Me cuesta ser objetivo con una película que vi por primera vez con doce años y que ya he debido ver unas veinte veces. Me la sé de memoria y, cuanto más la veo, más me gusta. Huston convierte una historia de aventuras en el África colonial en una fascinante historia de amor. No sé qué tenía Katherine Hepburn, que no era guapa, pero enamoraba. Durante los primeros minutos de la película me dan ganas de estrangularla. Me parece una mojigata beatona manipuladora egoísta. Pero, a medida que va pasando el tiempo, me voy enamorando de ella hasta hacerme soñar con estar en el pellejo de Bogart. Él está fantástico, en un papel que no era el suyo de siempre. No es un tipo duro, sino un hombre sencillo, honesto y valiente en una situación complicada. Y entre los dos surge un amor de película, que es lo que es La reina de África. Un amor de película que permanecerá en la historia de este arte porque se lo merece. Y de fondo la fotografía de un continente salvaje, el decorado perfecto para esta historia de amor.
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