domingo, 31 de agosto de 2014

A propósito de Llewyn Davis (Joel Coen)



    Esta película cuenta unos días en la vida de un músico fracasado de folk. 
    Técnicamente está bien hecha. No hay nada que reprocharle. Sin embargo, le pasa lo que a casi todas las películas contemporáneas: le falla el argumento. El espectador se pasa toda la película esperando un clímax que no llega. El metraje es una una sucesión de escenas que inciden una y otra vez en la idea que se había planteado nada más empezar la película: Llewyn Davis es un músico fracasado y su vida es muy dura. Da la sensación de que el personaje no es más que una excusa para poner un montón de canciones folk. Algo así ya hicieron los hermanos Coen en Oh Brother, pero en esta última había algo de trama. 
     Toda narración tiene que tener un conflicto que desencadene la acción. En A propósito de Llewyn Davis lo hay: la lucha de un hombre contra la sociedad para salir adelante. Pero todo conflicto debe evolucionar de planteamiento a nudo y desenlace. Si no, más que una película, tenemos un documental. Y por momentos es la sensación que tuve viendo esta película. A los hermanos Coen les debe gustar mucho la música folk y quisieron hacerle un homenaje. Es una pena, porque a mí no, y la película me pareció un coñazo. En este sentido, me parece mucho más honesto lo que hizo Win Wenders con Buena Vista Social Club. Le gustaba mucho la música cubana, e hizo un documental poniéndola por las nubes. A mí tampoco me gusta la música cubana, pero por lo menos no me sentí engañado, Sabía lo que iba a ver: un documental con muchísimos cortes de música. En A propósito de Llewyn Davis los hermanos Coen me engañaron. Me hicieron creer que iba a ver una película, y me colaron de rondón la vida intrascendente de un personaje anodino cuya presencia sólo está justificada para introducir muchas canciones. La nominaron al Oscar por mejor sonido. Todo para ellos.  Me reafirmo en lo que dije cuando hablé de Barton Fink: los Coen ya han dicho todo lo que tenían que decir,
     

Thomas Bernhard: El malogrado.



    El argumento de El malogrado es bastante sencillo: el narrador viaja hasta su antiguo hogar porque un amigo se ha suicidado. Allí, rememora su amistad y la relación que ambos tuvieron con Glenn Gould, un genio del piano. A partir de aquí, el narrador reflexiona  sobre los personajes, la condición humana y las limitaciones -el narrador y el amigo que se ha suicidado también eran pianistas, pero lo dejaron porque no podían sufrir la comparación con el genio Glenn Gould.
     Thomas Bernhard es un escritor más que respetado en los ambientes intelectuales. Y siempre, además de que es muy bueno, se dice de él que es un autor difícil. Ambas afirmaciones son ciertas. 
     En primer lugar, El malogrado disecciona de manera prodigiosa a tres personajes y, sobre todo, la frustración ante los propios límites. En segundo lugar, es una lectura bastante lenta, porque apenas si tiene acción. En las primeras páginas el autor plantea lo que yo he resumido como el argumento y, a partir de ahí, dedica un par de cientos a reflexionar, a construir los personajes, a los que va añadiendo características como las capas de una cebolla. Da vueltas y vueltas sobre ellos, contando de vez en cuando una anécdota aquí, una impresión personal allá, no siempre coherentes entre ellas. 
     Existe una cierta correspondencia entre la época, la cultura y el gusto del público. Si no recuerdo mal, la grandísima Mary Douglas le dedica a esta tesis todo un ensayo (Estilos de pensar). Esta misma idea es la que utiliza Hatzfeld para explicar la estética del barroco. 
    Me cito a mí mismo -mi tesis-:
     
   Cuando Góngora compone un poema tan complejo formalmente como la Fábula de Polifemo y Galatea, forma y contenido son expresiones de una misma cultura. Todo el optimismo y el reformismo renacentista acaban en el cisma luterano, la Contrarreforma, las guerras de religión, el cisma anglicano, las guerras dinásticas en Francia, Alemania, norte de Italia, Portugal y España, etc… Como era de esperar, esto provoca una nueva sociedad pesimista y desencantada. Este hecho, lógicamente, se proyecta sobre el contenido de las obras literarias, que se conducen fundamentalmente en dos direcciones: bien hacia amargas reflexiones que ahondan en el desencanto, bien en forma de huida hacia mundos ideales -la Fábula de Polifemo y Galatea, sería un ejemplo de esta segunda dirección-. En cuanto a la forma, la Fábula de Polifemo y Galatea se comporta del mismo modo. La hiperabundancia de recursos literarios, las complejas antítesis, metáforas, paradojas, disemias, las alusiones mitológicas, etc…, no son más que el deseo de huir del lenguaje cotidiano hacia un mundo de maravillosa artificiosidad. Hasta el empleo de latinismos, ya sean léxicos, ya sintácticos, y la creación de neologismos sobre la base latina expresan esta voluntad de alejarse de las formas vulgares, entroncando con un idioma asociado simbólicamente a la idealizada antigüedad grecolatina.
Al mismo tiempo, la ruptura brusca de los ideales renacentistas en treinta años de guerras y hambrunas lleva a la cultura de la época a percibir simbólicamente la vida como algo inestable, sujeto a los vaivenes del tiempo. La vida es continuo devenir, perpetuo cambio, tiempo fugaz que fluye y no se detiene. Esta nueva identidad cultural se concreta en lo que Hatzfeld llamó fusionismo, que no es sino la proyección de esta concepción del tiempo en las formas. Los contornos entre las cosas se difuminan. Las líneas de Miguel Ángel o Leonardo, bien definidas para delimitar los objetos, pierden esa función en la obra de Rubens o Caravaggio. Los personajes planos dejan paso a personajes como Polifemo, lleno de contradicciones, brutal y enamorado, cruel y delicadamente entregado a Galatea. Góngora nos presenta en un mismo plano la belleza de Galatea y la fealdad de Polifemo, la brutalidad y el amor. Y todo ello se concreta en unas formas al servicio de esta concepción dinámica del tiempo: el poema se construye a partir de frases dislocadas, de elipsis, de antítesis, de un ritmo acelerado, etc… Forma y contenido son el resultado de una cultura que percibe simbólicamente la vida como continuo devenir y que, ante la degradada realidad social, anhela esquivar los aspectos desagradables de esa realidad cotidiana.

    Lo mismo sucede hoy en día. Como dice Richard Sennett en La cultura del nuevo capitalismo, el mundo actual es cambio perpetuo. Hay innovaciones tecnológicas constantes -hace treinta años internet y los teléfonos móviles apenas si se usaban-, las personas nos vemos obligadas a cambiar de empleo una media de cuatro veces en nuestra vida con el consiguiente cambio de amistades y a veces hasta de relaciones sentimentales, el valor de las empresas no se mide por los dividendos que repartan a final de año, sino por lo que pueda valer en el futuro, etc. Esta cultura del cambio, de la flexibilidad, se concreta en un gusto por las acciones trepidantes, con peripecias continuas, es decir, con cambios continuos en la trama. Si uno mira los grandes éxitos de ventas, tanto de cine como de novela, es curioso observar cómo todas esas historias se basan fundamentalmente en una trama que avanza con mucha rapidez, que cambia continua y bruscamente. Desgraciadamente, esto va en detrimento del desarrollo de los personajes. Una novela es como vasos comunicantes. Si le dedicas mucho a la trama, inevitablemente habrás de recortar en la caracterización de los personajes, al menos en aquella forma de caracterización que no se deriva directamente de sus acciones. En este sentido, no hay un escritor menos moderno que Thomas Bernhard. En El malogrado apenas si pasa nada. En las veinte primeras páginas ya sabemos todo lo que va a pasar. Un amigo que quería ser un erudito del piano se ha suicidado y el otro amigo, el genio del piano. hace un año que ha fallecido de muerte natural. Fin de la historia. Y a partir de ahí, a diseccionar a los personajes, a describirlos hasta la extenuación, a profundizar en la naturaleza última de sus motivaciones, a, en definitiva, a construirlos lentamente, con morosidad, pero también con rigurosidad y profundidad. De ahí que al lector actual, orientado culturalmente hacia un gusto por la rapidez, lo encuentre difícil. Estoy seguro de que si hiciese una encuesta entre el lector medio, al que le gusta Eugenides o Paul Auster, diría que Bernhard le aburre porque no pasa nada. 
    Pues bien, puede que no pase nada, pero es un novelón como la copa de un pino. Sólo recomendable, evidentemente, a lectores que estén acostumbrados a narraciones distintas al trepidante ritmo actual. Si te gusta En busca del tiempo perdido y no sientes la necesidad de que maten a alguien o haya una horrible traición sentimental, Thomas Bernhard te gustará. Si no, no. Puede sonar elitista, pero es lo que hay

viernes, 22 de agosto de 2014

Petros Márkaris: Kostas Jaritos



     En Julio alguien me sugirió que podía hacer una crítica de Petros Márkaris porque estaba en la cresta de la ola y eso tal vez atrajese gente a mi blog. Luego añadió "es una sugerencia". Y yo ahora aprovecho para deciros que, además de sugerencias, acepto peticiones. Como los que me leéis sois casi todos gente que conozco personalmente, no sólo no me importa, sino que me motiva. Con la saga de Kostas Jaritos tardé un poco porque son nueve novelas. 
    Centrándonos en Petros Márkaris y no en las estrategias publicitarias de mi blog, lo primero que tengo que decir es que me sorprendió realmente enterarme de que Petros Márkaris, que ha alcanzado la fama mundial como escritor de novela negra, es o fue estrecho colaborador de Theo Angelopoulus, porque pocas cosas en el mundo se parecen menos que La eternidad y un día o La mirada de Ulises y la saga de Kostas Jaritos. Por si esta versatilidad no fuese suficiente, resulta de Márkaris también es dramaturgo, economista y escribió una serie de artículos sobre la crisis griega para Alemania. Esto es un punto a su favor, porque no es fácil tocar tantos palos y hacerlo dignamente. 
     La saga de Kostas Jaritos es una serie de novelas negras protagonizadas por Jaritos, un detective funcionario de la policía griega que, novela a novela, va ascendiendo en el escalafón. Por ahora, la saga consta de nueve títulos. Las seis primeras no se apartan un punto de las convenciones de género:
     - Un crimen, que debe ser resuelto.
     - Un detective con una personalidad particular. 
     - Una narración trepidante, con muchos cliff-hungers (picos de tensión no resueltos).
   - Se le esconde información al lector, de modo que la acción avanza a medida que el detective, y con él el lector, va descubriendo esa información.
      - Una pista falsa a mitad de novela, que despista un poco.
     - Una resolución final donde se enlaza todo y donde se sorprende al lector con un culpable inesperado.
    - Breves interludios en los que la resolución del crimen deja paso a la vida personal del detective.
       Como digo, las seis primeras novelas no se apartan un punto de estas convenciones. Y tienen la rara virtud de no caer en la exageración o intentar darles vueltas al género para sorprender al lector. Kostas Jaritos, como todo detective del género negro, tiene un pequeña particularidad: lee diccionarios. Pero no va más allá. Con eso basta. Si lo hubiese exagerado más, como por ejemplo en True Detective, podría haber construido un personaje inverosímil. Pero no lo hace y Jaritos es tremendamente humano, cercano al lector.
      La narración es muy, muy rápida. Márkaris cuenta lo justo que tiene que contar. Ni se entretiene con prolijas descripciones, ni nos marea con subtramas que no vienen a cuento. En este sentido, una de las cosas que más me gusta es que no se recrea contándonos la vida de Jaritos, ni nada de eso. Da los datos justos. En la primera novela está peleado con su mujer, quiere mucho a su hija, es un perro viejo en el cuerpo lo que le vale la continua acusación de facha y poco más.
        Puestos a ponerle pegas a las primeras novelas de la serie, la resolución del crimen es un poco chapucera. Quiere mantenerse fiel a esa convención del género de sorprender al lector con el final. Pero Jaritos es un policía que investiga en Atenas, de modo que los sospechosos son todos sus habitantes. Para sorprender al lector es necesario que este mismo lector haya conocido antes al asesino y resulta un poco forzado que, de los no sé cuántos millones de habitantes que tiene Atenas, el asesino vaya a ser ese señor con el que habló el comisario a principio de la novela. 
      Las tres últimas novelas de la saga son las que le han dado más fama. En ellas, la investigación policíaca se mezcla con la crisis económica, que se ceba especialmente con Grecia. En la séptima novela -Con el agua al cuello-, la crisis es el marco, el contexto en el que tienen lugar los crímenes. No tengo nada en contra de eso y la verdad es que esta novela se lee muy bien, al menos tanto como las seis primeras. El problema de la octava -Liquidación final- y de la novena -Pan, educación y libertad-, es que la crisis económica y sus consecuencias cada vez tienen más peso. Deja de ser el contexto, para ser uno de los temas fundamentales. Y eso lastra mucho la narración. Ya no va como un tiro. Hay grandes interludios, especialmente en la última, en los que Márkaris habla de cómo vive la gente, qué hace, qué dice, y pasa olímpicamente del crimen. No debemos olvidar que son novelas de género. Lo que el lector quiere es lo de siempre. Si quería hacer una novela social, me parece perfecto. Que la haga. Pero mezclar el crimen con la reivindicación política a veces resulta un pegote. De hecho, en la novena creo que el crimen directamente sobra. El contexto de Pan, educación y libertad es un escenario de política ficción en el que España, Grecia e Italia han abandonado el euro. Los griegos las están pasando canutas y surgen movimientos de extrema derecha muy violentos, continuas protestas sociales, etc... La conexión entre esto y los crímenes es un tanto difusa. Hubiese sido más honesto que Márkaris hubiese utilizado a sus personajes, ya conocidos por todos, para contar cómo es su vida es este escenario ficticio, que forzar la trama para meter un crimen que al final acaba importando un pepino.
     En cualquier caso, tampoco quiero cebarme con esto. También es interesante leer cómo los griegos se enfrentan a la crisis y comprobar que las reacciones son exactamente igual que en España.
     

miércoles, 20 de agosto de 2014

Rajoy y su reforma en la elección de alcaldes.



    Es una de las noticias de la semana. De hecho, en el momento en que escribo esto, eldiario.es lleva esta noticia a primera plana. Supongo que El País y ABC y El Mundo también, pero no pongo enlaces porque a lo mejor me aplican la tasa Google y me quieren cobrar.
    Rajoy pretende cambiar la ley electoral en cuestión de alcaldes. Quiere que gobierne siempre el partido más votado. Los partidos minoritarios no podrán pactar entre ellos para formar gobierno. Hace un par de meses que varios barones del PP andan soltando globos sonda para ver cómo reacciona la ciudadanía. Entre los más combativos está Núñez Feijoo, presidente de la Xunta de Galicia, para desgracia de todos los gallegos. Por ahora parece que el PSOE no acepta esta reforma (*), de modo que, si Rajoy quiere llevarla adelante, tendrá que hacerlo apelando a su mayoría absoluta. Lo conseguirá, claro, pero sin consenso.
     En los tres años que lleva de gobierno, el ejecutivo de Rajoy ha demostrado muy poco amor por la democracia y la libertad de expresión. Aquí he comentado algunas de sus medidas represoras, como coartar la libertad de expresión en las redes sociales o la tasa Google, pero hay muchas más. Podría haber dicho algo de la ley de represión de cualquier manifestación pública de descontento, la ley del aborto o la lamentable reforma educativa -prometo un post hablando de esto, ya que soy profesor y me toca directamente-. Pero no tuve tiempo y luego ya no venía a cuento. En cualquier caso, no quiero que se me pase sin comentar esto de que sólo puedan gobernar los partidos con las listas más votadas.
     Esto es un post, así que seré muy breve:
     En primer lugar, me indigna porque es un atentado directo contra la democracia. Una parte fundamental de este sistema político es la capacidad de llegar a consensos. Como hizo, por ejemplo, Aznar cuando pactó con CIU y no tuvo reparo alguno en decir aquella chorrada que pasó a la historia de que hablaba catalán en la intimidad. Un familiar mío muy querido y de derechas, me dijo al hablar de este tema que es una forma de protegerse del "Frente Popular". Es decir, de que un montón de partidos que no tienen nada que ver entre ellos se alíen sólo para expulsar al PP de las instituciones. Como dije antes, una parte fundamental de la democracia es la capacidad de llegar a consensos. El PSOE, IU, BNG, Podemos o el partido que sea pueden llegar a una propuesta consensuada y gobernar a partir de ella. Esa crítica de crear "Frente Popular" es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Es cierto que, en muchos aspectos, PSOE y BNG no tienen absolutamente nada que ver. Pero lo mismo sucede en el seno del Partido Popular. Que yo sepa, el Partido Popular recoge votos de neoliberales estilo Esperanza Aguirre que quieren desmontar por completo el Estado, nostálgicos del franquismo que sueñan con un antiguo Estado autoritario y fanáticos religiosos del Opus Dei y grupos así. Es cierto que al PSOE y al BNG los separan muchas cosas. Muchísimas. Pero no más que un franquista/fascista que anhela un Estado centralista hipercontrolador y a Esperanza Aguirre, que pretende que el Estado desaparezca por completo para que el capital pueda hacer negocios sin ninguna restricción.
     En segundo lugar, me indigna porque es tan evidente que es una maniobra para asegurarse el gobierno en los ayuntamientos que es casi ridículo. La irrupción de Podemos y el descontento amenaza con que la mayoría de los ayuntamientos salgan de las elecciones sin una mayoría absoluta. Como nadie quiere pactar con el PP, lo amañan para que no se pueda. Esto es manipular las reglas del juego para que siempre les favorezcan a ellos. El Partido Popular, que tan garante es de las reglas de juego y la Constitución cuando se trata de la independencia de Cataluña, parece que no lo es tanto cuando les interesa.
    En tercer y último lugar, es de una hipocresía vergonzosa, porque, cuando PSOE y PP pactaron en el País Vasco, el juego democrático era una maravilla y este pacto, según ellos, fue fantástico porque así pudieron acabar con ETA.
     Supongo que se me ocurrirían un montón de razones más, pero esto es un post y mi mujer me reclama.

Cinatown (Roman Polanski)



    Uno de los comentaristas de Filmaffinity resume así los datos de la película: 


    Film realizado por Roman Polanski. El guión de Robert Towne se inspira parcialmente en hechos relacionados con la "Guerra del agua de California" (principios del XX). Se rueda en exteriores y escenarios reales de LA y otras localidades de CA (Crescent Bay, Pasadena...) y en Paramount Studios, con un presupuesto estimado de 6 M dólares. Nominado a 11 Oscar, gana uno (guión original). Producido por Robert Evans, se estrena el 20-VI-1974 (EEUU).

    La acción principal tiene lugar en LA, en 1937. El detective privado J.J. "Jake" Gittes (Nicholson) es contratado por una mujer que dice ser Evelyn Mulwray para que investigue la vida sentimental de su marido, el ingeniero Hollis Mulwray (Zwerling). La investigación le lleva a enfrentarse a un caso complejo de pasiones, ambiciones, corrupción y asesinatos.

    Chinatown es, sin lugar a dudas, cine negro. Tiene absolutamente todos los tópicos de las películas noir de los años cuarenta y cincuenta: un detective, una femme fatale que simboliza la unión del sexo y muerte presente en cosmogonías de los cinco continentes, un turbio asesinato, atmósfera de corrupción, tristeza y amargura y todo lo que recordéis de películas como El halcón maltés, El sueño eterno o Perdición. Pero Polanski no se limita a hacer un pastiche, una película estilo años cincienta en 1974, a la que incorporar los avances técnicos de la época -entre ellos el color-. No. Chinatown es algo más.
    Para empezar, me creo más a Jack Gittes (Jack Nicholson) que a Sam Spade o Philip Marlowe. Gittes tiene algo trágico que te da hasta pena. No es sólo un detective duro. Es, al mismo tiempo, un hombre vulnerable, con ese trauma del pasado que no se nos desvela. Faye Dunaway hace una interpretación colosal. No se limita al pesimismo y la ambigüedad de sus antecesoras. Todo alrededor de ella destila tragedia personal. 
      ¿Y el guión? ¿Que voy a decir yo del guión que no se haya dicho ya? Por algo le dieron el Oscar. Desarrolla una trama realmente compleja con una sencillez y una naturalidad que mantiene al espectador pegado a la pantalla sin poder pestañear. La escena de la nariz ha pasado a la historia del cine por méritos propios. Creo que en mi vida olvidaré algo así. 
     Y por supuesto, el final, que, según parece, fue elegido libremente por el director. No os preocupéis, Esto no es un un spoiler. Sólo quiero apuntar que con esa escena final que tan sólo dura unos minutos y la gran frase de Nicholson le da un trasfondo político a la película que no tenían sus predecesoras de los años cuarenta y cincuenta. Es cierto que, si nos detenemos, todo cine negro tiene un trasfondo político. El mundo que nos describe es tan corrupto y asqueroso que, por fuerza, toda película negra lleva en sí misma cierta dosis de crítica social. Sin embargo, este componente crítico pasa desapercibido apisonado por la trama. A diferencia de las otras, Chinatown nos lleva de la mano a esa escena final en la que se condensa la amarga reflexión sobre el mundo en el que vivimos. "El mundo es Chinatown". Pero no nos equivoquemos. Yo siempre he criticado que el género negro no acepte que es género negro y los escritores traten de colarnos de rondón una reflexión metafísica porque acaba saliendo un pastiche (si te interesa esto pincha aquí). Pero este no es el caso de Chinatown. Lo que no me convence de Lorenzo Silva es que trate de colarme un alegato en favor de la tolerancia lingüística a partir de un crimen en Barcelona. Son cosas que no pegan. Pero hablar de la corrupción y la opresión de los ricos sobre los pobres es algo que encaja perfectamente en un relato negro. Como dije, esto ya estaba soterrado en El halcón maltés o El sueño eterno. Lo grande de Polanski, y por ello es por lo que digo que le da una vuelta al género, es que lo hace explícito en los dos minutos finales.
     Una película colosal. 
     P. D: También se dice por ahí que la banda sonora de Jerry Goldsmith es maravillosa. Debe serla, pero la verdad es que yo estaba tan flipado con lo que estaba viendo, que apenas si le presté atención. Tal vez en un segundo visionado.

Delitos y faltas (Woody Allen)


    Delitos y faltas -en otras traducciones Crímenes y pecados- cuenta la vida de dos personajes opuestos: un dentista rico que quiere deshacerse de una amante inoportuna y un cineasta sin éxito muy íntegro y escrupuloso consigo mismo. A partir de la oposición de estos dos personajes -el dentista abyecto triunfa en la vida y supera los remordimientos por haber inducido al asesinato de su amante; mientras que el pobre documentalista ve cómo su cuñado, un rico productor de cine al que él desprecia, se lía con la mujer que él ama-, Woody Allen hace todo un tratado de filosofía acerca de muchos y muy diversos temas. Piensa en la angustia religiosa y los sentimientos de culpa, en la necesidad de responsabilizarse de los propios actos, un mundo injusto en el que triunfa el oprobio y la relación de esta injusticia con Dios, el modo en que nuestros valores se tambalean al chocar con la vida cotidiana, etc...
    A mí la película me aburrió soberanamente. Será porque soy un burro, porque, si no te gusta Woody Allen, es porque eres una bestia insensible, capaz sólo de disfrutar con películas de acción barata. En cualquier caso, este burro incapaz de disfrutar con Woody Allen, tiene algunas razones por las que no le gustó Delitos y faltas:
    1º Quien mucho abarca poco aprieta. Y no se pueden tocar tantos aspectos filosóficos que requieren una reflexión en profundidad en tan sólo dos horas. Cada uno de los temas tratados requeriría una sola película para él solo. La consecuencia es que el resultado es superficial. Toca todo por encima y no profundiza en nada. Si Woody Allen es, como muchos sostienen, el filósofo de finales del siglo XX, tendrá que explicarse un poco mejor. No basta con referencias superficiales. Apuntar es fácil. Lo difícil es definir.
    2º Woody Allen respeta muy poco a sus espectadores. Resumir el contenido de la película en la frase final en voz en off es llamarle gilipollas al espectador. Es como decirle "como no te has enterado del contenido filosófico de la película porque eres un burro, te lo voy a condensar en una frasecita para que lo entiendas".
    3º La mayoría de las obsesiones de Woody Allen en esta película me quedan a años luz. Debo ser una bestia inmunda, pero no obsesionan los sentimientos de culpa y mi relación con la divinidad. Soy agnóstico y no me preocupa demasiado. Y que el mundo es injusto ya lo sé. El 99% de la literatura y el cine lo dice. 
     4º Woody Allen es un postmoderno. Como tal, tiene que hacer cine sobre el cine, metacine, como los escritores escriben sobre el acto de escribir, la ficción y todo eso. En principio no tengo nada en contra de esto, si no sucede, como es el caso, que se repite una y otra vez. Con que un par de autores reflexionen sobre el acto de creación y la ficcionalidad me llega. Sobre todo, si todos llegan a las mismas conclusiones. Ya tuvimos a Borges. Los demás sobran.
    5º Con muchas de las películas de Woody Allen, y con esta en particular, tengo la sensación de que me están haciendo un examen. "A ver si entiendes todo lo que te expongo aquí". Es como si tuviese que estar resolviendo continuamente preguntas. Me pasa lo mismo con la literatura de Borges. Hay que entenderlo todo, captar las referencias metatextuales, porque, si no lo haces, eres un zoquete. Pues bien. Creo que las he captado casi todas. Y si no, basta con ir a internet, leer un par de críticas y ya te enteras. Y aún así, la película me sigue pareciendo aburrida.
    6º El punto anterior me lleva a este. El cine de Woody Allen es aburrido porque es demasiado intelectual. Es un juego de la inteligencia. Y le falta fuerza, esas mismas fuerzas que mueven la pasión humana. 
    7º y último. Ya lo dije a propósito de Zelig. Al tiempo que Allen no respeta a sus espectadores, les hace la pelota. Desentrañas todo las referencias y las reflexiones de la película y te sientes muy listo haciéndolo. Es una forma baja de halago y un medio bastardo de ganarte a un público vanidoso.
     Y no tengo nada más que decir, salvo repetir que es un coñazo.

martes, 19 de agosto de 2014

Richard Sennett: La cultura del nuevo capitalismo.




    Sennett es un pensador muy interesante. Hasta ahora había leído dos libros suyos, Respeto y La corrosión del carácter. En ambos desarrollaba ideas muy sugerentes, aunque, en mi opinión, le pasaba lo que a muchos sociológos/antropólogos hoy en día: tienen una idea muy buena, pero no da para un libro. Entonces la estiran y la estiran hasta que tienen las cuatrocientas páginas prescritas tácitamente para un ensayo y así pueden colocar su libro en las estaterías de la FNAC y La casa del libro y sacarse unas buenas pelas. Con esto no quiero decir que Respeto y La corrosión del carácter no estén bien. Lo están. Simplemente me parece que podía haberse ahorrado unas cuantas páginas. 
    En cualquier caso, La cultura del nuevo capitalismo está cojonudo lo mires por donde lo mires. Expone un montón de ideas fantásticas, está muy bien explicado, es sencillo y lo hace breve -apenas llega a las doscientas páginas-. Un montón de pensamiento bien condensado, bien explicado y muy ameno.

    Al principio del libro, Sennett avanza que la cultura del nuevo capitalismo se basa en tres pilares fundamentales:

a) El primero tiene que ver con el tiempo, pues consiste en la manera de manejar las relaciones a corto plazo, y de manejarse a sí mismo, mientras se pasa de una tarea a otra, de un empleo a otro, de un lugar a otro. Si las instituciones ya no proporcionan un marco a largo plazo, el individuo se ve obligado a improvisar el curso de su vida, o incluso a hacerlo sin una firme conciencia de sí mismo.
    
   Esta idea, más o menos, es la que desarrollaba en La corrosión del carácter. El nuevo capitalismo exige de los individuos que estén en cambio continuo. A lo largo de su vida cambiarán varias veces de empleo, de ciudad y, consiguientemente, de entorno y de amigos. Cada cambio acarrea una ruptura con los lazos creados, un desarraigo. Por el contrario, la identidad humana es, por definición, lo que es inherente al individuo, es decir, lo que permanece estable. De ahí que el nuevo capitalismo corroa el carácter del individuo, que acaba penando por la vida sin una identidad estable.

b) El segundo desafío tiene relación con el talento: cómo desarrollar nuevas habilidades, cómo explorar capacidades potenciales a medida que las demandas de la realidad cambian. Prácticamente, en la economía moderna muchas habilidades son de corta vida; en la tecnología y en las ciencias, al igual que en formas avanzadas de producción, los trabajadores necesitan reciclarse a razón de un promedio de entre cada ocho y doce años. El talento también es una cuestión de cultura. El orden social emergente milita contra el ideal del trabajo artesanal, es decir, contra el aprendizaje para la realización de una sola cosa realmente bien hecha; a menudo este compromiso puede ser económicamente destructivo. En lugar de esto, la cultura moderna propone una idea de meritocracia que celebra la habilidad potencial más que los logros del pasado.

    
    Aquí Sennett enlaza, en cierta manera, con El artesano. La izquierda hippie de los años sesenta-setenta, descalificaba cualquier forma de burocracia por considerarla alienante -léase Foucault, que, por otra parte, era su amigo-. En esto estaban de acuerdo con la derecha ultraliberal, así que se dio una progresiva desburocratización de lo público y lo privado, El Estado se vio reducido a un simple garante del comercio y las empresas privadas dejaron de ser enormes estructuras piramidales autosuficientes -Sennett pone el ejemplo de IBM-, para convertirse en algo más que un capital que se dedica a hacer subcontratas. Antes, una empresa constructora tenía miles de empleados, desde el jefe ejecutivo, al último peón que ponía ladrillos. Ahora sólo son un consejo de administración con un montón de pasta que consiguen un contrato y se dedican a desglosar el proyecto subcontratando: a otra empresa más pequeña le encarga la cimentación, a otra el cemento, etc... 
    Este proceso de desburocratización se vio complementado por el tratado de Breton Woods. Tras él, se abandona el patrón oro y entra en el mercado una cantidad de dinero abrumadora. La consecuencia directa es que los inversores ya no esperan al fin de año a que la empresa reparta beneficios, sino que es mucho más rentable comprar y vender en función de las expectativas de futuros dividendos. El valor de las acciones de una empresa ya no es el de los beneficios al final del año, sino la perspectiva de crecer que tenga. Las acciones suben y bajan no por una realidad, sino por una virtualidad. Por ello, es mucho mejor que la empresa sea flexible, que cambie constantemente, porque eso siempre augura futuribles, que es, a fin de cuentas, lo que le importa al inversor en bolsa. 
    Ambos aspectos, la desburacratización y la virtualidad del valor de la empresa, se reincide en el punto anterior, en lo que los adalides del neoliberalismo llaman flexibilidad, el cambio continuo. 
    Como comenté en un post anterior a propósito de los planes de empleo de Rajoy, el trabajo en occidente ha sufrido dos grandes reveses. En primer lugar, la globalización y la libre circulación de capital supone que las grandes empresas se lleven las fábricas a países del Tercer Mundo, donde es mucho más barato producir, con el consiguiente aumento del paro en los países desarrollados. En segundo lugar, los avances tecnológicos han llevado a que el trabajo que antes hacían diez, ahora lo haga uno. Más desempleo aún. Esto nos lleva a que en los países desarrollados haya enormes masas de población que es y se siente inútil. Jóvenes hiperpreparados sin empleo y gente de cincuenta años que se prejubila para contratar por la mitad de sueldo a alguno de esos jóvenes hiperpreparados. Además, estos cincuentones, debido a la naturaleza permanentemente innovadora del capitalismo del siglo XXI, se verían obligados a reciclarse, al menos, tres veces a lo largo de su vida. No hay tiempo para eso. No se espera a nadie. O eres hiperflexible o se contrata a otro. A un joven universitario de tu país o a un hindú con varias carreras que te hace el trabajo desde su país por internet a mucho menos de la mitad de precio.
    En El artesano, Sennett distinguía dos formas radicalmente opuestas de valorización del trabajo. Por un lado está el artesano, aquel que hace un trabajo simplemente por hacerlo bien. Esta era la forma de producción hasta la irrupción del capitalismo moderno. En el mundo actual, el artesano ha sido sustituido por la meritocracia. Se produce no por la satisfacción de hacer algo bien, sino que se hace a cambio de algo. Antes, cuando los cargos y las posiciones sociales eran heredadas, era impensable hacer, por ejemplo, unos zapatos para obtener un beneficio social. Ahora, en este mundo hiperflexible donde todo tiene un precio y todo debe cambiar a ritmo de vértigo, hacer algo por el placer de hacerlo bien resulta estúpido. Sennett ve en la meritocracia un peligroso discurso oculto, ya que sirve para justificar que existan grandes masas de población desfavorecida. Si son pobres, es porque se lo merecen, porque no tienen talento. Y Sennett se pregunta qué es eso del talento, qué significa merecer algo en el mundo contemporáneo. Su respuesta no puede ser más desoladora. Ahora que lo único que se valora es el cambio continuo, el talento también es virtual, potencial. No se valora algo por lo que es, sino por lo que puede llegar a ser. 



    Y así enlaza Sennett con el tercer desafío del hombre en el capitalismo moderno y vuelve a las ideas de La corrosión del carácter:


c) De ahí deriva el tercer desafío. Se refiere a la renuncia; es decir, a cómo desprenderse del pasado. Recientemente, la jefa de una dinámica empresa afirmó que en su organización nadie es dueño del puesto que ocupa y en particular que el servicio prestado en el pasado no garantiza al empleado un lugar en la institución. ¿Cómo responder positivamente a esta afirmación? Para ello se necesita un rasgo característico de la personalidad, un rasgo que descarre las experiencias vividas. Este rasgo de personalidad da un sujeto que se asemeja más al consumidor, quien, siempre ávido de cosas nuevas, deja de lado bienes viejos aunque todavía perfectamente utilizables, que al propietario celosamente aferrado a lo que ya posee.


    Ya hacia el final del libro, Sennett se detiene a analizar la naturaleza del consumo, ese fenómeno cultural tan característico de nuestra era. A grandes rasgos, hay dos teorías que explican por qué consumimos sin parar. En primer lugar, hay quienes defienden que el consumo es el resultado de la publicidad, que nos hace estar permanente insatisfechos con lo que tenemos, hambrientos de más. En segundo lugar, están los que hablan de la obsolescencia programada, de los mp3, los coches y las lavadores que vienen programados para no durar más que unos años y así tengamos que comprar otro nuevo y la rueda del consumo siga su aceleración inexorable. Pero ninguna de estas dos teorías convence a Sennett. En su opinión, el consumo es consecuencia de la cultura del nuevo capitalismo, de esta forma de pensar particular de los que formamos parte de esta cultura. Según él, consumimos porque se nos ofrece mucho más de lo que realmente vale el producto y mucho más de lo que nunca jamás llegaremos a utilizar. Ir en primera clase o tener un Audi no es cuatro veces mejor que ir en segunda o tener un Seat. La relación calidad-precio está totalmente desproporcionada. También compramos coches deportivos para ir a doscientos ochenta o por el desierto cuando, en el mejor de los casos, el 99% del tiempo lo usaremos en atascos. Y lo mismo con mp3, que tienen capacidad para almacenar una cantidad de música que seríamos incapaces de escuchar en una vida. El consumo masivo apela al mundo de la virtualidad, de lo que podría llegar a ser, como sucedía con el valor de las acciones de las empresas. El valor de lo virtual es una característica fundamental de la cultura del nuevo capitalismo.
     La política también funciona así. Se nos venden los presidentes y los partidos políticos haciendo énfasis en las diferencias, cuando en realidad son más o menos lo mismo. Las reformas laborales del PSOE y del PP iban encaminadas hacia lo mismo, la política territorial es muy semejante, Felipe González es el responsable de las SICAPS, la política migratoria apenas varía, etc.... De este modo, llegamos a un divorcio entre poder y responsabilidad. La democracia se articula sobre el patrón del consumo.
    Y Sennett cierra el libro haciendo una llamada a la reflexión y una vuelta al espíritu del artesano, que es lo que, en mi opinión, es lo más flojo del iibro. No sé hasta que punto se puede retomar un viejo valor. Pero, en cualquier caso, esto no puede desmerecer un ensayo muy interesante, muy bien escrito y que merece leerse sin duda alguna.

Sennett en plan intelectual

domingo, 17 de agosto de 2014

Rajoy y el desempleo.



    Una de las frases que más le oigo decir al presidente del gobierno es que está comprometido con la lucha contra el desempleo y no cesará hasta que las tasas de paro estén al nivel de antes de la crisis. Lo repite una y otra vez y las últimas estadísticas del INEM parece que le son favorables. Al menos lo suficiente para que las esgriman una y otra vez como prueba de su buena gestión de gobierno. Lo que yo me propongo en este breve artículo es analizar, aunque sea superficialmente como exige las dimensiones prescritas para un post, qué hay de verdad, qué de falso y qué subyace a ese problema que tiene obsesionado a Mariano Rajoy.
    Hasta la caída del muro de Berlín, las empresas estaban limitadas por las fronteras. Pero el muro cayó y allá nos fuimos todos hacia la globalización. Desde un punto de vista económico, lo que supuso la globalización fue la supresión de las fronteras y la libre circulación de capital. El capital va allá donde es más rentable. Ahora que se puede mover sin restricciones, ¿para qué producir algo en España, cuando puedo hacerlo en China diez veces más barato? Sería estúpido hacer zapatillas en España porque el margen de beneficio sería mucho menor. Este hecho afecta de manera directa al empleo en Occidente, porque miles de fábricas cierran y se llevan la producción a países donde los costes laborales son mucho menores, con el consiguiente aumento del desempleo en países como, por ejemplo, España.
    A esto hay que sumarle la irrupción de la tecnología en la producción. Víctimas de ello son los trabajadores de la metalurgia, que han visto reducidas drásticamente sus plantillas en los últimos veinte años. Lo que antes hacían diez trabajadores cualificados, ahora lo hace uno y una máquina. Otro factor importante que genera desempleo en los países desarrollados. 
    La situación a la que se enfrentaba Rodríguez Zapatero era, más o menos, así, y agravada por la crisis económica que nos está asolando. En la oposición, Mariano Rajoy repetía una y otra vez que él tenía la receta para salir de la crisis y crear empleo. Muchos españoles se lo creyeron y ganó las elecciones con mayoría absoluta. Tenía carta blanca para desarrollar sus políticas de creación de empleo.
    ¿Y en qué consisten estas políticas?
    En primer lugar, en repetir un montón de veces palabras como flexibilidad, dinamismo, productividad y otras muchas paparruchas que encubren la única forma que se le ocurre de luchar contra el paro: Si las empresas se van fuera porque es mucho más barato producir en China, lo que tenemos que hacer es que producir en España sea tan barato como hacerlo en China. Esto, que suena muy bien, encubre una serie de medidas terribles para los trabajadores españoles, que son que nos ha puesto al nivel de los trabajadores chinos. ¿Cómo conseguir que seamos tan productivos/baratos como ellos? Pues laminando sin piedad todos los derechos laborales conseguidos desde la Transición. Hace una reforma laboral en la que el despido está prácticamente subvencionado, en la que te pueden cambiar de puesto y bajar el sueldo sin más explicación que que la empresa lo demanda así, aumento de las horas de trabajo, descenso de los salarios, etc...
    Probablemente las estadísticas le estén dando la razón a Mariano Rajoy. El paro está bajando -y más ahora que estamos en verano-, ¿pero a costa de qué? En España se produce barato porque han equiparado a los trabajadores españoles con los chinos. 
    Algunos adalides del neoliberalismo aducen que todo en cuestión de economía tiende a compensarse y que los salarios no bajarán por demasiado porque, en caso de ser así, habría un bajón del consumo y esto afectaría a la economía. En que habrá un bajón del consumo y que la economía se verá afectada, no tengo ninguna duda. Lo que me genera otras muchas es que el mercado tienda a compensarse. Eso sería así si los mercados sólo fuesen nacionales. Las empresas españolas no bajarían demasiado los salarios porque no tendrían a quien vender. Pero resulta que los mercados no son nacionales. Si no consumimos los españoles, a las grandes multinacionales les importa un pito. El mundo es muy grande. Ahora se está desarrollando Brasil y el Sudeste asiático. Si no consumimos nosotros, lo hacen ellos. Que España se hunda no les preocupa demasiado.
    Sería muy injusto por mi parte echarle la culpa de este sistema mundial a Rajoy y su Partido Popular. Lo que me molesta, es que no digan la verdad de lo que están haciendo: tratan de luchar contra el desempleo precarizando a la gente. Crear empleo de otra forma, lo veo realmente difícil. Sólo se me ocurren tres formas, y ninguna de las tres creo que tuviese éxito:
    a) Como me dijo una vez mi compañero de francés, la única manera sería que los sindicatos de todo el mundo se pusiesen de acuerdo, pero es algo que difícilmente se daría, ya que no creo que un trabajador malasio estuviese dispuesto a renunciar a trabajar en una fábrica que le daría de comer a él y a toda su familia porque sus condiciones de trabajo afectan a otros trabajadores de occidente que ni conoce, ni ve  ni probablemente sepa que existen. El gran capital se aprovecha del viejo "divide y vencerás". 
    b) Reducir costes también se puede hacer reduciendo el salario de los grandes directivos. No le bajes tanto el sueldo a los trabajadores de la parte baja de la pirámide, sino bájaselo a los ricos. Esto es aún más utópico que el punto anterior. Los ricos sólo han hecho concesiones en el ámbito económico cuando ha habido revoluciones y han tenido miedo, y tampoco me apetece pedir ahora una guillotina y sangre en las calles.
    c) Volver a las fronteras nacionales y los aranceles. Esto es utópico, porque en la globalización ya no hay vuelta atrás. No se subsana un problema volviendo a lo anteiror. Esto no es el sistema operativo Windows que, si te entra un virus, puedes restaurar una versión anterior del sistema.
    En cualqueir caso, lo que pido es cierta sinceridad por parte de nuestros gobernantes. Zapatero, con su primera reforma laboral, iba en el camino que va ahora Rajoy, con la diferencia de que el ritmo de precarización de Rajoy es bastante mayor. Me gustaría que Rajoy nos contase la verdad: la única solución a corto plazo contra el desempleo es que el sueldo medio en España sean quinientos euros. Pero, evidentemente, eso le costaría mucho en las urnas. Pero, haga lo que haga y por mucho que nos enseñe estadísticas, mucho me temo que el malestar social sólo va a ir en aumento. Puede que haya un pequeño rebrote si la cosa mejora. Pero sólo será temporalmente. A largo plazo, le auguro un futuro negro a los trabajadores occidentales. O precarizarse o morir. 
    Y luego la derecha neoliberal se sorprende de por qué aparece con tanta fuerza un partido como Podemos.

viernes, 15 de agosto de 2014

Tasa Google, Tasa AEDE y la sociedad de la desinformación




    Hace una hora que he oído hablar por primera vez de la Tasa Google y la Tasa AEDE. Resumiendo mucho, esta tasa consiste en que no se podrán colgar enlaces a medios de comunicación y otras páginas de revisión periódica, lo que incluye los blogs y Facebook, porque se cuelgan cosas con cierta frecuencia. A partir de ahora, si en vuestro Facebook, vuestros blogs o vuestras webs queréis colgar un enlace a una noticia que os ha parecido interesante o a un artículo que alguien ha colgado en un blog y os ha gustado, tendréis que pagar. 
     Esta nueva tasa está incluida dentro de la nueva ley de la propiedad intelectual. Al parecer, casi todos los periódicos españoles -excepto diario.es y 20minutos- han presionado al gobierno para que las páginas que redireccionen a sus noticias tengan pagar. Su argumento es que estas páginas, Facebooks, blogs, etc... se están lucrando gratis de las noticias que dan ellos. 
    Y lo más delirante de todo, es que, si, por ejemplo, diario.es no quiere cobrar ese canon porque está en contra de esta tasa, no le dejan. Es obligatorio pagar, independientemente del enlace que se ponga.
     Os cuelgo un enlace a una página en la que explican todo pormenorizadamente: aquí
     

     No es el momento de hacer un artículo de opinión profundo sobre el tema, porque es tarde y me tengo que ir. Si cuelgo este post es para que los pocos que me leéis os enteréis. La ley la aprobarán en Septiembre u Octubre.
    Sólo tengo dos cosas que decir rápidamente:
    1) Hay que tener cara para decir que esas páginas, facebooks, etc... se lucran a costa de el diario El País, el ABC, El Mundo, La Voz de Galicia, etc... En todo caso, es al revés, porque, que yo sepa, las páginas webs de estos periódicos tienen publicidad. La publicidad se paga -es decir, que ellos cobran-, y, si cobran, es porque tienen muchas visitas. Yo, por mi blog, no cobro un duro porque no me lee ni Dios. Ellos cobran porque va mucha gente a ver sus noticias. Y esa gente, en gran medida, va gracias a que son redireccionados por otras páginas, por facebooks y blogs.
    2) Es un atentado flagrante contra la información del ciudadano. Muchísima gente, en especial la gente joven, se entera de las noticias porque un amigo cuelga algo en su blog. Lee algo que le resulta curioso, pincha en el enlace y lee la noticia. Internet es un espacio de libertad, precisamente porque cualquiera puede decir y opinar lo que le venga en gana. Eliminando esta forma de información, los poderes fácticos vuelven a tener el control de la información y, por tanto, retienen el poder. Todos sabemos cómo se manipulan los medios de comunicación: se miente, se omiten noticias que son desfavorables para un determinado grupo de poder, se manipula, etc... La información es poder. Coartando la posibilidad de enlazar a las noticias que nos dé la gana, se nos está coartando el derecho a la información. Ya sólo podremos enterarnos de lo que los grandes medios de comunicación tengan a bien contarnos, porque no tenemos la posibilidad de enterarnos por otras fuentes. ¿A dónde voy a buscar? ¿Cómo me entero de que existe ese artículo? Internet suponía un espacio de libertad de información que esta ley trata de controlar.

Barton Fink (Joel Coen)



   Durante mi primera juventud fui un fan incondicional de los hermanos Coen. Quizá fuese porque por aquella época tuve la suerte de ver sus cuatro obras maestras: Sangre fácil, Fargo, Muerte en las florew El gran Lebowski. Luego ellos siguieron haciendo cine y yo creciendo. Hicieron Crueldad intolerable, Oh Brother, Lady Killers, El hombre que nunca estuvo allí, Quemar después de leer, Valor de ley y No es país para viejos, todas ellas películas que me dejaron frío. No puedo decir que sean una porquería, pero no me dijeron nada. Y finalmente vino la etapa de Valor de leyUn tipo serio, A propósito de Llewyn Davis Hail Caesar, que ya ni siquiera vi, porque tenía la sensación de que los Coen ya habían dicho todo lo que tenían que decir. No es un crítica. Les pasa a los más grandes. Andan toda la vida rondando una gran obra, como si se acercasen a ella. La escriben y se quedan vacíos. Es normal. La vida y los hombres somos limitados y no tenemos ideas geniales cada cinco minutos. Le pasó a Cervantes y le pasó a Tolstoi, los dos más grandes en literatura. ¿Cómo no va a pasarle lo mismo a los directores de cine? Sin embargo, había dos películas de la etapa dorada de los Coen que no había visto: Barton Fink y El gran salto. Ayer de noche decidí darle una oportunidad a Barton Fink. La verdad es que estaba un poco nervioso porque esperaba disfrutar a lo grande, como lo hice los millones de veces que vi de postadolescente Muerte entre las flores o El gran Lebowski. Y la verdad es que me quedé un poco frío. No sé si porque la película no es de las mejores, si porque esperaba demasiado y eso inevitablemente defrauda un poco, o quizá porque me he hecho mayor y ya no estoy para este tipo de películas.
    Filmaffinity, la página a la recurro cuando no tengo ganas de resumir las películas dice de Barton Fink

    En 1941, Barton Fink viaja a Hollywood para escribir un guión sobre el luchador Wallace Berry. Una vez instalado en el Hotel Earle, el guionista sufre un agudo bloqueo mental. Su vecino de habitación, un jovial vendedor de seguros, trata de ayudarlo, pero una serie de circunstancias adversas hacen que se sienta cada vez más incapaz de afrontar su trabajo.

   Y a continuación detalla todos los premios que recibió la película en su momento y recoge dos críticas: 
    Carlos Boyero la define como "Inquietante, sombría, alucinada y sarcástica" y la propia página dice que "En el Festival de Cannes se rompió, con esta película, un viejo récord: hacía 44 años que una misma película no se llevaba los tres premios principales.". (si quieres verlo todo pincha aquí)
    Como digo, creo que me he hecho mayor para este tipo de cine. Para empezar, porque el conflicto empieza tarde. Se demora mucho y, cuando aparece, el espectador ya está desencantado con la película, ya no espera que pase nada. En segundo lugar, la película me parece vacía de contenido. Cuenta la historia de un escritor que llega a Hollywood y un crimen posterior, pero ni incide en un estudio pormenorizado de la psicología de los personajes, ni tiene un mensaje, ni nada de nada. Simplemente es una estética vacía de contenido, sin más que unos escenarios y unos personajes que son cool, molan o como quieran llamarlo los adolescentes actuales. En este sentido, la película no se diferencia mucho de un videoclip de la MTV. ¿A dónde quieren llevarnos los Coen con esta cinta? ¿Qué plantean? Mucho me temo que nada más que una estética. Es lo que Finkielkraut, a quien ya he citado en este blog (aquí), es lo que llama la cultura de los feelings, una cultura adolescente que sanciona algo como bueno o malo porque sí, sin más razón que uno siente que algo es cool o que algo sucks, como decían continuamente Beavis and Butt Head en aquellos dibujos de la MTV. 
    No me gustaría dar la impresión de que Barton Fink es una mierda de película como Snowpiercer (aquí). No es eso. Es simplemente que me defraudó un poco porque no le vi contenido alguno. Quizá me gustaban tanto los hermanos Coen cuando era un postadolescente porque a esas edades la forma de razonar de uno es precisamente la de la cultura de los feelings, y tengo que reconocer que los Coen han sabido crear una estética propia muy atractiva. Pero, por lo menos en lo que atañe a Barton Fink, poco más. Por lo de pronto, no voy a volver a ver ninguna de aquellas cuatro grandes películas que les recuerdo de mi primera juventud. Si no me equivoco, El gran Lebowski era un canto a la filosofía hippie, pero me aterra volver a verla y comprobar que lo que me parecía genial a los dieciséis años, no es más que un artificio vacío. 
    Conclusión: Barton Fink está bien, pero no es para tirar cohetes.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Un científico reflexiona sobre la alimentación



    Las líneas que siguen a continuación no son mías, al menos en lo que al contenido se refiere. Es un fragmento de uno de los innumerables libros de mi padre. Mi contribución se limita a corregir ciertas cuestiones de estilo.


El sistema alimentario actual, pese sus fallas y deficiencias, es el mejor que ha tenido occidente a lo largo de su historia. Hoy en día, en un país desarrollado, cualquier ciudadano con un mínimo poder adquisitivo dispone de la suficiente variedad de alimentos, conocimientos y medios para llevar una dieta que evite situaciones carenciales o de sobrepeso. Sin embargo, entre las clases medias y altas ha surgido una suerte de miedo a la contaminación alimentaria que nos ha llevado a una búsqueda desesperada de lo natural en credos como el vegetarianismo, la dieta macrobiótica o la naturopatía, que tienen un airecillo oriental y moderno que, a la par de ser la mar de chic, les dan una pátina de venerabilidad científica outsider para aquellos sectores de la población ávidos de contracultura y teorías de la conspiración.
Todo discurso hegemónico provoca inevitablemente excrecencias por exceso de celo. En la Edad Media, era la religión la encargada de explicar la realidad. Si llovía era porque Dios quería, si una horrenda plaga como la peste negra diezmaba la población era porque se había vivido en contra de los dictámenes de la moral religiosa y unos cuantos años de sequía se debían a las oscuras maquinaciones de una bruja conchabada con el diablo. No los juzgo. Cada cual explica el mundo como puede y sería injusto liquidar con cuatro chistes un mundo que dio personajes como Tomás de Aquino, Agustín de Hipona o Dante. Si saco a colación estos ejemplos, es para señalar la correlación entre una determinada cosmovisión y las excrecencias que esta produce. En el mundo teológico medieval era lógico que proliferasen chiflados cuya idea de la religión consistía en vivir como animales salvajes en una gruta o en coger una espada y cruzarse medio mundo para conquistar Tierra Santa a sangre y fuego.
Desde el Renacimiento va instalándose progresivamente en Europa la revolución científica. Ya no es Dios el que explica el mundo, sino la ciencia a través de su instrumento que es la razón. Llueve por condensación del agua y la peste negra se transmite por las ratas. De la mano de esta nueva cosmovisión surge una nueva moral que deja de preocuparse por el dominio de la divinidad -el más allá- para centrarse en el más acá. El bien no es aquello que nos asegura la vida eterna, sino aquello que mejora las condiciones de vida de los hombres. Surgen así las filosofías que aseguran la felicidad de las personas en este mundo, desde el contrato social de Rousseau al marxismo. Como era de esperar, la filosofía científica habrá de provocar excrecencias. En este aspecto, la salud desempeña un papel fundamental, ya que cualquiera puede percibir la relación ciencia-salud-calidad de vida. Del mismo modo que ermitaños y cruzados hacían su propia interpretación radical de la religión, asistimos en Europa y América a la proliferación de movimientos pseudomesiánicos como el vegetarianismo, la dieta macrobiótica y demás culturas del curanderismo. Tal vez el lector considere excesivo comparar a los insulsos comedores de lechuga y arroz integral con los ermitaños, cruzados e inquisidores, pero cada momento histórico tiene sus propios movimientos mesiánicos y no es culpa mía que el mundo en que nos ha tocado vivir sea tan soso. En lugar de excitarnos con ríos de oro en la Nueva Jerusalén, nos prometen una vida increíblemente longeva y sana si comemos de acuerdo con los descubrimientos de tal o cual científico que ha venido a alumbrarnos.
Todos los nuevos credos alimentarios parecen estar de acuerdo en una necesaria vuelta a lo natural. Al parecer, el gran peligro que amenaza la salud de occidente es el empleo de insecticidas, conservantes, fertilizantes y demás técnicas de producción masiva que permiten alimentar a 2/3 de la población mundial. Esta obsesión por lo natural llega a extremos ridículos como cierta actriz de Hollywood que sólo come frutos recién cogidos del árbol, como si el sencillo paso del tiempo fuese una manipulación horrorosa y no el hecho más natural del mundo. Pese a lo que pueda parecer y a que la actitud de esta señora se nos venda como la vanguardia de la alimentación, la hipervaloración de lo natural es tan vieja como el ser humano. El mito del paraíso perdido y la concepción de la vida como una decadencia continua debida a la mano del hombre ya aparece en el Génesis.
Los movimientos mesiánicos alimentarios atribuyen gran parte de los males a la manipulación humana de los alimentos. Sin embargo, siento decirles que esas llamadas enfermedades de la civilización -cánceres y enfermedades coronarias- no suelen aparecer antes de cierta edad y es la longevidad euroamericana la que ha provocado que en los últimos años el número de casos se haya multiplicado. En otras palabras: envejecer es malo para la salud; desde luego mucho peor que comer bien.

Como sucede con otros muchos fenómenos modernos, esta obsesión por la comida empieza en Estados Unidos y se generaliza posteriormente por la Europa del bienestar. Este dato resulta harto curioso, porque no es un niño africano con el vientre hinchado por el hambre el que se preocupa por qué come o deja de comer, sino los bien alimentados euroamericanos aterrados ante el gravísimo riesgo que corre esa salud pública que les permite llegar casi hasta los cien años sin más esfuerzo que bajar al supermercado a comprar lo que les apetezca. La relación entre la psicosis alimentaria y el grado de desarrollo económico es evidente. Sin embargo, mucho nos tememos que, ante la crisis alimentaria que se avecina, el viento se llevará estas culturas del curanderismo, del mismo modo que la Gran Depresión de 1929 barrió del mapa los movimientos morales alimentarios de Estados Unidos.

martes, 12 de agosto de 2014

Trilogía "Before": Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer (Richard Linklater)





    Hace veinte años fui con mi novia adolescente al cine a ver Antes del amanecer. La película la había elegido ella, probablemente porque habría leído alguna crítica en que la calificaban de romántica -por aquella época aún sonaban los ecos del terremoto romántico de Pretty Woman-. El argumento de Antes del amanecer es muy sencillo. Un joven americano -Ethan Hawke-, que está haciendo el Interrail, conoce a una joven francesa -Julie Delpy-, que vuelve a su casa después de ver a su abuela en no recuerdo qué país del Este. Se caen bien y, cuando llega la parada de Ethan Hawke, este le propone a una jovencísima Julie Delpy que se baje con él y pasen la noche juntos en Viena. La otra acepta y pasan una bonita velada, con rollete incluido y una alusión a unas posibles relaciones sexuales que no desvelarán hasta la siguiente película de la trilogía. Y no cuento más que no os quiero estropear el final, que es precioso. 
    A la salida del cine, aquella novia adolescente mía estaba realmente emocionada. Había ido a ver un producto comercial a lo Pretty Woman y le habían colado de rondón una auténtica historia romántica. Yo, por mi parte, no estaba ni emocionado ni conmovido. Sólo acertaba a tener una horrible sensación de fracaso por no poder ofrecerle a aquella adolescente enamorada de Ethan Hawke una noche romántica como la de Antes del amanecer. Pero el tiempo pasó, aquella novia adolescente me dejó, yo me olvidé de ella y ahora somos buenos amigos.
    Veinte años después volví a ver la película. No porque quisiese recordar viejos tiempos -ni loco volvería a aquellos años-, sino porque tenía ganas de meterle mano a la trilogía y ya casi no me acordaba de nada de Antes del amanecer. Entonces, sin esa estúpida sensación de fracaso y sin esa novia adolescente de imaginación fácil, pude fijarme en otras cosas y
me di cuenta de que la película era, sencillamente, maravillosa. Y lo mismo puedo decir de Antes del atardecer y Antes del anochecer, que devoré inmediatamente después y que me dejaron, si cabe, un sabor de boca mejor. 
    La trilogía de Linklater es un reflejo perfecto de las edades del hombre. Cada una de ellas se centra en un periodo de vida de los personajes: los veinte -Antes del amanecer-, los treinta -Antes del atardecer- y los cuarenta -Antes del anochecer-. Y para ello sólo necesita unas horas con los protagonistas juntos hablando y haciendo cosas como es propio hacerlo a esas edades. Los diálogos, lo que dicen y opinan los personajes, sus inquietudes, sus miedos, su actitud y, en definitiva, lo que son, es exactamente lo mismo que yo, o cualquier otro, fue a los veinte, fue a los treinta y es ahora cerca de los cuarenta. Pero por favor, que nadie se engañe. No os esperéis filosofadas. Nada de eso. A los veinte años, lo único que uno puede decir es una frase de dos pesetas, más un tópico pseudorrebelde que otra cosa. Ni Ethan Hawke ni Julie Delpy te van a soltar frases demoledoras, de esas que uno guarda como si fuese una cita de La Rochefoucauld. En absoluto. Los dos protagonistas se expresan tal como lo harían jóvenes de veinte años, no tan jóvenes de treinta y maduritos de cuarenta. Y por eso el espectador los siente tan cercanos, como si cualquiera de nosotros pudiese ser Ethan Hawke o Julie Delpy viviendo esa historia de amor.
    Desde un punto de vista técnico las tres películas son realmente arriesgadas. Linklater
hace un cine muy Rohmeriano de plano/contraplano, de diálogos largos que semejan surgir de forma espontánea y con tan sólo dos personajes permanentemente en escena. En la tercera parte hay una conversación en entre los dos mientras conducen con un plano fijo de diez minutos que es un alucine. Dialogan de las inquietudes de los cuarentones, del trabajo y de los niños, saltando de un tema a otro, y mantienen la atención del espectador sólo con la magia de las palabras y la actuación. Por algo nominaron a Linklater, a Hawke y  a Delpy al Oscar al mejor guión adaptado por la segunda y la tercera parte.
    En conclusión: tres películas cojonudas que te mantienen todo el tiempo con el ansia por saber qué surgirá de esos diálogos maravillosos mientras los dos protagonistas caminan primero por Viena, luego por París y, finalmente, por una isla griega. 
    Y ya puestos, hasta sirven para consolarse de las miserias personales, porque ver en Antes del anochecer a Ethan Hawke lucir barriguita y arrugas y a Julie Delpy estar abiertamente gorda y no perder ninguno de los dos un ápice de atractivo personal, reconforta. 
     La única pega que puedo ponerle a esta trilogía es que dudo que alguien que no tenga, al menos, treinta y cinco años, pueda entender la segunda y la tercera parte. O al menos sentirlas cercanas.

    P.D. Lo mejor es que prometen hacer una nueva cinta cada diez años. 

El atlas de las nubes (Tom Tykwer, Andy Wachowsli y Lana Wachowski)



    Hay veces que realmente alucino. No es que esta sea la mejor película del mundo -ni muchísimo menos-, pero leer las críticas de ciertos periodistas españoles me deja turulato, sobre todo cuando han calificado la puta mierda de Snowpiercer (Rompenieves) como metáfora visual y cine de autor y ponen podre a El atlas de las nubes (si quieres leerlas pincha aquí). La única explicación que se me ocurre es que la carallada de Snowpiercer es un producto coreano, lo que predispone a su favor porque siempre mola decir que te gusta el cine de países alejados como Irán o Corea, y esta megaproducción tiene mucho de Hollywood, especialmente varios actores que se han hecho famosos allí -Tom Hanks, Susan Sarandon, Halle Berry, y hasta Hugh Grant, que no es americano, pero hace peliculillas románticas muy comerciales-.  
    Resumir el argumento de El atlas de las nubes es bastante complicado. Son un montón de tramas en diferentes momentos de la historia, incluyendo el futuro, unidas por personajes que se reencarnan una y otra y vez y por ser todas tramas que son un canto a la libertad. Desarrollar toda el argumento les lleva casi tres horas y es cierto que, por momentos, el espectador se pierde un poco. Las actuaciones no son las mejores del mundo, pero eso es algo bastante complicado cuando tu personaje aparece tan sólo unos minutos -El atlas de las nubes es un película coral-. Quizá también sea cierto que es bastante pretenciosa y que el mensaje final, esa exaltación de la libertad, está más vista que el tebeo. Y tal vez haya algo de verdad en que la filosofía New Age de la película está un poco fuera de tiempo. Pero así y todo, la película se deja ver. No va a cambiar vuestras vidas, pero Ana y yo nos tragamos las tres horas y no se nos hizo larga. Mantiene la atención, probablemente porque se le oculta continuamente información al espectador. Nos van contando historias que intuimos que al final habrán de estar conectadas y eso hace que estemos atentos a todos los detalles. Y así pasas el tiempo entretenido y, cuando acaba la película, no tienes la sensación de pesadez y estafa que uno tiene cuando acaba el bodrio de Snowpiercer. Hay quien podría aducir que el truquillo de desmontar las historias, presentarlas sin orden cronológico, alternando de forma más o menos aleatoria el personaje foco, es un truco bajo para mantener la atención del espectador. Puede que lo sea, pero es exactamente lo mismo que hizo Cortázar con Rayuela y esa teoría suya del lector activo. A muchos les parecerá bien en Rayuela y no en El atlas de las nubes, pero la única explicación que le encuentro a este doble rasero es que Cortázar es un escritor sudaméricano bohemio consagrado por la crítica y la tradición y esta es una superproducción internacional con actores de Hollywood. Con esto no quiero decir que El atlas de las nubes esté al nivel de Rayuela. No. Aunque a mí Rayuela no me gusta, reconozco que son dos cosas completamente distintas. Sólamente trato de justificar que el truquillo con el que el director/guionista me tuvo casi tres horas atento a la pantalla es perfectamente válido y no una engañifa. 
    En conclusión: del uno al diez le pongo un cinco, porque es una peli entretenida, pero que es demasiado ambiciosa y no llega a lo que promete.