Según la perspectiva de Epicuro, la existencia del mal en el mundo se puede explicar a través de su teoría sobre el placer, el dolor y la naturaleza de los dioses. Epicuro argumentaba que los dioses, al ser seres perfectos y felices, no intervienen en los asuntos humanos ni en el mundo terrenal, por lo tanto, no son responsables de causar ni evitar el mal. Lo mismo opinaba su discípulo Lucrecio cuando decía:
...que no hay cosa que se engendre a partir de nada por obra divina jamás. Y es que a todos los mortales los envuelve el miedo ese de que ven que en la tierra y en el cielo se producen muchas cosas sin que puedan ellos de ninguna manera acertar a ver las causas de tales acciones, y piensan que suceden por gracia divina. Por esto, cuando hayamos visto que no hay cosa que pueda originarse a partir de nada, arrancando entonces de ahí contemplaremos ya con más acierto lo que estamos persiguiendo: de dónde cabe que se origine cada cosa y de qué modo cada una se produce sin la actuación de los dioses.1
En consonancia con la cita que acabamos de ver de Lucrecio, Epicuro sostenía que el mal y sufrimiento no son producto de la intervención divina, sino más bien consecuencia de la interacción de fuerzas naturales y de las decisiones humanas. El mal, entendido como el sufrimiento, la injusticia y el dolor, surge de la ignorancia, de los deseos desmedidos y de la falta de moderación en la búsqueda del placer. El mal no es algo intrínseco a la naturaleza de las cosas, sino más bien una consecuencia de la ignorancia y de la falta de sabiduría en la forma de vivir.
1 Lucrecio, Op. Cit. p. 130.
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