Dice la Wikipedia:
Las benévolas (Les Bienveillantes) es una novela de ficción histórica escrita en francés por el estadounidense Jonathan Littell. Narra la vida de un exoficial de las SS alemanas que colaboró a llevar a cabo matanzas durante el Holocausto. El libro ha sido galardonado con dos de los más prestigiosos premios literarios franceses: el Grand Prix du roman de l’Académie française y el Prix Goncourt el 2006.
Si no es la mejor novela histórica que me leí en mi vida está cerca. Desde luego está mucho mejor que M. Yourcenar, que siempre me ha parecido una cursi y sus personajes unos sabiondillos insoportables.
El rigor histórico de Las Benévolas es alucinante. Max Aue está en todos los momentos importantes del nazismo: auge político, matanza de judíos en Ucrania, relación con el ala esotérica de las SS, Stalingrado, la retirada del frente ruso, la batalla de Berlín, aparece Albert Speer... absolutamente todo. Y Littell te va contando sus aventuras y desventuras con una frialdad que corta como un escalpelo. Hay una escena en Ucrania, cuando llegan las SS y tienen que acabar con los judíos que tuve que dejar de leer por la impresión que me causó. Han desnudado a los judíos y les han obligado a cavar un gran agujero. Entonces los mandan bajar. Un niño de unos cinco años, perdido, le da la mano a Aue confiado. Y Aue, consciente de lo que va a pasar, lo lleva de la mano hasta dentro del agujero, lo deja allí y las SS empiezan a tiros con todo. Aue se medio medio loco y patina en los sesos y la sangre, cae, se llena de mierda, sangre y vísceras y cree morir. Todo bajo la atenta mirada de Himmler, que ante tanta sangre flojea y se marea.
Pero no os equivoquéis. Aunque es una novela muy dura, se lee muy bien. La prosa es más que fluida y creo que, a pesar de que es un tocho de cuidado, me leí en una semana.
Sin embargo, hay dos detalles que no me gustan:
a) Littell intenta encontrar una motivación, una causa para que exista un personaje como Aue, un oficial de las SS cínico, cruel y, en definitiva, psicópata. Entonces, el lugar de hacer que su personaje tuviese una infancia normal que se metió en las SS y se creyó aquel discurso porque, como nos enseña la antropología, la moral es una cuestión cultural, es decir, aprendida, convierte a Aue en un homosexual enamorado de su hermana y traumatizado por el abandono del padre cuando era niño. A mí, personalmente, me convence mucho más la primera opción. No creo que hubiese millones de personas traumatizadas con su infancia -porque el nazismo no fueron cuatro gatos-.
b) El final es absolutamente terrorífico. Están en el búnker de Hitler. Hitler va a poner sus últimas medallas. Allí forman los soldados, todo muy solemne. Y cuando le toca el turno a Aue, en el momento en que el Fühfer prende el alfiler en la solapa de su chaqueta LE MUERDE LA NARIZ. ¿Pero qué chorrada es esa? ¿Es que Littell no tiene un editor que le diga que no puede cargarse la novela así? Porque a partir de ese momento, ya no me creo nada de lo que me ha contado. Pero se ve que no. Y, como conté a propósito de Lethem, se ve que no es el único.
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