sábado, 6 de septiembre de 2014

Play Time (Jacques Tati)






    Si Jacques Tati no es mejor artista del cine cómico, poco le falta para serlo. Las vacaciones de Monsieur Hulot es una de las mejores películas de la historia. Play Time no. Y resulta muy curioso, porque Tati lo dio todo por esta película, hasta el extremo de arruinarse por su culpa. Es su proyecto más ambicioso, pero, desgraciadamente, no está al nivel de Las vacaciones de Monsieur Hulot, Mi tío o Día de fiesta. Pero, en cualquier caso, es una película de Tati, lo que es sinónimo de calidad y una razón de peso para verla. 
    Play Time cuenta la llegada de unas turistas americanas a París, donde pasan un día y una noche, y se entrecruzan con el carismático Monsieur Hulot. La película no tiene trama. No hay un conflicto, ni la acción avanza, sino que no son más que una sucesión de sutiles gags cómicos cargados de ironía y de crítica al mundo moderno.
      No sé si Tati leyó a Max Weber y sus conceptos de hiperracionalización de la sociedad moderna y de jaula de hierro, pero toda la película está cargada de esta filosofía. La acción empieza en el aeropuerto al que arriban las turistas americanas. A continuación, pasa a una suerte de feria de muestras y a un restaurante. En los tres espacios domina la sociedad racionalizada de Weber. El mundo moderno está obsesionado con la eficacia. Para ello ha estudiado racionalmente los procesos para llevar a cabo cualquier objetivo y se ha procedido a generalizar e institucionalizar esos procesos. Así, el viejo obrero de las fábricas de coches ha dado paso a la cadena de montaje, mucho más eficaz desde el punto de vista de la producción. Lo mismo sucede con las administraciones del Estado y, en general, con cualquier actividad humana. Weber no habla de ella, pero en este sentido IKEA es la culminación de la racionalización. El ciudadano medio puede comprar allí miles de muebles baratos gracias a que se han desplazado hacia él los costes de montaje y desplazamiento. Y para comprar allí, tiene que seguir una serie de normas estrictas como seguir unas flechas dibujadas en el suelo, observar los muebles montados a ambos lados de este camino como si fueran los animales del zoo, tomar nota puntualmente de los códigos de los muebles que le gustan, localizar él mismo los muebles en un enorme angar gracias a los códigos, pagar y llevarse el mueble a su casa para montarlo allí. Por supuesto, Weber consideraba esta nueva forma de entender la vida humana deshumanizadora y alienante. Lo mismo hace Tati en la primera hora de su película. Los personajes se mueven por un aeropuerto siguiendo unas normas tan estrictas y absurdas como las de IKEA, van a la feria de muestras dispuesta en un espacio hiperracionalizado (mirad la foto) y luego acuden a un restaurante donde la división de los espacios y del trabajo no tiene nada que envidiar al moderno McDonald´s. A medida que los protagonistas se van moviendo por estos espacios, Tati coloca una serie de sutiles gags de que ponen de manifiesto lo absurdo de este mundo.



     Una vez en el restaurante, Tati se desmelena. Allí nada funciona. La impresión de eficacia del mundo hiperracionalizado no es más que una fachada. El restaurante, donde cada camarero atiende una zona muy concreta y cada trabajador tiene una función muy específica, no funciona en absoluto precisamente por eso. Todo se va al garete y Tati despliega ante los ojos del espectador una sucesión de inteligentes chistes que ponen de manifiesto lo idiota que es el ser humano racional. Sólo Monsieur Hulot, la turista americana y la juerga de borrachos que se acaba montando en una esquina consigue salvaguardar algo de humanidad en este mundo absurdo. 
     En la película, hay una total y absoluta correspondencia entre el contenido filosófico y la estética. Como no podía ser de otra manera, todos los espacios se corresponden punto por punto con lo que hoy en día conocemos gracias a Augé como no lugares. Aeropuerto, feria de muestras y restaurante son lugares del anonimato en la ciudad moderna, todos construidos en unos impersonales cemento, cristal y acero.
     También habría que hablar del sucinto uso del diálogo y del silencio, siempre ajustado a la impresión que el director quiere transmitir, pero eso podéis leerlo en cualquiera de las criticas de filmaffinity. Una reseña crítica es para aportar algo personal, no para hacer un refrito de lo que han dicho los demás. Así que cerraré este post destacando la maravillosa metáfora visual con la que cierra el filme. La rotonda parisiense en la que giran los coches lentamente como si se tratase un carrusel. Uno detrás de otro, como caballitos guiados de un tiovivo, nos movemos y vivimos los seres humanos en la hiperracionalizadas urbes modernas.


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