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Es una colección de tres artículos largos o tres
pequeños ensayos, como prefiramos. Y una introducción y un apéndice.
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Los tres ensayos giran en torno a la idea de que
nuestra sociedad está inmersa en un proceso que llama “burocratización total”.
Introducción:
La Era de Hierro del liberalismo y la era de la burocratización total.
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En nuestro mundo actual la burocracia está por
todas partes.
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Cuando habla de burocracia, no se refiere sólo a
la estatal. También es burocracia la de las grandes corporaciones, como por
ejemplo las compañías de telefonía o las aseguradoras o los bancos.
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No somos conscientes de cómo la burocracia nos rodea
por todas partes.
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Es un pacto entre el poder político-estatal y
las compañías privadas.
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El estado impone normas para toda la población
con el objetivo de que se beneficien las grandes empresas. Es una forma de
violencia. Por medio de la burocracia, el capitalismo extrae el capital de los
trabajadores pobres y lo redirige hacia los poderosos.
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Ejemplos:
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las aseguradoras. Nos obligan a contratar
seguros de coche o de hogar.
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La acreditación de estudios. Con un par de años
de aprendiz en una empresa muchos oficios se podrían aprender y desempeñar
perfectamente. Pero nos obligan a tener un título académico. Para ello, los
estudiantes se tienen que endeudar con un banco para pagar esos estudios.
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Todo tipo de tasas que te cobra un banco. Es
prácticamente obligatorio tener una cuenta en un banco, porque las nóminas, los
impuestos… todo pasa por ellos. Sin una cuenta bancaria es imposible vivir.
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Sin embargo, la población no es consciente de
cómo la burocracia nos oprime y de su presencia casi total.
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Eso es porque se ha impuesto el lenguaje de la derecha
política.
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A la derecha esta suerte de burocracia la
beneficia, pero la oculta.
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Esta derecha ha conseguido que veamos al
burocracia como un ejercicio de tiranía.
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Pero no siempre fue así.
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En el pasado, la burocracia no era vista como
parte de un sistema político tiránico.
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Durante el reinado absolutista de Luis XIV, el
gobierno tenía solo unos pocos centenares de funcionarios.
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En el siglo XIX, los regímenes burgueses
aumentaron enormemente el número de burócratas.
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La burocracia era vista como esencial para:
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Construir una sociedad igualitaria y liberal.
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Unificar mercados locales en grandes mercados
nacionales.
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Proveer educación y oportunidades iguales para
todos.
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Aplicar las mismas leyes a todos.
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Hacia 1900, se creía que las empresas debían
funcionar como la burocracia estatal.
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La oficina de correos alemana era admirada por
su:
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Eficiencia.
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Eficacia.
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Equidad.
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Max Weber y Vladimir Lenin veían en la
burocracia un modelo a seguir.
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Estados Unidos, al asumir el liderazgo económico
mundial, lo hizo a través de organizaciones burocráticas internacionales como
el FMI, Banco Mundial, GATT, y Naciones Unidas.
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Desde la revolución conservadora de los años 70,
la visión burguesa cambió:
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Los burócratas comenzaron a ser vistos como
obstáculos para el mercado, en lugar de facilitadores.
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La economía "burguesa" ha evolucionado
de muchas pequeñas empresas familiares en el siglo XIX a unas pocas
megacorporaciones en el siglo XX.
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En el siglo XIX, los dueños de pequeñas empresas
estaban presentes y reinvertían los beneficios.
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En el siglo XX, los beneficios de las
megacorporaciones van a los accionistas, que no están presentes.
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Las megacorporaciones prefieren repartirse
mercados en oligopolios en lugar de competir realmente.
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Si la gente se diera cuenta de que las
corporaciones no invierten, innovan, ni compiten, se propondría nacionalizar
sectores como la oficina de correos para evitar dar beneficios a accionistas.
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Por esto, se denuncia la burocracia como
ineficaz y tiránica, una idea apoyada por la "clase gerencial" de las
corporaciones.
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Desde los años 70, esta clase gerencial ha
crecido exponencialmente, añadiendo trabajos inútiles a la economía.
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La lealtad de esta clase ha cambiado de sus
trabajadores a los accionistas y poderes financieros, actuando en interés de
estos últimos.
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Graeber describe cómo megacorporaciones y el
estado se han fusionado, creando una "burocratización total" para
maximizar la extracción de rentas mediante la financiarización de activos como
casas, créditos estudiantiles y compras.
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Este proceso es la preparación para un análisis
más profundo: el divorcio entre medios y fines sociales.
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Los medios son racionales, requiriendo una
sociedad burocratizada para maximizar beneficios individuales.
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Los fines son inciertos y dependen de los
valores personales, lo que representa una utopía liberal.
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Graeber señala que en la mayoría de las
sociedades humanas, los medios y fines están interconectados; la forma en que
se hace algo refleja la esencia de la persona.
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La idea de ganar dinero de manera inmoral y
luego donarlo a la caridad es vista como absurda.
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Dividir el mundo en esferas públicas y privadas
lleva a que una intente dominar a la otra.
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Algunos ven la racionalidad del mercado como un
valor absoluto, promoviendo una sociedad donde todo debe ser
"racional", ya sea en el ámbito público o privado.
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La renovación de la izquierda debe considerar
todas estas razones.
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Una de las contradicciones de la izquierda es su
crítica a la burocracia, aunque sus mayores logros (sanidad y educación
universales, estado social) son profundamente burocráticos.
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El lema "la imaginación al poder"
ejemplifica esta contradicción, ya que la imaginación es lo opuesto a la
burocracia.
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La derecha ha aprovechado esta crítica interna
para desmantelar muchos de los logros sociales, mientras la izquierda no ha
presentado una defensa efectiva.
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Esta situación persiste, y la izquierda debe
encontrar una manera de resolver esta contradicción para avanzar.
Zonas muertas
de la imaginación: un ensayo sobre la estupidez estructural.
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La violencia es una forma de lograr que otros
hagan lo que tú quieres sin necesidad de entenderlos.
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Una vez que sometes al "otro", la mera
amenaza de violencia suele ser suficiente.
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La amenaza se interioriza hasta parecer lógica y
el "otro" racionaliza su situación para no volverse loco.
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Graeber cita las comedias de Hollywood de los
años cincuenta para ilustrar esto.
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Estas comedias repiten el chiste de que los
hombres no entienden a las mujeres, sugiriendo que son especies diferentes.
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Este chiste persiste, reflejando una supuesta
realidad de incomprensión entre los géneros.
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Sin embargo, al revés, el chiste no funciona:
las mujeres parecen entender a los hombres sin problema.
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La razón es que las mujeres, en una sociedad
patriarcal como la de Eisenhower, no tienen más remedio que entender a los
hombres.
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En cambio, los hombres no se esfuerzan por
entender a las mujeres debido a la presión sociocultural que les facilita la
vida.
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Esto ocurre en cualquier situación de asimetría
de poder: jefes que no conocen a sus subordinados, aristócratas sin empatía por
los campesinos, mayorías étnicas que no entienden a las minorías.
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Los subordinados, campesinos, minorías y nativos
desarrollan un profundo conocimiento de sus superiores, explicado como
"sabiduría popular" o "instinto".
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Graeber utiliza Madagascar como ejemplo de
relaciones de poder y violencia.
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En 1895, los franceses tomaron el control y
abolieron la esclavitud en Madagascar.
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A pesar de la misión civilizadora, establecieron
un gobierno colonial basado en su fuerza y tecnología superior.
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Los malgaches concluyeron que, aunque no había
esclavitud entre ellos, todos eran ahora esclavos del estado francés.
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Las familias que antes tenían esclavos ahora
proporcionaban la mayoría de los funcionarios de la burocracia colonial.
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El francés se convirtió en "ny teny
baiko", el lenguaje de las órdenes.
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El poder derivado de la violencia permite no
preocuparse por los demás ni hacer "labor interpretativa".
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Las víctimas de violencia estructural suelen
empatizar más con sus opresores que viceversa.
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Esta empatía, junto con la violencia, sostiene
estas relaciones de poder.
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La burocracia entra en juego para gestionar esta
disonancia.
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La violencia estructural crea ceguera
voluntaria, similar a la asociada a procedimientos burocráticos.
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No es que los procedimientos burocráticos sean
estúpidos, sino que gestionan situaciones sociales absurdas fundadas en
violencia estructural.
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La policía es a menudo vista como héroes
valientes persiguiendo criminales, una imagen popularizada por la cultura
americana.
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En realidad, la mayoría de los policías realizan
tareas mundanas como expedir DNI's o tramitar denuncias.
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Incluso los policías de la brigada de homicidios
pasan el 95% de su tiempo haciendo papeleo.
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Su trabajo principal es hacer cumplir las
regulaciones, más allá del ideal de "servir al público".
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La cultura popular americana ha creado la imagen
heroica de los policías, similar a la del cowboy del pasado.
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Los cowboys fueron retratados como héroes
construyendo una América libre, aunque su realidad era trabajar duramente para
los dueños de la industria cárnica.
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Culturalmente los policías son como cowboys en
un entorno burocrático.
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Esto combate nuestro miedo a que la sociedad
burocrática acabe con la heroicidad, el carisma o el romanticismo.
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Además, esta imagen nos hace olvidar que los
policías son principalmente burócratas con pistola.
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En el debate político, cuando se nos pide
"ser realistas", en realidad nos están diciendo "tomen en serio
la amenaza sistemática de la violencia".
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Aunque algunos izquierdistas piensan mucho en la
violencia, la izquierda en general no le da la importancia social fundamental
que le da la derecha.
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La izquierda se basa en una "ontología
política de la imaginación".
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Es posible darle poder a la imaginación en lugar
de a la violencia.
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Sin embargo, esto requiere un esfuerzo
considerable y sostenido.
De coches
voladores y el índice en declive de ganancias.
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En el pasado, el futuro en la ficción y los
pronósticos solía ser más prometedor que el presente.
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"Regreso al Futuro II" fue una de las
últimas películas que presentó un futuro interesante con coches voladores.
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Desde entonces, la mayoría de las
representaciones del futuro han sido distopías cibernéticas, apocalipsis
nucleares, sociedades fascistas basadas en datos, colapsos medioambientales, o
futuros de pobreza generalizada.
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El mensaje es claro: el futuro es desastroso.
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Durante la Guerra Fría, se necesitaba más que
una simple amenaza para mantener a la población tranquila.
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Mientras el otro lado del Muro ofrecía
represión, al menos en teoría, se prometía un mundo mejor con fábricas
robóticas y una vida dedicada a las artes y los viajes espaciales.
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Para contrarrestar esta promesa, era necesario
ofrecer algo.
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La serie original de Star Trek puede verse como
una versión idealizada del comunismo, pero en clave americana, con robots
realizando el trabajo, el dinero como una reliquia y un estado que se ocupa de
todo.
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Esta promesa de un futuro próspero y
tecnológico, como el de Star Trek, no se cumplió.
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Esta ruptura de la promesa del futuro ha
contribuido a la desazón existencial y cultural actual.
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Aunque no hay coches voladores, se podrían
considerar otros avances tecnológicos impresionantes, como las tecnologías de
la información y las películas como Star Wars.
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Sin embargo, las personas de los años 60
esperaban avances más tangibles, como naves espaciales y pistolas láser reales,
no solo animaciones por ordenador.
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Se puede argumentar que esas expectativas eran
fantasías infantiles, pero muchas ideas, como naves espaciales y semanas
laborales más cortas, aparecían en revistas serias y ciencia ficción dura.
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La idea de un futuro brillante estaba
ampliamente aceptada en el pasado; hoy, esos conceptos son vistas literarias,
no realidades esperadas.
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Julio Verne, aunque soñador, vio realizados
muchos de sus conceptos en menos de 80 años.
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El progreso tecnológico real también depende de
las prioridades de investigación.
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A mediados de los 70, con la URSS en declive, se
redirigieron los fondos de la carrera espacial hacia tecnologías de la
información, que facilitan el control social y la burocratización.
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Estas tecnologías crean simulaciones más reales
que la realidad misma, configurando una sociedad de simulaciones y
"posmodernismo".
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Aunque los avances tecnológicos actuales, como
las zapatillas deportivas, pueden ser más sofisticados que los del Programa
Apolo, siguen siendo fabricados en condiciones de explotación en países como
México e Indonesia.
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Bajo el glamour posmodernista, persisten las
viejas realidades de explotación y desigualdad.
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No ha habido grandes avances a pesar de las
inversiones en ciencia y tecnología.
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Puede que estemos en una meseta tecnológica; por
ejemplo, aunque el Pentágono gasta grandes sumas, los drones siguen sin tener
rayos láser y el AK47 sigue siendo el arma preferida.
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Graeber admite que esta es una objeción válida,
pero responde con el problema de la burocratización en ciencia e I+D.
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Los investigadores están tan abrumados por
papeleo y requisitos administrativos que apenas tienen tiempo para la
creatividad e innovación.
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Graeber usa su propia experiencia como ejemplo:
su universidad le exige rendir cuentas para tareas administrativas pero no
ofrece una opción para "escribir un libro".
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A pesar de la proliferación de estudios sobre
“imaginación” y “creatividad”, el entorno académico es cada vez más hostil a
estas cualidades.
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Históricamente, la imaginación y creatividad
eran el dominio de individuos excéntricos y brillantes que no se ajustaban a
estructuras burocráticas.
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En el siglo XIX, en Gran Bretaña, se les dio
roles como vicarios anglicanos, con tiempo y soledad para sus investigaciones.
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En la primera mitad del siglo XX, los profesores
universitarios tenían más libertad para explorar ideas.
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Hoy en día, esas oportunidades han desaparecido.
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Graeber regresa a las ideas de Marx y Engels,
quienes en 1870 en Londres observaban cómo el capitalismo impulsaba
continuamente la tecnología y la producción industrial, anticipando que
eventualmente socavaría su propia base.
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Se pregunta si Marx y Engels podrían haber
tenido razón y si los capitalistas empezaron a darse cuenta de esto en los años
60.
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Marx argumentaba que el valor y beneficio solo
podían extraerse del trabajo humano, y que la competición impulsaba a mecanizar
la producción y reducir salarios, lo que a corto plazo beneficiaba a empresas
individuales pero a largo plazo disminuía las tasas de beneficio globales.
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Aunque la mecanización se esperaba que
destruyera el capitalismo, la falta de inversión en fábricas robóticas y el
traslado de fábricas a China o al Sur Global podrían tener sentido si la
competición no es tan central para el capitalismo como se asumía.
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La objeción común es que el fracaso de la URSS
demuestra que la economía planificada no funciona. Sin embargo, en las décadas
de 1940 y 1950, la URSS logró importantes éxitos como derrotar a los nazis,
lanzar al Sputnik y al cosmonauta Gagarin, y alcanzar crecimientos económicos
significativos.
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A pesar de la propaganda del libre mercado, el
poder americano se basa en una planificación estatal extensa, incluyendo gasto
público en investigación, empresas públicas, y sanidad pública.
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Graeber resalta que, a pesar de las críticas, la
URSS también tuvo “tecnologías poéticas” con el objetivo de mejorar el mundo,
como el programa espacial y la lucha contra el hambre global.
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Hoy en día, se tiende a sobrestimar la
importancia de la tecnología en la dirección de la sociedad, cuando en realidad
la sociedad puede impulsar ciertos desarrollos tecnológicos.
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Tras lograr la superioridad militar, Estados
Unidos ha enfocado sus esfuerzos en controlar a los disidentes y mantener a la
población en estado de calma, mientras seguimos esperando avances en curas para
enfermedades comunes.
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ncluso los defensores del capitalismo, al ver la
situación actual, están cambiando su discurso de que es un buen sistema a que
es el único posible para una sociedad tecnológicamente avanzada.
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Afirman que el progreso tecnológico ha
restringido nuestras opciones sociales, lo cual contradice la idea de que la
tecnología podría abrir nuevas posibilidades.
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Graeber cuestiona si esto también se aplica a
tecnologías futuras y si un avance revolucionario podría cambiar la situación.
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Destaca una contradicción en el neoliberalismo:
se presenta como si no hubiera alternativas, pero al mismo tiempo no puede
afirmar que el desarrollo tecnológico haya llegado a su fin.
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El resultado son “avances” superficiales, como
nuevos modelos de iPhone cada seis meses, que no llevan a un cambio real a
menos que se haga una transformación fundamental.
La utopía de
las normas, o por qué en realidad, después de todo, amamos la burocracia.
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Primero, necesitamos definir qué entendemos por
racionalidad. Históricamente, la razón se ha visto como un medio para controlar
nuestros instintos más primitivos, en contraste con lo “salvaje”, que incluye
la creatividad y el juego.
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Los pensadores tradicionales ilustrados han
considerado la imaginación como algo a dominar. Sin embargo, en los últimos
siglos, con el surgimiento de las burocracias, la razón ha pasado de ser un
objetivo en sí misma a convertirse en una herramienta. La razón no dicta
nuestros deseos, sino que nos muestra cómo alcanzarlos.
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La dificultad para definir racionalidad surge
porque todavía convivimos con estas dos visiones. Aunque a menudo decimos que
la racionalidad nos distingue de los animales, Graeber sugiere que, si
entendemos la racionalidad como la capacidad para evaluar la realidad y
resolver problemas, los animales también son racionales. En realidad, la
imaginación podría ser la verdadera facultad que nos diferencia.
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La creciente burocratización ha provocado una
reacción en la cultura popular, que ha creado mundos de fantasía que contrastan
con la frialdad del aparato estatal actual.
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Autores como Tolkien crean universos que se
oponen a la burocracia, donde todo se basa en relaciones personales y existen
criaturas que desafían la uniformidad burocrática, llenos de magia y
tradiciones. Las búsquedas heroicas en estos mundos, con llaves mágicas y
acertijos, a veces parodian los trámites burocráticos.
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En estos mundos, el sistema político suele ser
una monarquía benévola cuya legitimidad depende del carisma del líder, como
Aragorn, y se corrompe sin renovación constante, lo que perpetúa una guerra
continua. En contraste, los antagonistas, como en Mordor, están caracterizados
por la industrialización y la burocracia, representando el mal absoluto en
oposición al bien, con ambos en conflicto total.
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La narrativa medieval que a menudo leemos en la
fantasía moderna, como en las obras de Tolkien, está proyectada de forma
equivocada sobre la verdadera Edad Media. En realidad, la Edad Media no conocía
las “guerras absolutas”; las batallas eran vistas por los nobles como “juegos
de honor”, donde el objetivo era capturar prisioneros para pedir rescate, no
destruir al enemigo. Los teólogos cristianos de la época diseñaban un Cielo con
una jerarquía de ángeles que Graeber ve como una versión ampliada de la burocracia
romana tardía. Los pequeños reinos europeos aspiraban a estar inmersos en una
jerarquía cuasi-burocrática que diera sentido al cosmos.
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Graeber aplica un análisis similar a las
“sociedades heroicas” de la antigüedad, que existían en los márgenes de los
grandes imperios burocratizados y en simbiosis con ellos, pero actuaban como su
opuesto. Los imperios tenían escritura, mientras que los “bárbaros” se
mantenían fieles a la tradición oral; los imperios construían ciudades, los
bárbaros vivían dispersos en la naturaleza; los imperios acumulaban riquezas,
los bárbaros las distribuían o destruían para mostrar su grandeza; y en lugar
de la burocracia, los bárbaros solían organizarse en torno a la competencia
entre líderes carismáticos. Era una lucha entre orden burocrático y desbordante
imaginación.
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La Guerra de Troya es un ejemplo de cómo las
sociedades heroicas, productoras de historias, contrastan con las burocráticas
que preferían evadirse con relatos de tierras bárbaras en lugar de enfocarse en
sus sistemas legales. La literatura sobre las tierras bárbaras servía para
proponer una escapatoria al mundo actual, aunque al final reafirmaba la
superioridad del sistema burocrático.
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El sistema burocrático se legitima a través del
estado y su soberano, creando una contradicción en su núcleo. La burocracia se
supone imparcial y regida por reglas, pero el soberano, por definición, debe
estar por encima de las reglas para poder establecerlas. En el pasado, la
legalidad y la moralidad provenían de Dios. Las revoluciones americana, inglesa
y francesa reemplazaron a Dios con “el pueblo”. La gente creó nuevas leyes al
romper las anteriores con revoluciones violentas e ilegales, mostrando que no
hay diferencia esencial entre las acciones de un activista de BLM y las de
George Washington.
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Problema del poder constituyente: Tanto para la
izquierda radical como para la derecha autoritaria, el problema del poder
constituyente sigue siendo relevante, pero cada uno aborda la cuestión de la
violencia de forma opuesta.
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Izquierda radical: Tras los fracasos del siglo
XX, la izquierda ha abandonado su glorificación de la violencia revolucionaria.
Hoy en día, prefiere métodos no violentos de resistencia. La idea es que
quienes actúan en nombre de algo más alto que la ley pueden hacerlo
precisamente porque no se comportan como una turba descontrolada.
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Derecha autoritaria: Desde el surgimiento del
fascismo en los años 20, la derecha ve la violencia revolucionaria como una
forma de violencia criminal sin distinción. Para la derecha, la violencia es
simplemente violencia. Aún así, reconocen que cualquier muestra exitosa de
violencia constituye una forma de poder constituyente. Las organizaciones
criminales, por ejemplo, desarrollan sus propias reglas para controlar la
violencia que de otro modo sería aleatoria. Desde esta perspectiva, la ley es
solo una forma de regular la violencia que ella misma originó.
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Afinidad entre criminales y estado: La similitud
entre criminales, pandilleros, movimientos de extrema derecha y las fuerzas
estatales armadas se basa en la creación de reglas a partir de la fuerza. Esta
conexión revela afinidades políticas: Mussolini, por ejemplo, reprimió a la
mafia, pero los mafiosos italianos aún veneran su figura.
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Imaginación en la política:
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Izquierda: La imaginación y la creatividad son
vistas como fuentes de valor y cambio positivo. La izquierda celebra la
capacidad de crear nuevas ideas y estructuras sociales.
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Derecha: La imaginación es considerada peligrosa
y destructiva. Los conservadores buscan evitar los peligros de la imaginación
desbordante, mientras que los fascistas buscan liberarla para sus propios fines
destructivos, como lo hizo Hitler, que veía el arte como una herramienta para
transformar la humanidad a través de la violencia.
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Durante
el siglo XIX, EE.UU. fue un laboratorio social progresista y estableció una
oficina federal de correos que empleaba al 70% de los funcionarios federales.
La oficina era tan admirada que el término “postalización” se usaba para
describir intervenciones públicas exitosas en servicios.
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Con el
tiempo, el término “postalización” desapareció, siendo reemplazado por “going
postal” debido a una serie de tiroteos en los años 80 protagonizados por
empleados de oficinas de correos. Este término se usa ahora para describir
tiroteos causados por enajenación mental, especialmente en el ámbito laboral.
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Graeber señala que los reportajes sobre estos
tiroteos en los medios de comunicación tienen un estilo y lenguaje similar a
los reportajes del siglo XIX sobre revueltas de esclavos. Aunque las revueltas
grandes eran raras, los informes solían destacar la malicia inexplicable o la
locura individual sin abordar causas estructurales, como la esclavitud o las
reformas económicas de los 70-80 que afectaron la seguridad laboral.
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Mientras la oficina de correos enfrentaba
recortes, surgió Internet, que, al igual que los correos en el pasado, nació en
un contexto militar y transformó la vida diaria con su rapidez. Internet, al
igual que la Deutsche Post hace 120 años, despertó un entusiasmo universal.
Ambos casos muestran que la burocracia puede ser apreciada cuando se vuelve tan
eficiente y confiable que ni siquiera notamos su presencia. En otras palabras,
cuando realmente nos libera.
De Batman y
el problema del poder constituyente.
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El 1 de octubre de 2011, el NYPD arrestó a 700
activistas de Occupy Wall Street por intentar marchar sobre el puente de
Brooklyn. El alcalde Bloomberg justificó la acción alegando bloqueo del
tránsito.
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Dos semanas después, Bloomberg cerró el puente
de Queensboro durante dos días para filmar El Caballero Oscuro: la leyenda
renace. Muchos criticaron la ironía de esta decisión, dado que la película
era vista como una pieza de propaganda contra Occupy.
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Activistas arrestados en octubre, al ver la
película, la consideraron hostil pero la tomaron con humor, buscando reírse del
retrato que hacían de su movimiento, similar a cómo algunos ven películas que
critican ciertos grupos.
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La película es mala debido a su intento de
abordar temas relevantes, lo que resultó en incoherencia. A pesar de que las
primeras entregas de la trilogía de Nolan fueron elogiadas por su profundidad,
esta última entrega fue vista como un fracaso en términos de mensaje y ejecución.
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Cuestiona el auge de las películas de
superhéroes, comparándolo con la sustitución de películas de vaqueros por
películas policiales en los años 70. La pregunta es por qué estos personajes
ahora tienen una vida interior compleja y orientación política explícita.
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A lo largo del tiempo, personajes como James
Bond y Spiderman han mostrado cambios en su orientación política, reflejando el
contexto de sus épocas. Los superhéroes muestran una tendencia a reflejar sus
orígenes históricos y, a menudo, sus mensajes políticos son evidentes.
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Los héroes de cómics suelen ser reactivos y
carecen de proyectos creativos propios, en contraste con los villanos que son
innovadores y llenos de planes. Esto crea una dinámica donde los villanos
parecen más creativos y los héroes son más rígidos y reaccionarios.
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Aunque los cómics de superhéroes pueden parecer
inofensivos, su mensaje subyacente sobre la necesidad de controlar el caos
tiene implicaciones conservadoras. La cultura pop, incluso en su
entretenimiento, a menudo transmite mensajes sobre la naturaleza humana y la
política.
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Al igual que las películas de terror que
representan la transgresión y el castigo, los cómics de superhéroes pueden
tener una función similar, sugiriendo que el caos debe ser controlado, y
reflejan una política conservadora en la forma en que presentan la lucha entre
el orden y el desorden.
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Los héroes con traje luchan en nombre de la ley,
aunque a menudo operan fuera del marco legal. En el Estado moderno, la ley
misma presenta un dilema: ningún sistema puede crear sus propias leyes sin
estar por encima de ellas. Tradicionalmente, la ley provenía de Dios o del
poder divino de los reyes. La revolución inglesa, francesa y americana
introdujo la idea de soberanía popular, trasladando el poder de los reyes al
pueblo, lo que planteó un problema: el pueblo, siendo un grupo sujeto a leyes,
no puede crear esas leyes por sí mismo sin una ruptura con el marco legal
existente.
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Las revoluciones son actos ilegales que
establecen nuevas leyes a través de la violencia. Esto genera una contradicción
en la idea de un gobierno moderno que asume el monopolio legítimo de la
violencia. La policía puede usar la violencia porque es para hacer cumplir la
ley; la ley es legítima porque proviene de la constitución; la constitución es
legítima porque viene del pueblo; y el pueblo creó las leyes mediante actos de
violencia ilegal.
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La respuesta mayoritaria es que la época de
revoluciones violentas ha pasado y ahora se pueden cambiar las leyes por medios
legales, aunque esto significa que las estructuras fundamentales no cambian. En
EE.UU., esto ha llevado a una situación en la que el sistema legal se basa en
un consentimiento antiquísimo, y se han mantenido estructuras arcaicas.
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La izquierda radical, afectada por los desastres
del siglo XX, se ha alejado de la violencia revolucionaria, optando por
resistencia no violenta. La derecha autoritaria, desde el fascismo de los años
20, considera que la violencia revolucionaria y criminal es simplemente
violencia. Según la derecha, toda aplicación exitosa de violencia es una forma
de poder constituyente.
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La admiración por el "gran criminal"
se debe a que crean su propia ley para controlar la violencia. Los criminales,
bandas y el Estado comparten un lenguaje de fuerza y reglas basadas en la
violencia. Esto explica la afinidad entre movimientos de derecha y fuerzas del
Estado.
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En el universo de los superhéroes, el espacio es
inherentemente fascista, habitado por gánsteres, aspirantes a dictador y
policías con roles ambiguos. Los superhéroes y villanos operan en un entorno
donde la ley parece surgir de la violencia. Los superhéroes defienden un orden
que parece surgir de la nada, resistiéndose a la lógica de los villanos que
buscan imponer un nuevo orden mundial.
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Los superhéroes no buscan conquistar el mundo;
su existencia depende de los villanos y del caos que generan. Defienden un
orden legal que, aunque defectuoso, es preferible a la alternativa caótica que
los villanos representan. No son fascistas, sino defensores de un sistema en el
que el fascismo es la única alternativa visible.
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Entretenimiento y Política: La aparición de los
superhéroes en EE.UU. a mediados del siglo XX, durante el auge del fascismo en
Europa, no es una simple fantasía paralela, sino una respuesta al dilema
histórico sobre el fundamento del orden social tras la desaparición de la
revolución. Este dilema también afecta la imaginación política.
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Los superhéroes están dirigidos a chicos
adolescentes y preadolescentes, en un momento de sus vidas en que son
imaginativos y rebeldes, pero están siendo preparados para asumir roles de
autoridad. Los cómics enseñan que la imaginación y la rebelión conducen a la
violencia, que la violencia es divertida, pero que debe ser contenida para
evitar el caos.
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Para la izquierda, la imaginación es valiosa y
creativa, mientras que para la derecha es peligrosa y destructiva. El
freudianismo popular de la época ve la imaginación como un impulso amoral que
puede llevar a la destrucción. La diferencia entre conservadores y fascistas
radica en que los primeros quieren proteger contra la violencia de la
imaginación, mientras que los segundos buscan desencadenarla.
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Los cómics clásicos eran ostensiblemente
políticos y psicológicos, reflejando temores sobre la imaginación rebelde. En
los años 60, el mensaje se volvió más inocuo y orientado al consumo, lo que
permitió una aceptación más amplia de los superhéroes. En contraste, las
películas modernas de superhéroes, como las de Nolan, exploran temas más
psicológicos y personales, con un enfoque en el conflicto interno y la locura
del héroe.
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Las películas como Batman Begins y The
Dark Knight profundizan en la psicopatía de los héroes, especialmente
Batman, cuyo trastorno mental y obsesiones definen su papel. Los villanos, como
Ra’s al Ghul y el Joker, representan anarquistas que creen en la corrupción
inherente de la humanidad, reflejando una visión crítica de la política y la
naturaleza humana.
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Las películas revelan que la política es un arte
de manipulación de imágenes respaldado por la violencia, como se ve en el plan
final de The Dark Knight. La política, según la película, es una ficción
que puede volverse contra sí misma, pero esta visión simplista ignora la
complejidad de la política real, que no se reduce únicamente a la manipulación
de imágenes y violencia.
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The Dark Knight Rises se enfrenta a una
contradicción fundamental: mientras que el mundo real está experimentando una
serie de movimientos populares y revolucionarios, la película retrata una
visión muy limitada y en muchos casos incoherente de la revolución. La trama se
enfoca más en el drama psicológico de Bruce Wayne/Batman que en una
representación seria de los movimientos sociales reales.
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El personaje de Bane es presentado como una
figura revolucionaria, pero su motivación y sus acciones parecen ser
contradictorias. Aunque empieza como un líder carismático que incita a una
revuelta contra la élite, su plan final para destruir Gotham con una bomba
nuclear parece desmentir cualquier tipo de coherencia revolucionaria, haciendo
que su personaje se vuelva un cliché de la violencia nihilista.
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La película parece presentar un mensaje en el
que la compasión por los menos afortunados (como la que Bane pretende
representar) lleva inevitablemente a la violencia. Este enfoque es presentado
como una advertencia contra la ideología revolucionaria, mostrando que
cualquier intento de cambiar el sistema es inherentemente destructivo.
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En contraste con la realidad de los movimientos
sociales como Occupy Wall Street, que buscaban una mayor equidad y justicia
social sin recurrir a la violencia, la película de Nolan se muestra
desconectada. En lugar de presentar una crítica matizada a los problemas
estructurales, el filme parece limitarse a un retrato superficial donde los
intentos de revolución son descartados como actos de violencia sin sentido.
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Durante su lanzamiento, The Dark Knight Rises
fue interpretada por algunos como una metáfora de la guerra contra el
terrorismo, planteando preguntas sobre los límites éticos en la lucha contra el
mal. Sin embargo, con la aparición de movimientos populares genuinos y cambios
sociales, la película parece quedarse atrás, atrapada en un universo ficticio
que no puede integrar la complejidad de la realidad.
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La resolución de la trilogía de Nolan ofrece una
visión conservadora en la que el sistema corrupto sigue intacto, pero el héroe
y las figuras de autoridad son restauradas, lo que deja una sensación de que el
status quo es la única opción viable. La inclusión de un potencial heredero
como Robin parece más un guiño a los fanáticos que una verdadera evolución en
la narrativa.