martes, 9 de septiembre de 2014

Serpico (Sidney Lumet)

    
    Pese a lo que se puede leer por ahí, Serpico no es una película policíaca, sino de denuncia social. Serpico cuenta la historia de un policía íntegro que no se deja corromper, pese a que absolutamente todo a su alrededor lo invita a ello. A partir de la vida de este hombre que existió en la realidad, Lumet refleja el mundo mezquino y corrupto de las fuerzas del orden público de Nueva York.
    En un momento determinado del filme, Lumet cita El Quijote. En su protagonista, hay mucho del héroe de Cervantes. Serpico es un hombre fiel a sí mismo. Todos sus allegados, sus compañeros, lo consideran un loco, un imbécil peligroso que lucha contra ruedas de molinos. Como en El Quijote, la sensación que tiene el espectador es que tal vez el loco no sea Serpico, sino el mundo corrupto que lo rodea. Teníamos todo para hacer de la sociedad un paraíso. Bastaba con ser honestos los unos con los otros, ayudarse y, en definitiva, pensar en los demás y no sólo en uno mismo y en nuestro beneficio inmediato. Sin embargo, no lo hemos hecho. Hemos creado un mundo en el que personajes como el Quijote o Serpico son tachados de locos por comportarse como se espera que cualquiera debería hacerlo. ¿Quién es el loco? ¿El hombre que hace el bien incluso aunque ello le perjudique, o los que contribuyen a crear un infierno aquí en la tierra con sus prácticas violentas, corruptas y malvadas? 
    Lo interesante del personaje de Serpico y del Quijote es que, narrando su vida, Lumet y Cervantes ponen el foco sobre nosotros mismos. En el caso de Cervantes, nos reímos de su protagonista. Somos así cómplices de un mundo injusto que se ríe de alguien que trata de hacer el bien. De ahí que la risa en el Quijote siempre tenga un tinte amargo. En lo que se refiere a Serpico no debemos engañarnos. Serpico es un chivato, un tipo que va a su aire. En la vida real, cualquiera de nosotros marginaríamos a alguien así. En las relaciones humanas uno no puede ser un tipo íntegro. Hay que amoldarse a los demás para ser aceptados y encajar. Es muy cómodo ver la película e identificarnos con el personaje y no ir más allá, pero esta sería una visión pasiva y limitada. El mensaje de la película, como el de El Quijote, es que el cambio social empieza por uno mismo. Es muy fácil criticar a nuestros políticos y demás autoridades y no aplicarse el cuento. Todos, de alguna manera, contribuimos a este mundo corrupto, somos cómplices. A lo mejor defraudamos, cogemos pequeños sobornos o robamos algo a alguna administración pública. Todo cosas pequeñas que pensamos que no hacen daño a nadie. Pues no. La corrupción se instala en el país cuando se convierte en una práctica generalizada. Sólo se trata de diferentes niveles.
    En cuanto a la narración, Serpico puede llegar a ser monótona. No tiene giros inesperados, ni intriga -sabes cómo acaba desde la primera escena-, y la trama avanza por acumulación. Vamos viendo cómo se desarrolla la vida del protagonista, que es más o menos siempre lo mismo. Se enfrenta a diferentes situaciones de corrupción sin caer en la tentación, lo que indefectiblemente le acarrea la desconfianza y la antipatía de sus compañeros. Tiene cierto tono documental que al público actual, acostumbrado a ser sorprendido continuamente con innumerables peripecias, se le puede hacer un poco pesado. En cualquier caso, es una grandísima película que merece la pena ser vista. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario