lunes, 17 de agosto de 2015

Nigel Barley. Bailando sobre la tumba.



 Aunque no lo parezca, Nigel Barley no sólo escribió El antropólogo inocente. También escribió una continuación -Una plaga de orugas- y algún que otro ensayo académico bastante interesante. Bailando sobre la tumba es uno de estos.

   Se trata de un ensayo de antropología simbólica en toda regla. Parte de la tesis del relativismo tan caro a la antropología actual y dedica todo el primer capítulo a demostrar cómo la muerte también está sujeta a él. En unas determinadas culturas se reacciona ante la muerte de una manera, unos se ríen, otros lloran, aquéllos bailan, etcétera. La experiencia de la muerte es universal, pero el modo en que se entiende, cómo se reacciona ante ella, como se ritualiza, etc. depende de las diferentes culturas. Por ejemplo, en México, el Día de Todos los Santos y en muchas otras culturas la gente hace chistes, se ríen y hacen bromas durante el entierro y demás. Esto nos resulta extraño a los europeos y pensamos que es irrespetuoso. Esto se debe a que, en primer lugar, la definición de respeto y el modo en que se muestra es cultural; y, en segundo lugar, a que esto de reír es exactamente el polo opuesto a nuestra actitud. Tanto reírse como nuestra extrema gravedad son actitudes igualmente forzadas. No debería sorprendernos que reír sea forzado (nuestra gravedad también lo es), sino que sea exactamente lo contrario.



   Para nosotros la muerte es un hecho exclusivamente biológico. Se muere el cuerpo y ya no hay vuelta atrás. Esto es consecuencia del materialismo extremo de nuestra sociedad. En otras culturas no tan materialistas la gente no se muere de una vez. Para ellos la muerte es un proceso reversible. Nigel Barley cuenta una anécdota en un pueblo de África. Allí un individuo le dijo que su mujer había muerto. Barley se quedó muy compungido y luego se enfadó cuando vio a la señora perfectamente viva bajando por la montaña. Resultaba que la mujer solo se había desmayado, y es que en aquella cultura el término para desmayarse y morirse era el mismo. Y así uno podía ir y volver de la muerte.

   Nuestra cultura percibe la existencia en función de la dualidad cuerpo/alma. Si se muere el cuerpo, es el fin. Por el contrario, en otras culturas es muchísimo más complejo. La muerte no es la muerte del cuerpo. Se pueden tener siete almas, etcétera.



   "Cada uno de nosotros lleva un animal dentro. Casi todo nuestro ADN lo compartimos con formas de vida muy inferiores. La humanidad no es otra cosa que un añadido tardío en los márgenes del anteproyecto. Este punto de vista está presente en campos tan diversos como la etología, la noción por la cual el hombre es un simio mejorado, la psiquiatría, la noción de que en nuestro interior existen deseos salvajes pugnando por escapar de la coraza civilizada, y los estudios estratégicos, la noción de que la guerra y la agresión son inherentes a la acción humana. Todos ellos pueden considerarse variantes del totemismo, la idea, compartida por muchos pueblos, de que las relaciones entre animales son una buena manera de reflexionar sobre la condición humana. Se ha desarrollado incluso una especie totemismo médico de los animales de laboratorio, según las semejanzas médicas entre sistemas orgánicos elementales. Los cerdos son lo mejor para los experimentos relativos a la circulación, los monos para los pulmones, los armadillos, curiosamente, para afecciones cutáneas como la lepra".

   Debida a la dualidad cuerpo/alma, en nuestra cultura el único rasgo distintivo de la muerte es la putrefacción del cadáver. Con el desarrollo de la medicina y la consecuente posibilidad de tener a alguien en coma, los médicos han tenido que crear subcategorías en la muerte: muerte cerebral, muerte cardíaca, etcétera. Redefinimos así las fronteras de la muerte continuamente como las de los estados en guerra. 

   En otras culturas los límites de la muerte son completamente distintos. Un informante de Barley que tenía el cadáver de la abuela envuelto en trapos en el salón sostenía que no estaba muerta, porque en su cultura las personas sólo mueren cuando el cuerpo sale de casa. Asimismo, en las islas Salomón tienen dos categorías/palabras distintas de nuestras muerte/vida. Tienen una palabra que engloba muerto, muy viejo y enfermo, y otro término para todo lo demás.

   Las relaciones con los muertos y el más allá también son de todo tipo. Hay culturas en las que se nos engaña, se los respeta, se habla con ellos, etcétera. Por ejemplo, en Taiwán los vivos y los muertos pueden casarse.

   Resulta curioso el concepto de fuerza vital. En el siglo XIX occidental se pensaba que cada individuo poseía cierta cantidad de fuerza vital que poco a poco se iba acabando. Cuando ya no había más, te morías. El orgasmo dilapidaba energía por lo que prescribía la abstinencia. Hoy en día es justo al revés. Partimos de la idea de que el uso hace al músculo y que la energía se mantiene usándola. En esto de la fuerza vital Barley recurre, entre otros, al ejemplo de los Maring y su creencia de que el semen es la fuerza vital, de ahí que los ancianos de esta cultura inseminen a los niños anal y oralmente para transferirles la fuerza vital y que no se pierda nada.

   A las muertes y los enterramientos se les puede dar significado político. Así, por ejemplo, las momias egipcias simbolizaban que el faraón era inmortal y, por extensión, un Dios.

   Barley dedica un capítulo entero a las metáforas relacionadas con la muerte como, por ejemplo, las metáforas florales que usamos en Europa (la vida se marchitó).



   "Curiosamente, el mundo académico ha defendido precisamente el argumento contrario. En la sociales tradicionales donde el trato entre personas es más directo, sostienen, las interacciones son tan ricas y variadas que todo individuo es realmente único. En la sociedad urbana moderna la vida se asienta sobre interacciones despersonalizas entre extraños, de modo que los individuos encarnan nuevos papeles y normalmente se ven despojados de sus funciones más importantes por medio de jubilaciones forzosas mucho antes de morir. De ahí que el número de quienes asisten al funeral de cualquier persona sea cada vez más pequeño, puesto que refleja los lazos afectivos antes que los roles sociales. Esto llega hasta el extremo lógico con el descubrimiento, cada vez más frecuente, de cuerpos en descomposición en pisos urbanos años después de ocurrida la muerte. Socialmente dejaron de existir mucho antes de morir".

   Según Barley Este fenómeno no se limita a sociedades urbanas. Entre algunos pueblos australianos, a los ancianos que ya no son socialmente activos se les entierra al morir sin mayores ceremonias, pues a efectos rituales ya había muerto. 

    En este capítulo dedicado a las metáforas relacionadas con la muerte, Barley recoge el concepto rito de paso de Van Gennep y analiza el entierro como un rito de paso hacia el nuevo estado del mundo de los muertos.

   Nuestra concepción dual del cuerpo y del alma nos hace que percibamos el cuerpo como una máquina que se estropea. Cuando lo hace definitivamente, el alma/mente se muere.

   El canibalismo no nos gusta a los occidentales porque es animalizar al que comemos. Nos lo comemos como nos comemos a otros animales. Es acabar con la frontera que separa al hombre del animal. No sucede así en otras culturas. El canibalismo puede servir para quedarnos con la fuerza de otros guerreros a los que hemos vencido batalla, un símbolo de respeto a un antepasado u hombre ilustre, etcétera.

   Trocear el cuerpo es un signo de que la persona está muerta, pero este acto puede tener diversos significados, como ejemplifican los reductores de cabezas, los guillotinados, las reliquias de los santos (a las que se invierte su valor y se les consideran claves de la vida), etcétera.

   Y, finalmente, la muerte es asociada metafóricamente al juego. Puedes romper las reglas, pero nadie engaña la muerte.

   Tal vez este ensayo antropológico no ofrezca grandes ideas muy sorprendentes que vayan a revolucionar la historia del pensamiento occidental, pero desde luego es muy ameno de leer y muy interesante, aunque sólo sea por la inmensa cantidad de ejemplos con los que Barley apoya su argumentación. Además, Barley es un gran estilista con mucho humor y son de agradecer la multitud de anécdotas con las que salpimenta el libro y que más de una ocasión nos recuerdan a El antropólogo inocente y nos arrancan una sonrisa.



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