Tardé mucho tiempo en ver esta película porque hace tiempo que Martin Scorsese hace siempre la misma película: una voz en off que cuenta su vida, siempre sobre el esquema de auge y caída. Un personaje, que por lo que sea no pertenece al medio social en el que pretende medrar, lo consigue, pero los miembros de ese grupo social no permiten la entrada de arribistas y provocan su caída. Así sucede en El lobo de Wall Street. Un individuo que quiere hacerse rico llega a Wall Street. Consigue hacerse rico, aunque para ello recurra a medio ilícitos. En esto no se distingue de los brokers de toda la vida, pero no es uno de ellos, así que su caída es inevitable.
Me gustó El lobo de Wall Street, aunque sea más de lo mismo. Aparte de que está bien contada -a estas alturas Scorsese no va a meter la pata-, tiene un contenido social y político que está bien en estos días que corren. Aparte de que refleja cómo funciona el mundillo de las finanzas, resulta tremendamente interesante que, bajo una pátina de hipocresía, por el pecado que se juzga al protagonista no es estafar a sus clientes, sino medrar en un medio social que no le corresponde. En este sentido, El lobo de Wall Street me recordó mucho a las novelas picarescas españolas e inglesas de los siglos XVII y XVIII. Como un pícaro tradicional, el protagonista de origen humilde abandona su casa dispuesto a medrar socialmente. Al comienzo de su periplo, se encuentra con otro pícaro viejo -Matthew Mcconaughey- que lo instruye en el modo en que funciona el mundo -el ciego de El Lazarillo de Tormes, el mesonero de Guzmán de Alfarache, Don Toribio en La vida del Buscón llamado Pablos, el sacristán Teodoro de El guitón Honofre, la governess de Moll Flanders, etc...-. La relación con este maestro es fugaz y el pícaro pronto vuela solo. A partir de ahí se dan todo tipo de aventuras fruto de la voluntad de medro del pícaro. Sin embargo, pese a pertenecer en a la tradición anglosajona, el significado de El lobo de Wall Street se asemeja más a la contrarreformista Guzmán de Alfarache que a la protestante Moll Flanders. La razón por la cual Moll Flanders no consigue su objetivo es porque se sirve de medios ilícitos. En cuanto sufre una conversión religiosa y trabaja de acuerdo con los mandatos divinos, es recompensada por Dios en la tierra y acaba de rica hacendada en Virginia. Todo un alegato en favor del capitalismo de corte luterano. Por el contrario, Guzmán no puede medrar en absoluto, ni con una conversión religiosa de por medio. El orden divino -y por ende las clases sociales- es demasiado hermético para que este arribista pueda escapar al destino de los pobres. La única forma de vida que le es lícita es la renuncia a los bienes materiales y la vuelta a Dios. Scorsese no llega tan lejos como Mateo Alemán. No lleva a su pícaro hasta el extremo de la conversión y la renuncia, pero resulta curioso que le hurte la posibilidad de medro. Frente a la interpretación optimista de aquel capitalismo emergente de Defoe, Scorsese nos ofrece la visión desencantada del capitalismo especulativo. El sueño americano en el que cualquiera puede triunfar es falso. Las clases sociales son tan impermeables como en la España contrarreformista. La diferencia está en que el capitalismo del siglo XX nos engaña con el discurso de la igualdad de oportunidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario