lunes, 17 de agosto de 2015

El ala oeste de la casa blanca (Aaron Sorkin)




    Ya he comentado varias ocasiones que la época dorada de las series se acabó. Todavía se están haciendo algunas cosas gloriosas, como The Walking Dead, pero ese momento de efervescencia en el que surgieron cinco o seis series de las que te marcan de por vida ha pasado. El ala oeste de la Casa Blanca pertenece a aquel tiempo de efervescencia y es una de aquellas cinco o seis series.

    El ala oeste de la Casa Blanca es una de las series más originales que visto en mi vida. Si buscamos un poquito por Internet y le echamos un ojo al argumento nos encontramos con algo como: "La serie está ambientada en el ala oeste de la Casa Blanca, donde se ubica el Despacho Oval y los despachos de los principales miembros del equipo del presidente, durante la ficticia administración demócrata de Josiah Bartlet (Martin Sheen)." (Wikipedia).

   Pero esto no dice nada de esta serie. Como dije, es una de las más originales de la historia de la televisión, especialmente en lo que a la forma se refiere. 

   En primer lugar, lo que más llama la atención de esta serie es la importancia de los diálogos. Los personajes siempre aparecen andando con mucha prisa por los pasillos. Intercambian frases rápidas, muy inteligentes y ocurrentes. Esta velocidad en el diálogo de los personajes y el movimiento continuo por los pasillos le da a la serie una sensación de muchísimo dinamismo, que antes nunca habíamos visto conseguido de esta manera.

   En segundo lugar, y muy relacionado con el punto anterior, lo que de verdad importa aquí son los diálogos. Cada capítulo se abre con un pequeño conflicto, ya sea una crisis nuclear en Irán, un problema de seguridad internacional con Rusia, unas elecciones primarias en Pensilvania o lo que sea. Este conflicto es el que arranca la acción y mueve los personajes al principio del capítulo. Sin embargo, en muchos de los capítulos los conflictos no se resuelven. Sólo sirven para abrir la acción y para que los personajes hablen entre ellos. Lo que de verdad importa no es la acción, sino los personajes y su personalidad. La trama está al servicio de los personajes, no hay continuidad en ella más allá del desarrollo psicológico de los protagonistas. Es cierto que algunas temporadas terminan con un cliff hunger que resulta tremendamente extraño porque no pega ni con cola. Supo que se debe a exigencias de los productores que querían asegurarse que los espectadores siguiesen enganchados en la siguiente temporada. En mi opinión, no les hacía falta y es un pegote. En cualquier caso, resuelven bastante bien este pegote y apenas se nota.

    Paradójicamente, la vida privada de los personajes no aparece nunca referida de forma directa. En algunos momentos hacen comentarios como de pasada, pero sus amores y sus relaciones personales fuera de el ala oeste de la Casa Blanca apenas si importan. Aaron Sorkin centró la atención del espectador no en la vida privada de los personajes, sino su rol como trabajador, su faceta pública. Los personajes están construidos a partir de su trabajo, y no de sus sentimientos como es lo normal. Esto refleja una visión muy protestante de la existencia humana que haría las delicias de Max Weber. Al espectador actual, acostumbrado a la hiperexposición de sentimientos y sentimentalidades a la que nos somete la televisión actual, esta aparente falta de sentimientos le descoloca. Pero no debemos confundirnos. Esto es uno de los mayores atractivos de la serie.

   En cuanto al contenido, lo cierto es que es una americanada que nos ofrece la visión idealizada de la política de Estados Unidos. Pero tampoco importa mucho porque, como digo, lo que importa aquí son los personajes y la forma sorprendente.

   A partir de la quinta temporada la serie decae notablemente. Aaron Sorkin la dejó y todas las virtudes que acabo de enumerar se evaporaron. Dejó de ser una serie original para convertirse en una más. Los personajes salen de los pasillos, hace exhibición de su vida íntima, hay conflictos que dan continuidad a la trama y, en definitiva, se vuelve una serie vulgar.

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