domingo, 19 de febrero de 2017

6.5. Vejez.

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La vejez es la edad que comprende entre la adultez y la muerte. De forma general, se define por la pérdida de algunos derechos y deberes como consecuencia del desgaste del cuerpo. Así, por ejemplo, los ancianos pierden el derecho a tener hijos y el deber de ir a la guerra. 

La actitud hacia los ancianos es cultural. En sociedades tradicionales gozaban de muchísimo respeto. Se consideraba que habían acumulado sabiduría y, en consecuencia, su voz era escuchada siempre que la comunidad tenía que decidir acerca de cuestiones importantes. Esta actitud solía darse en tribus cultivadoras sedentarias, que eran muy estables y que podían permitirse el lujo de mantener a individuos que no contribuían con su trabajo a la supervivencia de la comunidad. Muy distinta es la actitud de los cazadores recolectores del Ártico que L. Simmons describe en The role of the aged in primitive society. La vida entre los esquimales era muy dura y difícilmente podían permitirse el lujo de cargar con individuos que no participaban en el proceso productivo de la tribu. Los ancianos eran una carga que no podían permitirse. En consecuencia, el senilicidio era una práctica corriente. O bien se encerraba al anciano en una choza de hielo y se les abandonaba allí al frío y la inanición, o bien se les daba muerte violenta cuando ellos lo pedían, o bien se les abandonaba y se les exponía a los elementos naturales para acelerar su muerte. 

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En nuestra sociedad occidental actual la actitud hacia los ancianos es bien distinta a estas descritas. Grosso modo no se puede decir que los ancianos gocen del respeto de las culturas tradicionales de cultivadores. Ello es debido a varias razones:

a) El Romanticismo de los siglos XVIII y XIX por un lado, y por otro la revolución científica ha creado una sociedad que rinde culto a la juventud y la salud. El sentido de la vida ya no es el más allá después de la muerte, como sucedía, por ejemplo, en la Edad Media. Ahora lo que importa es la vida, hay que disfrutar aquí y ahora. La medicina nos promete el paraíso en la Tierra libres de enfermedades y dolores, eternamente jóvenes. La vejez y la enfermedad son un recuerdo constante de esa muerte que trata de negar la medicina. 

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b) David Le Breton en Antropología del cuerpo y modernidad estudia la actual concepción del cuerpo. Según él, vivimos la época del saber biomédico, en la que entendemos el cuerpo como un elemento extraño sobre el que podemos actuar desde fuera usando la ciencia.

    Como el cuerpo no es más el centro desde el que se irradia el ser, se convierte en un obstáculo, en un soporte molesto. La sociedad occidental está basada en el borramiento del cuerpo, de ahí todos los ritos de evitamiento: no tocar al otro salvo en circunstancias particulares de familiaridad; no mostrar el cuerpo total o parcialmente desnudos salvo en ciertas circunstancias precisas; la existencia de reglas del contacto físico (dar la mano, abrazarse, distancia entre los rostros y los cuerpos…); disimular todo lo que tenga que ver con los olores corporales por medio de perfumes, jabones, etcétera; y ocultar todo lo que tiene que ver con el funcionamiento corporal, como los mocos, la orina, los excrementos, la sangre menstrual, la saliva, etc. Del mismo modo en el ascensor o en el autobús hay que hacer ver como si el otro se hubiese vuelto transparente, como si no tuviese cuerpo.

   Los cuerpos esculpidos de la publicidad son los cuerpos limpios, sanos, asépticos de la excepcionalidad. No son cuerpos cotidianos. En los gimnasios y en la publicidad, se da un ardid que consiste en hacernos pasar como liberación del cuerpo lo que sólo es elogio del cuerpo joven, sano, esbelto, es decir, un no-cuerpo. En este sentido, el éxito que parece tener el deporte en nuestros días hay que enmarcarlo en la negación del cuerpo de la sociedad occidental. 

Y el cuerpo anciano es un recuerdo constante de que somos cuerpo. 

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   A partir de los años 60 hay un cambio que revaloriza el cuerpo: jogging, deporte, culturismo, etcétera. Pero sigue habiendo dualismo cuerpo/alma. En los dos platillos de la balanza están el cuerpo despreciado y destituido por la tecnociencia y el cuerpo mimado de la sociedad de consumo. El cuerpo ahora es un objeto que se moldea al gusto. El imaginario contemporáneo subordina el cuerpo a la voluntad. Ahora el cuerpo es un alter ego, un objeto que hay que conquistar, una máquina que se debe trabajar. Es el objeto de todos los cuidados, atenciones e inversiones. Hay que mantener el capital salud. Hay que luchar contra el tiempo que deja huellas en el cuerpo. Hay que domesticar al cuerpo reticente para convertirlo en un compañero de ruta agradable. El narcisismo de hoy en día ya no es abandonarse a la holgazanería, sino trabajo y esfuerzo para el cuerpo. El paradigma de la maquina del cuerpo está cristalizado en Rambo, Schwazenager, Charles Bronson, etcétera, que son máquinas de guerra, mezcla de músculo y acero.

Y el cuerpo anciano, con sus arrugas, sus enfermedades, sus olores, su pelo blanco, etc... son la antítesis de este nuevo modelo de cuerpo. Además, es un cuerpo al que se le acaba su capital salud.


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c) Max Weber estudió la relación entre ética calvinista y el capitalismo. El trabajo se considera un valor en sí mismo. Trabajar le da sentido a la vida de las personas. Los viejos ya no trabajan.

d) Al jubilarse, los viejos pierden poder adquisitivo. Como nos explica Bauman, el problema del capitalismo del siglo XXI ya no es la producción. Puede producirse a lo bestia y con un bajo coste. El problema ahora es vender ese producto. El mercado está saturado. Ahora los que contribuyen al mantenimiento del sistema ya no son los trabajadores, sino los que compran los productos que salen de las fábricas. Esto, lógicamente, tiene que estar sustentado por una nueva moral, no ya del trabajo, sino del consumo. Es la manida frase del "tanto tienes, tanto vales". Se identifica la calidad moral de la persona con la capacidad que tenga para consumir, es decir, por el dinero que tenga. Los jubilados pierden capacidad de consumir y, en consonancia, pierden reconocimiento social. 
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Pero el estatus de los ancianos tampoco es tan bajo como para abandonarlos como hacían los esquimales. Nuestra sociedad es lo suficientemente opulenta como para crear sistemas de atención pública que no obligue a los ancianos a acelerar su muerte. Mal que bien, la mayoría tiene una pensión que les permite no morirse de hambre. Además, aunque pierden algo de poder adquisitivo, siguen siendo un mercado interesante para la sociedad de consumo. Por ejemplo, los viajes del INSERSO sirven para que muchas empresas relacionadas con el turismo expandan su temporada de beneficios más allá de verano y Navidad. Y a esto hay que sumarle la crisis, que se ha llevado por delante la capacidad de consumo de muchos adultos, pero que no se ha cebado tanto con los jubilados. Aunque sus pensiones se vieron congeladas y perdieron poder adquisitivo, la pérdida no fue tan grande como la de los trabajadores que se quedaron en paro. Muchas pensiones de jubilación se convirtieron la única forma de sustento de la familia. Por todo ello, los ancianos no acaban de ser vistos como una carga y no tienen el estatus de parias.

6.3. La juventud.

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 Entre la adolescencia y la adultez se ubica la edad intermedia que conocemos como juventud. Aunque  todos nos parece evidente la existencia de esta edad social, si reflexionamos detenidamente sobre ella, no está muy claro en qué consiste. La RAE la define como "periodo de la vida humana que precede inmediatamente a la madurez", lo que es como no decir nada. 

En realidad, la juventud es una suerte de zona gris entre la adolescencia y la adultez. Utilizo la metáfora zona gris con la intención de transmitir que la juventud es una edad diferenciada, pero que no tiene características propias. Comparte unas de la adolescencia, y otras de la adultez.

Comparte con la adultez el derecho a decidir libremente si hacer y cómo hacer algunas cosas. Las actividades más reconocibles de los jóvenes necesitan la autonomía de la vida adulta. A los jóvenes se les reconoce el derecho a tener relaciones sexuales, son libres para salir de noche hasta la hora que les dé la gana, pueden beber alcohol, fumar, y, si quieren viajar, pueden hacerlo solos. 


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Sin embargo, esta autonomía es relativa. El paro y la hiperespecialización del trabajo hace que los jóvenes dependan de sus progenitores. Es cierto que algunos trabajan, pero son pocos. La gran mayoría continúa sus estudios en ciclos formativos o la universidad, así que, en este sentido, la juventud es una prolongación de la adolescencia. 

La frontera entre la adolescencia y la juventud se sitúa en la salida del instituto. Muchos de mis compañeros consideran la fiesta de graduación como una americanada o una emulación de los centros privados, o ambas cosas. Vista así, vaciada de significado, no es más que un acto puramente formal, una excusa para ponerse elegantes, para que los adolescentes se emborrachen, jueguen a ser adultos y te den la lata. Pero la fiesta de graduación es mucho más que eso. Las acciones sociales tienen un significado, aunque los participantes en ellas lo desconozcan. Vuestra fiesta de graduación es un rito de paso como la copa de un pino. Y los ritos de paso tienen una función. Crean y reconocen el cambio de rol. Vosotras vais a dejar de ser adolescentes para convertiros en jóvenes. Si no hay ritos de paso, las personas no tenemos referentes para orientarnos y nos sentimos perdidos. No sabemos lo que somos. En este sentido, los ritos de paso ayudan a fijar nuestra personalidad. Como dije, los participantes en las acciones sociales no tienen por qué conocer su significado, pero, en este caso, lo intuís, y por eso esa fiesta es tan importante para vosotras. 

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La foto de la graduación de nuestro instituto que salió en el Faro de Vigo.

Al final de los estudios universitarios o de ciclo también suele haber una fiesta de graduación. Y es frecuente que, más o menos coincidiendo con el fin de estos estudios, se hagan viajes del estilo del interrail, donde los jóvenes ven mundo y corren aventuras antes de ponerse las cadenas de la vida adulta. Estas actividades también son ritos de paso, en este caso a la edad adulta, pero han perdido gran parte de su fuerza porque los licenciados se han quedado en tierra de nadie. En principio son personas formadas para trabajar, que es la actividad fundamental de la vida adulta y sin la cual la libertad de decisión que define esta edad es imposible. Sin embargo, el paro no se lo permite. Los jóvenes licenciados están capacitados para ser adultos, pero se les niega la posibilidad de serlo. 

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6.4. Adultez.



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Ahora, en occidente, la adultez nos parece una edad de la vida por la que toda persona debe pasar. Si alguien no lo hace, se tiene la sensación de vida truncada, como si faltase algo. Una vida que no ha pasado por la edad adulta, es una vida que no ha llegado a desarrollarse plenamente. Esta idea de la adultez obligatoria es, en gran parte, resultado de los avances científicos y sociales que han mejorado tanto la vida material en occidente. En otras culturas o aquí hasta hace no tanto tiempo, el índice de mortalidad antes de la adultez era altísimo. Guerras, accidentes, enfermedades, desnutrición y, en el caso de las mujeres, la alta mortalidad durante el parto, hacía que el porcentaje de personas que pasaban por la vida adulta fuera relativamente pequeño. 

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La peste negra se llevó a media población europea en la Edad Media.

En antropología se suele definir la adultez como aquella edad social en la que el individuo participa plenamente en las responsabilidades y privilegios de la sociedad. Esto, más o menos, quiere decir que la persona es autónoma, no depende de segundas personas, por lo que puede tomar sus propias decisiones, lo que le permite disfrutar de todos los derechos de un miembro de esa comunidad. Aquí, en occidente, esto significa que una persona adulta es aquella que puede casarse, disfrutar de su sexualidad, ser padre o madre, trabajar, y participar en la vida política y religiosa. Pero la independencia personal, además de privilegios conlleva responsabilidades. El adulto en circunstancias normales no tiene derecho a que otra persona cubra sus necesidades vitales básicas. A diferencia del niño, a quien sus padres tienen el deber de atenderlo y cuidarle, el adulto está solo. 


Tal y como la he explicado en el párrafo anterior, la adultez no parece una edad especialmente complicada. Desde luego mucho menos que la traumática adolescencia de la que hemos hablado en otros posts. Sin embargo, no es así. Un adulto es una persona que ha adquirido un estatus social que le permite tomar libremente decisiones. ¿Pero qué es eso de tomar libremente decisiones? Realmente hay muchas cosas que afectan a nuestras vidas y a las que no podemos enfrentarnos en libertad. Las circunstancias de cada uno y la cultura ponen límites a esta libertad. Así, por ejemplo, hay muchas personas que no pueden escoger el sitio en el que vivir su vida. Si has nacido en un país del tercer mundo y quieres vivir como adulto en Europa, hay un montón de leyes represivas que te impedirán hacerlo. Algo similar le sucedería a un homosexual en varios países musulmanes. Puede que quisiese vivir su vida adulta al lado de otro hombre como marido y tener una familia con él, pero difícilmente podrá hacerlo. En la Edad Media europea las personas no decidían con quién se casaban o en qué trabajaban. Eran los padres los que pactaban el matrimonio y no había otra alternativa para ganarse la vida que trabajar como campesino labrando la tierra. 

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En comparación con estas sociedades, la nuestra ofrece muchas más posibilidades de elección. Esto, en principio, es una buena noticia. Pero, como todo, también acarrea algún que otro problemilla. Y es que nos hace responsables de nuestra felicidad. Una adolescente como vosotras se ve liberada de esta carga. Si no sois felices, podéis vivir con la mirada puesta en el futuro, con fe en que las cosas os vayan a ir bien. Acabáis de empezar el camino de la vida. Además, en la etapa en la que estáis todo os ha venido dado. Apenas si habéis tenido que -o apenas si os han dejado- tomar decisiones. Vuestra infelicidad no es responsabilidad vuestra. Y siempre estáis a tiempo de revertir esa situación. Por el contrario, un adulto carece de tal consuelo. De ahí eso que se ha dado en llamar la crisis de los cuarenta que, entre otras cosas, consiste en que darte cuenta de que la vida que llevas no es la que habías soñado. Si no tienes una pareja que te haga feliz con solo mirarla, unos hijos que le dan sentido a levantarte cada mañana, o un estupendo trabajo en el que te realizas, la responsabilidad es tuya y solo tuya. Vosotras podéis pasar ese cargo a otros y confiar en el futuro. Un cuarentón frustrado solo puede aceptarlo o abandonar a su familia, comprase una chupa de cuero, una moto, y comportarse como un adolescente. 

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martes, 14 de febrero de 2017

6.2.4. La industria de la rebeldía.

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    Finkielkraut, en La derrota del pensamiento utiliza la expresión cultura de los feelings para describir lo que él considera uno de las características definitorias de nuestra cultura actual. La cultura de los feelings es una forma acrítica de enfrentarse a la realidad. Las cosas, las acciones y las personas molan o apestan solo por la impresión que se tenga de ellas, no porque exista una reflexión acerca de su valor. Love of Lesbian o Kase.O son fantásticos o una mierda porque sí. Nadie da ninguna razón por la que lo son, o al menos ninguna razón objetiva. Lo mismo sucede con las películas o las series. ¿Por qué la primera temporada de True Detective es la leche? Y otro tanto sucede con la ropa. ¿Por qué vestirse de una determinada manera es guay y otra apesta? Con esto no se quiere decir que Love of Lesbian, Kase.O o True Detective no sean buenos, sino que se consideran buenos porque sí. Lo peor de la cultura de los feelings no esta valoración acrítica de los productos culturales, es que ni siquiera son los individuos a título personal los que deciden si algo les gusta o no. Existen una serie de popes que deciden desde sus revistas, programas de televisión o páginas web y la gran masa los sigue. Yo ahora estoy mayor y la verdad que ya no le presto mucha atención a este tipo de cosas, pero supongo que la revista Rolling Stone o la Jotdown son algunas de las que marcan tendencia. Deciden qué hay que ver, qué hay que escuchar y qué hay que opinar. Evidentemente, no todo el mundo lee estas revistas, pero entre todas contribuyen a crear un ambiente que se reproduce, se extiende y al final se constituye un estado de opinión. En este sentido, yo recuerdo un programa de MTV que había cuando yo era adolescente. Se llamaba Beavis and Butt-Head. La serie consistía en dos dibujos animados de dos adolescentes tontos americanos. Veían la televisión, fundamentalmente videos musicales, y decían todo el tiempo cool y sucks y se reían como bobos. Y ya está. Lo que molaba era cool, lo que no sucks. Esta serie, que podría ser una parodia de la cultura de los feelings, realmente creaba tendencia. 

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   Esto de la cultura de los feelings no es un fenómeno exclusivamente adolescente. Realmente afecta a todos. La moda es un ejemplo de ello. Hace varios años, en Zapeando, un programa de La Sexta, vi a uno de estos popes de la moda. Se llama Yousi y es un tipo que se las da de tener muy buen gusto. Y dijo que lo más cool era el chándal de algodón. Por supuesto, el tal Yousi no dijo por qué era estupendo. Solo dijo que molaba. Yo aluciné, porque por aquel entonces ni la última pescantina se atrevería a salir de chándal. Pero Yousi creó tendencia y hoy media España, incluso los más pijos, van con chándal de algodón. 

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No sé qué pasarela en 2012. Como se ve, van con chándal de aldondón. 

    Como digo, la cultura de los feelings no es exclusiva de los adolescentes. Solo se manifiesta con especial virulencia en ellos. Cuanto menor es la formación y el espíritu crítico de la persona, mayor es su permeabilidad a los mensajes de los medios de comunicación y la publicidad y más manipulable es. Los adolescentes acaban de empezar su andadura en la vida, así que apenas si han empezado a formar su espíritu crítico. 

    El capitalismo de consumo convierte todo en negocio. En la cultura de los feelings, donde no hay reflexión crítica, les resulta muy fácil a las empresas redirigir los gustos y deseos de la gente en su propio beneficio. Los adolescentes son el mercado perfecto. 

    Paralelamente, ya hemos visto que gran parte de la cultura adolescente está determinada por la rebeldía. Rebeldía contra una sociedad que obliga a cuerpos de hombres en roles de niños, y rebeldía contra la generación de sus mayores -especialmente sus padres- para encontrar su propia identidad. 

    Así las cosas, nos encontramos con la industria de la rebeldía. Esa rebeldía que podría amenazar de alguna forma la paz social, es redirigida por el capitalismo de consumo hacia un lugar en el que no solo no es peligrosa, sino que además le es beneficiosa. La MTV, sus series, sus películas, sus grupos de música, sus libros, sus cómics, etc les venden una falsa imagen de insumisión. Los jóvenes, empapados en la cultura de los feelings, no ven más allá que la superficie de lo que consumen. Piensan que son unos outsiders por llevar una camiseta de tal o tal grupo, pero en realidad no son más que consumidores compulsivos. Tienen la impresión de ser rebeldes, cuando un pequeño análisis detallado de su acto les demostraría que no. Pero no es esa la lógica de la cultura de los feelings. Desde luego la revolución no va a llegar porque Red Hot Chilli Peppers cante Californication ni porque Kase.O de un concierto. 


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Kase.O


   Finalmente, quisiera dejar claro que no estoy denigrando la función política del arte. Por supuesto que existe un arte de protesta y es evidente que a lo largo de la historia el arte ha servido como motor de cambio social. Solo digo que el capitalismo de consumo convierte todo en mercancía. Al hacer esto con el producto artístico, lo banaliza, lo vacía de contenido. Y así es como se lo sirve a los adolescentes. Un aspecto rebelde, pero vacío de contenido, listo para ser consumido y que la enorme rueda del capitalismo mundial siga girando. No es culpa de los artistas. En absoluto. Es el sistema el que funciona así. 




6.2.3. Historia de la adolescencia.


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    ¿Cómo hemos llegado a concebir la adolescencia de esta forma?

   Philippe Aries dice que el concepto adolescencia no existía antes del siglo XVII. Los jóvenes antes vestían, aparentaban ser y actuaban como los adultos. El aprendizaje, la formación y la vida en general se desarrollaba en el seno de la familia y la comunidad. En este entorno los jóvenes asumían roles activos (no como los adolescentes de ahora, que prácticamente no colaboran en nada). Antes del siglo XVII, la escuela o la escolarización no tenía mayor utilidad que la de complementar los saberes adquiridos en la familia y la comunidad. La socialización de los jóvenes tenía lugar en este entorno. En consecuencia, el grupo de iguales adolescentes era prácticamente desconocido.

   Fue Rousseau en 1792 en el Émile el que formuló por primera vez la noción moderna de adolescencia. En el siglo XVII se creía que para que los niños creciesen libres y maduros debían ser protegidos de las nocivas y corruptoras influencias del mundo de los adultos. Esta concepción es el resultado de aplicar la infancia la idea rousseauniana de que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad la que lo corrompe. La adolescencia era un nuevo nacimiento. Si en este nuevo nacimiento los individuos padecían ciertos traumas, se debía a que estaban perdiendo la inocencia. De ahí que se pensase que lo ideal era prolongar esta etapa de inocencia. 
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   En la segunda mitad del siglo XVIII el capitalismo ya es un sistema fuertemente arraigado en occidente. Eso de prolongar la inocencia para proteger a  los jóvenes de la corrupción del mundo adulto ya no se percibe como una buena idea, porque no es económico. Lo que le interesa es que los jóvenes entren cuanto antes en el mercado de trabajo. Sin embargo, se dieron una serie de cambios sociales que impidieron que desapareciese la noción moderna adolescencia y que la acabaron fijando como un periodo de la vida diferenciado, crítico y de incapacidad. Estos cambios fueron:

A) se redujo el tamaño de la familia, con lo que estas familias se podían hacer cargo de los hijos durante un periodo de tiempo prolongado, cosa que no sería posible en familias numerosas.

B) las familias se integraron en la cultura urbana. En la cultura agraria los niños empiezan ayudar a sus padres en el cultivo de la tierra desde muy temprana edad. No sucede lo mismo en las ciudades.

C) la nueva clase media fue preparando sus hijos para el trabajo las organizaciones burocráticas. Estos trabajos requerían una mayor formación, lo que prolongaba el tiempo de dependencia del joven con respecto de sus padres.

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    A finales del siglo XIX al norte de Europa llegan gran cantidad de emigrantes procedentes del este y el sur, lo que provoca un superávit de trabajadores. Aparece una reserva de desempleados que amenazaba con deprimir los salarios y perturbar el orden social. La solución fue colocar a todos los trabajadores sobrantes de entre 13 y 18 años en escuelas y mantenerlos ocupados.

   En el siglo XX la adolescencia pasa a manos de expertos. Estos expertos son educadores profesionales que toman las riendas de la educación de los adolescentes. Se estudia la adolescencia como un periodo  crítico de la vida y son los expertos los encargados de ayudar a los adolescentes en este tránsito. 

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Día de los expertos.


    Y así llegamos a la concepción social de la adolescencia que tenemos hoy en día.