martes, 20 de febrero de 2024

Ética sofística


LA VUELTA DE LOS SOFISTAS – Crítica


















    

   Si por algo son conocidos los sofistas es por la archiconocida máxima de Protágoras de que el hombre es la medida de todas las cosas. Las fuentes que explica con mayor detenimiento estas doctrinas son los diálogos platónicos Teeteto y Protágoras. Protágoras concibe el mundo físico en continuo flujo, donde las percepciones son resultado de emisiones y adiciones continuas. Protágoras sigue a Heráclito cuando sostenía que nada es en sí y por sí mismo, sino que todas las cosas surgen un su diversidad a partir del movimiento. Esto lleva a Protágoras a afirmar que las percepciones individuales no pueden ser todas verdaderas, ya que la realidad es un devenir constante sin una sustancia inmutable.1En consecuencia, cada individuo se convierte en el árbitro subjetivo de la realidad, donde las cosas son como a cada uno le parecen. No existen verdades universales. Cada ser humano percibe la realidad de una forma distinta y ninguna percepción es superior o más verdadera que otra. No hay verdades fuera de la sensación y de la opinión. Nuestras apreciaciones son subjetivas y sólo valen para nosotros mismos.2


   Aunque Protágoras es el más conocido relativista de todos los sofistas, no es único que defendió esta teoría. Gorgias defiende una doctrina de la percepción similar, donde los objetos emiten efluvios materiales que llegan a través de los sentidos.

  Ni tampoco fue Protágoras el primero en defender una idea tal. Poetas como Simónides marcan el comienzo de una transición donde el poeta deja de ser considerado como un maestro de verdad para convertirse en un creador de ilusiones, un artífice. Para Simónides la palabra es la imagen de la realidad. En este sentido, Simónides defiende al ambigüedad de las palabras y desarrolla una teoría de la dóxa, lo que anticipa lo dicho por Protágoras en los diálogos platónicos.3

 

   Con frencuencia se ha acusado a los sofistas de inmoralismo. El razonamiento es el siguiente: si no existe una verdad objetiva, tampoco existe el bien y el mal universales. Que una acción sea buena o mala depende de la persona que la juzgue. Por tanto, no hay una moral universal. Cada cual es libre para hacer lo que le plazca.

   Es cierto que los discípulos de los primeros sofistas sí cayeron de una forma u otra en el inmoralismo.


   Trasímaco, en el libro I de la República de Platón, sostiene las leyes, que no dejan de ser la manifestación de la justicia, simplemente defienden los intereses de los más fuertes que, en este caso, son los gobernantes que detentan el poder. Trasímaco argumenta que lo justo es lo que conviene al gobierno establecido, y dado que el gobierno tiene el poder, lo justo es lo que beneficia al más fuerte.


¿No hace leyes cada uno de ellos en ventaja suya, el gobierno del pueblo leyes populares, la tiranía leyes tiránicas y así los demás? Una vez hechas estas leyes, ¿no declaran que la justicia para los gobernados consiste en lo conveniente para ellos? ¿No se castiga a los que las traspasan como culpables de una acción injusta? Aquí tienes mi pensamiento. En cada Estado la justicia no es más que la conveniencia del que tiene la autoridad en sus manos y, por consiguiente, del más fuerte. De donde se sigue, para todo hombre que sabe discurrir, que la justicia y lo que es conveniente al más fuerte en todas partes y siempre es una misma cosa. (…) El que gobierna, considerado como tal, no puede engañarse; lo que ordena es siempre lo más ventajoso para él, y eso mismo es lo que debe ejecutar el que a él está sometido. Por lo tanto, es una verdad, como dije al principio, que la justicia consiste en lo que es conveniente para el más fuerte.1

   Por eso, la injusticia es mejor que la justicia porque beneficia al individuo.

Estás tan adelantado acerca de lo justo y de lo injusto, que ignoras que la justicia es en realidad un bien ajeno, conveniencia del poderoso que manda, y daño para el súbdito, que obedece; que la injusticia es lo contrario, y ejerce su imperio sobre las personas justas, que por sencillez ceden en todo ante el interés del más fuerte, y sólo se ocupan en cuidar los intereses de éste abandonando a los suyos. (...) Tan cierto es, Sócrates, que la injusticia, cuando se la lleva hasta cierto punto, es más fuerte, más libre, más poderosa que la justicia, y que, como dije al principio, la justicia es la conveniencia del más fuerte, y la injusticia es por sí misma útil y provechosa.2


   Glaucón retoma la doctrina de Trasímaco en el libro II de la República. Glaucón dice que las personas aceptan la ley por miedo a salir perjudicadas. En el mundo de Glaucón todos actuarían injustamente si pudieran hacerlo impunemente. Lo único que nos hace aceptar la ley es el miedo al castigo. En ausencia de control, la naturaleza egoísta prevalecería sobre la igualdad impuesta por la ley.


Se dice que es un bien en sí cometer la injusticia y un mal el padecerla. Pero resulta mayor mal en padecerla que bien en cometerla. Los hombres cometieron y sufrieron la injusticia alternativamente; experimentaron ambas cosas, y habiéndose dañado por mucho tiempo los unos a los otros, no pudiendo los más débiles evitar los ataques de los más fuertes, ni atacarlos a su vez, creyeron que era un interés común impedir que se hiciese y que se recibiese daño alguno. De aquí nacieron las leyes y las convenciones. Se llamó justo y legítimo lo que fue ordenado por la ley. Tal es el origen y tal es la esencia de la justicia, la cual ocupa un término medio entre el más grande bien, que consiste en poder ser injusto impunemente, y el más grande mal, que es el no poder vengarse de la injuria que se ha recibido. Y se ha llegado a amar la justicia, no porque sea un bien en sí misma, sino en razón de la imposibilidad en que nos coloca de cometer la injusticia. Porque el que puede cometerla y es verdaderamente hombre no se cuida de meterse en tratos para evitar que se cometan o sufran injusticias, y sería de su parte una locura. He aquí, Sócrates, cuál es la naturaleza de la justicia, y he aquí en dónde se pretende que tiene su origen.3

   No está claro que Calicles sea un sofista4, ni siquiera que no sea una invención de Platón5, pero lo que deja clara su intervención en la República, es lo que ciertos discípulos de Gorgias y Protagóras defendían.


   Sea como sea, Calicles y Trasímaco no son los únicos que defienden posturas inmoralistas. Antifón en Sobre la verdad dice que la justicia es obedecer la ley y que ésta con frecuencia va en contra de los intereses del individuo.


La justicia consiste en no transgredir las normas legales vigentes en la ciudad de la que se forma parte. En consecuencia un individuo puede obrar justamente en total acuerdo con sus intereses, si observa las grandes leyes en presencia de testigos. Pero si se encuentra solo y sin testigos, su interés reside en obedecer a la naturaleza.6


  Pero que estos discípulos hayan tenido tendencias inmoralistas, no quiere decir que la acusación pueda extenderse a toda la sofística. Entre la primera generación de sofistas a la que pertenecían Gorgias o Protágoras y sus seguidores como Trasímaco o Antifón se da una transición de la teoría a la práctica, lo que deriva en estas posturas un tanto simplistas. Los discípulos simplifican y banalizan las doctrinas de sus maestros, que, al ser examinadas de cerca, revelan un profundo respeto por la moral al defender los valores morales y la virtud7. Según Romilly fueron los atenienses que, por culpa de la guerra, retorcieron las ideas de los sofistas para justificar sus acciones bajas. Los atenienses de la época, influenciados por las pruebas de la guerra, agravaron y deformaron las tesis de los sofistas para utilizarlas como armas y coartadas. Esta utilización partidista e interesada hizo que perdieran de vista las perspectivas originales de las doctrinas. Fueron, por tanto, las pasiones de los ambiciosos los que se centraron sólo en el inmoralismo.8


   Gorgias en su Elogio de Helena se hace cargo del carácter ambiguo y peligroso de la retórica. Puede usarse o puede llevar a despreciar lo justo y la verdad. Pero eso no convierte a Gorgias en inmoral. Que la retórica pueda usarse para el mal, no quiere decir que esto esté bien9. Gorgias en el diálogo platónico que lleva su nombre dice que retórica es como un arma. Puede usarse para el bien o para el mal. El problema no es el arma, sino para qué la uses. El problema está en el individuo. Dice Calvo Martínez al respecto:


A Gorgias, por su parte, lo que de verdad y prioritariamente le interesa es el dominio del instrumento y no el uso que sus discípulos puedan hacer de él. Estos serán los responsables del uso —bueno o malo— que hagan de la retórica.10


   De la misma opinión es Melero Bellido cuando afirma:


En el Gorgias platónico el sofista, acuciado por Sócrates, admite que efectivamente la retórica sofistica puede servir para el bien o para el mal. Pero añade que, en su caso, es el sentido y el respeto por la justicia lo que puede aprenderse.11

   Tampoco puede decirse que Protágoras fuese un inmoralista. Protágoras no reemplaza lo falso con lo verdadero, sino la opinión más débil por la más fuerte. Esto no quiere decir que para Protágoras todas las acciones estén al mismo nivel moral. En reiteradas ocasiones Protágoras habla de justicia -lo que no es inmoralismo-. En su opinión, la sociedad surge del pacto que hacemos los seres humanos para vivir mejor. Protágoras, en el diálogo platónico que lleva su nombre, sostiene que la cultura es una creación necesaria para satisfacer las demandas básicas y facilitar la convivencia. El nomos o ley es el pacto social que ejerce de freno necesario frente a las actitudes naturales agresivas, y afirma que es ventajoso para todos, reflejando así un profundo respeto por la ley.12


  Protágoras es relativista, pero que todas las opiniones sean verdaderas, no quiere decir que todas sean iguales. Hay unas más útiles que otras. Y las útiles son las que debe seguir la Asamblea y debe hacer sus leyes de acuerdo a ellas. Y estas leyes no se hacen por medio de la violencia, sino por la persuasión. Esta preocupación por el estado y la no violencia no es en absoluto un signo de inmoralismo.13


   Y no fue Protágoras el único que se preocupó por el estado. Los sofistas se presentaban a sí mismos como maestros de la virtud enfocada a convertirse en buenos ciudadanos. El propoio Antifón también fue un humanitarista, que defendía la igualdad de todos los hombres14 y la concordia desde cuyo ideal denuncia las insuficiencias del ordenamiento jurídico15.


   Los sofistas, lejos de ser inmoralistas, se mostraron como unos filósofos tolerantes que abogaban por el pacto social para vivir mejor. Para ello es necesario interiorizar que uno no posee la verdad absoluta como sucede con el conocimiento religioso o con Platón, uno de sus mayores vilipendiadores. Si, como decía Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas, todas las cosmovisiones son válidas y por ello hay que llegar a un consenso que nos permita vivir a todos lo mejor posible. En este sentido, no creemos que los sofistas fuesen inmoralistas, sino más bien abogaban por una nueva moral tolerante fruto del pacto social. Por eso estamos de acuerdo con Melero Bellido cuando sostiene que crearon una nueva moral democrática.


...este relativismo moral, teóricamente fundamentado, los sofistas contribuyeron a poner las bases de lo que llamaríamos hoy una moral democrática, basada en la convicción de que la arete (virtud) no es una cualidad innata, dependiente del nacimiento y la estirpe, sino un conjunto de saberes y de valoraciones que puede ser enseñado y ejercitado en la vida colectiva. Con su aguda crítica los sofistas no cuestionaron tanto el orden establecido, cuanto los valores sobre los que este orden se mantenía. Sus análisis sobre la justicia, lo justo, la equidad, la ley o la legitimación del poder contribuyeron en no pequeña medida a elevar los estándares de moralidad en la Atenas clásica.16


  Lo que hicieron los sofistas fue sutituir el concepto de verdad por el de utilidad y a partir de ahí crear una moral tolerante democrática.17 Esto no quiere decir que todos los sofistas fueran demócratas. Muy al contrario, algunos fueron oligárquicos18. Pero su hábito de cuestionarlo todo llevó a que la experiencia humana fuese la única verdad19, y esto fue una auténtica revolución con respecto al dogmatismo de la etapa religiosa anteior. Después de los siglos religiosos de verdad absoluta, decir que el hombre era la medida de todas las cosas, con la consiguiente tolerancia hacia las opiniones diferentes que acabamos de demostrar, era realmente revolucionario20

BIBLIOGRAFÍA

 

Calvo Martínez, T. De los sofistas a Platón. Política y pensamiento. Madrid, Cincel, 1989.

Fraile, G. Historia de la Filosofía I. Grecia y Roma. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos.

Gorgias, Elogio de Helena. En Discurso_Gorgias.pdf (iesmiguelservet.es).

Gorgias, Sobre el no ser. Bogotá, Ediciones Uniandes, 2014.

Gorgias, Sobre el no ser. Estudio introductorio, traducción y notas de Sergio Ariza, Bogotá, Ediciones Uniandes, 2014

Jaeger, W. Paideia: los ideales de la cultura griega. México, Fondo de Cultura Económica, 2001.

Marrou, H. I. Historia de la Educación en la Antigüedad, Madrid, AKAL, 2004.

Melero Bellido, A. Sofistas. Testimonios y Fragmentos. Madrid, Gredos, 1989.

Platón, Crátilo o del lenguaje, Madrid, Trotta, 2002.

Platón, La República o el Estado. En republica (um.es)

Platón, Protágoras, Oviedo, Clásicos El Basilisco, 1980.

Romilly, J. Los grandes sofistas en la Atenas de Pericles. Una enseñanza nueva que desarrolló el arte de razonar. Barcelona, Seix Barral, 1995.

Samaranch Kischner, F. “Protágoras y el enunciado del hombre medida”, en https://revistas.uned.es/index.php/endoxa/article/view/4839/4659.

Zeller, E. Sócrates y los sofistas. Buenos Aires, Editorial Nova, 1955.

 

1Cfr. Platón, La República o el Estado. En republica (um.es) , p. 33.

2Platón, Op. Cit. pp. 36-37.

3Platón, Op. Cit. p. 47.

4Cfr. Calvo Martínez, T, Op. Cit. pp. 83-84; Fraile, G, Op. Cit. p. 234; Romilly, J. Op. Cit. p. 126.

5Cfr. Calvo Martínez, T, Op. Cit. p. 84; Fraile, G, Op. Cit. p. 234.

6Antifonte, Sobre la verdad, en Melero Bellido, A. Op. Cit. pp. 357-358.

7Cfr. Melero Bellido, A. Op. Cit. p. 42.

8Cfr. Romilly, J. Op. Cit. p. 164.

9Cfr. Romilly, J. Op. Cit. p. 78.

10Calvo Martínez, T, Op. Cit. p. 97.

11Melero Bellido, A. Op. Cit. p. 43.

12Cfr. Calvo Martínez, T, Op. Cit. pp. 79-81; Melero Bellido, A. Op. Cit. p. 39.

13Cfr. Calvo Martínez, T, Op. Cit. pp. 91-93.

14Cfr. Fraile, G. Op. Cit. p. 234.

15Cfr. Calvo Martínez, T, Op. Cit. pp. 86-87.

16Melero Bellido, A. Op. Cit. pp. 44-45.

17Cfr. Romilly, J. pp. 191 y ss.

18Cfr. Romilly, J. pp. 193 y ss.

19Cfr. Romilly, J. pp. 24-25.

20Cfr. Romilly, J. p. 93.

 

1Cfr. Samaranch Kischner, F. “Protágoras y el enunciado del hombre medida”, en https://revistas.uned.es/index.php/endoxa/article/view/4839/4659.

2Cfr. Calvo Martínez, T. Op. Cit. pp. 89-90; Fraile, G. Op. Cit. p. 230; Melero Bellido, A. Op. Cit. pp. 30-35; Romilly, J. Op. Cit. p. 93; Zeller, E. Op. Cit. 56.

3Cfr. Melero Bellido, A. Op. Cit. pp. 30-35.

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