La modernidad líquida es un concepto de Bauman. Me vuelvo a citar a mí mismo, esta vez resumiendo Amor líquido:
En Amor líquido Bauman recurre a su idea clave para interpretar las relaciones interpersonales en la sociedad contemporánea. En la modernidad líquida -que es como él llama la sociedad del capitalismo contemporáneo- todo cambia y nada es estable, porque así lo demanda el sistema. Hay que moverse continuamente para adaptarse a las necesidades del mercado y para desechar los productos que hemos comprado y adquirir otros. El sistema necesita que nos mantengamos en cambio perpetuo tanto como productores/trabajadores como como consumidores.
Las relaciones humanas no iban a quedarse al margen de esta tendencia general. Hay, en este sentido, correspondencia entre los procesos económicos y el modo en que nos relacionamos los seres humanos. En la sociedad contemporánea nos agobia crear vínculos duraderos porque, por definición, se oponen al cambio continuo, a la continua adaptación. Si establecemos este tipo de vínculos, difícilmente vamos a estar preparados para mover nuestra residencia -y por ende nuestro proyecto de vida- para aceptar un nuevo trabajo en un nuevo país, para empezar de cero en función de las necesidades del mercado de trabajo.
Las relaciones humanas no iban a quedarse al margen de esta tendencia general. Hay, en este sentido, correspondencia entre los procesos económicos y el modo en que nos relacionamos los seres humanos. En la sociedad contemporánea nos agobia crear vínculos duraderos porque, por definición, se oponen al cambio continuo, a la continua adaptación. Si establecemos este tipo de vínculos, difícilmente vamos a estar preparados para mover nuestra residencia -y por ende nuestro proyecto de vida- para aceptar un nuevo trabajo en un nuevo país, para empezar de cero en función de las necesidades del mercado de trabajo.
Además, el amor se contempla desde la fría racionalidad del consumismo, como una inversión que tiene que dar resultados, obtener algo a cambio. Igual que cuando se va al centro comercial.
En este contexto socioeconómico, el sexo suple al amor, porque es instantáneo, inmediato y no crea vínculos duraderos. Cada vez son menos frecuentes las relaciones sexuales estables y monógamas. En un mundo líquido, en el que todo cambia y nos vemos obligados a cambiar nosotros, es difícil que una relación se prolongue en el tiempo. De ahí la proliferación de relaciones de una noche o incluso las páginas de citas para para mantener relaciones sexuales entre desconocidos.
Esto es consumir sexo. Bauman, en Trabajo, consumismo y nuevos pobres, explicaba perfectamente la psicología del consumo en las sociedades contemporáneas. Me vuelvo a citar a mí mismo:
Quizá una de las aportaciones más interesantes de Bauman es interpretación psicológica del consumo. Parte de una concepción un poco schopenhaueriana de la naturaleza humana. La vida oscila entre el dolor que provoca el deseo insatisfecho y el tedio que llega cuando hemos satisfecho ese dolor. Sufro porque no tengo algo -una novia, un puesto de trabajo, o lo que sea- y, cuando lo consigo, al poco tiempo paso a considerar la nueva situación como normal y me aburro. Para evitar caer en un tedio indefinido, me busco otra meta que me mantiene insatisfecho mientras no la alcanzo. Y así desde que nacemos hasta que nos morimos. Según Bauman, el consumismo ha superado este círculo vicioso. Por medio de la publicidad nos provoca el deseo insatisfecho de poseer ciertas cosas. Pero satisfacerlas es increíblemente fácil. Basta con ir al centro comercial y pasar la tarde. La expectativa de satisfacer ese deseo insatisfecho ya basta para hacernos felices. Es como si insatisfacción y deseo se juntasen en una nueva experiencia agradable. Por eso, cuando nos deprimimos, vamos de compras. Comprar es el mejor antidepresivo del siglo XXI, mucho mejor que el Prozac.
En la sociedad contemporánea hay cierta tendencia a que las relaciones sexuales se comporten de acuerdo con esta lógica del consumo. El sexo está por todas partes. La televisión, el cine y los medios de comunicación están siempre hablando de él, ya sea directa o indirectamente. Por medio de esta hiperexposición al sexo, se despierta en nosotros una necesidad de practicarlo -incluso me atrevería a decir que la persona con la que hacerlo no importa mucho-. Sufrimos porque no lo tenemos, pero en el mercado de los pubs y discotecas podemos satisfacer esa necesidad fácilmente. Como sucede con el centro comercial, hasta la expectativa de ligar esa noche nos hace sentirnos bien. Por fin ligamos, practicamos sexo, pero no solemos detenernos mucho en esa relación. Sobre todo cuando somos jóvenes. No queremos atarnos, preferimos pasar a la siguiente, del mismo modo que esa camiseta que nos hemos puesto un par de veces ya no nos gusta. En la lógica del consumo, no importa la relación sexual en sí, sino el hecho de conseguirla. No se busca tanto el placer de la relación, sino la sensación de triunfo al haber ligado.
Evidentemente, esto es una tendencia, no quiere decir en absoluto que todo el mundo se comporte así. Pero es significativo que sean los jóvenes los que más lo hacen, porque son los que están más expuestos a las tendencias sociales.
Quizá una de las aportaciones más interesantes de Bauman es interpretación psicológica del consumo. Parte de una concepción un poco schopenhaueriana de la naturaleza humana. La vida oscila entre el dolor que provoca el deseo insatisfecho y el tedio que llega cuando hemos satisfecho ese dolor. Sufro porque no tengo algo -una novia, un puesto de trabajo, o lo que sea- y, cuando lo consigo, al poco tiempo paso a considerar la nueva situación como normal y me aburro. Para evitar caer en un tedio indefinido, me busco otra meta que me mantiene insatisfecho mientras no la alcanzo. Y así desde que nacemos hasta que nos morimos. Según Bauman, el consumismo ha superado este círculo vicioso. Por medio de la publicidad nos provoca el deseo insatisfecho de poseer ciertas cosas. Pero satisfacerlas es increíblemente fácil. Basta con ir al centro comercial y pasar la tarde. La expectativa de satisfacer ese deseo insatisfecho ya basta para hacernos felices. Es como si insatisfacción y deseo se juntasen en una nueva experiencia agradable. Por eso, cuando nos deprimimos, vamos de compras. Comprar es el mejor antidepresivo del siglo XXI, mucho mejor que el Prozac.
En la sociedad contemporánea hay cierta tendencia a que las relaciones sexuales se comporten de acuerdo con esta lógica del consumo. El sexo está por todas partes. La televisión, el cine y los medios de comunicación están siempre hablando de él, ya sea directa o indirectamente. Por medio de esta hiperexposición al sexo, se despierta en nosotros una necesidad de practicarlo -incluso me atrevería a decir que la persona con la que hacerlo no importa mucho-. Sufrimos porque no lo tenemos, pero en el mercado de los pubs y discotecas podemos satisfacer esa necesidad fácilmente. Como sucede con el centro comercial, hasta la expectativa de ligar esa noche nos hace sentirnos bien. Por fin ligamos, practicamos sexo, pero no solemos detenernos mucho en esa relación. Sobre todo cuando somos jóvenes. No queremos atarnos, preferimos pasar a la siguiente, del mismo modo que esa camiseta que nos hemos puesto un par de veces ya no nos gusta. En la lógica del consumo, no importa la relación sexual en sí, sino el hecho de conseguirla. No se busca tanto el placer de la relación, sino la sensación de triunfo al haber ligado.
Evidentemente, esto es una tendencia, no quiere decir en absoluto que todo el mundo se comporte así. Pero es significativo que sean los jóvenes los que más lo hacen, porque son los que están más expuestos a las tendencias sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario