jueves, 11 de julio de 2024

La ataraxia y la apatheia estoica.

 


Para los estoicos, el ser humano es una parte del universo sometido al mismo orden que las restantes cosas del cosmos. El lógos divino es la fuente de todo lo existente, el fundamento de la legalidad de la Naturaleza y facilita el establecimiento de una conexión entre la razón humana y la cósmica. En la ley universal se encuentran englobados tanto los elementos del universo como el sujeto1. Por consiguiente, el hombre es impulsado naturalmente a seguir la razón y el Logos.

La oikeíôsis es así el impulso básico de autoconservación en tanto que se genera en los seres racionales, lo cuales no se limitan a desear mantenerse en el ser, sino que tienen además alguna conciencia de ello: el hombre no sólo percibe situaciones, además las valora2. Dicho de otra manera, si los impulsos se distinguieran en función del objeto al que apuntan no habría diferencias entre seres racionales e irracionales y Epicuro estaría en lo cierto, pues es evidente que tanto los hombres como los animales quieren los objetos que les producen placer y rehuyen los que les causan dolor. Ahora bien, como sí hay tal diferencia habrá que pensar que el criterio para diferenciar impulsos no está en el objeto, sino en el sujeto: el sujeto humano es desde el principio, desde el mismo nivel del impulso, un sujeto ético3. El concepto estoico de hombre obliga a pensar en continuidad las acciones impulsivas y las racionales, pues el hombre es esencialmente intelecto, intelecto de la misma naturaleza que la Inteligencia divina4.

Si vivimos de acuerdo con la Naturaleza, llevaremos a cabo acciones apropiadas5. Las acciones virtuosas son las que tomamos de acuerdo con la recta razón6. Ser feliz es vivir de acuerdo con la virtud. Y vivir de acuerdo con la virtud es vivir de acuerdo con la legalidad de la Naturaleza. Siguiendo estos preceptos, primero alanzamos la ataraxia. Luego la autarquía y finalmente a la apatehia. Las virtudes apuntan a este propósito, no porque la felicidad sea una recompensa de la vida virtuosa, sino más bien porque la vida virtuosa en sí misma es feliz. El ideal estoico de sabiduría implica una virtud perfecta y, por consiguiente, una felicidad perfecta, ya que solo el sabio posee un entendimiento completo de lo que está bajo su control y de lo que está más allá de él. A pesar de experimentar pasiones y afectos como cualquier ser humano, el sabio no permite que estos influyan en sus acciones o actitudes, encontrándose así en un estado de total libertad. Todo suceso sigue una estricta legalidad que algunos describen como providencia divina y otros como una necesidad rigurosa. La libertad del sabio radica en su comprensión, aceptación y vivencia acorde con esta legalidad. Los estoicos también expresan este ideal de vida al afirmar que el propósito es vivir en completa armonía con la naturaleza. Todos los individuos desean la felicidad y para alcanzarla es necesario vivir en consonancia con la naturaleza. ¿Qué significa vivir en armonía con la naturaleza o seguir a la naturaleza? Se puede interpretar que obedecer a nuestra propia racionalidad implica seguir el orden y la armonía de la naturaleza, ya que si la razón es la misma en el universo y en el ser humano, si la naturaleza es esencialmente racional en el ser humano y si el cosmos es igualmente racional, entonces lo que concierne a nuestra racionalidad concierne también de manera inmediata a la de la naturaleza. Este concepto se puede describir como el deseo de vivir en armonía con la naturaleza o de seguir su curso7.

Cuando aceptamos que debemos vivir de acuerdo con el Logos, el sabio estoico alcanza la apatheia. La apatheia es la ausencia de perturbaciones emocionales o pasiones descontroladas en el individuo. Los estoicos consideraban que las pasiones, como el miedo, la ira, la tristeza o el deseo desmedido, eran perturbaciones irracionales que impedían alcanzar la virtud y la felicidad. Por lo tanto, la apatheia se relaciona con la capacidad de mantener la serenidad y la calma ante las circunstancias externas, sin dejarse llevar por las emociones negativas que pueden nublar el juicio y perturbar la paz interior. La apatheia no implicaba la ausencia total de emociones, sino más bien la moderación y el control de estas, permitiendo que la razón guíe las acciones y decisiones del individuo. Al alcanzar la apatheia, se logra una mayor libertad interior y se favorece el desarrollo de la virtud y la sabiduría.

La idea de despreciar las atracciones de los bienes exteriores y no estar expuesto al dolor de su pérdida se relaciona directamente con la búsqueda de la paz interior y la tranquilidad del espíritu. Los estoicos creían que al no depender emocionalmente de los bienes materiales o externos, se podía alcanzar un estado de imperturbabilidad y serenidad, lo que contribuía a mantener la mente en equilibrio y en armonía con la razón. Al despreciar las cosas que están fuera de nuestro control y no atribuirles un valor excesivo, se evita la angustia y el sufrimiento que pueden surgir de su pérdida o de no poder poseerlos. Esta actitud de desapego hacia los bienes externos permite cultivar la apatheia.

A diferencia de la ataraxia epicúrea, la apatheia estoica no implica la renuncia a la actividad; por el contrario, busca facilitar la correcta actividad del logos. Siguiendo a Crisipo, Cicerón afirma: "No debemos cargar con el sufrimiento de los demás por compasión hacia ellos, sino, si es posible, liberarlos del dolor". Esta postura justifica la controvertida condena de la compasión. Séneca, con un propósito similar, explica: "Ninguna filosofía es más compasiva y humana que la estoica; aunque el sabio estoico no se vea afectado por la compasión, con su juicio claro ofrecerá una ayuda poderosa". Los estoicos también rechazaban el arrepentimiento sentimental, pero únicamente porque buscaban estimular la intención racional de mejorar8.

1 Cfr. Mas Torres, S. Op. Cit., p. 220.

2 Establecido, pues, los impulsos primarios de tal manera que lo que está de acuerdo con la naturaleza debe ser apetecido por sí mismo y lo opuesto debe ser rechazado, el primer deber (así traduzco el griego kathêkon) es conservarse en el estado natural; luego, retener las cosas conformes con la naturaleza y rechazar las contrarias; una vez encontrado este criterio de selección y de rechazo, sigue la selección hecha debidamente, y, después, que sea perpetua, y, por fin, consecuente y acorde con la naturaleza; es en esta selección donde por primera vez comienza a estar y a comprenderse lo que es y lo que en verdad puede llamarse bien. La primera inclinación del hombre es hacia las cosas que están de acuerdo con la naturaleza; pero tan pronto como adquiere entendimiento, o, más bien, noción, llamada por ellos énnoia, y ve en lo que debe hacer un orden y, por así decirlo, una armonía, la estima mucho más que todas las cosas que amó al principio, y así, por el conocimiento y la razón comprende que es allí donde reside aquel supremo bien del hombre que debe ser alabado y deseado por sí mismo.

Cicerón, en Mas Torres, S. Op. Cit., p. 142.

3 Lo que dicen algunos, que el primer impulso en los seres vivientes está dirigido al placer, lo declararon falso. Pues el placer dicen que es, si es que lo es, un añadido, una vez que la naturaleza por sí misma ha buscado y conseguido lo que armoniza con su constitución; a la manera como los animales se divierten y florecen las plantas. En nada, dicen, distanció la naturaleza la condición de las plantas y la de los animales, en cuanto que también a aquéllas sin impulso y sensación las organiza, y en nosotros se dan algunos procesos de índole vegetativa. El impulso sobreviene por añadidura en los animales y lo usan para dirigirse hacia lo que les es propio; para ellos lo acorde a su naturaleza es gobernarse por su instinto. Pero a los [animales] racionales les ha sido dada la razón en una preeminencia más perfecta, y para éstos el vivir de acuerdo con la razón rectamente resulta lo acorde a su naturaleza. Pues ésta es como un artesano que supervisa el instinto.

Cicerón, en Mas Torres, S., Op. Cit., p. 141.

4 Cfr. Mas Torres, S., Op. Cit., p. 226.

5 Cfr. Reyes, A., Op. Cit. p. 92-93.

6 Cfr. Pohlenz, M. Op.Cit. pp. 147-152.

7 Cfr. Mas Torres, S., Op, Cit., p. 222.

8 Cfr. Pohlenz, M., Op. Cit. p. 166.

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