lunes, 27 de agosto de 2018

Marvin Harris: ¿Por qué nada funciona?


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    En este ensayo, Marvin Harris se propone buscar las razones por las cuales los productos made in America son de tan poca calidad, por qué los empleados atienden mal a sus clientes y, en definitiva, por qué hay tantas cosas en el capitalismo avanzado que no funcionan tan bien como deberían. 

   Marvin Harris tiene una teoría antropológica para la explicación de las sociedades. Él divide las culturas en infraestructura, estructura y superestructura. La wikipedia define estas tres categorías analíticas como: infraestructura, dividida en modo de producción y reproducción, y que comprende un conjunto de variables demográficas, económicas, tecnológicas y ambientales; estructura, la organización doméstica y política; y superestructura que comprende las ideas, símbolos y valores (en especial los valores simbólicos). 

   Según Harris, la infraestructura es lo que determina las demás. 

   Y aplica estas teorías a esos aspectos de nuestra cultura contemporánea que considera que no funcionan, comparándolos con culturas diferentes para poner de manifiesto sus características y su funcionamiento. 

   En lo que se refiere a la mala calidad de los productos -todo se estropea, nada dura...- Harris cree que, a diferencia de las sociedades tradicionales, se ha producido un distanciamientos entre el productor y la persona que usa el producto. Se ha despersonalizado la relación. En una tribu era muy raro que se estropease la lanza o el abrigo porque la vida dependía de ello y lo hacía la propia persona que iba a cazar o sus familiares directos. Esto provocaba una relación personal que hacía que el productor se preocupase muy mucho de que el producto no fallase. Luego vino la especialización del trabajo y las sociedades se volvieron mucho más complejas. Este proceso, que arranca en el neolítico, en nuestra cultura eso se ha multiplicado exponencialmente. La distancia entre los jefes de las empresas y los consumidores es abismal. Así que a los dueños o directivos de las compañías les importa un pimiento lo que pase con sus productos con tal de que se vendan. No sienten responsabilidad para con los consumidores.

   Otra razón por la que los productos son de mala calidad es porque los trabajadores están alienados en su trabajo. En consecuencia, no se esfuerzan, pasan, y el resultado es deficitario. 

   Además, el capitalismo de consumo necesita que estemos continuamente consumiendo para que la economía no entre en crisis. Si se fabrica un producto de larga duración, el consumo es mucho menor, por lo que se hacen cosas que se sabe que van a fallar. A veces este se hace deliveradamente introduciendo elementos para que se estropee, otras simplemente se hace un producto de forma "chapucera" a sabiendas de que fallará pronto. 

   La cuarta razón es que es más barato gastar en publicidad que hacer buenos productos. A la empresa le sale mucho más rentable. 

  Y por último, para los directivos es más rentable comprar otras empresas que hacer buenos productos. Eso les da más dinero a corto plazo. Y eso es lo que les importa, porque no van a estar mucho tiempo en la empresa.


   En lo que se refiere a la mala calidad de los servicios y la información sucede lo mismo. Estamos en manos de organizaciones burocráticas despersonalizadas. En las sociedades tradicionales había interés en servir bien a la gente porque eran vecinos o familiares y el interés nos iba en ello. Ahora no. Además, los trabajadores están mal pagados. Pasan poco tiempo en la empresa y la empresa no se toma la molestia de formarlos.

   Con demasiada frecuencia errores de las compañías suponen facturas para los usuarios por servicios que no han usado o gastado, pero el usuario se ve indefenso porque, en caso de no pagar, su nombre es añadido a las listas de morosos con las consiguientes consecuencias. Asimismo, las compañías intimidan a los usuarios o ponen tan difícil la posibilidad de hacerlo, que los afectados desisten sin hacerlo. 

   Harris cree que el problema estriba en la burocratización y la economía oligopólica. 

   Ahora estamos en camino de comprender la epidemia de los artículos de ínfima calidad, los perjuicios catastróficos por causa del mal servicio y la mengua del dólar. Después de tres décadas de los más asombrosos avances tecnológicos para ahorrar mano de obra que ha registrado la historia de la especie humana, todo se ha vuelto más caro. ¿Por qué? Porque al mismo tiempo que la automatización de las fábricas ahorraba mano de obra y aumentaba la productividad, había otro factor que dilapidaba trabajo y reducía la productividad a una escala aún mayor. Este factor, a mi entender, no era otra cosa que el auge de los oligopolios burocráticos, tanto públicos como privados, y la transformación de la fuerza de trabajo, en la cual los empleos de «cuello blanco» y «cuello rosa» han desplazado a los industriales. Las personas que trabajan en y para las burocracias, sea en puestos de «cuello blanco», «cuello rosa» o «cuello azul», se vuelven inflexibles, se aburren, se sienten alienadas. Pueden producir más bienes, información o servicios por unidad de tiempo, pero a costa de la calidad de lo que producen. Y así nos enfrentamos con una verdad desagradable: al reducir la calidad, la burocracia industrial puede despilfarrar trabajo al mismo ritmo con que lo ahorra la maquinaria industrial.

  La burocracia y el oligopolio pueden resultar aún más costosos cuando producen servicios e información en lugar de bienes. Las burocracias y sus oligopolios (públicos o privados) no sólo derrochan trabajo; son causa activa de malos servicios y mala información, que abarcan desde meras inconveniencias hasta auténticas experiencias terribles para los clientes. Desde una perspectiva holística, por lo tanto, la principal causa de la inflación ha sido el deterioro de la calidad de los artículos y servicios producidos por burocracias y oligopolios ineficientes.
   

 En cuanto a la liberación de la mujer, Harris cree que el feminismo no es el motor del cambio de las relaciones familiares y económicas entre géneros, sino justo lo contrario. En palabras suyas: "no fue la liberación de la mujer la que provocó la aparición de la mujer trabajadora". 

   Las mujeres empezaron a trabajar para comprar lavadoras, lavavajillas y cosas así que les ayudasen con los trabajos domésticos. Pero con lo que no contaban los jóvenes matrimonios era con la obsolescencia programada y la mala calidad de los productos. Las mujeres no podían dejar de trabajar fuera de casa, porque lo que compraban se estropeaba y había que comprar otro nuevo, de modo que se volvieron esclavas del trabajo fuera de casa. Y así fue cómo se deshizo el modelo de familia tradicional con el consiguiente descenso de la tasa de natalidad. 

   Los trabajos de las mujeres fuera de casa eran los típicos de la economía burocrática y oligopólica. 

    Pero hay que explicar no sólo por qué las mujeres buscaban empleo, sino por qué los empleadores solicitaban mujeres. Este hecho obedecía a que se trataba de puestos de trabajo no sindicados y mal pagados en el sector del proceso de personas e información. Las mujeres no sólo sabían leer y escribir y poseían los requisitos educativos necesarios para desempeñar empleos de oficinistas, dependientas, enseñantes, enfermeras y otros servicios de «cuello blanco» y «cuello rosa», sino que inicialmente estaban dispuestas a aceptar un trabajo temporal y a tiempo parcial, así como un sueldo inferior al que solicitaría un varón proveedor que reuniese las mismas condiciones.

   La inflacción sacaba a las mujeres del hogar y las mandaba a trabajos en los que cobraban poco y eran dóciles. Esto fue el fin de la familia tradicional. 

   Las mujeres se vieron en la obligación de trabajar fuera por la mitad de sueldo, en casa y, además, ser sumisa con respecto a los varones. Por eso las feministas atacaron el modelo de familia, que las oprimía desde todos los frentes. 

   Mientras se produjo este cambio, nadie se dio cuenta de que actuaría como punto de articulación entre las grandes transformaciones que se producían en las esferas política y económica y las transformaciones, no menos profundas, que estaban a punto de producirse en el terreno familiar y sexual. Cuando los precios se dispararon y se agravaron los problemas de calidad, las mujeres se vieron atrapadas en la fuerza de trabajo asalariada. Todo el imperativo marital y procreador que rodea al gobierno de la casa y la maternidad entró en conflicto con las exigencias físicas y psicológicas impuestas a las mujeres en su doble papel de criar hijos y ganar un salario. Conforme a la «mística femenina», se suponía que las mujeres debían aceptar una posición subordinada tanto en el hogar como en sus empleos. Esto tuvo algún sentido mientras el varón podía traer el pan a casa; pero cuando el coste de criar hijos se disparó, el segundo sueldo de la esposa-madre se volvió esencial para las parejas con aspiraciones de clase media. El barniz sentimental -la «mística»- que encubre la explotación inherente a los tradicionales roles sexuales empezó a agrietarse. Todo el edificio del imperativo marital y procreador, con sus dobles patrones Victorianos y su mojigatería patriarcal, se empezó a desmontar. Se vinieron abajo las tasas de natalidad y de primeras nupcias. Aumentaron las de divorcio, las uniones consensúales, los matrimonios aplazados, las familias sin hijos o con uno solo, y surgió toda una nueva conciencia sexual, libertina y antiprocreadora.

 En lo que se refiere a la liberación homosexual, Harris establece una relación entre sociedades pronatalistas y no pronatalistas. En las pronatalistas se persigue la homosexualidad porque implican relaciones sexuales de las que no nacen hijos. Si ahora estamos cambiando y aceptamos la homosexualidad, es porque ya nos preocupamos tanto por los hijos como consecuencia de los cambios en la infraestructura económica. 
   Tanto la liberación de la mujer como la liberación homosexual son consecuencias de una economía cada más ineficiente en la que hombres y mujeres tienen que trabajar fuera del hogar.

  Con una importante mayoría de hombres y mujeres jóvenes convencidos de que el sexo está destinado ante todo al placer y no a la procreación, era de esperar que aumentase la tolerancia y la experimentación con la pornografía, las relaciones no heterosexuales y no genitales. No es ningún misterio, entonces, que los homosexuales, con sus relaciones no procreadoras centradas en el sexo para el placer, se envalentonaran hasta «salir del armario».

   EEUU tiene  unos niveles de delincuencia mucho mayores que los de los países europeos. Esta delincuencia está provocada mayoritariamente por negros. Según Harris, la delincuencia no es consecuencia de la raza, sino porque se crearon ghettos de negros, paro -las tasas de desempleo entre los afroamericanos es altísima-, falta de expectativas vitales -el racismo social les impide acceder a buenos empleos-, etc... Otra vez la infraestructura determinando la estructura y la superestructura. 

   Y ya para terminar, Harris se pregunta por el auge del chamanismo, de sectas y de todo tipo de cultos religiosos en Norteamérica. Los antropólogos liberales sostienen que la gente se vuelve hacia la religión en busca de los valores morales que no encuentra en el capitalismo de consumo. Harris se pregunta por la razón por la que la gente reza, y se contesta que lo hacen para pedirle cosas a la divinidad -salud, salir de una situación financiera difícil, etc...-. Y concluye que el auge de esta suerte de sectas/religiones no es porque las personas busquen valores morales a los que aferrarse, sino porque son pobres. El capitalismo ha exagerado las diferencias de clase y los pobres, desesperados, buscan ayuda económica donde pueden. 

   

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