular, no hay problema, pero, como te vaya bien, Amazon, que se habrá aprovechado de los datos de venta que tú mismo has proporcionado, te arruinará. 

   Amazon, que empezó vendiendo libros online, ha acabado con gran parte de las tiendas físicas. Eso no es solo culpa de Amazon, es un proceso inherente al sistema capitalista. El pez gordo se come al chico y la competencia, lejos de generar esa riqueza de la que nos hablan, acaba acaparada por unas pocas empresas. Los grandes almacenes como El Corte Inglés o supermercados como Alcampo o Carrefour acabaron con las tiendas de barrio. Ahora Amazon, más grande que ellos, que puede hacer pedidos infinitamente mayores y jugar con márgenes de beneficio por producto vendido mucho menores sin tener que gastar un euro en emplazamientos físicos y muy poco en sueldo de empleados, se los está comiendo a ellos. 

   Los movimientos de Amazon avanzan hacia un control total del mercado minorista. Una vez destruida la competencia de las tiendas físicas, es él ahora el que empieza a montar tiendas físicas, pero sin dependientes. Y también se está expandiendo hacia otros mercados que antes no explotaba, como la comida o la televisión. 

   Por supuesto, Amazon apenas paga impuestos. 

   Este proceso, además de la competencia, se está llevando por delante millones de puestos de trabajo. Es en este contexto en el que tenemos que interpretar las declaraciones de Jeff Bezos cuando pidió un salario universal solo por vivir. No es que al dueño fundador de Amazon le preocupen las clases desfavorecidas. Es que necesita gente que siga comprando en su gigante minorista. Él destruye puestos de trabajo y, si no hay trabajo, no hay nóminas que permitan luego gastarse el dinero en Amazon

   
    Facebook apela a la necesidad que tenemos los seres humanos de que nos quieran y de buscar y hacer contactos. Esto, en principio, tampoco tiene nada de malo. Sirve para hacer amigos, buscar pareja, encontrar antiguos colegas que habías perdido de vista, etc... Pero, como sucedía con Amazon, también hay un lado oscuro. Facebook -y ahora Instagram y Whatsap- son una enorme empresa de gestión de datos. Todos sus usuarios son, en realidad, sus trabajadores que meten a diario millones de datos acerca de sus gustos, sus necesidades, sus inquietudes, etc... Cada vez que cuelgas algo, que le das a un like, Facebook recopila esos datos que luego vende. Esto no solo sirve para que te manden publicidad hecha a medida, sino que, como se vio con el Brexit o Donald Trump, sirve para que los políticos sepan qué tienen que decir en campaña y cómo manipular a la población para alcanzar sus intereses personales. 

   Gracias a Four me he enterado de algo alucinante: cada vez que abres la aplicación móvil de Facebook o Instagram, se activa el micrófono y graban las conversaciones. Puede parecer una conspiranoia, pero es cierto. Me he tomado la molestia de leer la letra pequeña del contrato y lo dice. Además, le he pedido a una alumna mía que hiciese la prueba -yo no podía porque no tengo ni Facebook ni Instagram-. Ella se puso a hablar de una marca de sudaderas con Instagram abierto y al día siguiente tenía publicidad de esa marca en su cuenta.

   Facebook es en parte responsable del fenómeno de las fake news. Según ellos, no filtran las noticias falsas porque no son un periódico. Galloway sostiene esto es muy hipócrita por su parte, porque sí deberían controlar ciertos contenidos que luego llevan a que pasen cosas que no deberían pasar, como aquel señor que se lió a tiros en un restaurante de NY porque había leído a través de Facebook que allí altos cargos del partido demócrata americano practicaban la pederastia. 

   Además, otra forma de la que es responsable Facebook de la difusión de fake news es su funcionamiento. Se supone que ellos posicionan arriba -que es lo que más se ve- aquellas noticias o enlaces que tienen más visitas. La justificación que dan para ello es que, si los enlaces tienen mucas visitas, es porque interesan mucho. Los que no interesan, nadie los ve. Esto es una falacia en toda regla por dos razones:

   a) es una profecía autocumplida. Al final lo que más visitas tiene es lo que está arriba porque es lo primero que se ve. 

   b) imaginémonos que nos encontramos con dos noticias distintas una al lado de la otra. En la primera nos dicen, por ejemplo, que PSOE y Ciudadanos han llegado a un acuerdo para sacar adelante los presupuestos. En la segunda el titular nos dice: Pedro Sanchez escupe a un mendigo que le pidió limosna. ¿Dónde entramos a curiosear? En el noventa y nueve por ciento de los casos en la noticia más escabrosa y morbosa. Esto lleva a que las noticias con mayor difusión no sean las más interesantes y serias, sino chorradas, cuando no mentiras flagrantes. Esta es la razón por la cual Trump, Bolsonaro y políticos de este estilo sueltan cada dos por tres burradas. Así se aseguran estar permanentemente en las redes. 



    
    Apple nos vende lujo. Los seres humanos competimos por ser el macho alfa de la manada. Hoy en día, el macho alfa es el que más dinero tenga. Consumir marcas de lujo permite a las personas mandar la señal de que son machos alfa que pueden permitirse gastar un montón de dinero en dicho producto. Steve Jobs se dio cuenta de que en el mercado del hardware todo era gris, igual, monocolor, de clase media. Su visión fue vender lujo y estilo en este mercado. Desde las tiendas de cristal con vendedores maravillosos a sus iphones de diseño. Apple es al hardware lo que Gucci a la ropa. 




    Google es Dios. A mí al principio la metáfora me descolocó, pero Galloway lo razona muy bien y tiene razón. Google apela a la necesidad de conocimiento que tenemos las personas. Antaño, nuestra ansia de conocimiento la cifrábamos en Dios. Hoy en día, confiamos ciegamente, como en otros tiempos lo hicimos en Dios, en que Google, con sus algoritmos perfectos, nos llevará a una respuesta a partir de unas palabras tecleadas en su buscador. 

   Como sucedía con los otros, Google tampoco es trigo limpio. Google, con su página de inicio limpia de publicidad y sus algoritmos limpios, te vende que es la democracia del conocimiento. Por supuesto no es así por muchas razones:

   a) La página de inicio está limpia de publicidad, pero Google introduce publicidad en las páginas que visitas a través de su buscador. Es una forma torticera de hacerlo, porque piensas que es la página la que te está bombardeando, pero es Google

   b) Por supuesto, sus algoritmos no son asépticos. Si pagas, Google pone tu página antes, de modo que no te lleva directamente a lo que él cree que es la mejor respuesta. Primero te lleva a las que le pagan, y luego ya veremos. 

   c) Google, como hacía Facebook, es un empresa enorme de gestión y venta de datos. ¿Si no, por qué iban a regalar una aplicación, por ejemplo, como Google Maps? Hasta hace nada, había que pagar una pasta por un GPS en la tienda. Ahora Google te regala una app que instalas en el móvil. ¿Por amor a la humanidad? Desde luego que no. Con esa app, por ejemplo, tienen datos de donde está cada uno en cada momento, de qué restaurantes, tiendas o lo que sea visitas. Lo mismo con su buscador, que almacena todas las búsquedas y luego las vende, o con el traductor online, con Google Earth cualquiera de sus aplicaciones. 

   d) Google se ha comido a los medios de comunicación. Galloway habla mucho del Times. Los medios de comunicación llenan el buscador de contenido y no cobran nada por ello. Todo lo contrario, tienen que pagarle, porque, de lo contrario, te mandan a la página veinte, no te lee nadie y tu periódico quiebra. 

    Ninguna de estas empresas se ha fundado sobre una idea original. Son todas robadas. Ya había distribuidores minoristas antes de Amazon; antes que Facebook existía Myspace; Apple no inventó nada en lo que a software se refiere; y desde luego Google no es el primer buscador. El éxito de estas empresas se basa en su estrategia comercial, no en la originalidad. Sin embargo, si hoy en día a alguien se le ocurre utilizar alguna idea siquiera basada remotamente en cualquiera de estas cuatro, te mandan un ejército de abogados y te buscan la ruina. En este sentido, Galloway traza un parelelismo entre ellas y EEUU. Después de la Segunda Guerra Mundial EEUU se pasó por el forro los derechos de la propiedad intelectual, hasta el punto que eso le llevó a más de un conflicto diplomático con el Reino Unido. Pero ahora que se han convertido en el gigante, protegen con todas sus fuerzas su propiedad intelectual de China. 
    

Marcello Quintanilha: Talco de Vidrio





     Talco de Vidrio cuenta la historia de una mujer brasileña, que ha hecho todo lo que la sociedad esperaba de ella y que, al llegar a la madurez, se da cuenta de que no es feliz. Entonces se pierde en la vida, entra en un proceso autodestructivo y hasta ahí puedo contar para no estropear el final a posibles lectores. 

   Talco de Vidrio es un cómic muy especial, que a mí me encantó, pero que puede resultar un poco arduo para determinado tipo de lector, más interesado en las historias de aventuras, con muchas peripecias, intriga y cosas de esas. 

   Como digo, es un cómic muy especial, con muchos matices, que pide a gritos más de una lectura. Yo, por ahora, destaco los siguientes aspectos:

   a) Es la típica historia del fracaso del sueño americano, pero a la brasileña. Me recordó un poco a Pastoral Americana de Roth, cuando el protagonista no entiende qué ha pasado en su vida. Ha hecho todo lo que se esperaba de él y, de repente, hay algo que no funciona. En el caso de Pastoral Americana la infelicidad es por algo externo, en el caso de Talco de Vidrio es endógeno a la persona, pero el esquema narrativo y la idea motriz es la misma: nos han vendido que siendo buenos chicos, haciendo esto y lo otro, vamos a tener vidas felices, y no siempre es así. Rosaura es presa del vacío existencial: hizo todo lo que tenía que hacer para triunfar por medio de una adhesión sin fisuras al discurso dominante, pero resulta que eso no la hizo feliz y el sueño se desmorona. 

   b) Es muy interesante el análisis psicológico que hace de la protagonista. Si hay que poner un ejemplo de personaje redondo, es Rosaura. 

   c) A partir del proceso psicológico de Rosaura, Quintanilha nos habla de las clases sociales en Brasil y del modo en que las altas justifican ante sí mismas la desigualdad. Refleja perfectamente el modo en que incorporamos el discurso de la meritocracia para justificar las relaciones sociales desiguales. "Yo no soy como ellos, soy distinta y me merezco mi posición" piensa todo el tiempo Rosaura. 

   d) Paralelamente, Quintanilha refleja el mecanismo psicológico de defensa de estas clases. "Yo no soy así, a mí no me va a pasar nada". Se refugian detrás de la clase social para vivir tranquilo, pensando que las desgracias que afligen a los demás no les afectarán. 

   e) La narración es muy lenta. No hay peripecias. Es lo esperable en una historia psicológica como esta. 

   f) A lo largo de la historia hay una presencia abrumadora de un narrador que nos sitúa en la mente de la protagonista. No es exactamente un monólogo interior, porque no copia literalmente lo que piensa Rosaura. Más bien es un uso abusivo del estilo indirecto, a veces libre a veces no. Funciona, pero desde luego vuelve a hacer la lectura un poco difícil. 

   En definitiva: un cómic muy interesante, pero solo para adultos. 

   Nota; 8 sobre 10.




Jillian Tamaki y Mariko Tamaki: Aquel verano




    Aquel verano cuenta la vida de una adolescente durante unas vacaciones estivales en la costa. Hay una pequeña tragedia por unos amores juveniles, hay un matrimonio que pasa por una crisis y, sobre todo, hay dos chicas adolescentes que se están haciendo mayores. 

   A mí este cómic me gustó mucho. Sobre todo, me encantó cómo Tamaki recrea esa etapa de la vida en la que uno empieza a dejar de ser niño y entra, poco a poco, en la adultez. Tamaki traza un fresco de la adolescencia a partir de las conversaciones de las chicas que ya sienten mayores y empiezan a hablar de sexo con una inocencia con una inocencia conmovedora, de unas chicas que quieren hacer cosas de adultos y se ponen a ver películas de terror aunque luego pasen miedo por las noches, y, finalmente, a partir de un enamoramiento de un chico mayor. Esta faceta del cómic me recordó mucho a los cuentos de Turgeniev, al modo en que a partir de una anécdota te cuenta con una delicadeza exquisita lo que es la naturaleza humana. 

    Puestos a hacer paralalelismos, también me recordó por momentos a algunos cuentos de Cheever, sobre todo aquellos que tienen cierto aire costumbrista. Es como si pusiese un espejo ante una familia americana más o menos típica. 

   Y, por último, está el dibujo, en tonos azules, eficaz, en consonancia con ese aire nostálgico que tiene el cómic. 

   Le recomiendo esta lectura solo a adultos que disfruten de las narraciones lentas, que se recrean en la belleza de la nostalgia y en lo vericuetos del alma humana. Jamás a adolescentes amantes de la acción. Para ellos ya llegará el momento de leer cómics como este. Leerlo ahora es como leer el Quiijote con quince años: una pérdida de tiempo. No entenderán nada y se aburrirán. 

   Nota: 9 sobre 10.