lunes, 7 de agosto de 2023

RACIONALIZACIÓN

 


    Fue un Sábado. La noche anterior me había pasado un poquito con el vino. Me dolía la cabeza y tenía ese desagradable revoltijo estomacal propio de la resaca. Tampoco había dormido bien, así que estaba cansado. Lo lógico hubiese sido quedarse en casa o dar un paseíto tranquilo por la orilla del mar, pero pensé que sudar me ayudaría a combatir la resaca. Hice la mochila y fui a QproGym. Me subí a la bicicleta estática. Empecé a pedalear perezosamente. Con cada latido del corazón las sienes palpitaban y me dolía más la cabeza. Seguí con más fuerza. Debía alcanzar un nivel de esfuerzo que abriese los poros de mi piel para liberar las toxinas en forma de sudor y así quedar por fin libre del malestar de la resaca. Aumenté otra vez la cadencia del pedaleo. Empecé a jadear. Los primeros signos de sudor aparecieron en los sobacos y la parte baja de la espalda. Una gota cayó resbalando por el pelo delante de la oreja. Iba por el buen camino. Pero la cosa no estaba siendo fácil. La cabeza me seguía doliendo y las piernas me ardían como si estuviese levantando cien kilos. Sea como sea, no debía decaer. Le di más caña. Jadeé, sudé y, sobre todo, sufrí. Mucho. Sufrí un montón. Mi entrega fue total. Era increíble lo mal que me sentía y lo duro que estaba trabajando. Hasta que miré el reloj. Fue como si me hubiesen tirado una mierda a la cara. Siete minutos. Siete putos minutos. Había estado a punto de morir de un infarto para siete putos minutos. Pero no me amilané. Seguí dándolo todo hasta hacer mis 45 minutos de cardio sin parar. Fue algo épico, porque el tiempo pareció estirarse, casi hasta detenerse. 45 miserables minutos convertidos en una eternidad. Observé a los otros usuarios del gimnasio con odio. Seguro que a aquellos asquerosos el tiempo se les pasaba mucho más rápido que a mí. Acabé mi sesión de bici y me desplomé en las colchonetas. Tenía la camiseta empapada y me quería morir.


No soy yo, pero podría serlo.


    No digo nada nuevo cuando afirmo que la percepción del tiempo es subjetiva. Anthony Giddens, en Consecuencias de la Modernidad, sostiene que en las sociedades tradicionales el tiempo se medía en función del espacio -posición del sol, por ejemplo-. Pero en el siglo XVIII se inventó el reloj, que pronto se extendió a toda la población. Esta máquina permitió separar el tiempo del espacio. Paralelamente se unificaron internacionalmente los calendarios. Giddens habla de "vaciado temporal", en el sentido de que la medición del tiempo se convierte en algo abstracto, sin contenido.


Giddens. Aunque fue asesor de Tony Blair,
es un sociólogo muy interesante.

    Durante el tiempo que yo estuve en la bicicleta estática, las manecillas del reloj se movieron igual para todo el mundo. Pero este movimiento no fue más que un recipiente vacío, que hay que llenar con la experiencia personal de cada uno.
    Me llevó un tiempo darme cuenta de que el tiempo objetivado de QproGym solo es una forma más de racionalización de nuestra sociedad contemporánea. La MdDonalización de la sociedad desarrolla y aplica al siglo XXI la teoría de Max Weber de la jaula de hierro y la hiperracionalización. Según Ritzer el concepto que rige nuestra forma de trabajar, producir y consumir es la eficacia. La definición de eficacia es un poco compleja, pero se ve muy clara con una serie de ejemplos:
    En McDonald´s, y en general en todos los restaurantes de comida rápida, se ha demostrado que es mucho más eficaz que los clientes hagan muchas de las funciones que antes estaban destinadas a los camareros. En estos restaurantes el cliente es el encargado de hacer cola ante una barra para recoger la comida, en lugar de esperar tranquilamente a ser atendidos en la mesa. Después de comer es el encargado de recoger sus sobras y tirarlas a la basura, dejando así limpia la mesa para el siguiente.


Lo que en un restaurante normal hacen los camareros
y lo que en McDonald´s haces tú. 


    Igualmente, en estos restaurantes se trabaja en cadena. En lugar de que haya un cocinero que pique la cebolla, limpie y trocee el tomate, ponga a la plancha la hamburguesa, etc... se trabaja como en una cadena de montaje. Hay un supervisor que se encarga de prevenir qué productos se demandarán, los pide y, en la cadena, un chico coge las carnes de las hamburguesas y las pone en la plancha, otro las saca y las pone en los panes, un tercero coloca el tomate, la lechuga y la cebolla, un cuarto echa las salsas y el quinto mete la hamburguesa ya hecha en esas cajitas de espuma.





Tres actividades desarrolladas por los empleados
 de McDonald´s. El empleado puede pasarse ocho horas
 seguidas haciendo solo lo que se ve en cada una de las fotos, 


    Ambos fenómenos -trasladar parte de la producción al cliente y trabajar en cadena- se consideran más eficaces porque abaratan mucho el coste y se produce una mayor cantidad en menor tiempo.
    Ritzer escoge McDonald´s como metáfora de la sociedad moderna porque es una de las empresas más conocidas a lo largo y ancho del mundo, pero estas estrategias para aumentar la eficacia se dan en otros muchos lugares. Así, sin pensar demasiado, se me ocurren un montón:
1. IKEA traslada gran parte de la producción al cliente. Tú recorres la tienda, anotas lo que quieres en un papel, luego bajas a un hangar enorme, coges el producto, lo cargas hasta la caja registradora, lo pagas, lo metes en el coche, lo llevas hasta tu casa, lo montas tú y lo colocas como puedes. Por eso los muebles de IKEA son mucho más baratos que los de las tiendas convencionales.
2. Las máquinas de café que hay en cualquier oficina. En lugar de ir a la cafetería a que te hagan un café, metes una moneda en una máquina y te tomas el café de pie en un vasito de plástico.
3. Las cabinas de pago de las autopistas en los que no hay nadie atendiendo, sino que tienes que ser tú el que meta la tarjeta y, si quieres un recibo, apretar un botón para que la máquina lo expenda.
4. Un crucero, que son unas vacaciones planificadas en las que se aprovecha todo, especialmente el viaje para dormir y supuestamente no perder tiempo en los desplazamientos.
5. El supermercado. En el ultramarinos pedías lo que querías en un mostrador y, si eras cliente habitual, hasta el chico te lo llevaba a casa. Ahora lo coges tú de las estanterías y lo llevas a la caja. En el último y más delirante estadio de la racionalización llegas incluso a cobrarte tú mismo en las cajas de autopago con el cebo de que son más rápidas.
6. El centro comercial. Ya no hay que ir a buscar una tienda detrás de otra. Basta con coger el coche y acercarnos a un centro comercial para tener todas las tiendas juntas, sin necesidad de desplazarnos de una a otra. Al final de la jornada, si estamos cansados, ya no hay por qué fatigarse buscando una cafetería porque suele haber varias en la última planta.
    Podríamos seguir así con prácticamente todas las actividades humanas actuales, porque en todas se ha tratado de optimizar la eficacia.

Ikea. La pesadilla de la racionalización, que es una 
máquina de destrozar matrimonios. 

    Según Ritzer hay tres conceptos fundamentales que determinan lo que se considera eficaz y lo que no:
    En primer lugar está la cantidad. Producir mucho y en gran cantidad se considera un signo inequívoco de eficacia. Importa muchísimo más la cantidad que la calidad, de ahí la proliferación de restaurantes del estilo de McDonald´s y la tiranía de los índices de audiencia que lleva a las cadenas a insertar en sus programas basura como Sálvame que tiene una calidad ínfima pero que asegura altos índices de audiencia.
    En segundo lugar parece preocuparnos mucho la predicibilidad. Queremos saber exactamente qué es lo que nos vamos a encontrar, desde la comida al cine. Uno puede entrar en un McDonald´s, un IKEA, un Zara o cualquier otra multinacional en cualquier parte del mundo y sabe exactamente cómo va a ser y, por ende, el modo en que tiene que comportarse.
    Y, en tercer lugar, es muy importante el control, tanto de los trabajadores como de los clientes. En un Zara o en un H&M el encargado ejerce un control férreo sobre sus empleados a los que vigila siendo este a su vez controlado por otro cargo por encima de él. Los trabajadores también se controlan entre ellos por medio de comentarios y denuncias a los superiores. Y los clientes son controlados, ya que se les prescribe un comportamiento muy concreto en todos y cada uno de estos establecimientos. Entramos, buscamos lo que nos gusta, lo llevamos al probador, una chica nos da un plastiquillo con un número que identifica la cantidad de prendas que llevamos. Nos las probamos, nos quedamos con la que nos gusta y le dejamos las que no a la chica. Luego vamos a la caja, hacemos cola, pagamos, nos meten nuestra compra en una bolsa y nos vamos. Cualquier comportamiento que no entre dentro de este férreo patrón va a ser percibido como anormal y con toda probabilidad va a acabar en una llamada a seguridad.

Clientes amaestrados de Zara.


    Sin embargo, Ritzer observa que desde finales del siglo XX el control se ejerce cada vez más por medio de máquinas y menos por medio de personas, ya que las máquinas son percibidas como formas de control más eficaces y menos agresivas que las personas. Así, el trabajo que antes lo hacían personas se ha pasado a la tecnología -por ejemplo las cabinas de autopago en los autopistas y supermercados, o la cadena de producción de hamburguesas de McDonald´s, en las que un pitido suena periódicamente avisando a los trabajadores de las diferentes actividades que tienen que hacer, como levantar la carne de la plancha o ir a desinfectarse las manos-. En este punto Ritzer hace un par de observaciones graciosas cuando señala la falsa camaradería y la falsa sensación de intimidad entre cliente y trabajador creada por la alegría forzada de los trabajadores de los sitios mcdonalizados y dice que parece que estás en un campo de reeducación y que les han dado un euforizante o alguna otra droga. Y le fascina que estos trabajadores sean todos iguales allá donde estés: el mismo corte de pelo, misma complexión, todos parecen buenos chicos.
    QproGym es una oda a la racionalización y la eficacia. En primer lugar, es un espacio común para que todos hagamos ejercicio allí. Podríamos hacerlo a nuestro aire en casa, pero para ello tendríamos que tener una casa enorme y hacer una inversión considerable en máquinas. Esto escapa a las posibilidades de la mayoría de los usuarios, así que compartimos gastos vía la cuota mensual y a cambio podemos disponer de todo tipo de máquinas especializadas muy caras en un espacio amplio y agradable.


Espacio racionalizado de Qpro.

    En segundo lugar, a los usuarios se nos asigna una tabla de ejercicios en función de los objetivos de cada uno, pero que es bastante similar para todos. Empezamos con diez o quince minutos de ejercicio cardiovascular (nos dejan elegir entre bicicleta estática, elíptica, remo o cinta de correr), luego vamos a la zona de musculación, hacemos dos o tres ejercicios -estos son los individualizados en función del objetivo-, volvemos al cardiovascular otros diez o quince minutos, más ejercicios de fuerza y, si no estás exhausto, puedes darle un poquito más al cardio. Igual que podríamos tener un gimnasio en casa, podríamos tener un entrenador personal, pero eso sería caro y la mayoría no nos lo podríamos permitir, así que recurrimos a que Juan nos haga una tabla de ejercicios individualizada, pero que luego hacemos de forma individual. Juan, o el monitor que esté en ese momento en la sala, nos controla desde la distancia y, si ve que estamos haciendo algo mal, interviene. Pero no está con nosotros la hora y media que estamos allí, guiándonos y prestándonos atención individualizada. 
    Y en tercer y último lugar, nuestro comportamiento, gracias a las tablas, es perfectamente predecible. Como borreguitos bien amaestrados seguimos la rutina pautada. Juan nos tiene bien controladitos sin tener que recurrir a la fuerza, ni siquiera a la intimidación.
    Sin embargo, como comprobé aquel Sábado por la mañana de resaca en la bicicleta estática, no todo es maravilloso en este mundo mcdonalizado. Hay, por el contrario, evidencias de multitud de irracionalidades que ponen límites y en peligro al racionalismo de la cadena producción-consumo moderno. Y aquí, a bote pronto, se me ocurre otra buena batería de ejemplos:
1) los atascos y las colas interminables en las autopistas cuando no pasa la tarjeta o alguna cabina no funciona.
2) Los cajeros automáticos son sangrantes. En primer lugar, te aseguran que son rápidos, lo que tes mentira cochina, porque para encontrarlos hay que irse muy lejos y, en muchas ocasiones, no nos pueden dar dinero por las más diversas razones. Además, el banco se ahorra un empleado al convertir al cliente en un trabajador sin sueldo que hace él solito sus propias gestiones, pero, en lugar de revertir eso sobre el consumidor, el banco se queda con un porcentaje de cada operación.
3) Es cierto que los centros comerciales ahorran tiempo porque allí puedes comprar comida, ropa, ir al cine y tomar una caña todo en el mismo sitio. Pero hay que desplazarse hasta ellos y suele haber atascos y muchos problemas para encontrar aparcamiento, de modo que el ahorro de tiempo no es más que supuesto.
4) En los parques de atracciones, donde se supone que uno tiene toda la diversión concentrada, se pierde el noventa por ciento del tiempo en desplazamientos y colas interminables.
5) Puede ser más eficaz hacer la comida tú en casa que meter a toda la familia en un coche, conducir hasta el restaurante de comida rápida de turno, llenarse de comida y conducir de vuelta a casa. Son restaurantes de comida rápida a medias.




    Por todo ello a Ritzer no le acaba de convencer la mcdonalización de la sociedad. Este juego de racionalización/eficacia no son el medio más eficaz para alcanzar un fin. El sistema resulta eficaz para los empresarios que tienen unos beneficios mucho mayores, pero desde luego no para el cliente. Además estos sistemas generan una cantidad indecente de desperdicios, lo que degrada mucho el medio ambiente y a la larga generará graves problemas. Y finalmente, todo en ellos es ficción. Para los clientes no es eficaz ni barato, sólo se les proporciona la ilusión de eficacia y baratura e, incluso, de diversión. McDonald´s pone payasos y parques infantiles, se nos vende una tarde en el centro comercial como si fuese la fiesta máxima y se nos crea la ilusión de que nos estamos divirtiendo.
    No creo que esto último sea este el caso de QproGym. QproGym es una pequeña empresa, y solo las grandes multinacionales pueden llegar a este estadio de racionialización/extracción del capital. No creo que el simpático Juan saque unos beneficios astronómicos gracias a sus tablas de ejercicio, sino que simplemente hacen viable el negocio y que mucha gente pueda hacer deporte sin ser millonario. Tampoco creo que degrade mucho el medio ambiente, aunque en esto tengo que reconocer que no es más que una impresión, ya que no tengo conocimiento alguno sobre la huella de carbono de un gimnasio. Y finalmente no sé hasta qué punto se crea una ilusión de diversión. Desde luego yo no lo paso nada bien.

    Anexo:
    En una de nuestras entrevistas, le comenté a Juan que la racionalización del tiempo y la actividad en QproGym era absurda porque el ejercicio depende de cómo te encuentres. Juan abrió mucho los ojos y levantó las palmas de las manos
    -Joder. Pues haz menos.
    Obvio.
    Lo que no le dije a Juan es que hemos asimilado hasta tal punto los procesos de racionalización que hemos adecuado nuestra percepción a ellos. Por muy mal que me encuentre, si no hago los 45 minutos de cardio, no tengo la sensación de haber hecho bien deporte.

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