Como señalamos en el punto anterior, Epicuro sostiene que la tendencia natural de los seres humanos es buscar el placer y evitar el dolor como una forma instintiva de preservar su bienestar y felicidad. Esta concepción se fundamenta en la idea de que el placer es un estado deseable que contribuye a la satisfacción y al disfrute de la vida, mientras que el dolor es un estado no deseado que genera sufrimiento y malestar. Así lo veía en los niños y en los animales y cree, por tanto, que lo natural es esta suerte de hedonismo1. Para Epicuro, la búsqueda del placer y la evitación del dolor son los principios fundamentales que guían las acciones humanas y determinan lo que se percibe como bueno o malo. Según su filosofía, lo bueno (y natural) se identifica con aquello que proporciona placer y evita el dolor, ya que estas experiencias positivas contribuyen a la felicidad y al bienestar de las personas. Por el contrario, lo malo (y antinatural) se relaciona con aquello que genera dolor y sufrimiento, ya que estas sensaciones negativas afectan negativamente la calidad de vida de los individuos.
Pero, también como vimos en el punto anterior, Epicuro no concibe el placer únicamente en un sentido hedonista de búsqueda desenfrenada de satisfacción inmediata, sino que aboga por un enfoque más moderado y equilibrado. Para él, el placer verdadero y duradero se encuentra en la satisfacción de necesidades básicas y en la ausencia de dolor físico y emocional. Por eso cree que la sabiduría y la prudencia son dos virtudes fundamentales fundamentales para para discernir entre los placeres auténticos y los falsos, evitando caer en excesos que puedan conducir al sufrimiento a largo plazo.
En la Epístola a Meneceo2 y también en las Máximas capitales3, se aborda la relación entre una vida feliz y placentera con la inteligencia, la belleza y la justicia. El sentido y la realidad del placer se desvanecen si no están guiados por una organización interna que impulse y dirija nuestra percepción del mundo hacia el placer. La phrónesis, o inteligencia práctica, es un contrapeso significativo y una continuidad frente a la fugacidad de las sensaciones y del placer4. En este sentido, Epicuro considera que la prudencia (phrónesis) es incluso más valiosa que la filosofía misma. Todas las demás virtudes humanas derivan de la prudencia, ya que esta enseña que no es posible vivir de manera adecuada sin hacerlo de manera sensata, bella y justa; y a su vez, no se puede vivir de manera sensata, bella y justa sin vivir de manera buena y placentera. Las virtudes son inherentes a una vida bien vivida, y que el bien vivir está intrínsecamente ligado a ellas.
La prudencia está inherentemente asociada a la templanza y la moderación. Epicuro aboga por la templanza y la moderación como principios fundamentales para alcanzar la felicidad y la plenitud en la vida. Estos conceptos se relacionan con la idea de reducir los deseos a un mínimo esencial, lo cual permite ejercer un control perfecto sobre ellos, independientemente de las circunstancias externas o la fortuna5. Al limitar los deseos a lo necesario y evitar la búsqueda desmedida de placeres superfluos, se logra un estado de equilibrio y autarquía que constituye la máxima riqueza y felicidad según Epicuro6.
Como vemos, la virtud en Epicuro tiene una función puramente utilitaria. La virtud se entiende como un medio para alcanzar la felicidad y el bienestar. A diferencia de otras corrientes filosóficas que ponen un énfasis particular en la virtud como un fin en sí misma, Epicuro considera que la virtud es valiosa únicamente en la medida en que contribuye al placer y a la ausencia de dolor en la vida de las personas.
1 Desde ese mismo punto de vista, los epicúreos creen que prueban que el placer es lo elegible por naturaleza, pues afirman que los animales en el momento de nacer, cuando aún no están pervertidos, se dirigen al placer y evitan los dolores.
Sexto Empírico, en Mas Torres, S., Op. Cit., p. 130.
2 Por tanto, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos o a los que residen en la disipación, como creen algunos que ignoran o que no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni estar perturbados en el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes ni los goces con mujeres y adolescentes, ni pescados y las demás cosas que una mesa suntuosa ofrece, engendran una vida feliz, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección y rechazo, y extirpa las falsas opiniones de las que procede la más grande perturbación que se apodera del alma. Dentro de esto principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia resulta algo más preciado incluso que la filosofía. De ella nacen las demás virtudes, porque enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir sensata, honesta justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir con placer. Las virtudes, pues, están unidas naturalmente al vivir placentero, y la vida placentera es inseparable de ellas.
Epicuro. Epístola a Meneceo., en Mas Torres S., Op. Cit., p. 133.
3 No hay una vida gozosa sin una sensata, bella y justa, ni tampoco una sensata, bella y justa, sin una gozosa. Todo aquel a quien no le asiste este último estado no vive sensata, bella y justamente, y todo aquel a quien no le asiste lo anterior, ese no puede vivir gozosamente.
Epicuro. Máximas Capitales V., en Mas Torres S., Op. Cit., p. 133.
4 Cfr. Lledó, E., Op. Cit. p. 65.
5 Epicuro. Epístola a Meneceo., en Mas Torres S., Op. Cit., p. 133.
6 Mas Torres, S. Op. Cit., p.206.
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