Narra la rivalidad que en su época mantuvieron dos grandes pilotos de Fórmula 1, el británico James Hunt y el austriaco Niki Lauda, sobre todo en la temporada automovilística de 1976, en la que este último sufrió un gravísimo accidente que casi le costó la vida. (Filmaffinity)
Yo tenía muchos prejuicios con esta película. No me gustan nada los coches, ni ver las carreras que ponen por la tele, ni conducir mi monovolumen. Las películas de coches me aburren soberanamente. No veo nada interesante en unos tipos acelerando a tope y quemando rueda, y desgraciadamente la inmensa mayoría de las películas sobre coches suelen ser una excusa para colarnos un montón de escenas trepidantes de rugidos de motos y ruedas que chirrían. Rush no es de estas películas. Por eso me gustó y creo que es interesante que cualquiera la vea.
Como dice el resumen del argumento de Filmaffinity, Rush cuanta la rivalidad que mantuvieron en su época Niki Lauda y James Hunt. Con esta excusa, el guionista y el director recurren a una dicotomía que lleva obsesionando a los hombres desde Platón. ¿Qué es más importante, el arte o el genio? James Hunt encarna al genio. Al hombre que tiene un don especial para hacer algo. No le hace falta trabajar en ella. Sale de forma natural y eso le hace sobresalir por encima de los demás. Es un elegido por las musas. Por el contrario, Niki Lauda trabaja como una hormiguita. Estudia de forma obsesiva los motores de los coches, los trazados de la carretera, lo que le lleva a convertirse en campeón. Trabajo contra inspiración. Una dicotomía que obsesionaba ya al mundo clásico. ¿Gens o arte? Cada época ha dado sus propias respuestas. Hoy en día, herederos ideológicos como somos del Romanticismo, tendemos a inclinarnos hacia el genio. Sin embargo, parte de la grandeza del filme es que no se inclina hacia ninguno de los lados. Como Horacio, parece que la excelencia nace del equilibrio entre ambos polos.
Es muy interesante que el debate entre genio y arte sea aplicado al deporte. En la literatura o la pintura o la música hay inevitablemente un componente subjetivo en el juicio. Pese a los innumerables esfuerzos que se han hecho para ello, ninguna escuela crítica ha conseguido establecer unos criterios por los que Shakespeare es mejor que El Canto del Loco. Sin embargo, en los coches sí existe ese criterio objetivo: el cronómetro. Y los ganan.
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