En la filosofía epicúrea, la ataraxia es considerada como un estado deseable de equilibrio y paz interior que se logra al liberarse de las perturbaciones externas y las preocupaciones que puedan afectar la tranquilidad del alma1. Es un estado de calma y estabilidad emocional que permite al individuo mantenerse imperturbable frente a las adversidades y los eventos externos.
La ataraxia es un objetivo importante en la ética de Epicuro, ya que se considera fundamental para alcanzar la felicidad y el bienestar personal. Al cultivar la ataraxia, se busca alcanzar un estado de equilibrio emocional que permita disfrutar de una vida plena y satisfactoria, independientemente de las circunstancias externas2.
Tradicionalmente se viene afirmando que la ética epicúrea es hedonista, en el sentido de que para Epicuro y sus seguidores el modo de alcanzar la ataraxia es por medio de la práctica moderada del placer y la evitación del dolor.
La ética de Epicuro es hedonista en tanto que sostiene la doctrina ética que establece que el placer es el principio, fundamento, culminación y objetivo de una vida feliz; que la búsqueda del placer y la evitación de su opuesto, el dolor, dirigen nuestras decisiones y rechazos; que no existe otro fin trascendental: el placer es el prôton agathón; y que la propia naturaleza de los seres animados establece este criterio fundamental de conducta3.
Como vimos cuando analizamos las posibilidades de verdad en el punto anterior, los epicúreos se anclan en un subjetivismo y un fenomenalismo radical. No podemos afirmar nada acerca de las cosas en sí mismas. Sin embargo, sí hay algo de lo que podemos estar completamente seguros: de cómo somos afectados por ellas. Las afecciones (pathé) son absolutamente evidentes para cada individuo: es completamente cierto que algunas cosas nos brindan placer y otras dolor. No podemos saber cómo son las cosas en sí mismas, pero sí cómo nos afectan (placer o dolor). El placer y el dolor se convierten en criterios epistemológicos de verdad. Sin embargo, este criterio no es universal, ya que las palabras "placer" y "dolor" se utilizan para designar el efecto de ciertas sensaciones, pero las sensaciones mismas son estrictamente privadas. De esta manera, el placer y el dolor subjetivos y particulares se convierten en criterios epistemológicos.
Si las sensaciones de placer y dolor representan el único conocimiento real, solo ellas pueden guiar nuestras acciones y decisiones. El placer se considera como telos, lo cual se confirma por el hecho de que los niños, de forma natural, buscan instintivamente obtener placer y evitar el dolor antes de ser influenciados por la cultura y la sociedad4. La bondad y la maldad se identifican con placer y dolor.
El epicureísmo clasifica los placeres atendiendo a diferentes criterios:
a. Cinéticos vs estáticos.
Los placeres cinéticos, según Epicuro, son aquellos placeres en movimiento que se derivan de la satisfacción de deseos y sensaciones temporales, como la alegría, el goce, los placeres sexuales, las comidas y bebidas placenteras, entre otros. Estos placeres están relacionados con las experiencias sensoriales y emocionales que implican un movimiento o cambio en el estado de ánimo. Aunque los placeres cinéticos son parte de la vida, Epicuro enfatizaba la importancia de encontrar un equilibrio y moderación en su búsqueda, evitando aquellos placeres que puedan acarrear problemas o perturbaciones.
Los placeres estáticos son aquellos placeres que provienen de la ausencia de dolor y de la satisfacción de las necesidades básicas, como la tranquilidad del cuerpo y del alma5. Estos placeres están relacionados con la ausencia de perturbaciones físicas y emocionales, permitiendo alcanzar un estado de serenidad y bienestar. Epicuro consideraba que la búsqueda de los placeres estáticos era fundamental para alcanzar la felicidad y la tranquilidad mental.
Los placeres estáticos, al provenir de la ausencia de dolor y la satisfacción de necesidades básicas, son más importantes para alcanzar la ataraxia en la filosofía de Epicuro. Estos placeres estáticos evitan los excesos que pueden surgir de la búsqueda de placeres cinéticos en movimiento. Al centrarse en los placeres estáticos, se evitan los altibajos emocionales y se mantiene una estabilidad en el placer, lo que contribuye a alcanzar un estado de paz interior y serenidad mental, fundamentales para la ataraxia6.
b. Corporales vs del alma.
Epicuro consideraba que los placeres corporales, como la satisfacción de necesidades básicas como el hambre, la sed o el descanso, eran fundamentales para alcanzar la ataraxia, que es un estado de imperturbabilidad y serenidad mental. Los placeres corporales estáticos, derivados de la ausencia de dolor y la satisfacción de necesidades físicas, son considerados esenciales para mantener un equilibrio emocional y una estabilidad en el placer. Por otro lado, los placeres corporales cinéticos, que surgen de sensaciones temporales y emociones en movimiento, deben ser buscados con moderación para evitar excesos que puedan perturbar la tranquilidad mental7.
Los placeres del alma, como la tranquilidad mental, la satisfacción emocional y la ausencia de perturbaciones internas, eran fundamentales para alcanzar la ataraxia. Epicuro distinguía entre los placeres estáticos del alma, que provienen de la ausencia de dolor emocional y la satisfacción de necesidades internas, y los placeres cinéticos del alma, que surgen de emociones en movimiento como la alegría, la satisfacción intelectual o la contemplación. Los placeres estáticos del alma, al proporcionar estabilidad emocional y tranquilidad mental, son considerados esenciales para mantener un equilibrio emocional y alcanzar la ataraxia.
Epicuro prefería los placeres del alma sobre los del cuerpo porque consideraba que los placeres del alma eran superiores en términos de durabilidad y capacidad para proporcionar una felicidad más estable y duradera. Mientras que los placeres del cuerpo están vinculados a sensaciones físicas temporales y necesidades básicas, los placeres del alma pueden contribuir a una felicidad más duradera.8
Para Epicuro, el placer más elevado y necesario para el alma es el placer de la amistad9. El acto de hablar y debatir con amigos sobre filosofía es considerado una fuente de gran satisfacción. La amistad, en la visión de Epicuro, brinda un apoyo invaluable en un mundo que puede resultar hostil y desconcertante. Más allá de las acciones concretas que los amigos puedan llevar a cabo en beneficio de uno mismo, lo fundamental radica en la certeza de poder contar con su presencia en momentos de necesidad10. Tiene, por tanto, una visión utilitaria de la amistad, lejos de la propuesta, por ejemplo, por Aristóteles.
La amistad fue tan significativa para Epicuro que lo llevó a establecer su propia escuela, concebida como un espacio de encuentro, disfrute, diálogo y estudio, así como un lugar para recordar con alegría a los amigos que ya no están presentes físicamente.
c. Naturales vs no naturales.
Los placeres naturales son aquellos que son necesarios para la vida y que contribuyen a la satisfacción de necesidades básicas, como la alimentación, el descanso y la compañía. Estos placeres naturales están en armonía con la naturaleza y proporcionan una sensación de bienestar y equilibrio.
Por otro lado, los placeres no naturales son aquellos que no son necesarios para la vida y que pueden llevar a mayores dolores y sufrimientos. Ejemplos de estos placeres no naturales incluyen el consumo excesivo de alcohol, banquetes desmesurados o la búsqueda de la gloria y el reconocimiento público. Estos placeres no naturales suelen estar motivados por opiniones vanas y deseos superfluos, lo que puede generar ansiedad, insatisfacción y perturbaciones emocionales.
Epicuro enfatizaba la importancia de centrarse en los placeres naturales, que son esenciales para mantener una vida equilibrada y satisfactoria, mientras se evitan los placeres no naturales que pueden conducir a mayores sufrimientos y desequilibrios emocionales11.
d. Necesarios y no necesarios.
A su vez, los placeres naturales pueden diferenciarse entre necesarios y no necesarios. Los placeres necesarios son aquellos que son comunes a todos los seres humanos y están relacionados con la conservación de la vida y el bienestar individual. Por ejemplo, beber cuando se tiene sed o comer cuando se tiene hambre son placeres necesarios que tienen una urgencia inmediata y requieren satisfacción para evitar el dolor. Estos placeres necesarios son fáciles de obtener y contribuyen directamente a la supervivencia y al bienestar físico del individuo.
Por otro lado, los placeres no necesarios son aquellos que son individuales y no están directamente relacionados con la conservación de la vida. Ejemplos de estos placeres no necesarios incluyen la búsqueda de la gloria, el reconocimiento público o la satisfacción de deseos superfluos. Estos placeres no necesarios pueden generar ansiedad, insatisfacción y perturbaciones emocionales, ya que no contribuyen de manera significativa a la felicidad duradera y al bienestar general12.
Epicuro enfatizaba la importancia de priorizar los placeres necesarios, que son fundamentales para la supervivencia y el bienestar individual, mientras se evitan los placeres no necesarios que pueden llevar a mayores sufrimientos y desequilibrios emocionales13.
En definitiva, Epicuro subraya la importancia de distinguir entre los placeres aquellos que eran verdaderamente beneficiosos de aquellos que podían generar una dependencia y que terminaban por causar insatisfacción, bien porque fuesen irrealizables o bien porque eliminaban la autonomía del individuo.
Epicuro no promueve un ejercicio de los placeres de forma desordenada. Todo lo contrario. La ética epicúrea se caracteriza por ser un ejercicio de phronesis, un cálculo de los placeres que nos permite discernir cómo podemos alcanzar la felicidad a través de la moderación y la sabiduría. En lo que se refiere a este cálculo racional de la búsqueda del placer dice Epicuro:
Por esta razón afirmamos que el gozo es el principio y el fin de una vida dichosa. Pues hemos comprendido que ese es el bien primero y congénito a nosotros, y condicionados por él emprendemos toda elección y repulsa y en él terminamos, al tiempo que calculamos todo bien por medio del sentimiento como si fuera una regla. Y en razón de que ese es el bien primero y connatural a nosotros, por eso mismo tampoco aceptamos cualquier gozo sino que hay veces que renunciamos a muchos gozos cuando de estos se derivan para nosotros más dolores que gozos, y hay veces que consideramos muchos dolores mejores que los gozos, concretamente cuando, tras haber soportado durante mucho tiempo los dolores, nos sigue un gozo mayor.
Así pues, todo gozo es cosa buena, por ser de una naturaleza afín a la nuestra, pero, sin embargo, no cualquiera es aceptable. Exactamente igual que también todo dolor es cosa mala, pero no cualquiera debe ser rechazado siempre por principio. Al contrario, procede considerar todas estas cuestiones por comparación y examen de sus ventajas e inconvenientes. Pues en determinadas ocasiones hacemos un uso malo del bien, y otras por el contrario un uso bueno del mal.14
La finalidad de esta ética no es la búsqueda desenfrenada del placer, sino la consecución de la imperturbabilidad y la limitación de los deseos. Epicuro promueve la templanza y la moderación no como virtudes en sí mismas, sino como herramientas utilitarias para reducir los deseos a un nivel mínimo que pueda ser controlado de manera efectiva, independientemente de las circunstancias externas. Al practicar la templanza y la moderación, se encuentra la máxima riqueza y felicidad15. Dice al respecto en la Carta a Meneceo:
Por tanto, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos o a los que residen en la disipación, como creen algunos que ignoran o que no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni estar perturbados en el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes ni los goces con mujeres y adolescentes, ni pescados y las demás cosas que una mesa suntuosa ofrece, engendran una vida feliz, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección y rechazo, y extirpa las falsas opiniones de las que procede la más grande perturbación que se apodera del alma16.
Epicuro defiende la importancia de la templanza y la moderación, no como un fin en sí mismas, sino por su utilidad práctica. Estas virtudes permiten reducir los deseos a un nivel esencial que puede ser controlado de manera efectiva, independientemente de las circunstancias externas. La práctica de la templanza y la moderación en la vida cotidiana según Epicuro, proporciona un equilibrio que permite mantener un control perfecto sobre los deseos, sin depender de la fortuna o de factores externos.17
Epicuro otorga más importancia a evitar el dolor que al placer como medio para alcanzar la ataraxia. Según Epicuro, el dolor es considerado un mal activo que afecta directamente la tranquilidad del alma y perturba la búsqueda de la felicidad. Por otro lado, el placer es visto como un bien pasivo que, si se experimenta de manera equilibrada y moderada, puede conducir a la ataraxia. Al priorizar la evitación del dolor, Epicuro busca eliminar las fuentes de sufrimiento que pueden generar ansiedad, inquietud y perturbaciones emocionales en el individuo. Al reducir o eliminar el dolor físico y emocional, se crea un espacio de serenidad y equilibrio en el alma, lo que facilita el camino hacia la ataraxia y la verdadera felicidad.
Con ese objetivo, pues, actuamos en todo, para no sufrir dolor ni pesar. Y apenas de una vez lo hemos alcanzado, se diluye cualquier tempestad del alma, no teniendo el ver vivo que caminar más allá como tras una urgencia ni buscar otra cosa con que la que llegara a colmarse el bien del alma y del cuerpo. Porque tenemos necesidad del placer en el momento en que, por no estar presente el placer, sentimos dolor. Pero cuando no sentimos dolor, ya no tenemos necesidad del placer18.
Epicuro nos enseña cómo evitar el miedo y sus diversos dolores:
a. El miedo a los dioses.
Es absurdo, nos dice Epicuro, pues éstos en nada intervienen en los asuntos humanos y no se mueven por la ira ni la cólera ni tantos otros sentimientos que comúnmente se les atribuyen. Por el contrario, los dioses deberían ser un modelo de virtud y de excelencia a imitar, pues viven en armonía mutua manteniendo entre ellos relaciones de amistad.
Si los hombres pueden alcanzar la felicidad, los dioses también. La felicidad es ausencia de turbación en el alma. Es absurdo pensar que los dioses van a turbar su alma gobernando o interviniendo en asuntos humanos19.
Los dioses, en efecto, existen. Porque el conocimiento que tenemos de ellos es evidente. Pero no son como los cree el vulgo. Pues no los mantiene tal cual los intuye. Y no es impío el que niega los dioses del vulgo, sino quien atribuye a los dioses las opiniones del vulgo. Pues las manifestaciones del vulgo sobre los dioses no son prenociones, sino falsas suposiciones. Por eso de los dioses se desprenden los mayores daños y beneficios. Habituados a sus propias virtudes en cualquier momento acogen a aquellos que les son semejantes, considerando todo lo que no es de su clase como extraño20.
De acuerdo con Lucrecio, los dioses no rigen el mundo21, así que no temerlos está injustificado22. El estudio de la naturaleza y su funcionamiento nos ayudará a superar el temor de lo divino, al entender que poco o nada intervienen los dioses en este mundo23.
b. El miedo a la muerte.
Este miedo es igualmente absurdo e irracional. El temor a la muerte surge por dos razones: la primera es la imaginación que nos hace concebir la existencia de situaciones terribles más allá de la muerte; la segunda razón radica en la idea de que como individuos dejaremos de existir para siempre24. Ambos pensamientos son infundados. Por un lado Epicuro es un materialista, y lo único a lo que le concede una vida eterna es a los mismos átomos, pero no al producto formado por las combinaciones entre ellos. Mientras estamos vivos, muerte no está presente. Y cuando morimos, ya no existimos. En nada nos afecta25.
Todas las narrativas sobre la vida en el Más Allá son invenciones destinadas a asustar a los crédulos. Las figuras fantasmales sin sustancia con las que la imaginación popular ha llenado el Infierno representan una tortura para aquellos ingenuos que creen en tales relatos y se dejan intimidar por ellos. Los terrores de lo que nos pueda pasar después de la muerte son supersticiones infundadas creadas por la imaginación del vulgo26. Lo mismo opina Lucrecio27.
Cérbero y las Furias y la privación de luz, el Tártaro que por sus gargantas vomita calores espantosos, no, ni están en parte alguna ni pueden estar, es muy seguro; más bien es que en esta vida el miedo al castigo por las maldades claras es claro, y también la expiación del crimen: la cárcel y el espantoso despeñamiento de los condenados, azotes, verdugos, el potro, la pez, la plancha, teas93; y aunque falte todo eso, la propia conciencia, atemorizada por sus acciones, se arrima clavos y se escuece con latigazos, sin ver entretanto qué término puede haber de sus males ni cuál sea el final definitivo de su castigo, y esas mismas cosas más todavía teme que en la muerte se le agraven; por donde el vivir de los necios viene a ser a la postre su Aqueronte28.
El sufrimiento proviene del temor y la angustia que genera, no de la muerte en sí misma. Es mediante la razón que podemos desmontar este temor infundado. La postura del sabio consiste en vivir de manera racional en lugar de malgastar el tiempo anhelando una vida infinita que nunca alcanzaremos.
El verdadero entendimiento de que la muerte no significa nada para nosotros hace que la mortalidad de la vida sea feliz, no porque añada un tiempo ilimitado, sino porque elimina el deseo de inmortalidad. En realidad, no hay nada temible en vivir para aquel que ha comprendido que no hay nada temible en no vivir.
El ansia de gloria, de fama, etc. es fruto del miedo a la muerte de los hombres necios. El miedo a la muerte les nubla el entendimiento y les lleva a vivir de una forma inadecuada.
Algunos han deseado hacerse famosos e ilustres pensando que así se granjearían la seguridad frente a los hombres. De modo que si la vida de tales individuos es segura lograron el bien congénito a la propia Naturaleza, pero si no es segura no disponen de aquel bien por el que contendieron desde siempre de acuerdo con la relación íntima de este esfuerzo con la Naturaleza29.
Lucrecio sigue esta línea cuando dice:
A la postre la avaricia y las ansias ocultas de dignidades que obligan a los desventurados hombres a sobrepasar los límites de la ley y en la ocasión como cómplices y servidores del crimen empeñarse día y noche, entre altos favores, en llegar a encumbrarse con las mayores riquezas, estas llagas del vivir se alimentan en no pequeña parte del miedo a la muerte. Porque en general la fea miseria y la dura pobreza parecen reñidas con una vida grata y estable, como estar parados ante las puertas de la muerte, y por eso los hombres, al tiempo que empujados por un falso terror pretenden escapar y apartarse lo más lejos, acumulan riqueza derramando sangre de conciudadanos, redoblan codiciosos sus riquezas amontonando matanza sobre matanza, con crueldad disfrutan en el triste entierro del hermano, aborrecen y temen la mesa de los parientes30.
c. El miedo al dolor.
El miedo al dolor es infundado, ya que todo sufrimiento es en realidad fácil de soportar. Si el dolor es intenso, su duración será breve; si es prolongado, su intensidad será leve y podrá ser sobrellevado con facilidad31. Epicuro nos reconforta al señalar la relativa naturaleza del dolor. Si el dolor es corporal y no es grave, no afecta significativamente el estado de ánimo; si es grave, pasa rápidamente; y si es extremadamente intenso, conduce a la muerte, la cual representa un estado de insensibilidad. Los dolores del alma surgen del miedo, las opiniones vanas y los errores. Su cura radica en el estudio y la reflexión sobre la filosofía que disipa el miedo y las opiniones erróneas, la filosofía de Epicuro32.
Epicuro no aboga por buscar el placer y evitar el dolor sin más. Es demasiado inteligente como para proponer una teoría tan burda para alcanzar la felicidad. Se da cuenta de que puede haber interacciones entre la búsqueda del placer y la evitación del dolor33. Por eso el sabio es el que sabe qué placeres buscar y qué dolores evitar y cómo hacerlo en función de la relación de estos. Sería conveniente, por ejemplo, renunciar a un determinado placer para poder acceder a otro mayor con el que este es incompatible o, por poner otro ejemplo, sería conveniente evitar un placer cuya satisfacción podría acarrear como consecuencia un dolor mayor34.
Finamente, el estado óptimo para alcanzar la ataraxia es la autarquía. La autarquía, en el contexto de la ética de Epicuro, se refiere a la idea de independencia y autosuficiencia del individuo. Epicuro promovía la autarquía como un estado en el cual el sabio es capaz de encontrar la felicidad y la tranquilidad dentro de sí mismo, sin depender de factores externos. Para Epicuro, la autarquía implicaba no estar subordinado a las circunstancias externas como el poder o la fama, sino ser capaz de encontrar la felicidad en la propia mente y en la búsqueda de la sabiduría. Se trata de una forma de libertad interior que permite al individuo mantenerse imperturbable frente a las influencias externas y encontrar la felicidad en su propia existencia35.
La autarquía epicúrea implica cultivar la serenidad y la satisfacción interna, basándose en la moderación, la amistad, el disfrute de los placeres sencillos y la reflexión filosófica. Se trata de buscar la felicidad en la sabiduría, la virtud y la tranquilidad del espíritu, en lugar de perseguir metas externas que pueden resultar efímeras o ilusorias36.
1 Cfr. García Gual, C., y Acosta Méndez, E. Ética de Epicuro. Barcelona. Barral Editores, 1974. p. 32.
2 Cfr. García Gual, C., y Acosta Méndez, Op. Cit. p. 53.
3 Cfr. Mas Torres, S., Op. Cit., p.201.
4 Cfr. Berti, Op. Cit., p. 65; García Gual, C., Op. Cit. p. 156; Mas Torres, S., Op. Cit. p.202.
5 Cfr. García Gual, C y Acosta Méndez, E., Op. Cit. p. 206.
6 Cfr. Berti, G. Epicuro, Barcelona, RBA, 2015, pp. 67-68.
7 Cfr. Berti, G. Epicuro, Barcelona, RBA, 2015, pp. 66-67.
8 Cfr. García Gual, C y Acosta Méndez, E., Op. Cit. p. 215.
9 De los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.
Epicuro. En Mas Torres, S. Op. Cit. p. 138.
10 Toda amistad debe elegirse por sí misma; toma su comienzo, sin embargo, de la utilidad.
Epicuro. En Mas Torres, S. Op. Cit. p. 138
11 Cfr. Mas Torres, S. Op. Cit. p. 206.
12 Reboso de placer cuando dispongo de pan y agua. Y escupo a los placeres del lujo, no por ellos mismos, sino por las molestias que luego los acompañan.
Estobeo, en Mas Torres, S., Op. Cit., p. 133.
13 Cfr. Mas Torres, S., Op. Cit., p. 206.
14 Epicuro. Carta a Meneceo, en Obras Completas, Madrid, Cátedra, 2005, pp. 79-80.
15 Cfr. Mas Torres, S. Op. Cit., p.206.
16 Epicuro. Carta a Meneceo, en Filosofía helenística. Selección de textos. Mas Torres, S. en Curso: Historia de la Filosofía Antigua II | UNED p. 133.
17 Cfr. Mas Torres, S., Op. Cit., p.206.
18 Epicuro, Op. Cit., p. 130.
19 Cfr. Mas Torres, S.. Op. Cit., 208-209.
20 Epicuro, Op. Cit. p. 206.
21 Así, una vez persuadidos de que nada puede crearse de la nada, podremos descubrir mejor lo que buscamos: de dónde puede ser creada cada cosa y cómo todo sucede sin intervención de los dioses.
Lucrecio, en Mas Torres, S., Op. Cit., p. 46.
22 Cfr. Estrada, J.A. 2007. Román Alcalá, Lucrecio: razón filosófica contra superstición religiosa. Pensamiento. Revista de Investigación e Información Filosófica. 63, 235 (ene. 2007), pp. 173-179.
23 Cfr. Estrada, J.A. 2007. Román Alcalá, Lucrecio: razón filosófica contra superstición religiosa. Pensamiento. Revista de Investigación e Información Filosófica. 63, 235 (ene. 2007), pp. 180-183.
24 Cfr. Mas Torres, S. Op. Cit., p.207.
25 Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien y mal residen en la sensación, y la muerte es privación del sentir. Por lo tanto el recto conocimiento de que nada es para nosotros la muerte hace dichosa la condición mortal de nuestra vida, no porque le añada una duración ilimitada, sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada hay, pues, temible en el vivir para quien ha comprendido rectamente que nada temible hay en el no vivir. De modo que es necio quien dice que teme a la muerte no porque le angustiará al presentarse sino porque le angustia esperarla. Pues lo que al presentarse no causa perturbación vanamente afligirá mientras se aguarda. Así que el más espantoso de los males, la muerte, nada es para nosotros, pues mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos. Conque ni afecta a los vivos ni a los muertos, porque para éstos no existe y los otros no existen ya. Sin embargo, la gente unas veces huye de la muerte como del mayor de los males y otras la acogen como descanso de los males de la vida.
Epicuro, Op. Cit., p. 137.
26 Cfr. García Gual, C. Epicuro. Op. Cit. p. 105.
27 Cfr. Estrada, J.A. Op. Cit., pp. 184-196.
28 Lucrecio, La Naturaleza, Madrid, Gredos, 2003, pp. 271-272.
29 Epicuro, Obras Completas. Madrid, Cátedra, 2005, p. 57.
30 Lucrecio. Op. Cit. p. 232.
31 No se demora continuamente el dolor en la carne, sino que el más agudo perdura el mínimo tiempo, y el que sólo aventaja apenas lo placentero de la carne no persiste muchos días. Y las enfermedades muy duraderas ofrecen a la carne una mayor cantidad de placer que de dolor.
Epicuro, en Mas Torres, Op. Cit. p. 132.
Los grandes padecimientos pasan brevemente y los que duran carecen de fuerza.
Plutarco. en Mas Torres, Op. Cit. p. 132.
32 Cfr. Mas Torres, S. Op. Cit., p. 207.
33 Ningún placer es por sí mismo un mal. Pero las causas de algunos placeres acarrean muchas más molestias que placeres.
Epicuro, en Mas Torres, S., Op. Cit., p. 132.
34 Precisamente por eso decimos que el placer es principio y fin del vivir feliz. Pues lo hemos reconocido como bien primero y connatural y de él tomamos el punto de partida en cualquier elección y rechazo y en él concluimos al juzgar todo bien con la sensación como norma y criterio. Y puesto que es el bien primero y connatural, por eso no elegimos cualquier placer, sino que hay veces que soslayamos muchos placeres, cuando de éstos se sigue para nosotros una molestia mayor. Muchos dolores consideramos preferibles a placeres, siempre que los acompañe un placer mayor para nosotros tras largo tiempo de soportar tales dolores. Desde luego todo placer, por tener una naturaleza familiar, es un bien, aunque no sea aceptable cualquiera. De igual modo, cualquier dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser evitado siempre. Conviene, por tanto, mediante el cálculo y la atención a los beneficios y los inconvenientes, juzgar todas estas cosas, porque en algunas circunstancias nos servimos de algo bueno como un mal y, al contrario, de algo malo como un bien.
Epicuro. Carta a Meneceo, en Op. Cit., p. 130.
35 Cfr. García Gual, C y Acosta Méndez, E., Op. Cit. pp. 69-71.
36 Cfr. Mas Torres, S. Op. Cit., p. 206.
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