El capitán John Blackthorne naufraga en los primeros años del siglo XVII en las costas de Japón. Su destino es morir decapitado, pero, sorprendentemente, se convierte en pieza clave de la lucha política que mantienen los más poderosos señores feudales, Toranaga e Ishido, por hacerse con el control del Imperio. Zarandeado por los intereses de ambos señores y por los de la Iglesia que cristianiza las islas, Blackthorne, llamado Anjin-san, va sumergiéndose poco a poco en la cultura japonesa, hasta el punto de aprender el idioma, convertirse en samurai e, incluso, enamorarse de Mariko-san, su traductora.
Ya no me gustó la serie. Tampoco el libro. Básicamente por dos razones:
1. No es una novela japonesa. Japón es la excusa para un escenario exótico, pero los personajes, sus pasiones y sus reacciones son total y absolutamente europeas. Eso es falsear la historia, cosa que, por otra parte, hacen la mayoría de las novelas históricas. Le dan al lector un escenario exótico, que sea sugerente, al tiempo que ofrece la falsa sensación de estar aprendiendo. Si buscamos esta última finalidad en Shogun, es tiempo perdido, porque el Japón del siglo XVII no fue de ninguna manera así. Lo único que tiene de verídico es la arquitectura y el nombre de los personajes, pero en absoluto su cultura y su forma de ser. Podría poner muchos ejemplos. Basta con rescatar la relación amorosa del protagonista, que parece sacada directamente de una novela romántica europea.
2. La novela tiene cierta acción e intriga política. Eso se lo reconozco y el lector quiere leer más para saber cómo va a acabar todo. El problema es que la conspiración política se resuelve sólo a medias. El libro está totalmente descompensado. Lo lógico es que una narración dedique 1/3 al planteamiento, 1/3 al nudo y otro tercio al desenlace. O como Shakespeare, 1/5, 3/5 y 1/5. Pero en Shogun el desenlace es menos de 1/10. Es tan precipitado que te deja con la sensación de no resuelto, como si el autor se hubiese cansado de escribir y hubiese dejado el libro a medias.
1. No es una novela japonesa. Japón es la excusa para un escenario exótico, pero los personajes, sus pasiones y sus reacciones son total y absolutamente europeas. Eso es falsear la historia, cosa que, por otra parte, hacen la mayoría de las novelas históricas. Le dan al lector un escenario exótico, que sea sugerente, al tiempo que ofrece la falsa sensación de estar aprendiendo. Si buscamos esta última finalidad en Shogun, es tiempo perdido, porque el Japón del siglo XVII no fue de ninguna manera así. Lo único que tiene de verídico es la arquitectura y el nombre de los personajes, pero en absoluto su cultura y su forma de ser. Podría poner muchos ejemplos. Basta con rescatar la relación amorosa del protagonista, que parece sacada directamente de una novela romántica europea.
2. La novela tiene cierta acción e intriga política. Eso se lo reconozco y el lector quiere leer más para saber cómo va a acabar todo. El problema es que la conspiración política se resuelve sólo a medias. El libro está totalmente descompensado. Lo lógico es que una narración dedique 1/3 al planteamiento, 1/3 al nudo y otro tercio al desenlace. O como Shakespeare, 1/5, 3/5 y 1/5. Pero en Shogun el desenlace es menos de 1/10. Es tan precipitado que te deja con la sensación de no resuelto, como si el autor se hubiese cansado de escribir y hubiese dejado el libro a medias.
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