jueves, 10 de junio de 2021

Ulrich Beck y Elisabeht Gernheim: El normal caos del amor



El normal caos del amor: Las nuevas formas de la relación amorosa  Contextos: Amazon.es: Beck, Ulrich, Beck-Gernsheim, Elisabeth: Libros

    En el siglo XIX las personas establecíamos relaciones estables con las personas. Trabajábamos en un único lugar a lo largo de toda nuestra vida, lo que nos permitía tener siempre los mismos amigos, permanecer siempre cerca de nuestros familiares y, en lo que atañe al tema de este libro, tener un matrimonio único. En este sentido, el matrimonio era una institución estable. 

    El matrimonio tradicional era el resultado de las necesidades económicas del sistema económico de la época. La mujer necesitaba casarse para tener las necesidades vitales cubiertas -el marido era el encargado de llevar dinero a casa, ya que las mujeres estaban excluidas del mercado de trabajo-. El hombre también dependía del trabajo doméstico de las mujeres. Este trabajo, aunque no fuese remunerado, también es necesario para vivir, por lo que había una relación de interdependencia entre ambos sexos que se fraguaba en el matrimonio -esta relación, evidentemente, era desigual, pero esto no implica que no se necesitasen el uno al otro-. 

    La globalización supuso un cambio fundamental en las relaciones socioeconómicas. En el mundo líquido moderno, nada es estable. No solo es que las noticias apenas si duren unas horas en los medios de comunicación o que una app revolucionaria pase de moda en unos meses. El mercado laboral exige de las personas que cambien varias veces de empleo varias veces en su vida, que estén a disposición de la demanda de ese mercado. Cada cambio implica un cambio de lugar de domicilio y de relaciones. Dejamos atrás amigos, familia y, con frecuencia, la pareja. 

    Paralelamente, la incorporación de la mujer al trabajo, les dio la libertad para poder romper el matrimonio y poder emprender una nueva vida. 

    La globalización implica un nuevo proceso de individualización de la persona. El individuo y su propia felicidad se ponen en en centro de la aspiración de las personas. Nos percibimos a nosotros mismos como individuos ante todo, antes que miembros de grupos humanos. 

    Estas nuevas relaciones socioeconómicas se proyectan sobre la nueva concepción del matrimonio:

    a) El matrimonio ya no es una institución estable. Ahora ya no vemos la biografía amorosa de una persona como enlazada únicamente a otra única persona, sino que el currículum amoroso de alguien se entiende como una sucesión de fases, en las que tendrá varias parejas diferentes, periodos de soledad, etc...

    b) El modelo de matrimonio y relaciones amorosas es múltiple y diverso. Hasta los años sesenta, sexo, vivienda, paternidad, maternidad y amor estaban circunscritos al matrimonio. Ahora no. Tenemos hijos y sexo sin necesidad de estar casados, establecemos relaciones, incluso matrimoniales, con personas que tienen hijos de otra pareja, la persona a la que amamos vive con otra persona, nosotros vivimos solos -o no-, etc... 


    c) Las personas priorizamos nuestra propia individualidad, nuestra búsqueda de la felicidad, por encima de supuestas instituciones supraindividuales -en este caso el matrimonio-. El amor y el matrimonio nos son útiles y recurrimos a ellos en tanto que sean fuente de placer y bienestar. En el momento en que dejan de serlo, los abandonamos y buscamos esa felicidad en otra pareja. 

    d) El matrimonio ya no es una institución única y universal para todos los miembros de la sociedad. Precisamente como consecuencia de ese proceso de individualización, cada matrimonio es negociado, particularizado por los miembros de la pareja. Se negocian cláusulas para decidir a dónde se van de vacaciones, si se permiten otros compañeros sexuales, cómo se gestiona el dinero, etc... 

    e) El amor también es un concepto vacío, no universal, que los amantes tienen que rellenar, negociar entre ellos. No hay única forma de ser felices en el amor. Cada pareja tiene que encontrar su camino por medio de la negociación. El amor de cada pareja es, por tanto, único y diferente.  

    f) la persona continuamente móvil, fungible, que vuela y se mueve de aquí para allá de acuerdo con las necesidades del mercado laboral, siente ante sí mismo el vacío de una soledad radical. Al ser conscientes de que ninguna relación es duradera nos sentimos solos. Paradógicamente, el matrimonio se nos ofrece como la otra cara de la moneda de esta soledad radical. Buscamos en el tú, compartiendo intimidades, la estabilidad emocional que nos falta en la modernidad líquida. 
Aunque las relaciones sentimentales se han vuelto fungibles, buscamos en ellas la estabilidad y la seguridad frente al mundo exterior que cambia incesantemente. De ahí que Bech sostenga que en el siglo XXI hay una nueva religión terrenal del amor. Creemos que el amor nos va a dar el paraíso en la tierra, que nos va a hacer felices. 

    g) Como consecuencia del punto anterior, lo que mantiene vivo al matrimonio en tanto que institución social, es el miedo a la soledad. 

    h) Las personas educadas en el modelo de matrimonio anterior, sienten que su vida ha fracasado cuando la nueva realidad social les lleva a terminar con su matrimonio. 

    i) Los hijos, con todas las obligaciones que implican, son un obstáculo en el proceso de individualización. Sin embargo, y aunque resulte paradógico, los hijos también son un instrumento de los padres para huir de la soledad. Frente a las relaciones sentimentales fungibles, los hijos aparecen como una fuente de amor y seguridad permanente.

    h) En la Edad Media la función de los hijos era obtener mano de obra y un heredero para el capital de la familia. En la Edad Moderna, los hijos cuestan mucho dinero y esfuerzo. Su función ha cambiado radicalmente. Ahora la función es dar estabilidad emocional a esa biografía emocional en continuo devenir. Incluso, para algunas mujeres abrumadas por el exceso de racionalización del mundo laboral, el hijo se convierte en el refugio de naturalidad. Es como si quisiesen recuperar ese paraíso perdido a través de sus hijos.  

    g) En la Edad Media apenas si se prestaba atención a la educación de los niños. Los padres pasaban prácticamente todo el día realizando extenuantes trabajos físicos y, por la noche, no tenían ni fuerzas ni ganas para atender a la educación de sus vástagos. En la Era Industrial las cosas no cambiaron demasiado. Las taras, defectos o faltas que tuviesen los niños se achacaban a la voluntad divino y se debajan estar. Hoy en día hay una conciencia generalizada de que podemos intervenir directamente en el desarrollo de nuestros hijos. Esto deviene en dos consecuencias fundamentales:

- la primera es que el hecho de tener o no un hijo ha dejado de ser un proceso natural. Las personas se lo piensan, lo planifican y tratan de tenerlo todo controlado antes del parto. Se cuidan médicamente y se hacen todas las pruebas posibles para asegurarse de que el futuro recién nacido no tenga el más mínimo problema. Esto genera mucho estrés a algunas familias. 

- la segunda es que la educación de nuestros hijos se nos antoja como algo fundamental, de ahí que nos preocupemos hasta la extenuación de darle la mejor educación posible, no solo académicamente, sino de no traumatizarle con determinados castigos, de que el niño tenga lo que nosotros creemos un desarrollo emocional óptimo para ahorrarle problemas psicológicos en el futuro, etc...

    A priori, esta última consecuencia nos puede parecer positiva. Beck y Gernheim sostienen que nadie en su sano juicio puede afirmar que la infancia actual es peor que la de un niño en la Edad Media. Sin embargo, señalan que no es en absoluto perfecta. En primer lugar, porque somete al hogar a una hiperemocionalización continua. Los sentimientos se convierten en los tiranos de las familias. Y en segundo lugar, es fácil que la educación de nuestros hijos sufra desviaciones patológicas. Los padres tienden a proyectar sus frustraciones sobre sus hijos y los atosigan con una suerte de educación que, a su juicio, les va a mejorar. La mejora de la posición de los hijos con respecto de los padres se convierte en una obsesión para los progenitores. De este modo tendemos a dirigir excesivamente su educación académica -en caso de que los padres hayan sufrido carestías económicas y crean que los estudios son un ascensor social-, nos excedemos tolerando sus comportamientos -en caso de que los padres hayan padecido unos padres autoritarios-, caemos en formas patológicas de amor por exceso, cuando alguno de los progenitores no se sintió querido por sus propios padres, etc...

 

    g) El proceso de individualización de las sociedades modernas tiene dos consecuencias:

- Las personas buscamos nuestra felicidad individual. Ya no nos encerramos en moldes heredados. Podemos optar por diferentes opciones en pos de este objetivo vital -esto tiene mucho que ver con el concepto de reflexividad de Giddens-. 
- El sentido de la vida ya no nos viene dado por la religión. Ahora debemos buscarlo aquí y ahora en nuestra propia felicidad. 

    Estos dos hechos hacen que los matrimonios sean el resultado de la negociación de dos personas con dos proyectos de felicidad diferentes porque son propios y personales. 

    g) La crisis de la mediana edad es, en cierta manera, la reedición tardía de la crisis de la adolescencia. Ante el miedo a la soledad del mundo líquido, nos hemos refugiado en la pareja. Los primeros años de esta relación son los de la lucha conjunta por unos objetivos, la crianza de los hijos, el despegue de la carrera profesional, etc... Pero una vez alcanzados esos objetivos, nos damos cuenta de que en el proceso de negociación que es la pareja, hemos renunciado a varios aspectos que consideramos importantes para nuestra felicidad personal. Entonces la familia se ve como un lastre, una enemiga.