lunes, 17 de noviembre de 2014

Edgar Lawrence Doctorow: La Gran Marcha



        No es la mejor novela del mundo. A veces me cuesta creerme a los personajes, sobre todo a al doctor Sartorius, ese médico alemán para el que la guerra no es más que una oportunidad para estudiar el cuerpo humano; Sherman es demasiado bueno y humano para ser un general; y el niño negro espabilado y enternecedor a partes iguales es sólo una caricatura. Es una novela de guerra y, sin embargo, se lee desde la distancia, sin implicarse emocionalmente en los hechos. Un poco lo que le pasa a Eduardo Mendoza. Narra bien, es divertido, pero no consigue que te impliques con el personaje. No sé si la metáfora es válida, pero es como si se tratase de dibujos animados y no de una película. 
        Sin embargo, os la recomiendo a todos por varias razones:
     a) No creo que Doctorow se preocupase por trazar unos personajes verosímiles y redondos. Kayser distinguía tres tipos de novela, dependiendo de dónde se centrase el interés de la narración: novelas de personaje, novelas de ambiente y novelas de acción. Las novelas de acción ya sabemos lo que son, con un ritmo trepidante y muchas peripecias. No me interesan nada. Las de personaje son las que más me gustan, porque demuestran el conocimiento del alma humana y uno tiene la sensación de conocer a esos personajes con los que has convivido la semana, los diez días o el tiempo que tardases en leer la obra. Las novelas de ambiente son las que recrean un mundo, una situación. A veces son maravillosas, como Zola, a veces un rollo de carallo. En La Gran Marcha Doctorow recrea el ambiente de las tropas unionistas en el último año de la Guerra de Secesión norteamericana, y lo hace francamente bien. Traza un mundo coral, en el que están representados todos los implicados en la guerra -los negros, los soldados, los terratenientes sudistas, los jóvenes del norte... y hasta una mulata hija de un hacendado y una esclava-. y lo cierto es que uno tiene por momentos la sensación de que ha entrado en un universo propio, y eso no es poco. Es una novela personal.
       b) Doctorow conoce el oficio, y eso es de agradecer, porque se lee muy bien. Domina los tiempos, a veces rápidos, a veces lentos, y te va llevando sin estridencias y siempre tienes ganas de leer un poco más. 
         c) Lo mejor de todo, donde brilla como el gran escritor que es, es en lo que se refiere a la moral de los esclavos. Los hay de todo tipo. Los que, acostumbrados a obedecer, no saben qué hacer con la libertad y se limitan a seguir al ejército; los que se rebelan, como Pearl; y los que tienen interiorizada la moral de esclavo. Sobre estos últimos hay una escena colosal, para mí la mejor del libro, en la que unos solados unionistas llegan a una plantación y el terrateniente los está esperando. Los soldados de la Unión liberan a los negros, pero el hacendado da un discurso insultando a los negros, diciéndoles que son idiotas y que no sabrán qué hacer sin él. Y muchos de esos hombres y mujeres, con las cicatrices del látigo, vestidos con harapos y medio muertos de hambre y de frío, se quedan al lado de su amo porque son como perros apaleados. El sistema esclavista era tan brutal que aniquilaba la voluntad humana hasta hacerte interiorizar que tu naturaleza era inferior. En este sentido, me recordó a grandes obras que navegan por mares semejantes, como Soljenitsin o el final de 1984
          d) Y el último gesto de Pearl, que no lo voy a contar para no joderos el final.
         Supongo que podría dar otras muchas razones, pero estas son las que se me ocurren ahora. Si me vienen más, ya reescribiré el post.

Paolo Bacigalupi: La chica mecánica



     Es ciencia ficción, lo que supongo que ya echará para atrás a más de un lector, sobre todo a aquellos que buscan en la literatura un alto placer intelectual y que están convencidos de que tal aspiración no puede ser colmada en un subgénero pulp. Para ese tipo de lector, está claro que esta no es su novela. 
      Pero a mí me gusta la ciencia ficción. 
      $Suele gustarme más en cine que en literatura por dos razones:
       a) Los escritores de ciencia ficción, en general, tienen grandes ideas, pero no son grandes escritores. Les falta el oficio, de modo que esas ideas geniales las resuelven mal. El ahora reivindicado Philip K. Dick es un ejemplo de ello. 
         b) Funcionan mejor en cine  porque la ciencia ficción ha de crear un mundo propio. Esto requiere inevitablemente hacer descripciones, lo que retarda mucho la acción. En cine, esto no pasa porque es inmediato. Con una imagen ya te haces a la idea de qué tienes delante.
         A Paolo Bacigalupi no le pasan ninguna de estas dos cosas. La novela va como un tiro -a pesar de ser una obra coral- y resuelve razonadamente bien el conflicto planteado.
         Además, tiene lo que yo le pido a la ciencia ficción:
          La ciencia ficción tiene que partir del mundo en el que vivimos ahora, fijarse en algunos detalles, imaginar qué pasaría si... y contar una historia. Pero esa historia no tiene que ser sólo batallitas. Si el autor hace eso, no pasa de ser un género de entretenimiento vacío. Pero los autores pueden ir más allá y utilizar la ciencia ficción para reflexionar sobre nuestro mundo y plantearnos dilemas éticos. En La chica mecánica, Bacigalupi lo hace todo. Nos sitúa en Tailandia en el siglo XXII. La experimentación con transgénicos, ya sean de orden vegetal, ya de orden natural, ha acabado prácticamente con toda especie no modificada en el Planeta -si exceptuamos a los seres humanos-. Ya no hay naranjas ni gatos. Además, se acaba el petróleo, y la obtención de calorías es un desafío constante. Las empresas de transgénicos dominan el mundo. Tienen un ejército propio por encima de los Estados -de los pocos que quedan-, a los que obligan a comprar sus semillas estérilizadas, que sólo valen para una siembra. Contra este capitalismo salvaje postapocalíptico, surgen movimientos religiosos que tratan de cerrar las fronteras del país y mantener a la población al margen de las nuevas pandemias -también fruto de modificación genética- que aniquilan a la población. Pero lo hacen como todos los movimientos fundamentalistas religiiosos: con una violencia desaforada que les granjea muchos enemigos. Y por encima de todo esto hay seres humanos hechos en tubos de ensayo, a los que programaron genéticamente para determinados oficios. La chica mecánica, la protagonista, es una esclava sexual a la que violan repetidamente en una sucesión de escenas directamente sacadas del hentai japonés. Pero ella siente y trata de rebelarse contra su condición de ser sumiso. ¿Es un ser humano? ¿Es el destino de los seres humanos ser sustituidos por estos nuevos seres mejor dotados genéticamente? Y no cuento nada más, porque creo que, para trazar el paralelismo con nuestro mundo de hoy en día, basta. Pero antes de terminar tengo que dejar algo claro. No sólo va de transgénicos. También va de un capitalismo sin reglas que domina e invade países, que programa semillas estériles para asegurarse el mercado de los campesinos año tras año, aunque ello suponga la muerte de millones de personas, de un capitalismo que ha llegado a un extremo tal que muchos han olvidado lo que significa ser humano.

     P.D. Evidentemente esto no es Guerra y Paz. Pero se la recomiendo a los pervertidos amantes del género como yo, No he leído muchas novelas de ciencia ficción mejores que esta.
        

domingo, 16 de noviembre de 2014

Robert Stone: Dog soldiers





     Esta novela me la recomendó un amigo con la intención de que acabara mi periplo por la literatura norteamericana que hay que leer para estar en la onda -no en vano el prólogo es del omnipresente Rodrigo Fresán, adalid de los molones-.
     Resumiendo un poco, el argumento de la novela es relativamente sencillo: un periodista americano está en Vietnam en los últimos años de la guerra. Decide llevar un montón de heroína a EEUU y venderla allí con ayuda de su mujer y un amigo. Pero no son unos narcotraficantes profesionales y las cosas se tuercen. Entonces empieza una sucesión de peripecias contra gánsteres y policías corruptos. 
     La novela no está mal. Me gustaría hacerle una crítica en profundidad para que mi amiga L no se sintiese defraudada, pero lo cierto es que poco puedo decir de ella. Se lee muy bien, principalmente porque hay mucha acción. Los personajes están bastante bien construidos, son verosímiles y tienen varios puntos buenos. El clímax final tiene muchísima tensión y, en general, le doy un aprobado. No voy a decir más de cuestiones técnicas. Creo que no las merece. De hecho, pensaba pasar de hacer una crítica de ella porque no tenía mucho que decir. Sin embargo, hablando con ese amigo que me la recomendó, salió el tema de la provocación en la novela. Y entonces pensé que podía hacer una reseña de esas en las que cojo una novela cualquiera para reflexionar sobre algún fenómeno literario en general.
      Lo siento L, pero de Dog Soldiers no hay mucho más que decir.
     Me sorprendió que algunos escritores a los que respeto mucho -Wallace Steigner o Don DeLiilo-, algunos a los respeto un poco -Jonathan Lethem- u otros a los que no respeto nada -James Ellroy- la pusiesen por las nubes, cuando Dog Soldiers no deja de ser un producto de época. 
     La literatura, como todo, tiene su tiempo. Hay un tiempo interno inherente al lector. No siempre uno está de humor para leer cosas muy serias y te apetece leer una chorradita intrascendente que te entretenga y no requiera mucho esfuerzo. Y hay un tiempo externo, que ancla la obra literaria al tiempo que la vio nacer. Cuando digo que Dog Soldiers es un producto de época, me refiero a este segundo tiempo. Cada época tiene sus gustos. Y muchas veces, lo que es valorado en un momento histórico determinado, no lo es en otro. Esto es especialmente evidente en los estereotipos y en las obras de decadencia que cogen todos los elementos de moda y los exageran. Don Álvaro o la fuerza del sino es el ejemplo más claro que se me viene ahora en la cabeza. En el siglo XIX fue un exitazo, porque halagaba al público dándole una ración doble de lo que le gustaba. Pero hoy en día el gusto ha cambiado y las exageraciones del Duque de Rivas nos resultan ridículas. Mucho me temo que a Dog Soldiers le pasará lo mismo. En la época que fue escrita -y sobre todo cuando fue recibida en España por primera vez-, gustaba mucho lo provocador. Veníamos de una era de represión, y salirse de la norma ya era un valor estético en sí. En Dog Soldiers hay mucho sexo, muchas drogas y mucho liberalismo. Esto molaba mucho, sobre todo en la España postfranquista, y la crítica alabó la novela. Pero las cosas han cambiado. Leer cómo una tía se chuta o cómo le chupa la polla a un tipo no tiene nada de provocador. Ya hemos visto eso una y otra vez en las novelas y en el cine y ya no impresiona a nadie. Es más, a mí hasta me aburre. Y este es el valor supremo de Dog Soldiers y la razón por la cual creo que la crítica del momento la puso por las nubes. Pero el tiempo pasa y el juicio de la historia la pondrá donde se merece. Una novela interesante, entretenida, pero que no deja de ser un producto de época.