lunes, 27 de agosto de 2018

Norbert Elias: Sobre el tiempo.

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    En este ensayo Elias se propone estudiar cómo, a partir de medios conceptuales de orientación situados en un plano de síntesis relativamente bajo, los hombres llegamos a elaborar instrumentos de orientación ubicados en un plano de síntesis superior. 


   Los relojes sirven a los individuos para orientarse en los procesos naturales y sociales en los que se ven inmersos. Los relojes nos ayudan a regular nuestra conducta regulándola con la de los demás. 



  En los estadios primitivos, cuando hay que situar los hechos, se usan de ordinario ciertos procesos naturales. 



   En realidad, estos procesos naturales son únicos e irrepetibles, como todo lo que es sucesivo,pero cuya aparición posterior muestra una pauta similar a la anterior. 



   Un estado de evolución posterior, los seres humanos utilizamos los procesos simbólicos recurrentes en las esferas de los relojes. 



   La hegemonía de los físicos y la representación natural del tiempo es reciente. Antes, el tiempo se utilizaba sobre todo para orientarse en el  mundo social y para regular la convivencia humana. El tiempo y los relojes cambian con la edad moderna. Ahora los usamos para investigar los fenómenos naturales. 



   Elias distingue dos posturas enfrentadas:



   a) Aquellos que consideran que el tiempo es un hecho objetivo de la creación natural. El tiempo no se diferencia de otros objetos naturales salvo porque no es perceptible. El representante más conocido de esta postura es Newton. 



   b) Peculiaridad de contemplar los eventos que se basan en la percepción humana. La percepción humana subyace como condición de toda experiencia humana. Los representantes más conocidos de esta corriente son Descartes y Kant. 



   Esta segunda postura es la que triunfó. El tiempo pertenece a la naturaleza humana. 



   Este es el debate eterno entre objetivismo y subjetivismo. 



   Ambos tienen aspectos comunes:



   - El tiempo es un dato natural. En una independiente del hombre, en el otro no. Este ensayo de Elias no comparte esta idea de que el tiempo sea un dato natural. 



    No hay un principio en el saber. El saber es heredado por las personas y continuado sin un principio. No se trata del hombre y la Naturaleza como dos hechos separados, sino del hombre en la Naturaleza. 



   La dicotomía Naturaleza y ciencias naturales por un lado y sociedades humanas y ciencias sociales por otro es falsa. 



   El subjetivismo supone partir de un único individuo como sujeto de conocimiento. Pero el individuo no  inventa el concepto de tiempo por sí mismo, sino que aprende desde su infancia este concepto y la institución social a la que está unido. No es el individuo el objeto del saber, sino las generaciones humanas. 



   Las personas tenemos que aprender a ajustarnos a este concepto y su institución.  Esto implica autocoacción. 



   En los estados modernos hiperindustrializados hay mucha autoregulación/coerción los individuos por parte de la institución del tiempo. 



   Pero en las sociedades más sencillas también había mucha. Lo que sucedía era que los autocotroles eran menos uniformes. Lo que cambia es el tipo de autodisciplina y el modelo de implantación. 



    La autocoacción hay que ponerla en relación con el proceso de civilización en general. La civilización, para Elias, es autocoacción. 



   El carácter de dimensión universal que asume el tiempo no es más que la expresión simbólica de la vivencia de que todo cuanto existe se ubica en un proceso incesante. 



   El tiempo es expresión del intento de los hombres por determinar posiciones, duraciones de intervalos, ritmos de las transformaciones, etc... en este devenir para servir para su propia orientacion.



   El hombre no se orienta tanto a partir de las experiencias individuales, sino de las delos demás que ha aprendido. 



   El modo en que los hombres se han orientado en el tiempo ha ido evolucionando. El propósito de este libro es explicar cómo ha cambiado. 



   Desde Descartes hasta Kant se ha creído que los hombres tenemos la natural facultad de percibir el tiempo. Elias refuta esta idea. Prueba de ello es que el concepto de tiempo ha cambiado. Einstein, por ejemplo, lo cambió. Otro ejemplo de cambio es que en estados muy primitivos los hombres no eran capaces de establecer relaciones entre fenómenos de las estrellas, las estaciones, las lunas, etc...:



   Hubo tiempos en que los hombres usaban el concepto «sueño», donde nosotros diríamos «noche»; el concepto «luna», donde nosotros hablaríamos de «mes», y el concepto «cosecha» o «rendimiento anual», donde nosotros nos referiríamos a «año». 



   Las  relaciones temporales tienen muchas capas. Así, medimos nuestro tiempo en función de nuestras vidas y la vida la ponemos en relación con la era general. 



   Determinar el tiempo significa en su forma más elemental comprobar si una transformación recurrente tiene o no tiene lugar antes, después o al mismo tiempo que otra. Respecto de una sucesión de transformaciones esto significa responder a la cuestión sobre la distancia entre estas referencias a una medida socialmente reconocida como por ejemplo el intervalo entre dos cosechas o entre una luna nueva y la siguiente. 



   En los primeros estadios la determinación del tiempo es pasiva. Uno come cuando tiene hambre y duerme cuando tiene sueño. En nuestra sociedad estos ciclos más animales se regulan y estructuran de acuerdo con una organización social más diferenciada que fuerza a los hombres a dirigir su reloj fisiológico por su reloj social y a disciplinarlo. 



    El estadio primitivo empieza a cambiar con la agricultura. Se introduce el tiempo porque se depende de las estaciones, las cosechas, etc... Ya no se hacen las cosas cuando nos las pide nuestro cuerpo. Pero todavía no tienen una idea del tiempo en abstracto. Lo que les preocupa son sus problemas inmediatos. 



   Los sacerdotes empezaron siendo los especialistas de la determinación del tiempo. Luego fueron desplazados por los reyes. 


  Elias estudia cómo fue cambiando el concepto de tiempo:

  En las sociedad antigua: 

  Al hablar de que los atenienses medían el «tiempo» de los discursos, afirmamos simplemente que los lapsos entre el principio y el fin los hacían comparables, por cuanto los relacionaban con los intervalos entre el principio y el fin de procesos inanimados que contrariamente a los discursos, eran repetibles y al mismo tiempo más fiables y controlables que las series de actividades humanas. Como se ve, aquí la determinación del tiempo era por completo sociocéntrica: se utilizaban secuencias repetibles e inanimadas de duración limitada como medida de secuencias sociales irrepetibles. Durante todos los estadios primitivos en el desarrollo de la determinación del tiempo, fue medio para este fin la utilización de intervalos entre dos posiciones de un movimiento físico, ya de la arena en un reloj, ya del Sol y la Luna en el cielo. Tuvo, pues, un carácter instrumental. La constatación de posiciones cambiantes en la secuencia de acontecimientos físicos en el cielo o en la Tierra no fue realizada por sí misma, sino que se la utilizó como indicador para que los hombres supieran cuándo debían emprender ciertas actividades sociales y cuánto tiempo debían durar estas.

   El tiempo físico fue una ramificación relativamente tardía del tiempo social. 

  La concepción del tiempo cambia con el teocentrismo. A partir de Galileo el tiempo ya no es del hombre y de Dios. Se empezaron a buscar regularidades para encontrar leyes naturales o eternas. Se empieza a hablar de la Ley de la Naturaleza. Así el tiempo sale de Dios y del hombre y se objetiva en la Naturaleza. 

  Uno de los puntos decisivos en el desarrollo de la determinación del tiempo fue el desgajamiento de una forma de determinar el tiempo centrada en la Naturaleza de la manera más antigua de determinación basada en el hombre, que, sin embargo, no se realizó de un modo repentino, sino que fue el resultado de un proceso largo y lento. El mismo Ptolomeo cuya obra compendió y sintetizó todo el conocimiento astronómico heredado de las sociedades antiguas más desarrolladas del Próximo Oriente y del Mediterráneo oriental no distinguió con tanta nitidez como nosotros el día de hoy, entre las regularidades y relaciones inmanentes en los movimientos de los astros y su significación como indicadores del destino humano. Escribió un tratado tanto de astrología como de astronomía, pues a sus ojos, como para sus contemporáneos, eran manifiestamente complementarias. Estudios sobre las posiciones y movimientos de los astros estaban todavía muy relacionados con investigaciones acerca del significado de estos movimientos para los hombres. «Naturaleza» y «humanidad», «objetos» y «sujetos» todavía no aparecían como dos zonas del mundo existencialmente separadas. También en el marco común de pensamiento de los escolásticos medievales, faltaba la idea de tal abismo existencial. Cuando hablaban de «naturaleza», significaban un aspecto de la creación jerárquica de Dios, dentro de la cual, los hombres disfrutaban de un alto rango y valor. Pero abarcaba al mismo tiempo animales, plantas, Sol, Luna y estrellas. Los astros más cerca de Dios y, por consiguiente, sin fallo ni reproche, tenían movimientos inmaculados y circulares. A los cuerpos terrestres cuyo movimiento puede ser alterado artificial mente por el hombre o el animal, se les atribuyó una tendencia innata que los hacía volver a su lugar «natural», lugar del reposo destinado para ellos en la creación divina. El empleo coherente de un marco de referencia teocéntrico obligó a los hombres a enfocar el problema de la «naturaleza» y, por ende, también, en última instancia, los movimientos físicos, mediante conceptos que estaban cortados para captar los fines que Dios había infundido a todas sus criaturas y a los cuales, por razón de su creación debían tender. El concepto de un universo teocéntrico llevó a la construcción de conceptos teleológicos. Por consiguiente, el significado del concepto «naturaleza», tal como lo usaron Aristóteles y los escolásticos medievales, no coincidía con el que se impuso, cuando el marco de referencia teocéntrico y las instituciones sociales que lo apoyaban perdieron la hegemonía.

  ¿Por qué este cambio?Según Elias porque:

   El dualismo en aumento del concepto de tiempo, cuya aparición es posible seguir, si se contemplan en este contexto más amplio, los experimentos de Galileo sobre aceleración, se refleja de la manera más gráfica en el dualismo existencial creciente de la imagen que del mundo tienen los hombres. En las sociedades que se ven afectadas por este dualismo, este ha echado tan fuertes raíces, que los miembros de aquellas suelen tomar dicho dualismo como punto de partida obvio para clasificar los hechos como naturales o sociales, objetivos o subjetivos, físicos o humanos. En el contexto de esta escisión conceptual totalizadora, el «tiempo» quedó dividido en dos tipos distintos: el físico y el social. En la primera acepción, el «tiempo» se presenta como un aspecto de la «naturaleza física», como una variable inalterable que los físicos miden y que, como tal, desempeña un papel en las ecuaciones matemáticas que se dan por representaciones simbólicas de las «leyes naturales». En la segunda acepción, el «tiempo» tiene el carácter de una institución social, de un regulador de los eventos sociales, de una manera de la experiencia humana; y los relojes son una parte integrante dé un ordenamiento social que sin ellos no funcionaría.

   Esta dualidad escindió el tiempo social del natural. El físico se considera inalterable, propio de las leyes naturales; y el social, regulador de eventos sociales, etc...

   Con el ascenso de las ciencias físicas, el tiempo físico se convierte en el prototipo, más real que el tiempo social. 

   Mientras creamos en esta dualidad, el misterio del tiempo se mantendrá. 

   El prestigio dentro del conocimiento lo adquirió el tiempo físico, supuestamente racional, de buscar leyes en la Naturaleza. 

   Según Elias, esto de buscar algo eterno es por el miedo a la propia caducidad. Se empezó con los dioses y ahora lo buscamos en la ciencia.  

   Elias habla de una quinta dimensión: lo simbólico. El tiempo es un símbolo de relación. Por eso las diferentes sociedades lo perciben de forma distinta. 

   Una de las características definitorias de la Humanidad es la capacidad para reprimir los instintos. Así lo hacemos cuando nos adaptamos al tiempo. 

   A medida que avanza la civilización, es mayor el nivel de síntesis intelectual. Pero esto tiene un problema, y es que nos perdemos en laberintos de símbolos. El concepto abstracto nos hace perder de vista el detalle concreto. 




   


    



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