La virtud estoica podría reducirse a la siguiente máxima: Si vivimos de acuerdo con la naturaleza (el Logos), llevaremos a cabo acciones apropiadas. Con esto, lo que se quiere decir es que la noción de vivir de acuerdo con la naturaleza, identificada como el Logos, implica la adopción de un enfoque de vida que se ajuste a la razón universal y al orden cósmico (la recta razón)1. Como vimos en el segundo punto de este trabajo, los estoicos conciben la naturaleza como un sistema coherente, racional y armonioso, donde cada elemento desempeña una función específica y contribuye al bienestar del conjunto2. Desde esta perspectiva, al orientar nuestras acciones y decisiones de acuerdo con este orden natural y racional, estamos actuando de manera correcta y en consonancia con el universo3. Para los estoicos, la armonía con la naturaleza implica reconocer nuestra interconexión con el cosmos y aceptar nuestro lugar dentro de él. Al comprender que formamos parte de un todo más grande y que nuestras acciones tienen un impacto en el equilibrio general, se promueve la idea de vivir en armonía con los principios universales de la razón y la moralidad4. La virtud consiste en el asentimiento consciente y el vicio en el disentimiento con respecto al orden inevitable de las cosas5
Existen "acciones apropiadas" que son moralmente neutras, pero también hay aquellas que pertenecen a la categoría de acciones correctas y virtuosas. Sin embargo, todas las acciones correctas y virtuosas son apropiadas, ya que no se realizan simplemente de acuerdo con la naturaleza humana, sino conforme a la naturaleza humana en tanto que parte de la Naturaleza como un Todo, la cual está guiada y dirigida por la recta razón (orthòs lógos). Por ejemplo, casarse o formar parte de una embajada son acciones apropiadas para la naturaleza humana, pero son indiferentes desde la perspectiva de la razón universal. En cambio, ser justo o prudente son acciones prescritas por el lógos que gobierna el universo y, como tales, no solo son adecuadas, sino que además son correctas y virtuosas: contribuyen a alcanzar el propósito de la vida humana, que consiste en vivir de acuerdo con la naturaleza o seguir su curso6. El sabio estoico lleva a cabo acciones apropiadas y virtuosas, pero es solo al realizar estas últimas que se somete al lógos divino, y en esta sumisión radica la vida virtuosa7.
Pero vivir de acuerdo con la naturaleza es muy genérico. Es tan ambiguo que no nos da una pauta real de comportamiento. Para rellenar esta idea, algunos estoicos echaron mano de la experiencia. Cicerón, por ejemplo, justifica la obligación de amar a los niños argumentando que, dado que la naturaleza favorece la procreación, también promueve el amor hacia los niños. De manera similar, los deberes sociales específicos surgen de esta premisa. Los estoicos, por su parte, se basan en la observación de los comportamientos instintivos regulares en ciertos animales para fundamentar estos deberes sociales. Por ejemplo, las hormigas o las abejas exhiben comportamientos sociales debido a una inclinación "natural". Si esto es así en el reino animal, se argumenta que lo será aún más en las comunidades humanas: el Estado, por lo tanto, se considera conforme a la naturaleza en la medida en que existe una tendencia natural a formar comunidades8.
Según los estoicos, la virtud debe ser buscada por sí misma, en contraste con la perspectiva de los epicúreos. Esto se debe a que consideran que la razón es el correlato del logos, es decir, la razón está intrínsecamente vinculada al orden cósmico y universal. Por lo tanto, para los estoicos, la virtud no debe perseguirse con el objetivo de obtener placer o evitar el dolor, como sostienen los epicúreos, sino que debe ser buscada como un fin en sí misma, en armonía con la razón y el orden natural del universo. La virtud es una disposición racional que ha de ser deseada en y por sí misma y no en razón de alguna esperanza, temor o motivo ulterior9.
La naturaleza y la razón nos guían hacia la observación y práctica de las cuatro virtudes tradicionales: la prudencia, la valentía, la templanza y la justicia. Estas virtudes son consideradas fundamentales para llevar una vida ética y en armonía con el logos universal. Pero no se puede poseer una de estas virtudes sin poseer las demás. Esto significa que las virtudes están interconectadas y se refuerzan mutuamente en la búsqueda de la excelencia moral. En este sentido, la virtud se percibe como única e indivisible10. No es posible tener solo una parte de la virtud; se es virtuoso en su totalidad o no se es virtuoso en absoluto.
De acuerdo con la ética estoica, y en oposición radical a la ética epicúrea, se debe moderar el placer y las pasiones como guías para la conducta moral. Los estoicos consideran que el deseo, la esperanza, el temor, el placer y el dolor son contrarios a la razón y a la naturaleza, ya que pueden perturbar la armonía interior y llevar a decisiones irracionales. En este sentido, se promueve el cultivo de una actitud de impasibilidad, donde se busca alcanzar un estado de ausencia de deseo y se desprecia tanto el placer como el dolor como motivadores de las acciones. Esta impasibilidad se basa en la idea de que la razón y la naturaleza deben ser las guías principales para la conducta ética, en lugar de dejarse llevar por las emociones y los placeres momentáneos que pueden nublar el juicio y alejarnos de la virtud11. Pero los estoicos no niegan la existencia de las pasiones. Las pasiones existen y tratar de suprimirlas sería una quimera. La impasibilidad estoica no es tanto suprimir las pasiones como moderarlas para que no perturben nuestra tranquilidad de alma12.
1 Cfr. Pohlenz, M. Op.Cit. pp. 147-152.
2 Sostienen que el fin consiste en ser feliz, aquello por lo que todas las cosas se llevan a cabo, pero él mismo por ninguna; en esto consiste vivir según la virtud, en vivir acordemente, y aun siendo lo mismo, en vivir según la naturaleza. Zenón definió la felicidad de esta manera: la felicidad es la vida sin turbulencias. Cleantes se vale de esta definición en sus propios escritos y también Crisipo y todos sus discípulos, al decir que la felicidad no es diferente de la vida feliz, aunque afirman que la felicidad queda como objetivo, pero el fin es alcanzar la felicidad, lo que es idéntico a ser feliz. De esto, por tanto, resulta evidente que son equivalentes ‘el vivir según la naturaleza’, ‘el vivir honestamente’, ‘el vivir bien’ y también ‘lo honesto y lo bueno’ y ‘la virtud y lo que participa de la virtud’; y que todo lo bueno es honesto y todo lo malo vergonzoso; por lo que también el fin estoico equivale a la vida según la virtud.
Estobeo, Mas Torres, Op. Cit., p.140.
3 Sostienen que el fin consiste en ser feliz, aquello por lo que todas las cosas se llevan a cabo, pero él mismo por ninguna; en esto consiste vivir según la virtud, en vivir acordemente, y aun siendo lo mismo, en vivir según la naturaleza. Zenón definió la felicidad de esta manera: la felicidad es la vida sin turbulencias. Cleantes se vale de esta definición en sus propios escritos y también Crisipo y todos sus discípulos, al decir que la felicidad no es diferente de la vida feliz, aunque afirman que la felicidad queda como objetivo, pero el fin es alcanzar la felicidad, lo que es idéntico a ser feliz. De esto, por tanto, resulta evidente que son equivalentes ‘el vivir según la naturaleza’, ‘el vivir honestamente’, ‘el vivir bien’ y también ‘lo honesto y lo bueno’ y ‘la virtud y lo que participa de la virtud’; y que todo lo bueno es honesto y todo lo malo vergonzoso; por lo que también el fin estoico equivale a la vida según la virtud.
Estobeo, Mas Torres, Op. Cit., p.140.
4 Cfr. Reyes, A., Op. Cit. p. 92-93.
5 Cfr. Cfr. Reyes, A. Op. Cit. pp. 93-94.
6 Zenón fue el primero en darle el nombre de kathêkon (lo adecuado, el deber), siendo su denominación derivada de katà tinas hékein (alcanzar o incumbir a algunos). Es la acción que por sí misma es afín (oikeîon) a las disposiciones de la naturaleza. Pues de los actos realizados por un impulso, los unos son adecuados, y otros en contra de lo adecuado, y otros ni adecuados ni en contra de lo adecuado. Adecuados, desde luego, son todos aquellos que la razón decide realizar, como es el honrar a los padres, hermanos, patria y rodearse de amigos. Al margen de lo adecuado, está todo lo que no decide la razón, como son actos tales como abandonar a los padres, despreciar a la patria y los parecidos. Y no son adecuados ni están en contra de lo adecuado todas aquellas acciones que la razón ni elige ni prohíbe, como recoger paja, tener un punzón de escribir o un estrígilo, y los semejantes a éstos.
Y unos actos son adecuados sin influencia de las circunstancias, y otros circunstancialmente. Así en cualquier circunstancia son adecuados los siguientes: cuidarse de la salud, de los sentidos y lo semejante. Por una circunstancia pueden serlo el mutilarse uno mismo o el arrojar por la borda la fortuna propia. De modo paralelo sucede en los actos contra lo adecuado. Además, de los deberes, los unos son adecuados siempre y los otros no siempre. Así, siempre es adecuado el vivir de acuerdo con la virtud, y no siempre el preguntar, responder, pasear y lo semejante. El mismo cálculo se aplica a los actos en contra de lo adecuado. Y también en las cosas intermedias es posible un cierto deber; por ejemplo, que los niños obedezcan a los pedagogos.
Diógenes Laercio, en Mas Torres, S., pp. 145-146.
7 Cfr. Pholenz. M. Op. Cit. p. 171; Mas Torres, S., Op. Cit. p. 223.
8 Cfr. Mas Torres, S., Op. Cit. pp. 227-228.
9 Cfr. Mas Torres, S., Op. Cit.; p. 222.
10 Todas las virtudes que son conocimientos y artes tienen principios comunes y, como se ha dicho, el mismo fin; por lo cual son inseparables; y el que posee una, las posee todas; y el que actúa conforme a una, actúa conforme a todas.
Estobeo, en Mas Torres, S., Op. Cit.; pp. 157-158.
11 Cfr. Reyes, A. Op. Cit. pp. 92-93.
12 Así, [los peripatéticos] no suprimen las pasiones, sino que las moderan. Mas ¡qué valor tan escaso otorgamos al sabio si resulta más fuerte que los muy débiles, más alegre que los muy débiles, más temperante que los muy disolutos y más noble que los muy humildes.
Séneca. En Mas Torres, S., Op. Cit., p. 163.
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