miércoles, 23 de julio de 2014

Pret-a-Porter (Robert Altman)





   Hace poco leí que Robert Altman es uno de esos directores que o lo amas o lo aborreces. Una afirmación así es como no decir nada, porque he oído lo mismo de otros muchos, en concreto, ayer sobre Woody Allen, y a mí Allen me deja indiferente. Si rescato esa afirmación vacua, es para dejar claro desde un principio mi postura: me gusta mucho Robert Altman.
   Pret-a-porter gira en torno al mundo de la moda. Pero, como en todas las películas Robert Altman, no podemos resumir el argumento en un par de líneas. Hay un tenue hilo conductor -la muerte de un magnate de la moda-, pero eso apenas si afecta a la vida de la colección de personajes que circulan por la película. Pret-a-porter es una película coral en todo el sentido de la palabra. Es la quintaesencia del estilo de Altman: un elenco multitudinario y polifónico, con diálogos improvisados y un guión que, por momentos puede resultar disperso. Y el resultado es maravilloso.
    En cualquier caso, si escribo esto no es para poner por las nubes al director y a su película. Me imagino que hay miles de entradas en internet que la diseccionarán de arriba abajo mucho mejor de lo que lo haría yo. La razón por la cual escribo este post es porque Pret-a-porter, como todas las grandes obras, me hizo reflexionar, no sólo sobre ella misma, sino sobre su relación con el mundo artístico en general. Estamos viviendo una época en la que las series televisivas han eclosionado y están desplazando al cine del centro de la producción audiovisual. No veo nada malo en ello. Es más, tienden a gustarme más que el cine convencional porque su ritmo narrativo es más cercano al de novela, género en el que me formé. En las series televisivas y en las novelas los personajes tienen tiempo para desarrollar sus complejidades psicológicas, para expresar sus dramas emocionales. Las grandes series televisivas como Deadwood, The Wire, Los Soprano, etc... tienden a ser corales, como lo son muchas de las grandes novelas -Guerra y Paz, El Don Apacible o la moderna Submundo de la que ya hablé aquí-. La razón de esta tendencia de las series es evidente: una serie que se desarrolla a lo largo de siete, ocho o más años centrada en un único personaje puede llegar a cansar -el caso de la novela es diferente-. Pero, sea por esto o por cualquier otra razón, al volver a ver Pret-a-porter pensé:"Con la capacidad que tenía Robert Altman para hacer pequeñas joyas corales en poco más de dos horas, ¿qué hubiese sido capaz de hacer si la AMC o la HBO le hubiesen puesto unos cuantos millones de euros de presupuesto para desarrollar lo que él quisiese?". Y con esta idea me fui a la cama. Hoy por la mañana he cambiado de opinión. A Robert Altman le bastan poco más de dos horas de metraje para desarrollar ante los ojos del espectador una colección extensísima de personajes, cada uno con sus conflictos y sus matices, expresados no tanto en lo que hacen, como en lo que intuimos que han hecho o harán -no en vano era lector de Raymond Carver, escritor en el que basó su sencilla obra maestra Shorcuts-. Ahora pienso que a la mayoría de las series que vemos hoy en día le sobran muchos, muchos minutos de metraje, y que Robert Altman hubiese contado True Detective en dos horas y media sin perder un ápice. Y como decía Baltasar Gracián, "lo bueno, si breve, dos veces bueno".
   Algunos críticos muy tiquismiquis ponerle algunas pegas a Pret-a-porter, como el hecho de reunir una colección de estrellas interminable con intención comercial, para atraer público por el nombre de los actores, porque la mayoría de ellas están infrautilizadas. También podrían decirse que los díálogos son un poco dispersos, que a veces no sabemos muy bien donde van, y que, el resultado final, con tanta estrella, tanto personaje y tanto diálogo es pantagruélico. Quizá lleven algo de razón, pero son detalles menores, porque esta pequeña joya del cine no la estropea ni la presencia del lamentable Forest Whitaker.

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