lunes, 27 de agosto de 2018

Richard Sennett: La autoridad.


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   Sennett empieza analizando las tres formas de autoridad que propuso Webber: tradición, ley-racional y carisma. Obedecer porque algo siempre se ha hecho así, obedecer porque nos convencen racionalmente de que es lo mejor, y obedecer a alguien porque tiene mucha atracción personal. 

  A Sennett esto no le convence y para rebatir esta clasificación pone como ejemplo la dependencia rebelde. Cuando dependemos de alguien, pero nos revelamos un poquito contra él. Esto va a ser su teoría de la autoridad moderna. Actualmente dependemos y obedecemos la autoridad, pero nos avergüenza obedecer. Por eso protestamos y decimos que aquel del que dependemos es un inútil, pero al final es porque necesitamos esa autoridad.

  Esta vergüenza a depender aparece en el siglo XIX, con el capitalismo y los obreros en las fábricas.

  Sennett distingue tres formas de autoridad masculina: patriarcado, patrimonialismo y paternalismo. El patriarcado es la forma de autoridad que aparece, por ejemplo, en la Biblia. Todos los miembros de la comunidad están relacionados por medio de relaciones de parentesco y los bienes se transmiten por línea paterna.

  El patrimonialismo se da en sociedades en las que mandan los hombres. Son ellos los que poseen los bienes materiales, pero no todos están relacionados familiarmente. Es lo que se daba en las sociedades medievales, por ejemplo.

  En capitalismo trajo consigo un cambio en el fundamento de la autoridad. Se pasó del patrimonialismo al paternalismo. Los campesinos se vieron obligados a dejar los campos y mudarse a la ciudad para trabajar en fábricas. El empresariado burgués, sustituyó el patrimonialismo por el paternalismo. El paternalismo se basa en una metáfora y en la idea de que el que controla la realidad, controla el poder. Los campesinos se convirtieron en obreros. Esto supuso la ruptura de la unidad entre trabajo y familia. Pero los trabajadores percibían que su nueva vida era peor que la anterior. Esto llevó a una idealización de la vieja vida familiar. Y los burgueses aprovecharon esta idealización de la vieja vida familiar para dominar. Les decían que los niños y los obreros que trabajaban en las fábricas que lo hacían por su bien, que el empresariado burgués cuidaba de ellos. Era lo mejor para ellos y para todos. El empresariado era como un padre. Se extendió la metáfora de la empresa como el padre protector.

   Aquí acontenció la ruptura entre autoridad y legitimidad. Al mismo tiempo, la relación de dependencia del trabajador con respecto del empresario no era exactamente igual que la de un padre y un hijo. Un hijo no tiene problemas es aceptar la autoridad directa de su padre, pero la dependencia de los adultos despertaba la vergüenza. Esto se debía que el sistema capitalista extendió la ideología de que cada uno según sus méritos -la meritocracia-. Si uno era rico, era porque se lo merecía. Si era pobre, lo mismo. De ahí que depender de otro despertase sentimientos de vergüenza en las personas.

  Para superar tanto la vergüenza como esa conciencia de saber que el sistema no es justo con ellos, hay dos mecanismos psicológicos:

  a) Marx pensaba que cuando los obreros se diesen cuenta de esto, se rebelarían y tendría lugar la revolución del proletariado. Pero no fue así. Aunque las personas sabían que el sistema era injusto con ellos, el poder de la metáfora (y por tanto de percepción del mundo) los paralizaba, porque despertaba el miedo a quedarse solos. Con el este sistema estamos mal, pero sin él estaremos solos. Esto es el fenómeno psicológico de la desobediencia dependiente.

  b) El descontento y la justificación de su malestar se centra en los puestos intermedios. No es el capitalista ni el sistema el malo, sino los cargos intermedios, que no desempeñan bien su trabajo.

  Esta metáfora del paternalismo se desplazó también a los estados. La madre patria y todo eso. El nazismo y el stalinismo lo sabían bien. Y el mecanismo psicológico de los alemanes y los soviéticos era el mismo. El problema era de los que desempeñaban mal la burocracia del aparato del estado. Y en el caso del nazismo, el problema no era Hitler, sino la traición de Von Riventrop.


   La influencia.

 Estudia el terror que sienten los empleados ante desobedecer a sus superiores.

  En un mundo en que las diferencias materiales no son tan grandes, la autoridad la mide la influencia. Para ello hay que ser independiente. No necesitar a los demás. Saber algo, tener una habilidad que te hace no depender de nadie. Por eso los médicos o los trabajadores especializados en algo tienen autoridad. Ser independiente se transmite siendo indiferente.

   A partir de la Ilustración Sennett encuentra la autoridad de las víctimas. Y sobre todo con el romanticismo. La sociedad es una suerte de gentuza que oprime y hace sufrir a la  persona. El artista es una persona sensible, por encima de la sociedad. El que hace sufrir contrae una deuda con el que sufre.

  A medida  que  el  concepto  cristiano de la víctima no heroica empezó a desvanecerse con la Ilustración, nacía una nueva imagen de los que sufrían. La capacidad para sufrir es indicio de valor humano; las masas son heroicas; sus sufrimientos constituyen la mejor medida de la injusticia social. Quienes las oprimen no merecen compasión, una com­pasión que se debe a fin de cuentas a toda la humanidad (...) Este ennoblecimiento del sufrimiento formó la base moral del Romanticismo: el artista que sufría en medio de una horda vul­gar, los pobres que sufrían a manos de los crueles. En la política, esta elevación de la víctima invitó a una serie particular de abu­sos. Se manifestaba simpatía a la víctima por su condición, no co­mo persona; si lograba mejores circunstancias materiales lograba ascender socialmente, era •un traidor a su clase•. Si sufría a ma­nos de la sociedad, pero estaba contento con su suerte, entonces carecía de una auténtica conciencia de sí mismo. Más general aún que estos casos especiales fue la idea que surgió en la era román­tica y sigue teniendo fuerza hoy de que nadie tiene legitimidad moral si no está sufriendo. Las fuentes últimas de la legitimidad mediante el sufrimiento se hallan en una herida infligida por otro o por «el medio•. En la vida contemporánea, esta idea de la legiti­midad moral halla una  voz,  por ejemplo, en  las obras  recientes de R. D. Laing. A juicio de Laing, el esquizofrénico conoce, en virtud de sus sufrimientos, verdades acerca de la psique que  na­die más conoce; las causas del sufrimiento se hallan en una sociedad esquizofrenogénica. Esta idea halla otra voz en los escritos maoístas recientes de Jean-Paul Sartre. El obrero es el único que puede reivindicar la •hegemonía moral•, pues el obrero es el úni­co expuesto a los «terrores• del capitalismo avanzado.









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