Sócrates actúa en un mundo en el que los conceptos morales se habían vuelto ambiguos. Como reacción, la ética en Sócrates se fundamenta en su firme creencia en la posibilidad del conocimiento moral objetivo y en la capacidad de enseñar y aprender virtud. Como reacción a los sofistas, quienes propugnaban un relativismo moral y una perspectiva pragmática según la cual la virtud era relativa a las convenciones sociales, Sócrates buscó establecer definiciones universales y fundamentadas en la razón.
Utilizando la dialéctica, un método de diálogo crítico y argumentativo, Sócrates buscaba alcanzar definiciones precisas y universalmente válidas de conceptos éticos como la justicia, la valentía, la templanza, entre otros. Para él, estas definiciones eran accesibles a través del razonamiento y la reflexión, no solo como meras opiniones subjetivas.
Sócrates argumentaba que la virtud es conocimiento, es decir, que actuar éticamente implica comprender lo que es correcto y justo en una situación dada. Esta comprensión se adquiere mediante un proceso de indagación y análisis racional. En consecuencia, si uno conoce la virtud, es capaz de practicarla de manera consistente.
Nadie se equivoca obrando cuando conoce, porque nadie escoge algo que no es bueno para él. Sócrates cree en la conexión intrínseca entre el conocimiento y la acción ética. Según esta perspectiva, una vez que se comprende lo que es moralmente correcto, es natural y razonable actuar en conformidad con ese conocimiento.
Esta visión ética de Sócrates está arraigada en la noción griega de areté, que se traduce como "excelencia" o "virtud". Los griegos creían que todo ser tiende hacia su propia perfección, su areté, y Sócrates aplicó esta idea al ámbito moral, argumentando que la búsqueda y la práctica de la virtud conducen a la realización plena del individuo.
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