martes, 10 de mayo de 2016

¿Los adolescentes no leen? -Una explicación antropológica-.


   


    El post que publicó Estíbaliz Burgaleta hará cosa de diez días acerca de si a las nuevas generaciones no les gusta leer (aquí) me tocó de cerca. Le hice un comentario, pero no puse todo lo que pensaba porque tampoco era plan de llenarle el blog con un comentario interminable. Pero me prometí a mí mismo que, en cuanto tuviese tiempo, escribiría un post sobre del tema. 

    Es cierto que los adolescentes no leen. Soy profesor de lengua y literatura y es una verdad que conozco de primera mano. Te lo dicen abiertamente -"profe, odio leer, es un coñazo"- y da igual el libro. Les damos vueltas y vueltas tratando de encontrar la novela que les pueda motivar y, en general, es un fracaso. Pero hay que matizar esa afirmación de que a los adolescentes de hoy no les gusta leer. 

     En primer lugar, tampoco conviene idealizar el pasado. Cuando yo era un adolescente tampoco había tanta gente que leyese. De hecho, recuerdo que, cuando tenía diecisiete años o así, me estaba intentando ligar a una tía y un amigo mío, queriendo de hacer de celestino, le dijo que yo era un tío muy interesante y raro porque me pasaba el día leyendo -por supuesto no me comí una rosca-. 

    Tampoco es cierto que ningún adolescente lea. Algunos chicos sí lo hacen. No son la mayoría, ni mucho menos, pero alguno hay. 

     Y a esto tenemos que sumarle que las cosas por obligación rara vez gustan. Entre los tres libros de lengua castellana, los tres de gallego -esto tirando por lo bajo-, los dos o tres de historia, los de ciudadanía, filosofía o la asignatura equivalente, el de biología, alguno de inglés, y otro perdido, hacen unos diez o doce libros en nueve meses, más de un libro al mes. Poco tiempo les queda para leer por placer. 



   Además, nunca se han vendido tantos libros como ahora. Es cierto que muchos sólo sirven para adornar las estanterías, pero nunca se leyó tanto como hoy en día. Para empezar, porque en este momento el cien por cien de la población está alfabetizada. Aunque el porcentaje de lectores haya bajado muchísimo, el número total ha subido. Pero eso no basta para hacer una teoría. El segmento de la población que sabía leer antes era escogido por su nivel sociocultural y económico, así que ni los porcentajes ni los números no son extrapolables. 



    Sea como sea, lo cierto es que a la mayoría de los jóvenes no les gusta leer. Después de darle vueltas y comentarlo con varios compañeros a los que respeto, he llegado a las siguientes conclusiones:



    Leer requiere esfuerzo. El cine y los videojuegos no. Hay que recrear lo narrado a partir de las palabras, es decir, hay que pasar de lo abstracto a lo concreto. El esfuerzo, si no estás acostumbrado, no es agradable. No hay que demonizar a nadie por eso. Muchos
hemos empezado a leer porque no nos quedaba más remedio. La oferta cuando éramos niños era muy limitada. A los adolescentes de hoy en día, cuando están aburridos en casa y buscan entretenimiento, les basta con encender la televisión o el ordenador y ahí tienen montones de series, películas y juegos. ¿Si están aburridos y cansados, para qué esforzarse con una novela, cuando tienen entretenimiento inmediato en la tele e internet? Insisto en que no hay que demonizarlos por eso. Cuando yo era niño sólo había la uno y la dos. O programas aburridos el sábado por la tarde o los libros de Julio Verne. Era lo que había. Imagino que, con doce años, si hubiese tenido la posibilidad de escoger entre Julio Verne o The Walking Dead, me hubiese quedado con los zombies sin dudarlo ni medio segundo.


     Que no lean no me parece tan preocupante. El saber humano tiene muchísimos canales de transmisión. La lectoescritura es sólo uno de ellos. Documentales, tutoriales, cine, series y demás formatos pueden transmitir el saber más o menos igual. Lo que realmente me llama la atención -y me parece preocupante- es que no se reflexiona. El arte se consume y se deshecha inmediatamente sin dedicarle más tiempo que el estrictamente necesario para su consumo. Unas dos horas para una película, un poco más para una serie, pero ni un minuto más. Y sin reflexión, sin debate interno y con los semejantes, difícilmente se puede aprehender el mensaje, el conocimiento que hay detrás de las narraciones. 




      La razón de esta falta de reflexión es la misma que la que les lleva a no leer. Acaban una serie e inmediatamente empiezan otra. O una película. O un disco. Antes era más complicado. Yo veía una película a la semana, la que cogía en videoclub y que costaba ciento cincuenta pesetas -eso cuando ya había video-. La veía todos los días porque no había otra. Esto hacía que me quedase con los detalles, que la masticase, le diese vueltas y, en definitiva, que reflexionase sobre ella. Normalmente nos juntábamos todos los chicos del barrio para verla, lo que le sumaba a este largo proceso de reflexión personal el debate con los amigos, que siempre aportaban una visión distinta que enriquecía o complementaba la mía. Lo mismo sucedía con los discos. Comprarlos era un lujo. Normalmente tenías una cinta grabada e ibas que chutabas. A los diecisiete años escuché los discos de Janes Addiction literalmente hasta desgastarlos. Ahora la oferta es infinita, gratuita e inmediata. Esto deriva inevitablemente en una cultura más vasta en lo que a títulos se refiere, pero más superficial. Han visto, leído, escuchado mucho más que nosotros, pero no se han detenido en ello, fundamentalmente porque las circunstancias no les han obligado. Otra vez sostengo que no hay que demonizarlos por ello. Si la enésima que vez escuché Nothing´s Shocking hubiese tenido la posibilidad de poner Youtube y escuchar lo que me diese la gana, probablemente hubiese optado por esta segunda opción.

     Esta hiperoferta de la cultura que deriva en el consumo masivo superficial está estrechamente relacionada con esta nueva sociedad del capitalismo de consumo que Bauman llamó sociedad líquida (aquí y aquí). Vivimos en un mundo en el que todo cambia continuamente, todo es liviano. Hay que estar continuamente cambiando, padecemos la sed insaciable de lo nuevo. Vamos al centro comercial, compramos algo, lo usamos e inmediatamente vamos a lo siguiente. No disfrutamos del objeto, sino del acto de conseguirlo. Me cito a mí mismo:

    Quizá una de las aportaciones más interesantes de Bauman es interpretación psicológica del consumo. Parte de una concepción un poco schopenhaueriana de la naturaleza humana. La vida oscila entre el dolor que provoca el deseo insatisfecho y el tedio que llega cuando hemos satisfecho ese dolor. Sufro porque no tengo algo -una novia, un puesto de trabajo, o lo que sea- y, cuando lo consigo, al poco tiempo paso a considerar la nueva situación como normal y me aburro. Para evitar caer en un tedio indefinido, me busco otra meta que me mantiene insatisfecho mientras no la alcanzo. Y así desde que nacemos hasta que nos morimos. Según Bauman, el consumismo ha superado este círculo vicioso. Por medio de la publicidad nos provoca el deseo insatisfecho de poseer ciertas cosas. Pero satisfaccerlas es increíblemente fácil. Basta con ir al centro comercial y pasar la tarde. La expectativa de satisfaccer ese deseo insatisfecho ya basta para hacernos felices. Es como si insatisfacción y deseo se juntasen en una nueva experiencia agradable. Por eso, cuando nos deprimimos, vamos de compras. Comprar es el mejor antidepresivo del siglo XXI, mucho mejor que el Prozac.



     Mary Douglas demostró en Estilos de pensar que cierta correspondencia entre el tipo de sociedad y el gusto/la estética. Lo que nos gusta y lo que no depende de la cultura en la que hayamos sido educados. Esto, lógicamente, ha de cumplirse en nuestra sociedad actual. A nuestros adolescentes no es que les guste el cine en general -como no les disgusta leer en general, aunque no lo sepan-. Si los ponemos delante de la pantalla y les cascamos una película de Dreyer, se mueren de asco. Ellos quieren películas en las que se consumen imágenes una detrás de otra, rápido. Quieren acción trepidante, cliff hunger tras cliff hunger que los tenga enganchados a la pantalla ansiosos por saber qué va a pasar en la siguiente escena. Como en el centro comercial, no se disfruta del objeto, no nos detenemos en la pelicula, sino que consumimos sin parar. No hay reflexión, sólo consumo.  

    Esto, lógicamente, afecta a la lectura. La lectura no tiene los recursos del cine. Es más lenta. Por eso les cuesta más y no leen. En caso de hacerlo, sólo son libros que siguen esa técnica de consumir páginas una detrás de otra. Así pasó con El Código da Vinci y lo que es best seller hoy en día. Los juegos del hambre, La princesa de hielo, etc... Les gusta porque se consumen páginas. Cada capítulo acaba con un pico de tensión no resuelto que despierta en el lector la curiosidad casi irresistible de leer el siguiente para saber qué pasa. Esta es una de las razones por las que gusta la novela policíaca. Porque consume páginas sin detenernos en el objeto.