lunes, 28 de julio de 2014

Mi hermosa lavandería (Stephen Frears)




    Me lo merecía. Me dolía horriblemente la muela y el maratón de cine vacuo e intrascendente de Wes Anderson era demasiado (1 y 2). Esto es cine con letras mayúsculas. Desde luego no tiene la perfección formal ni los recursos técnicos de la mayoría de las películas actuales. Pero tiene una historia, una de esas que te agarra por dentro y no deja suelto. Te mueve y te remueve, y eso es lo que le pido al arte. A veces eso no es agradable. Aquí no lo es. Mi hermosa lavandería es, por momentos, una película dura, pero de verdad que merece la pena verla. No sólo porque te da noventa minutos de entretenimiento, sino porque interpreta la realidad. Puedes estar de acuerdo o no, pero lo que desde luego no pasa con Mi hermosa lavandería es lo que sucedía con Wes Anderson:  la película está llena de contenido.
   Stephen Frears siempre hace un cine muy político. De hecho, a veces no me gusta porque se posiciona demasiado, y, aunque esté de acuerdo con su interpretación de la realidad, no me convence que sea tan sectario. Pero Mi hermosa lavandería es de esas películas que desde el primer minuto te obliga a posicionarte y mueve tus pasiones emocionales y políticas.
    La película cuenta la historia de un paquistaní o hindú -no lo tengo demasiado claro, tendría que ir a internet a buscarlo y no me apetece-, que es hijo de un antiguo sindicalista. La era Tatcher ha liquidado al padre que le pide a su hermano que le dé chollo al hijo antes de que vaya a la universidad. El hermano es un inmigrante que se aprovecha de la total y absoluta falta de regulación laboral del tatcherismo para hacer dinero. Coloca al hijo en un parking y, al poco, le da la regencia de una lavandería. El sobrino y protagonista de la película es homosexual y tiene una amistad homoerótica desde los tiempos del insitituto con un hoollygan fascista, al que se supone que ha ayudado el padre inmigrante sindicalista. Con el tiempo, vuelven a reencontrarse y recuperan la vieja amistad y empiezan un nuevo negocio en la lavandería que da título a la película. 
    Con este argumento, Frears despliega ante el espectador todos los conflictos de clase, culturales y de sexo de una época muy dura del Reino Unido, marcada por el gobierno de una ultraneoliberal de la que he hablado en otro momento (*). Nunca ha estado tan de actualidad una historia como esta, en este mundo que nos está tocando vivir resultado de la revolución neoliberal que ha surgido tras la crisis económica.
     Daniel Day Lewis está absolutamente magistral. Ver el nombre de este actor en el reparto de cualquier película es sinónimo de arte con mayúsculas. No por el director. Ha trabajado con tipo de gente. Sino por el rigor con el que selecciona los papeles. Aquí, haciendo de postpunk fascista homosexual, está al nivel de los grandes. 
     Y poco más puedo decir, salvo que todos deberíais ver esta película. No os dará un entretenimiento vacío, de esos que uno necesita cuando ha pasado un día duro de trabajo y no le apetece pensar. Mi hermosa lavandería es una película para la que hay que estar preparado emocionalmente. No la veáis un martes cuando tenéis que madrugar el miércoles. Dadle una noche tranquila, en la que os podáis permitir el lujo de emocionaros y dormir mal, porque esta peli lo conseguirá. El arte no siempre es amable. Y aquí, desde luego, no lo es. 

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