No
sé cuánto tiempo pasó desde que le pregunté a Gema a bocajarro
por qué venía al gimnasio y el día en que Moncho
me dijo que venía para verse guapo. Estábamos en la sala de
musculación, justo al final, donde hay unas estructuras metálicas y
los espejos. Moncho hacía dominadas -pull ups en jerga técnica- y
yo vagueaba, retrasando lo más posible las odiadas estocadas
-lunges- con mancuernas.
-Oye
Moncho
-le dije-. Tú pasas mucho tiempo aquí.
-Sí
-confirmó él con la respiración agitada-. Dos horas diarias.
Se
me escapó una exclamación de asombro.
-Joder.
Dos horas son mogollón de tiempo. ¿Para qué pasas tanto tiempo
aquí?
Todavía
no lo he dicho, pero Moncho
era uno de mis alumnos de segundo de bachillerato. Me cae bien
fudamentalmente por dos razones:
a)
Es muy educado.
b)
Es de una sinceridad pasmosa. Dice las cosas tal cual las piensa, sin
importarle mucho la impresión que pueda causar en los demás.
En
consecuencia, me respondió con esa sinceridad suya tan brutal.
-Para
estar cachitas. Para estar bueno.
A
mí se me descolgó la mandíbula. Este chico de dieciocho años se
pasaba dos horas diarias en el gimnasio para estar guapo.
-¿Y
tu novia? ¿Y Laura?
¿No pasas tiempo con ella?
Moncho
y Laura,
además de novios, eran compañeros de clase. Por lo tanto, ella
también era mi alumna y una de mis informantes en el gimnasio.
También me cae muy bien. Moncho
hizo un gesto con la cabeza, señalando la zona de cardio a sus
espaldas.
-Ella
también viene mucho -dijo.
Era
cierto. Frecuentemente coincidía con Laura
en el gimnasio por las tardes. Lo que no sabía es que se pasaba TODA
la tarde allí.
Acabé
las odiosas estocadas -lunges- y me fui a casa.
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Esta es la mierda de lounge que hacía yo. |
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Y esta es la poderosa dominada que hacía Moncho. |
Al
día siguiente asalté a Esteban en la máquina de poleas. Ya he
hablado de Esteban, Es, con la excepción de Juan, mi informante más
productivo. Fue alumno mío hace años. Un estudiante pésimo, pero
el único que me hacía caso cuando yo recomendaba una serie o un
cómic en clase. Un ejemplo clarísimo del fracaso del sistema
educativo. Con el tiempo, seguimos hablando de series y cómics y
películas y fuimos forjando cierta confianza. Desde el primer
momento Esteban supo que todas mis preguntas siempre iban encaminadas
a mi pequeño estudio antropológico de QproGym. A él, lejos de
intimidarle, parece que le gusta. Desde luego siente curiosidad,
porque muchas veces me pregunta qué tal va mi libro.
-Oye
Esteban, ¿por qué vienes al gimnasio? -le espeté.
-¿Esto
es para tu libro?
-Sí.
¿Para qué vienes al gimnasio?
-
Eso ya me lo has preguntado otro día.
-
Ya. Pero te lo pregunto otra vez.
-No
sé. Para estar bien.
-Estar
bien es una respuesta muy genérica. Estar es un verbo copulativo
vacío de significado y bien es un concepto tan ambiguo que casi
puede caber cualquier cosa dentro de él. ¿Qué es estar bien?
Esteban
se rió.
-No
sé, joder. Estar bien. Para eso. Estar bien.
En
defensa de Esteban, he de decir que es un chaval bastante espabilado
y que explicar lo que nos parece obvio es lo más difícil. Además,
era la segunda vez que le venía con la misma pregunta trampa.
-Me
tienes que explicar qué entiendes tú por bien –dije.
Se
volvió a reír.
-No
sé. Bueno. Sin grasa. Así, un poco mazao.
Eso
estaba mucho mejor.
-¿Quieres
decir guapo?
-Sí.
Sin michelines, ni barriga. Así, con músculo -hizo un gesto
señalándose el hombro.
-Me
gustaría que siguieses por ahí. ¿En qué consiste estar guapo?
¿Cómo tiene que ser tu cuerpo guapo?
Literalmente,
Esteban flipó. Acabo de decir que racionalizar lo que hemos
naturalizado es los más difícil. Le llevó un tiempo explicarme que
un cuerpo bello es un cuerpo musculado, sin rastro de grasa y, para
mi sorpresa, también sin pelo. Yo tomé nota de todo, primero
mental, y luego en mi cuaderno de notas.
Al
día siguiente, en clase, le pregunté a Moncho
qué era estar guapo y la respuesta fue exactamente la misma que la
de Esteban. Sus compañeros de clase dijeron todos más o menos lo
mismo. Ser o estar guapo consiste en tener un cuerpo musculado, sin
un ápice de grasa ni vello. Y entonces fue cuando me vino a la
cabeza aquello que me había dicho Gema: que venía al gimnasio a
quitarse alguna cosita de aquí y de allá, porque siempre sobra
algo.
La
conclusión a todas estas afirmaciones es evidente: existe una
relación directa entre QproGym y la belleza. Pero entre un tipo de
belleza muy concreto, que es el propio de nuestro tiempo y que
podemos ver en los modelos de belleza que nos vende la publicidad y
la televisión.
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Según Telecinco este es el hombre más guapo del verano. Su cuerpo canónico es a lo que aspiran muchos de los usuarios de Qpro. |
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Elsa Pataki responde al modelo de belleza femenino. |
El
ideal de belleza ha cambiado mucho a lo largo de la historia. Basta
con ver los cuadros de Venus. Se supone que Venus es un mito de la
sensualidad y el erotismo o, en otras palabras, la que pone cachondo
a los hombres. Es muy curioso ver cómo ha cambiado tanto en los
últimos años. Tanto la Venus de Botticelli -siglo XV-, como las de
Tiziano -siglo XVI-, son bastante parecidas: jóvenes rubias, de pelo
rizado y piel muy blanca, con unas tetitas bastante pequeñas y
barriguita redondeada, lo que hoy llamaríamos michelines. En todas
se intuyen unas caderas un poco anchas y, desde luego, no hay ni
rastro de músculo alguno en ninguna de ellas. La Venus del Espejo de
Velázquez -siglo XVII- está de espaldas dibujando un cuerpo en
forma de pera: estrecho arriba y ancho abajo. La Venus de Veronese
-siglo XVIII- es bastante parecida a las anteriores. Y así podríamos
seguir con los cientos de cuadros de Venus que se han hecho desde el
siglo XV al XVIII. Todas siguen el mismo patrón: mujer blanca con
cuerpo de pera. De hecho, les gustaba tanto ese modelo de mujer
culona, que adornaban los vestidos con unos armatrostes muy pesados
que se llamaban miriñaques y que las hacían parecer como si se
hubiesen sumergido hasta la cintura en una mesa camilla y la llevasen
puesta. Durante el Romanticismo cambió bastante el ideal de belleza:
la mujer gusta muy delgada, pálida y con aspecto enfermizo; y en la
Inglaterra victoriana una cinturita de abispa embutida en un corsé.
Si nos vamos más lejos, en la prehistoria sentían predilección por
las obesas -Venus de Willendorf-, en el antiguo Egipto gustaban las
mujeres con piernas largas y cuerpos estilizados; y en Roma unas
narices fuertes y frente despejada -a mí me dan la impresión de
cabezonas con nariz ganchuda-. No se trata aquí de hacer un análisis
detallado de los cambios en los modelos de belleza femenina
a
lo largo de la Historia. Creo que con los ejemplos citados basta para
demostrar que nuestra mujer perfecta, alta, delgada, con pechos
grandes, caderas pronunciadas y cuerpo tonificado no es en absoluto
universal.
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Una Venus de Tiziano. Comparad con Elsa Pataky. |
Como
antropólogo me niego a aceptar que estos cambios sean fruto del
azar.
Marvin
Harris,
siguiendo a Veblen,
relaciona el modelo de estética con cuestiones económicas: en
Europa, hasta el siglo XX, se pasaba hambre. Los michelines eran un
signo de cierto estatus económico. Lo mismo sucedía con la piel
blanca. Los
campesinos
trabajaban al aire libre, mientras que la nobleza podía permitirse
pasar el día a la sombra en los aposentos de sus castillos. Si esto
ha cambiado en el siglo XX, es porque a partir del siglo pasado las
clases trabajadoras pasan sus jornadas laborales en oficinas,
tiendas, supermercados, etc..., y son solo los ricos los que pueden
pasar el tiempo ociosamente tumbados al sol. La comida rica en grasas
saturadas es mucho más barata y hay que tener mucho tiempo libre
para pasar el día haciendo deporte. Después de pasarse diez horas
atendiendo a clientes en un supermercado, difícilmente vas a tener
ganas de ir al gimnasio. Además de que la cuota de gimnasio cuesta
dinero.
Aunque
tiene algo de razón, a mí esta explicación me parece que
simplifica demasiado. Creo que el ideal de belleza que se persigue en
QproGym tiene más aristas.
La
ausencia de bello, los cuerpos tonificados y la falta de grasa como
signos de belleza hay que ponerlos en relación con otros fenómenos
sociales tales como las cremas antiarrugas, la operaciones de cirugía
estética, los productos para eliminar las varices y la celulitis,
etc... Todos ellos signos de que el ideal de belleza se identifica
con la juventud. Un cuerpo guapo es, ante todo, un cuerpo joven, casi
infantil.
La
revolución científica ha creado una sociedad que rinde culto a la
juventud y la salud. El sentido de la vida ya no es el más allá
después de la muerte, como sucedía, por ejemplo, en la Edad Media.
Ahora lo que importa es la vida, hay que disfrutar aquí y ahora. La
medicina nos promete el paraíso en la Tierra libres de enfermedades
y dolores, eternamente jóvenes. La vejez y la enfermedad son un
recuerdo constante de esa muerte que trata de negar la medicina. El
ideal de belleza no podía ser ajeno a estos cambios. El cuerpo bello
de Moncho,
de Esteban, de
Laura, de
los anuncios de cremas, de las operaciones, es un cuerpo joven porque
trata de eliminar todo lo que nos recuerde que envejecemos y nos
morimos. En este sentido, David Le Breton en Antropología
del cuerpo y la modernidad,
sostiene que, como el cuerpo no es más el centro desde el que se
irradia el ser, se convierte en un obstáculo, en un soporte molesto.
La sociedad occidental está basada en el borramiento del cuerpo, de
ahí todos los ritos de evitamiento: no tocar al otro salvo en
circunstancias particulares de familiaridad; no mostrar el cuerpo
total o parcialmente desnudo salvo en ciertas circunstancias
precisas; la existencia de reglas del contacto físico (dar la mano,
abrazarse, distancia entre los rostros y los cuerpos…); disimular
todo lo que tenga que ver con los olores corporales por medio de
perfumes, jabones, etcétera; y ocultar los mecanismos de
funcionamiento corporal, como los mocos, la orina, los excrementos,
la sangre menstrual, la saliva, etc. Del mismo modo en el ascensor o
en el autobús hay que hacer ver como si el otro se hubiese vuelto
transparente, como si no tuviese cuerpo, los
cuerpos esculpidos de Moncho
y Esteban son los cuerpos limpios, sanos, asépticos de la
excepcionalidad. No son cuerpos cotidianos. En los gimnasios y en la
publicidad se da un ardid que consiste en hacernos pasar como
liberación del cuerpo lo que sólo es elogio del cuerpo joven, sano,
esbelto, es decir, un no-cuerpo. El modelo de belleza de nuestros
días hay que enmarcarlo en la negación del cuerpo de la sociedad
occidental.
La
actitud hacia los ancianos es cultural. En sociedades tradicionales,
como las tribus cultivadoras sedentarias, los ancianos gozaban de
muchísimo respeto. En este tipo de sociedades, el mundo apenas si
cambiaba entre generaciones. Por eso se consideraba que los viejos
habían acumulado sabiduría y, en consecuencia, su voz era escuchada
siempre que la comunidad tenía que decidir acerca de cuestiones
importantes. Nuestra cultura es exactamente lo contrario. Zygmunt
Bauman define nuestro mundo como modernidad líquida.
En esta todo cambia y nada es estable, porque así lo demanda el
sistema capitalista. Hay que moverse continuamente, para adaptarse a
las necesidades del mercado y para desechar los productos que hemos
comprado y adquirir otros. El sistema necesita que nos mantengamos en
cambio perpetuo tanto como productores/trabajadares como como
consumidores. La vejez nos desagrada, entre otras cosas, porque, por
definición, lo viejo es lo que ha quedado desfasado por el cambio.
Este cambio continuo se proyecta en la belleza, tanto artística,
como de los cuerpos. Nos gustan las series y las novelas llenas de
cliff hungers que nos hacen consumir imágenes una detrás de otra
sin detenernos a reflexionar sobre lo visto o lo leído. Y nos gustan
los cuerpos jóvenes porque son un signo de eso nuevo, adaptado al
cambio, listo para ser consumido.
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NOTAS