Un investigador del FBI especializado en analizar la mente y el comportamiento de los asesinos en serie se ve obligado a recurrir a Hannibal Lecter, a quien mandó a la cárcel, para que le ayude en el caso de un asesino de familias, cuyo patrón de conducta le resulta imposible desentrañar. (FILMAFFINITY)
El problema de El dragón rojo es que existe El silencio de los corderos. Supongo que el hecho de hacer una precuela que repetía con el actor protagonista le hizo gran parte de la publicidad y le aseguró unos cuantos millones de personas gastándose el dinero de la entrada del cine. Esto seguro que sirvió para que las empresas que invirtieron en la película recuperasen su dinero y ganasen algo más. Pero, más allá de lo estrictamente económico, la comparación con El silencio de los corderos le hace más daño que otra cosa. Porque realmente El dragón rojo es un thriller más que correcto. Tiene intriga, mucha tensión y giros de guión como se espera de este género. La actuación de Anthony Hopkins es la de siempre y hay que sumarle la de Edward Norton que nunca falla. Técnicamente no le veo ningún problema y lo cierto es que pasé dos horas bastante entretenido. Es cierto que cuando terminé me olvidé inmediatamente de ella y no volví a pensar más. No plantea ningún conflicto ético, ni tiene unos personajes o una historia que conmuevan. Pero no es eso lo que se le pide al thriller. El thriller tiene que mantenerte pegado a la pantalla con el alma en vilo. Espero tensión continua y varios giros que me sorprendan. Y eso lo tiene El dragón rojo. Desgraciadamente para ella es la precruela de El silencio de los corderos. Todo el mundo las va a comparar y la verdad es que no aguanta la comparación. Es cine de entretenimiento puro y duro y nada más. Lo hace bien, pero no va más allá.
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