domingo, 28 de septiembre de 2014

Ocio III: Bertrand Russel y El elogio de la ociosidad


   Bertrand Russell escribió El elogio de la ociosidad en 1932. En él plantea su famosa distinción entre ociosidad negativa y ociosidad positiva. La negativa es la de los terratenientes que viven del trabajo de los demás. Lógicamente, no le gusta. Cuando Russell elogia la ociosidad, se está refiriendo a la ociosidad positiva, que es la del trabajador que, una vez cumplida su obligación, puede dedicarse a cultivar sus aficiones y atender a su familia. 
     Según Russell el ocio, entendido como el tiempo libre propio de la ociosidad positiva, es fundamental para la civilización humana. Sin él, el hombre no hubiese podido progresar, ni material, ni espiritualmente. 
      Russell entiende que la técnica moderna podría permitir que el tiempo de ocio positivo aumentase exponencialmente, y así dsitribuir el ocio sin menoscabo para la civilización. Estima que la la técnica permitiría extender una jornada de cuatro horas diarias a la totalidad de la población, siempre y cuando, claro está, se distribuyese el trabajo de forma equitativa -esto lo dice en 1932, si hubiese visto los avances técnicos y tecnológicos de hoy en día puede que pensase que con tres cuartos de hora llegaba-. Como digo, Russell cree que si se distribuye de forma equitativa la carga de trabajo, tendríamos muchísimo más tiempo para dedicarnos al ocio positivo, el cultivo de nuestra mente y nuestra familia.
      Russell aboga por un socialismo democrático, una socialdemocracia construida en torno a un estado con el suficiente poder como para planificar la economía y establecer como su prioridad el bienestar de sus ciudadanos. 
       Con más tiempo libre, las personas podríamos dedicarnos a mejorar nuestra formación y participaríamos más en la democracia. Evidentemente, hay quien usaría su tiempo libre para embrutecerse, pero eso ya es una decisión individual, y el estado no puede interferir hasta ese punto en la libertad del ciudadano. Sin embargo, este estado sí debe garantizar al menos la libertad de elección. Si uno decide embrutecerse, que sea porque así lo decide, y no porque no es quien de cultivar su espíritu. Por eso Russell defiende una educación general para formar a la población de modo que esta sea capaz de disfrutar del placer intelectual y de la utilidad directa del conocimiento técnico. 
       Luego, en el libro, se mete a explicar lo que él consideraría la arquitectura ideal de las casas de los trabajadores y a darle palos al comunismo y al fascismo, pero esta parte no es tan interesante. A pesar de que los años le hayan acabado dando la razón en lo que se refiere a los regímenes políticos totalitarios.
        Si alguien lee hoy en día El elogio de la ociosidad puede llegar a pensar que es un libro un tanto inocente. Nos han bombardeado tanto con propaganda capitalista que hemos acabado por no entender nada de lo que nos rodea. No sé si era Nietzsche o Heidegger el que decía que las verdades más evidentes son las más difíciles de ver. Con la crisis económica hemos asistido al discurso más irraciónal que uno puede escuchar y, sin embargo, todos tragábamos y decíamos que sí, que tenían razón, que las cosas eran así y que no había otra opción. Con este discurso me estoy refiriendo en concreto a lo que se nos decía con respecto a la distribución de la carga de trabajo. Al tiempo que crecía de manera terrorífica el número de desempleados, los pocos que tenían empleo veían como sus horas de trabajo aumentaban. Tal vez una solución para el desempleo hubiese sido repartir el trabajo. Pero claro, a eso no estaban dispuestas las empresas, que en lo único que estaban interesadas era en aumentar sus márgenes de beneficios pagando lo mismo o menos por más horas de trabajo.
     Y crisis aparte, la sociedad de consumo acabará ella sola por darle la razón a Russell, aunque mucho me temo que ya será demasiado tarde. Para mantener a tanta gente ocupada, hay que consumir a lo bestia. Pero ni aún así somos capaces de dar salida a la ingente cantidad de producto que sale al mercado. Por no hablar del deterioro del medioambiente. Como ya dije antes, las verdades más evidentes son las más difíciles de ver. ¿No sería más racional trabajar menos y consumir sólo lo necesario? Quizá a muchos les resulte una pregunta un poco naif, pero, pese a su inocencia, es simple sentido común.

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