miércoles, 28 de mayo de 2014

¿Por qué las clases medias se vuelven conservadoras?


 ¿Por qué las clases medias se vuelven conservadoras?




          LA ESCENA COSTUMBRISTA CON LA QUE ME ENCONTRÉ EL OTRO DÍA:

   Es sábado, el día antes de las elecciones europeas, la jornada que se supone de reflexión. Estamos  en la terraza de una cafetería. Haya sillas y mesas y sombrillas de propaganda de cerveza plegadas. Sentados alrededor de una mesa hay dos matrimonios de mediana edad. Visten a la moda, con zapatillas New Balance y pantalones ajustados remangados. Fuman, beben cañas y comen aceitunas. Una de las mujeres lleva gafas del sol. Unos metros más allá tres niños juegan a la pelota. Son sus hijos. Una madre levanta la voz para ordenarles que tengan cuidado con la pelota.
     -Perdona por interrumpirte. -le dice a uno de los hombres- Es que van a acabar rompiendo un cristal.
     El marido de su amiga acepta la disculpa y continúa con su discurso.
     -Yo he tenido que currármelo. Mis padres no son condes ni marqueses. Mi padre era representante y mi madre ama de casa. Pasé mis seis años en la facultad de medicina, mis dos de MIR... si ahora me va bien, es porque me lo curré. Todos tuvimos la oportunidad de estudiar. Si con dieciocho años te ponías a servir copas...
     Su mujer decide apoyar las palabras de su marido:
     -Es que a nosotros nos va bien con el PP. Ángel es autónomo y no hacemos más que pagar impuestos.
     La otra mujer, su mejor amiga, no puede estar más de acuerdo. Su marido, abogado, y ella, empleada de banca, se encuentran en la misma situación. No entiende por qué, si ella paga un seguro médico privado y el colegio de sus niños, tienen que pagar tantos impuestos. Por qué pagar al Estado por algo que no usan. 
     Su marido, menos sutil, reconoce que él tampoco desciende de la pata del Cid y se embarca en una diatriba contra la cultura de la subvención y los funcionarios en general.

    LA PREGUNTA:
     ¿Por qué las clases medias se han vuelto consevadoras?
   
     LA RESPUESTA:
    Hace treinta años, entre las clases medias había la percepción generalizada de que el estado del bienestar beneficiaba a todos. Esos padres con empleo de baja cualificación -representantes, taxistas, camareros...- pudieron mandar a sus hijos a la universidad y tuvieron acceso a la sanidad, cosa impensable sin las políticas redistributivas y las subvenciones del estado del bienestar.
     Además, vieron cómo sus sueldos crecían y tenían por primera vez acceso a una vivienda en propiedad y hasta un mes de vacaciones en un pueblo de la costa levantina.
     Hoy los hijos de estos padres no perciben que el estado del bienestar los beneficie en nada. Gracias a su trabajo de alta cualificación universitaria, tienen dinero para pagarse un seguro de medicina privada y el colegio de sus hijos. Normalmente no harán uso de las prestaciones por desempleo, de modo que consideran el estado del bienestar como un engorro, un lastre de impuestos para que se beneficencien otros.
     Dar así, abiertamente, estos argumentos puede dar la impresión de cierto egoísmo, de poca sensibilidad, sobre todo en los tiempos que corren. De ahí que recurran con cierta frecuencia al discurso de la meritocracia, de que todos tenemos las mismas oportunidades y que las desigualdades sociales son el resultado de las diferencias en el esfuerzo y el talento.

     EL COMENTARIO

     1. El viraje de las clases medias hacia el conservadurismo político es de una hipocresía horrible. Si esos hijos de taxistas, camareros, etc. han ido a la universidad, ha sido gracias a esos impuestos que ahora perciben como un lastre. Y ya lo dice la sabiduría popular: de bien nacidos es ser agradecidos.
     2. El neoliberalismo salvaje no beneficia a los autónomos de clase media como ese médico que vive de los servicios privados. En una sociedad polarizada, sin clases medias, poco serán los que puedan recurrir a los servicios de un médico privado como él. Y lo mismo sucede con los arquitectos que se dedican a reformas y casas pequeñas, con los abogados, etc.
     3. Las  clases medias pueden acceder a un seguro médico privado porque hay una Seguridad Social a la que derivan los tratamientos más caros. Y, si pagan un colegio concertado, es porque los engañan con el transporte, el comedor y las actividades extraescolares, porque los colegios concertados están subvencionados exactamente igual que los públicos.
    4. El discurso moral con el que justifican su comportamiento egoísta es falso. Sería muy engorroso desmenuzar aquí las estadísticas. Os remito, por ejemplo, a Owen Jones (*). Pero, aunque fuese cierto, tendría que haber igualdad de oportunidades para todos, esa igualdad que se pierde cuando se retiran las subvenciones y la enseñanza pública.
     5. Y, como dice mi amigo T, lo peor es que estas nuevas clases medias conservadoras ni siquiera saben que lo son gracias al estado del bienestar.

jueves, 22 de mayo de 2014

Submundo. Don DeLillo


Submundo. Don DeLillo

                                              

Submundo es una novela desconcertante. Me gustó, claro que me gustó. Pero no sé si estamos ante una obra de arte con mayúsculas o ante un producto de época. En la red podemos encontrar desde los que la denostan sin piedad a fieles incondicionales –entre estos últimos no me resisto a destacar a Harold Bloom, que lo considera uno de los cuatro grandes escritores americanos del S. XX, junto a Pynchon, Roth y McCarthy-. No sé. Será el juicio de la historia el que la sitúe en el lugar que le corresponde. En cualquier caso, creo que merece la pena leerla. Pero, antes de que os lancéis a esta aventura, debo preveniros de un par de cosillas: es un tocho de cuidado –novecientas páginas-; y no es una novela fácil, requiere cierto esfuerzo por parte del lector.

Resumir el argumento de Submundo es bastante complicado, porque la obra entrelaza personajes y tramas. La novela cuenta la vida de Nick Shay, un americano de origen italiano que se dedica a la gestión de residuos y, alrededor de él, aparecen una legión de personajes secundarios, cada uno con su propia historia, no siempre estrechamente relacionada con la del protagonista. Por Submundo circulan un niño negro que se cuela para ver el histórico partido de beísbol entre los NY Giants y LA Dodgers, la mujer de Nick, que mantiene una relación adúltera con un amigo de su marido y experimenta con la heroína, una monja obsesionada con la limpieza, un hermano atormentado por su trabajo en el sector nuclear, un graffitero que pinta un ángel cada vez que muere alguien en el Bronx, una pandilla de jóvenes italoamericanos, una artista de mediano talento y muchos más.
Hasta aquí todo lo que puedo contar del argumento, porque, como digo, es una novela compleja, densa. Precisamente por esta complejidad, se ha acusado a Submundo de ser demasiado dispersa, de no tener un hilo conductor común, de modo que el lector se pierde, como si el autor no tuviese un objetivo claro. Humildemente creo que los que acusan a Submundo de esto es que no han entendido nada. La clave de la novela ya nos la da el título: Submundo.
En primer lugar, Submundo es una metáfora en tres planos:
a) en un plano material: la sociedad de consumo provoca una enorme cantidad de residuos que deben ser gestionados de alguna manera. Compramos, consumimos y desechamos.
b) en un plano humano: el capitalismo provoca excrecencias, millones de personas desorientadas, sin asideros, o, directamente, excluidos del sistema. Residuos humanos de la sociedad de consumo: pobres, atormentados o ambas cosas. Y es en estos estratos de la población en los que bucea DeLillo.
c) los dos planos anteriores se concretan en la figura de Nick Shay, marginado de joven y hombre maduro desorientado en la vida, incapaz de sentir hacia afuera, que se dedica a la gestión de desperdicios, incluso de los nucleares.
En segundo lugar, Submundo nos remite al modo en que las personas corrientes vivimos los acontecimientos de la Historia.
Uno de los grandes temas de Submundo es la noción de conflicto. En un sentido primario, se trata de la guerra fría, que ocupa una buena parte de la novela, pero además del conflicto histórico, están las consecuencias de la guerra fría y cómo afectó a la gente en su manera de sentir y de pensar. La gente tuvo que seguir viviendo a través de aquella crisis histórica. El partido de béisbol que abre la novela es una forma de contrahistoria, en el sentido que le doy al término. La gente de a pie debe vivir a contramano de la Historia, trascendiéndola, protegiéndose de ella.


Entrevista con Don Delillo hecha por Eduardo Lago


en Babelia, el suplemento cultural del diario El País.

Creo que DeLillo lo deja bastante claro: la historia de todos y cada uno de los personajes es el modo en que tuvieron que vivir su vida en el contexto histórico de la guerra fría, el modo en que cada cual luchó contra los acontecimientos de la historia y cómo lo superaron o fueron triturados. En otras palabras: Submundo nos cuenta la manera en que la historia con minúsculas de las personas se enfrenta a la Historia con mayúsculas del mundo.
Además, por si esto no fuese suficiente, prácticamente todos los personajes convergen en el penúltimo capítulo, durante los primeros años de juventud de Nick Shay.
Esto último me lleva a señalar uno de los que considero mejores aciertos de la novela: en ella, DeLillo rompe la línea temporal: salvo el primer y el último capítulo, la novela está contada hacia atrás, desde el presente hacia el pasado. De entrada nos presentan a los actores de hoy, y, poco a poco, vamos descubriendo su pasado, hasta construir una colección de personajes redondos. He leído por ahí que la novela se limita a personajes estereotipados. Nada más lejos de la realidad. Sólo podríamos hablar de estereotipos si nos quedamos con el actor del presente, sin tener en cuenta el pasado que se nos va desvelando poco a poco. Pongamos, por ejemplo, el caso de Nick, el protagonista. En su primer monólogo, en el capítulo dos, se nos ofrece como el típico personaje de la novela americana contemporánea. El sistema neoliberal ha traído consigo una nueva visión del mundo y del hombre cimentada sobre un individualismo radical. Este individualismo tiene una proyección moral, que es el hedonismo por encima de todo. El hombre se vuelve hacia sí mismo, buscando en todo momento la satisfacción de sus propios intereses. Esto se concreta en seres solitarios, incapaces de sentir hacia fuera, como si hubiese una barrera entre ellos y el mundo. Paradógicamente, esta búsqueda desesperada del hedonismo, sólo trae sujetos atormentados, infelices, perdidos, sin referentes a los que asirse. Pero DeLillo no se queda ahí. Poco a poco, nos vamos enterando de que Nick mató a un hombre por accidente, que pasó varios años por el reformatorio, que deforma el abandono temprano del padre hasta convertirlo en un ajuste de cuentas de la mafia, etc. Si DeLillo se quedase en el protagonista perdido en el mundo, sería Richard Ford, pero bucea en los orígenes étnicos y sociales de sus personajes y en las circunstancias que conformaron su identidad.
Para terminar –esto es un blog, no una tesis doctoral- quiero rebatir a aquellos que critican la novela por sus quiebros y requiebros que desconciertan al lector hasta casi perderlo. A mí me pasó lo mismo. Como a cualquiera que lea Submundo. Pero es que es una nebulosa deliberada. En el momento en que tomé conciencia de que no debía buscar puentes que uniesen las diversas historias, sino que debía entregarme a la belleza de cada una, como si fuesen narraciones cerradas en sí mismas, disfruté como un enano. Además, repito que esos requiebros se solucionan en el penúltimo capítulo, cuando convergen los personajes.
Cuestionarse, como hacen muchos, que sea La Gran Novela Americana es una gilipollez. Es una gran novela y punto.

lunes, 19 de mayo de 2014

Sobre Isabel Carrasco, Twitter, la libertad de expresión y algunas cosas más.

Sobre Isabel Carrasco, Twitter, la libertad de expresión y algunas cosas más.





     Los hechos:
     Era Lunes por la tarde. La radio da la noticia: Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, ha sido abatida en un medio de la calle. El asaltante le disparó tres veces a quemarropa y una cuarta vez para rematarla, ya con la víctima en el suelo. El/los asaltante/s se dio/dieron a la fuga en un coche, pero gracias a una rápida y eficaz intervención policial ya han sido detenidos.
      Hasta aquí la información que dieron los medios aquella tarde de Mayo. 
      Isabel Carrasco no era, ni mucho menos, un personaje anónimo. Era, entre otras cosas, conocida por los miembros de su propio partido como "la de los trece sueldos", en alusión a las trece nóminas que cobraba. Era Presidenta de la Diputación de León, era Presidenta del Partido Popular de su Comunidad,  diputada y supongo que  consejera en varias de esas Cajas de Ahorros que quebraron por su buena gestión. Y así hasta llegar al número trece. Asimismo, a menudo se relacionaba a Isabel Carrasco con Margaret Tatcher por la dureza de su carácter y la implacabilidad con la que aplicaba sus políticas neoliberales.
      Por aquellos días, el país pasaba por la peor recesión económica en cien años. Una de cuatro personas en disposición de trabajar carecía de empleo. Más de un millón de familias no tenía ningún ingreso. El número de deshaucios había ascendido a 28000 aquel año y el de familias que habían entregado las llaves de su casa al banco por no poder hacer frente a la hipoteca llegaba casi a 50000. Varias asociaciones benéficas se confesaban superadas por el espectacular aumento de la necesidad de ayudas, y la brecha abierta entre las distintas clases sociales amenazaba con ser insuperable. Paralelamente, los Gobiernos, acuciados por la crisis de deuda pública, ponían en práctica duras medidas de supresión de gastos sociales.
      Aunque los medios trataron de ser lo más cautos posibles, este esceanrio se prestaba a la proliferación de la rumorología. En la mente de todos estaba el crimen político.
     -Alguien que, desesperado, se cargó al político de turno. -se oía decir a algunos en los bares.
     -Se veía venir. -respondían otros.
     Era la época de las redes sociales. Millones de Twits, Whatsaps y comentarios de Facebook inundaron la red. La inmensa mayoría fueron respetuosos porque, en el fondo, pocos son los que se alegran de la muerte de alguien. Pero hubo algunos, muy pocos en comparación con los de condolencias, que se congratulaban del asesinato de esta lideresa del partido conservador. Aunque pronto se comunicó que se trataba de una venganza personal y no de un crimen polítco, hubo alguien que animó a continuar con esta acción justiciera y acabar a tiros con toda la clase política, especialmente con los del ala derecha.
     Entonces fue el momento de que Fernandez Diaz, ministro del interior del partido conservador en el poder, anunciase que había dado orden a la policía de investigar los mensajes vertidos en las redes sociales. Dos días después, dos personas eran detenidas. Una de ellas, un joven de diecinueve años, fue acompañado por su madre a la comisaría. Los movimientos políticos no se quedaron ahí. Varios altos cargos políticos y creadores de opinión pública alertaron sobre la necesidad de una ley que controlara las expresiones de Facebook o Twitter que pudiesen "exaltar el terrorismo" o "incitar a al violencia". Incluso la prensa progresista se posicionó a favor de regular la red. Sólo algunas voces vieron en este movimiento un atentado a la libertad de expresión. Increíblemente, Durán i Lleida, un político conservador nacionalista, estaba entre ellos.
     -Lo que se opone a la democracia es la anarquía. -fue la justificación del Ministro.


     Pues bien. Yo sobre todo esto tengo mucho que opinar. Mucho de lo que diré aquí no son ideas originales mías, sino de amigos, cosas que han salido en conversaciones y que recojo. Si no doy la fuente original, es porque sería un engorro de leer.
        En primer lugar, me centraré en las palabras del ministro. "Lo que se opone a la democracia es la anarquía". No. Lo que se opone a la democracia es la tiranía. La anarquía es la falta de orden político. Lo que se opone a la falta de orden político es la existencia del mismo, pero este orden puede ser de muchas formas: despotismo, democracia, tiranía, etc... Dentro de los órdenes políticos, el que se opone a la democracia es la tiranía. La democracia es la forma de gobierno por la cual todos los ciudadanos tienen el derecho a expresarse libremente y a que su opinión sea tenida en cuenta por medio de la votación. En esto se opone a la tiranía, que es definida por la RAE como "Abuso o imposición en grado extraordinario de cualquier poder, fuerza o superioridad.", es decir, un sistema político en el que, entre otras cosas, uno no puede expresarse libremente. De todo esto se deduce que Fernández Díaz ha hecho un uso torticero del lenguaje y que, apropiándose de la palabra, trata de justificar con la democracia prácticas tiránicas. Si somos demócratas, todos tenemos derecho a opinar y expresar lo que nos dé la gana. Incluso aquellos que están en contra de la democracia. A mí personalmente me parecen de muy mal gusto esos comentarios que se alegraban de la muerte de Isabel Carrasco. Me parece feo y hasta de mala persona. Pero no por ello los voy a amordazar. Como demócrata, mi deber está en convencer por medio de la razón, no de la fuerza. Debo afearles su conducta, no prohibirla, por poco que me guste.
       Si contemplamos este hecho en perspectiva, no se trata de algo aislado .Como dije en el artículo en el que hablaba de Loïc Wacquiant (aquí), el sistema neoliberal -esa suerte de ley de la selva económica- convierte a millones de personas en parias, gente sin recursos ni oportunidades. Y, en consecuencia, los brotes de descontento son inevitables. En España ya llevamos unos cuantos: scratches, el 15M, Stop Desahucios, la leña brutal contra la policía en la manifestación de Madrid de hace unas semanas, suicidios, etc... Ante esto, el Estado Neoliberal tiende a blindarse: criminaliza y penaliza cualquier disensión. Como dice Wacquant, el estado social se sustituye por el estado penal: leyes contra acampar en Sol, leyes contra manifestarse, se pidieron penas de cárcel a los que le hicieron el scratch a Dolores de Cospedal, a los catalanes que insultaron a los políticos en la puerta del Parlament les piden unas penas absolutamente desproporcionadas, y ahora a aquellos que dijeron cosas que no les gustaron a nuestros gobernantes en Twitter los amenazan con el trullo. Como nuestro sistema legal todavía no preveía la posibilidad de esta forma de disensión, se proponen hacer una ley que lo haga.
      En un uso absolutamente manipulador del lenguaje, se engloba bajo la etiqueta "antisistema" todos los movimientos de disidencia, de modo que se ponen al mismo nivel la pederastia, el terrorismo, los perroflautas, los punkies y toda aquella gente que acampó en la Plaza de Sol. El argumento del poder pasa por decir que los demócratas sí tienen representación. Sólo tienen que ir a votar y que unos diputados los representarán sus intereses en el Parlamento. Si no crees en este sistema de representación parlamentaria, eres un antisistema. Quizá muchos de los consumidores de los medios de comunicación no se hayan dado cuenta, pero los acampados de Sol no eran terroristas. Ni siquiera pedían pacíficamente un nuevo orden mundial. Sólo querían que el orden que tenemos fuese justo. A su lado, Gandhi era un terrorista del IRA. Y lo vuelvo a repetir una vez más: tal vez no nos gusten los comentarios que incitaban a acabar con políticos, pero esos comentarios no mataron a nadie. Son palabras y, como dice el refrán, del dicho al hecho hay un trecho.



Dos eslóganes del 15M. Como se ve, sólo son cursis, no violentos.





      Podría seguir durante un buen rato disertando sobre la libertad de expresión, pero esto es un blog y nadie lee artículos de más de cuatro párrafos. Pero no me resisto a señalar que Twitter y Facebook como formas de incitación a la violencia sólo son legislados y sus usuarios criminalizados cuando los comentarios atentan contra el poder. Sólo hay que darse una vuelta por cualquier buscador para ver lo que se dice de los abertzales vascos -por ejemplo de Otegui- o los independentistas catalanes. No soy en absoluto simpatizante del nacionalismo, pero me imagino lo que se hubiese dicho en las redes sociales si, por poner un ejemplo, un militante del Partido Popular de Euskadi, harto del acoso del entorno abertzale, hubiese entrado en barrena y le hubiese pegado cuatro tiros a un borroka. Y dudo mucho que el Ministro de Interior hubiese entrado a legislar por "incitación a la violencia".
       
    

jueves, 15 de mayo de 2014

Ocho apellidos vascos

Ocho apellidos vascos




    Todo el mundo habla de ella, la película española que más ha recaudado de la historia, está permanentemente en radio y televisión... Todo esto no es mucho decir, porque en esta nómina también están Airbag, Torrente o El Día de la Bestia, películas que tienen algún chistecillo pero que no dejan la más mínima huella. Esto por no hablar de los bodrios de Garci.
  Ocho apellidos vascos es una película total y absolutamente insustancial.
   Un amigo -cuya presencia en este blog empieza a ser fija- me dijo que daba la impresión de que el Dani Rovira tenía cuatro chistecillos más o menos graciosos y que no sabía cómo engancharlos. Entonces los encajó en la estructura típica de la comedia romántica moderna. Y eso es exactamente Ocho apellidos vascos: la típica comedia de Jennifer Aniston o Hugh Grant salpimentada con cuatro chistes de estereotipos de vascos y andaluces -un recurso, por otra parte, bastante manido. De toda la vida se han hecho chistes sobre vascos, gallegos, catalanes, etc... apelando a los tópicos sobre el carácter de los pueblos-. Si en lugar de Clara Lago y Dani Rovira, estuviesen Jennifer Aniston y cualquier otro galán hollywoodiense, y, si en lugar de Andalucía y el País Vasco, fuesen Montana y Utah, por ejemplo, tendríamos una de esas comedias románticas edulcoradas que echan los Sábados por la tarde en Antena 3. 
La ventana en Bilbao
    Hace un par de semanas, el magazine radiofónico de mayor audiencia se desplazó a Bilbao para festejar el modo en que Ocho apellidos vascos desmonta los tópicos sobre las distintas nacionalidades españolas, todo ello con el tonillo progre que tiene este programa. Esto es el colmo de querer aprovechar un fenómeno comercial para llenar cuatro horas de radio y de autobombo, porque Ocho apellidos vascos no desmonta nada de nada. De experimento artístico-sociológico nada.
    En una de esas revistas que dan con los periódicos los Domingos y que sólo sirven para ojear mientras uno está sentado en la taza del wáter, Clara Lago decía que estaban sorprendidos por el revuelo que estaba provocando la película. No leí la entrevista entera -me llegó con el titular-, pero creo que en esta declaración sale a la luz la verdad de la película: que ellos sólo se proponían hacer una chorradita romántico-cómica, sin más pretensiones -cosa que respeto profundamente- y que el resto fue una estrategia comercial que aprovechó el momento.
    El otro día, comentando la película con mis compañeras de trabajo, una me dijo que Ocho apellidos vascos demostraba que la gente quiere ver cosas de aquí. Esto es una verdad a medias. A los españoles no nos gusta el cine español. Prueba de ello es que la inmensa mayoría de las películas que triunfaron en taquilla -El día de la Bestia, Amenábar, etc...- eran cine americano un poco maquillado con escenarios y actores españoles -con la única excepción de Almodóvar, que tampoco me gusta, pero ese es otro tema-. Supongo que esto es normal, porque, a fin de cuentas, el cine americano es el que estamos acostumbrados a ver, nos resulta fácil porque reconocemos las estructuras que sustentan la narración de modo que no tenemos que hacer esfuerzos de comprensión, y por eso nos gusta. Pero los españoles también somos bastante nacionalistas, así que, si el director nos engaña haciéndonos creer que estamos viendo un producto typical spanish sólo con poner actores españoles y paisajes españoles, estamos encantados y llenamos los cines para fomentar nuestro cine. Pues bien. Esto es fomentar nuestro cine también a medias. Fomentamos nuestras productoas -este uso del posesivo en plural es un poco torticero, porque yo no tengo ninguna participación en esas productoras-, pero de cine español nada de nada. Es cine hecho en España, pero con los moldes americanos. Fomentamos copias de segunda, no un producto característico de aquí. -aunque, si lo pienso, el producto cinematográfico característico de España es la enésima película sobre la Guerra Civil, y no sé qué preferiré-.
    Para más inri, Ocho apellidos vascos no me hizo reír absolutamente nada. No porque los chistes sean malos, sino porque ya los había visto en los millones de cortes publicitarios que copan los medios de comunicación, así que no pude quedarme con el componente cómico de la película, y en lo poco que me pude fijar fue en la parte romántica.
    En conclusión: si se ve como una película sin pretensiones, de esas que uno ve con su novia o pareja con una Fanta y unas palomitas, no tengo nada que objetar. Todo tiene su momento y uno no va a estar todo el día viendo cine expresionista alemán. Cuando llego a casa, después de un día duro de trabajo, no me apetece ver Dies Irae, por decir algo. Prefiero algo ligerito que no me haga pensar. Pero si queremos ver en Ocho apellidos vascos algo más, nos estamos equivocando de parte a parte. Recomendada para los incondicionales de la comedia romántica. Hay perversiones de todo tipo. A mí me gustó la primera temporada de True Blood y sé que es una mierda con todas las letras. Pero para nadie más.

El gag en la manifestación que estamos hartos de ver.

Los amigos andaluces. Para mí lo mejor de la peli.

martes, 13 de mayo de 2014

Gótico Carpintero. Willian Gaddis



Gótico Carpintero. William Gaddis




                Tengo un amigo que está atento a las novedades del mercado editorial. Es una suerte para mí, porque me mantiene informado.
                -Si quieres ser un tío cool, tienes que leer Gótico Carpintero. –me dijo con cierta ironía.
                Estaba en lo cierto, porque anduve buscando por internet y di con facilidad con un montón de blogs que babeaban con la novela. Muchos me remitían a la crítica que había hecho Javier Avilés, que debe ser un blogger que marca la tendencia de lo que hay que leer para estar en la onda (su blog). Siempre me ha llamado la atención esa tendencia de los snobs de hablar de cosas que sólo han leído, visto o escuchado ellos, cuando, si Cervantes, Tolstoi o Dostoievski son autores universales, por encima de las modas y del tiempo, por algo será. Pero este es otro tema. Volviendo a lo de ser cool: si queréis daros tono hablando de William Gaddis tenéis dos opciones: o bien ser un cool de pastel, leer una reseña como esta y hablar de segundas, o bien currároslo, pero currároslo de verdad, porque Gótico Carpintero es una novela difícil –y eso que dicen que es la más sencilla de Gaddis-.
                Gótico Carpintero se desarrolla en una casa cerca del río Hudson de estilo gótico carpintero –es un tipo de casa de madera que imitaba el estilo gótico europeo, com la que sale en la portada del libro-. Esta casa ha sido alquilada por un matrimonio, Paul y Liz. Él es un veterano de guerra caradura que promociona los productos de un reverendo iluminado, y ella una bella mujer pelirroja que se pasa el tiempo llamando por teléfono para tratar de defraudar al seguro –esto lo sé porque lo dice la contraportada, porque yo no lo tengo tan claro-. Liz es hija de un gran hombre de negocios turbios que se ha suicidado. Por esa casa pasa el hermano menor de Liz, otro caradura pseudohippie traumatizado por la relación con su padre, y McCandless, el dueño de la casa, un geógrafo medio tronado y medio escritor que parece obsesionado con el problema político de África. Hay un adulterio y una vuelta a la trama al final que sorprende al lector, todo ello al servicio de reflejar la decadencia de una familia, en una decadente casa, ambos símbolos del resquebrajamiento del sueño americano.          
                Gótico  Carpintero no es una novela fácil por muchas razones. En primer lugar, Gaddis apenas si refiere la acción. La historia tienes que reconstruirla a partir de los diálogos de los personajes. Ante los ojos del lector lo único que se presenta son escenas, diálogos al más puro estilo teatral. A partir de ellos, de lo que dicen los personajes que hicieron y de lo que dicen unos de otros, el lector reconstruye la acción. Esto ya es bastante pesado de por sí. Pero es que además los diálogos no son los diálogos propios de la novela decimonónica, perfectamente redactados en párrafos estructurados y oraciones bien construidas. No. Gaddis busca el realismo y, para ello, la voz de sus personajes son alocuciones breves, llenas de anacolutos, incoherencias, cambios de tema bruscos, vueltas una y otra vez sobre lo mismo, etc… Exactamente igual a las conversaciones en la vida real.
                Si me permitís la pedantería –y tenéis que hacerlo porque estoy hablando de una novela muy cool-, para explicar el tiempo de esta novela voy a echar mano del formalismo ruso y el estructuralismo. Creo que era Todorov uno de los que distinguía entre el tiempo de la historia –lo que tardaría en suceder lo que se cuenta-, y el tiempo del relato –el tiempo que el narrador se toma para contar cada uno de los acontecimientos de esa historia-. A su vez, Gerard Genette, al hablar de la duración del tiempo de la narración, distinguía entre pausa –el tiempo del discurso es mucha más lento que el de la historia, el ritmo se detiene como en las descripciones-, escena –el tiempo del discurso y el de la historia es el mismo, como en el cine o el teatro-, el resumen –el tiempo del discurso es menor al de la historia, el narrador condensa en unos pocos párrafos grandes periodos de tiempo-, y elipsis –el narrador omite cosas-. Gótico Carpintero es una sucesión de escenas. No hay resúmenes que nos indiquen lo que ha pasado entre una escena y otra. Sólo elipsis. Para enterarnos de lo sucedido, tenemos que volver otra vez a lo dicho por los personajes. Y,  muy de vez en cuando, hay largas pausas, con prolijas descripciones muy líricas.
                La novela cuenta con muy pocos personajes. Apenas una decena. Y muchos de ellos ni siquiera aparecen en escena. El reverendo o Edie, la amiga íntima de Liz, nunca coinciden en una escena con el resto de los personajes. Sólo sabemos de ellos lo que nos refieren otros.
                Hay un único espacio: la casa de estilo gótico carpintero. Lo que pasa fuera de ella, como sucedía con la acción y los personajes, hay que deducirlo de las conversaciones.
                Todo esto ya sería suficiente para que la lectura de esta novela fuese difícil, un eufemismo para evitar la verdad: es lenta y farragosa. Pero es que la cosa no queda ahí. Cuando el autor considera oportuno, se salta los signos de puntuación.
                William Gaddis dijo que Gótico Carpintero era un ejercicio de estilo en el que quería condensar tiempo y espacio. Yo no veo en este ejercicio nada nuevo ni asombroso, porque, de lo dicho hasta ahora, con la única excepción de las esporádicas descripciones, se deduce que es una obra de teatro escrita en forma de novela. Gótico Carpintero es exactamente eso: una obra de teatro un poco larga escrita en el molde de la novela. Justo al revés que La Celestina. Tal vez sea un ejercicio de estilo, pero de nuevo nada de nada, porque, que yo sepa, los griegos ya condensaban la historia de unos pocos personajes en un único escenario y un tiempo breve.
                En cualquier caso, no me gustaría que os quedase la impresión de que Gótico Carpintero es una mierda. Ni mucho menos. Es una buena novela. William Gaddis dijo de ella que era un ejercicio de estilo y por eso en esta reseña me he centrado fundamentalmente en aspectos formales. Gótico Carpintero es una buena novela, pero no por este ejercicio de estilo, que hace que la lectura sea farragosa, sino por lo que cuenta, por el contenido. Los personajes son redondos y refleja muy bien la ruptura del sueño americano, el modo en que bajo las apariencias se oculta una oscura realidad. Con ella me sucedió como con Los Hermanos Karamazhov, que, durante la lectura, se me hizo difícil, pero que, cuando pasó el tiempo y la dejé reposar en la memoria, fui encontrando matices, la historia fue creciendo y tuve la certeza de que había leído algo grande. Y este es el verdadero test para la literatura, que con el paso del tiempo tengas la sensación de que era algo grande y no que le faltaba algo. Pero para que os cuenten las maravillas de Gótico Carpintero ya tenéis los blogs de nuevas tendencias. Y es cierto lo que cuentan. Es literatura con mayúsculas. Yo sólo os prevengo: si queréis estar a la última, os lo vais a tener que currar.

lunes, 5 de mayo de 2014

Tetralogía de los parias contemporáneos III: Loïc Wacquant

Tetralogía de los parias contemporáneos III: Loïc Wacquant.

Loïc Wacquant


     Loïc Wacquant fue primero discípulo y luego colaborador de Pierre Bourdieu, lo que es una carta de presentación impresionante. Aparte de esto, escribió un ensayo sobre boxeo en una sala de mala muerte de un guetto negro de no sé qué ciudad de Estados Unidos que está cojonudo. Y muchos libros de sociología, que es lo que nos interesa ahora.
Loïc Wacquant boxeando en Contra las cuerdas
      Loïc Wacquant habla, fundamentalmente, de las cárceles y el sistema penal. Según Wacquant, el sistema neoliberal que impera en Estados Unidos y Europa desde finales de los años setenta del siglo pasado genera grandes bolsas de población depauperada, que no puede acceder a un puesto de trabajo o que la remuneración que recibe por su trabajo está por debajo de lo que necesita el individuo para sobrevivir. Drogadictos, jóvenes sin empleo, vagabundos, madres solteras, etc... son el resultado de que no hay trabajo. La profecía marxista de que la tecnología nos permitiría gozar de mayor tiempo de ocio no ha resultado del todo cierta. En lugar de trabajar menos tiempo, lo hace menos gente. El antiguo estado postkeynesiano de la solidaridad trataba, en la medida de lo posible, de repartir la riqueza y el trabajo para que no hubiese grandes desigualdades sociales. Pero esta moral de la responsabilidad común fue sustituida por el individualismo calvinista. Los pobres y los marginados ya no son un problema de la sociedad, sino un problema individual, es decir, de ellos mismos. Si eres pobre, es tu problema. Así, el viejo estado postkeynesiano, que nosostros conocemos como el estado del bienestar, fue sustituido por una suerte de organización política que ha abdicado de todo lo que no sea económico. Lo social, el urbanismo, la educación, la medicina, etc... van pasando de la tutela pública a manos privadas. Pero no todo el mundo puede pagar por ello, así que surgen esos sectores de la población depauperados a los que les estoy dedicando esta tetratología. ( Owen Jones , Bauman)
      Hasta aquí Wacquant no dice nada nuevo. Es el discurso que oímos todos los días. Hasta lo sueltan Rubalcaba y Soraya Rodríguez, como si la famosa tercera vía no fuese copartícipe del giro neoliberal que ha tomado el mundo. De hecho, Bill Clinton construyó más cárceles y destinó más presupuesto a la seguridad interna que el mismísimo Ronald Reagan.
        Dice Loïc Wacquant que la penalización es una forma de ocultamiento del problema. Antes, los drogadictos, las madres adolescentes y los mendigos eran un problema social. Ahora son un problema por ellos mismos, así que se los culpabiliza por su situación y se los reprime. Multas y cárcel para los pobres. La política carcelaria forma parte de un plan para redefinir la función del estado en el plano económico, asistencial y social y sustituir el estado del bienestar por el estado penal. En palabras de Wacquant, el estado policial funciona como una aspiradora que absorbe a los damnificados del estado neoliberal. El sistema neoliberal abandona a cada uno a su suerte. Esto no sería un problema si hubiese trabajo para todos, pero con una legislación que deja todo el poder en manos de las empresas, sobran trabajadores, de modo que pueden depauperarse las condiciones de vida de los pocos que tienen trabajo y, los que no lo tienen, pasan directamente a la mendicidad. Pero como se considera que la responsabilidad es individual, nadie se ocupa de estos parias modernos. Es más, se hace recaer la responsabilidad de su situación sobre ellos mismos y se los criminaliza. Por supuesto, los delitos de guante blanco, que son los que realmente afectan al tejido social, son castigados con penas ridículas, cuando directamente ni se los contempla en el sistema penal.
          Por supuesto, esto es una aberración. Primero, y sobre todo, porque es injusto. Y segundo, porque no hay una sola estadística que demuestre correlación entre mayor represión y desaparición del delito. Pero eso no importa. El estado neoliberal ha captado la normal sensación de inseguridad por el futuro que sentimos los ciudadanos medios, el miedo a no poder dejarle nada a nuestros hijos, el miedo a la inestabilidad laboral, al despido, a las bajadas de sueldo, al paro, etc... y lo ha reconducido hacia sensación de inseguridad por la delincuencia, cuando, en rigor, el número de delitos no sólo no ha aumentado en los últimos años, sino que ha descendido.

           Pensar que esto es sólo una cuestión americana, que nos toca muy de lejos y que estamos a salvo en Europa, baluarte del bienestar, es un error grave. Sólo hace falta ver las nuevas leyes con las que nos amenazaba el gobierno: en Madrid se pretendía multar a los mendigos por dormir en la calle, leyes antimanifestación, los profesores nos convertimos en autoridad como si fuésemos policías y otras muchas más que ahora no recuerdo. En lo que me toca más de cerca, casi todos los días oigo hablar de lo peligrosos que son Resistencia Galega, a los que las autoridades del estado no dudan en llamar grupo terrorista. No soy sospechoso de simpatizar con Resistencia Galega. Por si acaso lo repito: no estoy de acuerdo en nada con ellos. Pero decir que unos chavales que quemaron cuatro cajeros y tiraron un cóctel molotov a la sede del PP son una amenaza social creo que es decir mucho.  Blesa, Rodrigo Rato, Méndez y ese larguísimo etcétera de banqueros que se dedicaron a hacer economía de casino -por cierto, fue Clinton el que permitió que la banca tradicional se metiera en cuestiones financieras- han resultado ser mucho más dañinos, y, en caso de que los condenen, dudo mucho que les apliquen la ley antiterrorista. Y repito que no me caen nada bien los de Resistencia Galega.



  
       Si a alguien le interesa esta tema, recomiendo leer Parias urbanos, El estado de la inseguridad social o Cárceles de la miseria.