lunes, 28 de marzo de 2016

Zygmunt Bauman: Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos.




    A veces un intelectual tiene una idea que utiliza como clave para interpretar el mundo. Tal es el caso de Zygmunt Bauman. En otro momento escribí al respecto:


    Zygmunt Bauman tiene una idea: la modernidad líquida. Y escribe tropecientos ensayos sobre lo mismo. Resulta curioso que uno de los bastiones intelectuales contra el capitalismo de mercado saque cada año un ensayo en el que repite una y otra vez lo que ya contó hace veinte años. Eso sí, con un título distinto, letra gorda, bien espaciada, para llegar a las doscientas páginas y poder colocarlo todas las Navidades en las estanterías de la FNAC. Esto no quita que tenga una visión muy lúcida de nuestra realidad contemporánea. Lo que critico es que nos venda lo mismo con distintos envoltorios para mantenerse en la pomada mediática y, de paso, forrarse. (aquí)

       
    En Amor líquido Bauman recurre a su idea clave para interpretar las relaciones interpersonales en la sociedad contemporánea -por amor él no sólo se refiere al amor romántico, sino que engloba todo tipo de relaciones afectuosas entre individuos, incluyendo hasta el racismo o el tema de los refugiados. En la modernidad líquida, la sociedad del capitalismo, todo cambia y nada es estable, porque así lo demanda el sistema. Hay que moiverse continuamente, para adaptarse a las necesidades del mercado y para desechar los productos que hemos comprado y adquirir otros. El sistema necesita que nos mantengamos en cambio perpetuo tanto como productores/trabajadares como como consumidores. Las relaciones humanas no iban a quedarse al margen de esta tendencia general. Nos agobia crear vínculos duraderos porque, por definición, se oponen al cambio continuo, a la continua adaptación. Si establecemos este tipo de vínculos, difícilmente vamos a estar preparados para mover nuestra residencia -y por ende nuestro proyecto de vida- para aceptar un nuevo trabajo en un nuevo país, para empezar de cero en función de las necesidades del mercado de trabajo. 

    Además, el amor se contempla desde la fría racionalidad del consumismo, como una inversión que tiene que dar resultados, obtener algo a cambio. Igual que cuando se va al centro comercial.

    El sexo suple al amor, porque es instantáneo, inmediato y no crea vínculos duraderos.

  Los hijos suponen un compromiso de perdurabilidad en el tiempo. Eso no encaja en la modernidad líquida, de ahí que la gente se lo piensa mucho, vengan las depresiones postparto, las crisis matrimoniales y todo eso. Los hijos también se contemplan desde la racionalidad del consumo. Son una inversión afectiva. Sacamos provecho de ellos, nos dan amor, nos sentimos queridos y se supone que cuidarán de nosotros cuando seamos viejos.

   Aunque la mayoría de las ideas no sean suyas, la parte en la que analiza la ciudad como elemento de la modernidad es de las más interesantes. Las ciudades actuales son el basurero de los problemas sociales mundiales. Los verdaderos individuos dominantes viven en espacios vedados a los demás. Para ellos, la ciudad sólo es un espacio donde satisfaccer sus necesidades. Los pobres tratan de acceder al centro para buscar sustento. pero en el centro molestan porque hay que verlos y ser conscientes de su miseria. Por eso se los expulsa hacia la periferia, donde no se ven, pero al mismo tiempo no hay que verlos.

    La política tal y como se ejerce hoy en día, difícilmente puede dar respuesta a los problemas a los que se enfrenta la sociedad actual. El mundo ya se mueve por cuestiones globales. Sin embargo, la política y la legislación siguen siendo un asunto local.

    En la ciudad se dan dos tendencias: el mixtifilia y la mixtifobia. El miedo a lo desconocido, el no saber cuál es nuestro lugar en el mundo, provoca rechazo a mezclarnos. Por eso las ciudades están llenas de fronteras físicas y simbólicas, espacios vedados donde no puede entrar cualquiera. Para los ricos, el gueto es el espacio en el que no quieren entrar. Para los pobres es el espacio del que no les dejan salir. Las ciudades están llenas de espacios intermedios que sirven como barrera, espacios llenos de cámaras, planos inclinados que no dejan pasar o sitios en los que es imposible sentarse. Pero al mismo tiempo hay una tendencia natural a querer mezclarse y en esta tensión vive la ciudad actual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario