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sábado, 29 de julio de 2023

CAPITALES II: LA ETIQUETA CORPORAL


    Durante días la idea de los capitales me siguió rondando por la cabeza. A no ser que uno sea un misántropo –que no es mi caso-, a nadie le gusta caerle mal a sus semejantes. Además, la médica aquella me había dicho que me tenía que cuidar. El gimnasio era el único medio para poder seguir comiendo y bebiendo a mi antojo sin morir a los 45. Abandonarlo no era una opción. Pero los ejercicios ya eran lo suficientemente duros como para añadirle el desprecio de mis compañeros de esfuerzo. ¿Qué podía hacer al respecto? No podía plantarme en QproGym con una tarta de chocolate e invitar a todo el mundo para hacer las paces. Tampoco podía regalarles dinero o droga a cambio de amistad, ¿qué sé yo? La idea me agobiaba y, al tiempo que trataba de pasar inadvertido en QproGym, pensaba de forma obsesiva en el capital cultural y el capital erótico. 






    Debió ser un Martes o un Miércoles, porque eran los días en que coincidíamos todos en la sala de profesores. Entré tranquilamente con los libros debajo del brazo. Miguel, mi compañero de lengua gallega, estaba respantingado en una silla junto a los ordenadores. Hablaba con Rosa y Gabriel. 

    -Los coches se inventaron para algo. Cada vez que veo a uno de esos runners me canso solo de verlos…

    Miguel se tocó la barriga en un gesto que denotaba el orgullo que sentía por ella. Me senté a su lado y escuché con atención. Siguió hablando del poco deporte que hacía y de lo orgulloso que estaba de ello. En su opinión, una persona que hace deporte es un demente. Gabriel y Rosa estaban totalmente de acuerdo con él. No recuerdo las palabras exactas porque no llevaba mi libreta de notas, pero de aquella conversación se colegía que a mis compañeros toda aquella persona que dedicase demasiado tiempo al cuidado de su cuerpo les resultaba sospechosa de abandonar su intelecto. A mí todo aquello me resultaba interesantísimo, porque confirmaba mis teorías de los capitales. En un momento determinado Miguel se volvió hacia mí.
 
    -¿Verdad? –dijo.

  Lo cierto es que yo no estaba para nada de acuerdo con aquellas afirmaciones absolutas. Es cierto que un cuerpo cincelado en bronce no deja mucho tiempo para entregarse a la filosofía, pero puede ser increíblemente útil en una discoteca a las cuatro de la mañana, cuando tratas de ligar en el mercado de la carne. O en la guerra, donde queremos tipos duros que cumplan con las órdenes sin rechistar y no un filósofo que se ponga a cuestionar el sentido de la vida. Pero, como San Pedro, negué tres veces.

    -Por supuesto, por supuesto, por supuesto –dije.


Algo que mis compañeros de trabajo no valoran nada. 

    La conversación siguió, a partir de aquí con mi colaboración activa. Les conté que llevaba yendo al gimnasio tres meses por prescripción médica. 

    -¿En serio? –me preguntó Rosa. 

    Yo estaba lanzado. 

    -Tienes que ver lo que hay allí. La peña está totalmente pirada. Pasan toda la puta tarde mazándose como bueyes. Yo no, claro. Yo solo voy un ratito, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? No voy a dejar de beber y de fumar. Pero tampoco te creas que voy mucho. Una horita tres días a la semana. Y con eso es más que suficiente. No voy a dejar el cine o de leer. 

    Por sus caras inferí que mi discurso les había convencido. No tenía otra opción ya que la médica me había mandado, pero debía tener siempre en mente que era una actividad baja. No debía dedicarle mucho tiempo y, sobre todo, debía mantener cierta actitud cínica frente a ella. 

    -¿Y qué piensa un antropólogo como tú del gimnasio? –me preguntó Gabriel. 

    Yo boqueé un poco como un tonto. Afortunadamente tocó el timbre antes de que tuviese que confesar que el gimnasio es un aleph que me tenía fascinado.

    Me fui a clase con los de FP Básica. Nadie quiere darles clase porque suelen ser grupos bastante conflictivos, pero yo me lo paso pipa con ellos. Hicimos cuatro chorradas de gramática y luego me contaron cómo hacían para robar cobre en obras.
 
    -Ya tengo localizada una con un ascensor a medio montar –me dijo uno. 

    Yo traté de hacerles ver que el robo y venta ilegal de cobre no era una buena idea, pero creo que no me hicieron mucho caso. Entendía que les gustase fumar hachís y que tuviesen que recurrir a alguna que otra actividad ilegal para financiar el vicio, pero lo del cobre era peligroso de verdad. No solo por el riesgo que entrañaba entrar en una obra con guardias y perros de seguridad, sino porque, en caso de que los trincase la Guardia Civil, iban a tener problemas. No me puse paternalista porque eso les molesta mucho. Simplemente expuse la cuestión en términos económicos: el riesgo es mucho mayor que el beneficio. Luego me contaron que uno de ellos –no me quisieron decir el nombre- tenía problemas con otro alumno de formación profesional porque le había robado una bolsa de marihuana de la taquilla. Esta vez tampoco me puse en plan profesor, enfadándome y castigándolos por una infracción tan grave de las normas. Castigándolos no iba a conseguir que dejasen de fumar hierba en el instituto, sino solo que me viesen como el enemigo y entonces cualquier esfuerzo por ayudarles iba a ser frontalmente rechazado. En su lugar, les pedí que evitasen cualquier confrontación violenta. Les dije que a mí sus trapicheos me traían al pairo, pero que, si se pegaban, ya fuese en el instituto o en la discoteca el fin de semana, íbamos a tener lío. 

Aunque parezca increíble, por culpa de la publicidad, algunos estilos
musicales y ciertas series, muchos adolescentes se sienten fascinados con esto. 

    -Mirad. La ley es así. Si os pegáis tanto aquí como fuera, el instituto es el responsable. Si hay hostias, al final voy a acabar involucrado yo, y la guardia civil y hasta el director del instituto. Y ninguno quiere que las cosas acaben así. Ni yo quiero andar con un expediente, ni vosotros con antecedentes penales por robo, tráfico y agresión. Así que es mejor para todos que arregléis esto discretamente. 

    -Como me venga en Clip es que lo reviento –dijo uno. 

    La intervención no había sido muy inteligente por su parte, ya que evidenciaba que había sido él el que había robado la hierba, pero me hice el loco. 

    -Y entonces todo acabará como te acabo de decir –dije-. ¿Y tú quieres acabar en un juicio con antecedentes penales? ¿No es mejor solucionar esto antes de que las cosas se desmadren?

    Él se hizo un poco el chulo para demostrarnos a todos que era un tipo duro, pero al final acabó dándome la razón. No sé si fue por mi charla o simplemente por puro azar, pero lo cierto es que la sangre nunca llegó al río. Tal vez le devolviese la hierba a su legítimo dueño, tal vez quedasen en un descampado para pegarse con discreción, tal vez las cosas se solucionaron porque sí o tal vez todo fuese una trola para hacerse los gallitos, pero el caso es que las cosas no fueron a mayores y no hubo altercados ni en la discoteca ni en el instituto. Sea como sea, la conversación siguió por otros derroteros y el tiempo pasó.

    Ana tenía que hacer algunas gestiones en Vigo, así que comí solo. Luego me tumbé en la cama con la intención de leer un rato, pero no lo hice. Solo me quedé muy quieto, con las manos cruzadas detrás de la nuca mirando el techo. Una mosca daba vueltas alrededor de la lámpara. Me caían bien los chavales de FP Básica. Y mis compañeros Miguel, Rosa y Gabriel. No había tenido problema alguno en encajar con todos y cada uno de ellos. Simplemente me habían bastado unos segundos para adaptarme a dos contextos tan diferentes. Era algo a lo que estaba acostumbrado y me salía instintivamente. Cambiaba de registro sin dificultad y, sobre todo, sin notarlo yo. ¿Me convertía eso en un farsante? ¿quién era yo, el pseudointelectual del despacho de profesores o el adulto que había utilizado razonamientos mafiosos para evitar una guerra entre dos grupos de FP?  

    En Sociología del cuerpo André Le Breton reformula las ideas de Goffman para acuñar el término etiqueta corporal. Según Le Breton:


En todas las circunstancias de la vida social es obligatoria determinada etiqueta corporal y el actor la adopta espontáneamente en función de las normas implícitas que lo guían. (…)  Cada actor quiere controlar la imagen que le da al otro, se esfuerza por evitar las equivocaciones que podrían ponerlo en dificultades o hacer que el otro caiga en el desconcierto.


    Así las cosas, yo no soy ni un farsante ni un demente con personalidad múltiple. Todos y cada uno de nosotros cambiamos de rol en función del contexto de interacción social en el que nos encontramos. Adecuar nuestro comportamiento a la situación es lo que Le Breton llama etiqueta corporal. Hacerlo en el gimnasio no fue tan difícil, aunque me llevó tiempo. Bastó con seguir los códigos de comportamiento allí prescritos. Se acabaron los comentarios pseudointelectuales. Solo se habla de fútbol, de los propios ejercicios y el entrenamiento; de deporte en general; nunca de política; un poquito de chicas. Tampoco es conveniente hablar mucho, sobre todo si la persona no es un conocido íntimo. La gente está allí para entrenar, no para hablar con desconocidos. Y es importante hacer bien los ejercicios y tener un cuerpo bastante tonificado. La etiqueta corporal no se limita al comportamiento. Difícilmente van a tomarte en serio si no te adecúas al contexto. Un gimnasio es un espacio diseñado para el cultivo del cuerpo. Unas tetillas fofas o la barriguita cervecera delatan al neófito, al que acaba de llegar y que probablemente no dure mucho allí. Ahora, cinco años después, creo que me ha ganado el respeto incluso de los irreductibles de QproGym.




 

lunes, 28 de marzo de 2016

Erving Gofmann: Estigma. La identidad deteriorada.



    Goffman es el máximo representante del interaccionismo simbólico. De ahí que en sus obras se centre en el modo en que se relacionan las personas en sociedad. En estigma, analiza las relaciones de las personas estigmatizadas, entre ellas y con los miembros normales de la sociedad.

    Lo primero que hace es definir estigma: es una persona que tiene algo, una característica, no tiene por qué ser física, pero normalmente es así, que hace que los demás se hagan un estereotipo negativo de él. Gente con deformidades físicas, expresidiarios, gordos, disminuidos físicos y psíquicos, etc... Según Goffman, el estigma es un proceso por el cual la reacción de los miembros normales de la sociedad ante el individuo estigmatizado deteriora su identidad, los hace percibirlos como personas de segunda. 

    Los estigmatizados se definen por oposición: ellos vs los normales.

    Gofmann no explica el por qué existe la estigmatización. Es un interaccionista simbólico,  así que se limita a cómo se relacionan.

   Los normales pueden rechazarlos, perseguirlos, o evitarlos. Pero también hay otros que tratan con tacto el estigma. Suelen ser situaciones violentas, con circunloquios, hacer como que no tiene consciencia del estigma aunque es evidente, etc... Otros pueden tratar el estigma como si fuese total, cuando es parcial. Por ejemplo, hablarle a gritos a un ciego.

   Por parte de los estigmatizados, es fundamental la aceptación. Ellos aceptan que tienen una tara y que es lógico que se los aparte y se los trate de forma especial. Muchos estigmatizados tratan de paliar esa tara, de hacer algo para reinsertarse en la normalidad. Por ejemplo, operaciones quirúrquicas, tratamientos psicológicos para los que han tenido enfermedades mentales, etc... Con frecuencia estos estigmatizados que han superado la tara, se dan cuenta de que la vida no era tan sencilla. Que ser normal no es la llave de lal felicidad. Entonces vienen las hipocondrías, las adicciones, etc... Hasta el momento habían focalizado su infelicidad en el estigma, este era la causa. Ahora que desaparece lo que pensaban que era la causa del estigma, deberían ser felices, pero no lo son.

    Los estigmatizados suelen asociarse y relacionarse entre ellos. Crear asociaciones y cosas por el estilo. 
   
      Esta cita resumme la relación entre personas normales y estigmatizados:
   La fórmula general es evidente. Pretendemos que el modo de actuar del individuo estigmatizado nos diga que su carga no es opresiva ni que el hecho de llevarla lo diferencia de nosotros; al mismo tiempo, debe mantenerse a una distancia tal que nos asegure que no tenemos dificultades en confirmar esta creencia. En otras palabras, se le recomienda que corresponda naturalmente aceptándose a sí mismo y a no­sotros, actitud que no fuimos los primeros en brindarle. De este modo se consiente en una aceptación fantasma, que proporciona el fundamento de una normalidad fantasma. Debe estar tan profundamente comprometido en esa actitud hacia el yo, definida como normal en nuestra sociedad, y hasta tal punto debe formar parte de esa definición, que ello le permita representar ese yo de manera impecable ante una audiencia ansiosa, que lo observa de reojo a la espera de una nueva demostración. Puede incluso ser llevado a unirse con los normales al sugerir a sus iguales que el des­ contento que muchos de ellos sienten es motivado por de­ saires imaginarios, lo cual, por supuesto, puede ser a veces cierto ya que las marcas de muchos límites sociales son tan tenues que permiten que todo el mundo actúe como si se los aceptara plenamente; esto significa que puede ser realista orientarse hacia signos mínimos quizá no intencionales. La ironía de estas recomendaciones no reside en el hecho de que se le pida al estigmatizado que sea paciente con los de­ más —nada menos que lo que se le impide ser—, sino que esta expropiación de su respuesta sea lo mejor que pueda ob­ tener. Si, de hecho, desea vivir en la medida de lo posible «como cualquier otra persona», y ser aceptado «por lo que realmente es», entonces, esta es la posición más sagaz, aun­ que se sustenta en una base falsa; porque en muchos casos el grado de aceptación de los normales puede acrecentarse si el estigmatizado actúa con espontaneidad y naturalidad totales, como si la aceptación condicional, cuyos límites se cuida de no sobrepasar, fuera una aceptación plena. Pero, por supuesto, lo que para el individuo es un buen ajuste puede ser aún mejor para la sociedad. Debemos agregar que la confusión de los límites es un rasgo general de la or­ ganización social; el mantenimiento de una aceptación fan­ tasma es lo que, hasta cierto punto, se pretende que mu­ chos acepten. Todo ajuste o consentimiento mutuo entre dos individuos puede verse fundamentalmente perturbado si una de las partes acepta en forma total la oferta de la otra; toda relación «positiva» se lleva a cabo bajo promesas de retribución y ayuda tales que la relación se dañaría si estos créditos se cobraran.

    Finalmente, Goffman señala que el estigma no es un proceso exclusivo de un individuo. Todas las personas tienden a ser estigmatizados y estigmatizadores en función de las diferentes situaciones sociales en las que se encuentre. 

miércoles, 22 de abril de 2015

Erving Goffman: La presentación de las personas en la vida cotidiana.



    Prácticamente toda la labor investigadora de Erving Goffman gira en torno a al modo en que los individuos guiamos y controlamos las impresiones que los demás se forman de nosotros. La teoría de Goffman parte de la archimanida metáfora del mundo social como un teatro en el que los individuos representamos papeles. Según él, las personas, al interactuar mandamos a los demás información acerca de cómo somos. Si, por ejemplo, veo a un individuo con el pelo engominado hacia atrás, un rólex en la muñeca y un traje caro, podré inferir que es un señor conservador, probablemente bien situado económicamente. Esta informacíón, cree Goffman, es de dos tipos:
    a) ininentional: es la que mandamos a los demás sin darnos cuenta. Así, un hombre gordo manda información a los demás acerca de su afición por la buena mesa y su poca predisposición al deporte.
     b) intencional: es aquella información que ofrecemos a los demás con el propósito de que los demás se formen una opinión determinada de nosotros mismos. Un individuo cualquiera con una camiseta con un eslogan reivindicativo nos está informando acerca cuáles son sus inclinaciones políticas. 
     Pero un individuo, y esto es lo que más parece interesar a Goffman, puede manipular el la información intencional de modo que la haga parecer inintencional. Dado que la gente tiende a fiarse de la persona con la que interactúa, uno puede manejar de forma intencionada esta información para transmitir la idea que queremos que se hagan de nosotros pero sin que ellos se den cuenta. Según Goffman, la gente trata de presentar a los demás una imagen de sí misma que le sea ventajosa y, al mismo tiempo, sea creíble.  Esto sucede mucho hoy en día, con esos pelos estudiadamente descuidados y las barbas muy muy largas. Los modernillos se pasan horas delante del espejo colocándose los pelos exactamente donde deben estar para parecer descuidados y, al mismo tiempo, estar muy guapos. De este modo, cuando interactúan con alguien, transmiten la imagen de que son personas descuidadas y que su belleza es natural, sin necesidad de arreglos y aceites -lo que, evidentemente, es falso-. Lo mismo sucede con el lenguaje corporal de los políticos. Antes de los debates, hay decenas de expertos en paralenguaje y kinésica diciéndole al político de turno a dónde tiene que mirar, qué cara tiene que poner, cómo mover las manos y dónde hacer pausas para que el público se haga la imagen de ellos que se desea. La eficacia de esta forma de comunicación llega hasta el extremo de que en un ensayo de teoría política americana llegué a leer que importa más el lenguaje corporal que el mensaje político del candidato. 
    La representación consta de dos aspectos fundamentales: la escenografía, que es el espacio físico en el que tiene lugar esta representación; y el frente personal, que es lo que uno lleva consigo y es significativo para su interlocutor, como el sexo, la estatura, la ropa, los adornos, los gestos, etc...
    La escenografía tiende a dividirse, a su vez, en una región formal y otra posterior. La región formal es la parte delantera del escenario y es donde se lleva a cabo la representación real. La parte posterior es aquella a la que no tiene acceso el público y donde el intérprete puede relajarse y preparar la representación. Creo recordar que Hannerz, cuando explica a Goffman, pone el ejemplo de una casa. En ella la sala es la región frontal. La mantenemos en orden de modo que no transmita información discrepante con la imagen que queremos ofrecer de nosotros mismos. Si queremos que los que vengan a nuestra piensen que somos unos buenos padres, colocaremos fotos de nuestros hijos en actitud feliz y cariñosa y todo estará en perfecto orden. Por el contrario, las alcobas y los armarios son la parte posterior, los bastidores. Allí puede estar todo en perfecto desorden y un matrimonio puede discutir a gritos y recomponerse antes de bajar a recibir a sus invitados. También es el espacio en el que un matrimonio libidinoso pero determinados a ofrecer una imagen de pareja conservadora puede entregarse a todo tipo de libertinaje con los juguetes sexuales que tendrán discretamente guardados en los armarios lejos de miradas indiscretas. 
    Como se desprende del ejemplo de la casa, las representaciones pueden ser individuales o colectivas o incluso mixtas. El modo en que me visto o los gestos que hago en el trabajo son representaciones individuales, mientras que el matrimonio es colectiva. Una rueda de prensa de un político es una mixta. Ante los periodistas representa solo, pero en la región posterior habrá preparado con sus asesores hasta el último movimiento de ceja.

viernes, 17 de abril de 2015

Rodrigo Rato y el interaccionismo simbólico.




     Goffman en su interpretación del mundo como un teatro, distingue entre el espacio donde se lleva a cabo la representación social y la región posterior, a la que no tiene acceso el público y donde se puede discutir, discrepar y preparar la representación. Así por ejemplo, en un restaurante, empleado y jefe pueden discutir en la cocina, el segundo le puede llamar vago al primero y el primero farfullar que el empresario es un explotador, pero luego, en el salón de banquetes, ambos recibirán a los clientes con una sonrisa en la boca, tratando de transmitir que todo funciona bien, en paz y armonía.

     Algo similar estamos viviendo con el tema de Rodrigo Rato, el enésimo caso de corrupción política del Partido Popular. El expresidente ha sido detenido por alzamiento de bienes, blaqueo de capital y fraude. En la parte posterior de su particular escenografía social supongo que la noticia habrá caído como una bomba de neutrones. Imagino la cara de Mariano Rajoy, Dolores de Cospedal, Montoro y compañía cuando se enteraron de que este caso venía a apuntalar la Gurtel, Bárcenas, el descalabro electoral de Andalucía, etc... Luego habrá venido la discusión, se habrán echado las culpas unos a otros, y finalmente habrán decidido la estrategia que hacer ante la opinión pública. Ellos mismos y todos los tertulianos que tienen colocados en radios y televisiones repiten una y otra vez que esto es una prueba de la fortaleza del sistema democrático y de la integridad del Gobierno, que no hace distinciones entre amigos y enemigos a la hora de aplicar la ley. Goffman ya analizó este tipo de estrategias. Se hace como si se mostrase la parte posterior y transmitir así el mensaje de que no se tiene nada que ocultar. El problema, advierte Goffman, es la representación ha de ser creíble. Cualquiera sabe que ni siquiera los mejores actores -como Cospedal, Montoro y Soraya- pueden levantar un  mal guión. Y ese es el problema del Partido Popular, que ya nadie puede creerse su guión.