Era tarde. Muy tarde. Ana se fue a dormir. Yo tenía sueño, pero no me apetecía irme a la cama. Hurgué un poco en el disco multimedia y puse Grupo Salvaje. Vi esa primera escena maravillosa de los niños y las hormigas y la araña y eso con William Holden cabalgando que da miedo. Pero la película dura dos horas y pico y ya estaba cansado. Grupo Salvaje no es una de esas películas que se dejan por la mitad, por mucho sueño que se tenga. Entonces, un poco más adelante, tenía Zelig. No soy un gran fan de Woody Allen, ni mucho menos, pero sólo dura setenta y cinco minutos. Poco más que un capítulo de una serie. Así que decidí darle una segunda oportunidad.
Zelig es una película rodada como un falso documental que cuenta la vida de un individuo que no tiene personalidad. Se adapta a las personas que lo rodean, haciendo lo que ellos esperan de él, hasta el punto de que es capaz de mutar físicamente. Puede cambiar de raza, engordar, adelgazar o echar barba sólo con tal de agradar a los demás. Un individuo así, por fuerza ha de convertirse en un fenómeno mediático que da la vuelta al mundo y hasta se hace rico. Pero también llama la atención de la comunidad psiquiátrica. Una de ellos -Diane Keaton- se empeña en curarlo a toda costa y en que encuentre su propia individualidad. Se enamoran, y Zelig, con tal de agradar a Diane Keaton, empieza a comportarse como un individuo con personalidad propia, pero lo hace sólo porque es lo que la psiquiatra lleva años intentado conseguir.
El problema que tienen las películas de Woody Allen es que son demasiado cerebrales. La idea está muy bien. Hace una comedia medio surrealista que juega con esa tendencia que tenemos los seres humanos a adaptarnos a los demás, a tratar de ser agradables con ellos y a decir lo que se espera de nosotros. Todo en clave paródico y, como dije, muy surrealista. Nos hace reflexionar sobre nosotros mismos y hasta sobre la naturaleza humana Sin embargo, como a casi todas las películas de Woody Allen, le falta la historia. Siempre tiene grandes ideas y sus películas tratan de vehicular esas ideas. Desde un punto de vista estrictamente intelectual están bien, pero les falta esa historia que mueva las pasiones, que emocione, justo lo que tiene Grupo Salvaje, la película que deseché en favor de esta. Hace mucho tiempo, Robert Louis Stevenson tuvo más o menos la misma idea que Woody Allen: las personas, en sociedad, nos comportamos como se espera de nosotros y, en función de estos comportamientos, forjamos nuestra personalidad, potenciando aquellas facetas de nosotros que son bien vistas por los demás, y reprimiendo aquellas tendencias que podrían avergonzarnos. Pero, a diferencia de Allen, Stevenson sí tuvo una historia. Y escribió El extraño caso del Doctor Jeckyll y Mister Hyde, una obra de arte con todas las letras.
Tampoco está mal la idea del falso documental para contar la vida de un personaje. Suena un poco a Ciudadano Kane, pero no pasa nada. Casi hasta diría que Zelig, formalmente, está al nivel de la obra magna de Orson Welles. Los vestuarios están trabajadísimos, la cinta envejecida, de modo en las imágenes reproducen perfectamente ese toque añejo de los documentales históricos, y aprovecha con gran maestría fotos viejas, antiguas filmaciones, que incorpora a la película sin que se note y, probablemente, ahorrando un buen dinero -lo que no es nada desdeñable, máxime en tiempos como los que corren en que el presupuesto de un capítulo de Juego de Tronos podría pagar la deuda de más de un país del Tercer Mundo-. Pero todas estas cuestiones técnicas vuelven a incidir en lo mismo: alagan más a la inteligencia que a la emoción.
Por todo esto no me acaba de convencer Woody Allen. Es un cine para eruditos, para que te sientas muy listo descifrando sus alusiones, sus juegos y hasta el contenido filosófico o existencial. Pero le falta fuerza. Precisamente esa fuerza que desborda Grupo Salvaje.
Woody Allen me recuerda mucho a escritores tipo Paul Auster, siendo un autor para todos los públicos con obras mejores, obras menos buenas y algún fiasco que otro, poseen una pátina de intelectualidad que hacen que el espectador/lector no se considere un vulgar seguidor de las modas sino un receptor por encima de la media.
ResponderEliminarEl primer Woody Allen es el cómico judío de bar (muy en la línea popularizada por Seinfeld); uno de sus grandes personajes, de hecho,es un cómico con miedo a contraer un tumor. Ahí están muchas de las grandes frases que muchos decimos para resultar ocurrentes en distintas reuniones sociales (Practicoucho sexo, sobre todo cuando estoy solo, el cerebor es mi segundo órgano favorito, la última vez que estuve debtro de una mujer fue en la estatua de libertad o una que me gusta especialmente En realidad, prefiero la ciencia a la religión. Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire...)
El Woody Allen que se cree Bergman no llega al nivel al que pretende y provoca somnolencia, aunqueMia Farrow tampoco ayuda mucho,
La caricatura de sí mismo en la que se ha convertido en estos últimos años lo han convertido en un artesano que lo pasa bien, repit fórmulas, tiene momentos en los que recuerda pasadas glorias y en ciertos casos sólo le falta repetir chistes y frases en plan Lope de Vega.
Pero yo le tengo afecto a lo mucho que me hizo disfrutar cuando quería ver otras cosas (yo también he querido ser un receptor distinto y sentirme por encima de la media), y Zelig fue una obra que me hizo gracia, jugaba con el género, tiene dos o tres chistes como los papirotazos en el Vaticano, y ves otra cosa (hablo de memoria porque lo vi en VHS hace 20 años)