jueves, 18 de septiembre de 2014

La vida y nada más (Bertrand Tavernier)



Estamos en Francia. Ha terminado la Primera Guerra Mundial. Hay cientos de miles de desaparecidos y de cadáveres aún por identificar. Y también hay un coronel desencantado con la guerra que se encarga de hacer lo que puede y la nuera de un Ministro que busca su marido y una maestra de escuela rural que espera a su novio y sobrevive como puede.
Con este argumento, Tavernier hace un duro alegato antibelicista que repetirá después en Capitan Conan. Sin embargo, en La vida y nada más, Tavernier no construye su discurso yendo a las trincheras llenas de hombres aterrorizados, enfermos, heridos y mutilados de por vida. Va a lo que sucede después, porque los terrores de la guerra no terminan con el armisticio. La guerra absurda ha dejado un millón y medio de muertos y trescientos cincuenta mil desaparecidos y, sobre todo, innumerables familias desoladas por la pérdida. Este cambio en el enfoque es el primer argumento a favor de la película.
El segundo es que La vida y nada más, en tanto que alegato antibelicista, debería haber sido una película trágica. Así son la mayoría de los filmes que denuncian esta insensatez humana. Se incide en el dolor, en el miedo, en la angustia y, en definitiva, en todo lo que provoque el horror en el espectador. Sin embargo, Tavernier no cae en el tópico. La vida y nada más es una película lírica, muy poética, que se detiene en la belleza del sufrimiento, enmarcado siempre en imágenes brumosas, sombrías y grises azulados. Sólo los grandes pueden extraer belleza del sufrimiento. Lo hicieron los grandes trágicos griegos, Esquilo, Sófocles y Eurípides. También lo consiguió Shakespeare y así lo hace Tavernier. Con esto no quiero decir que La vida y nada más esté al nivel de Rey Lear. No lo está, para empezar porque son géneros distintos. Lo que me propongo es resaltar la capacidad para encontrar lirismo en el dolor humano como segundo argumento a favor de esta película.
La tercera razón para ver La vida y nada más es que, al margen de las innovaciones o la facultad para sacar belleza de la estulticia, es que su discurso está muy bien construido. Que Tavernier le dé un toque poético, no quiere decir que sus argumentos pierdan un ápice de fuerza. Los poderosos, movidos por intereses espúreos, han llevado a Europa a la desolación. No contentos con esto, tratan de borrar el rastro del dolor enterrando como sea a los muertos para olvidarlos cuanto antes. Y si para ello tienen que pasar por encima de las familias que buscan a sus hijos que murieron por Francia, no tienen reparos en ello. Como tampoco tienen reparo en crear una rígida burocracia administrativa que tritura cualquier movimiento, ni lo tienen en buscar un soldado sin identificar, sea el que sea, para hacer una estatua al soldado desconocido con la que seguir manipulando a las masas, ni en pactar con el enemigo si con eso ganan un franco. Palabras como patria, honor o gloria se convierten es excusas, sólo palabras con las que manipular a la gente para que mate y se deje matar por los intereses de otros y que ni siquiera conocen. La estatua al soldado desconocido en el Arco del Triunfo se erige como la metáfora de ese gobierno corrupto que trata de tapar la desolación con grandes palabras. Y en este mundo navega el comandante, tratando de hacer lo correcto y de paliar algo de dolor. Su búsqueda quijotesca de los cadáveres es la voz de la conciencia contra esos poderosos que han utilizado la guerra en beneficio propio.
A diferencia de Capitan Conan, su otra película sobre la Primera Guerra Mundial, en La vida y nada más hay espacio para el amor. Casi todos los personajes de esta película parecen mantenerse a flote gracias a este sentimiento, aunque sea subyugado por los terrores de la guerra. Hay amor entre el comandante y la nuera del ministro, hay amor entre la nuera del ministro y el recuerdo de su marido, hay amor entre la maestra y su novio perdido y, sobre todo, hay amor de las familias por sus seres queridos desaparecidos. Tavernier confronta sin complejos el amor, fuente de la vida, con la guerra y la muerte. Vida y muerte, las dos pulsiones que han movido el arte humano desde El poema de Gilgamesh, se confunden en la obra de Tavernier.

Conclusión: es una película que hay que ver.

1 comentario:

  1. Es que Capitán Conan tiene mucho de crepuscular, viejos pistoleros que necesitan encontrarse y verse, porque comparten algo de lo que no necesitan hablar ni quieren hacerlo.
    Hay otra peli, "el pabellón de los oficiales", bastante interesante con la Primera Guerra Mundial de telón de fondo, con el defecto de tratar un tema sensible, que condiciona su recepción, pero que se ve con agrado

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