El anarquismo metodológico propuesto por Paul Feyerabend se centra en cuestionar lo que él percibía como un mito en torno a la ciencia, un mito que, según él, había sido en gran parte promovido por los filósofos. Este mito sostiene que la ciencia posee un método único, riguroso e infalible para descubrir verdades, lo que lleva a otorgarle una autoridad indebida, especialmente en el ámbito político. Feyerabend dedicó sus esfuerzos a demostrar que dicho método universal no existe y que la ciencia no tiene un recurso exclusivo que garantice siempre la validez de sus resultados.
Feyerabend también criticó el desprecio hacia tradiciones culturales no científicas que, aunque ignoradas por el pensamiento racionalista, han prosperado sin depender de la ciencia y pueden ofrecer contribuciones valiosas, incluso para el avance científico. En su obra Tratado contra el método (1975), el autor sostiene que no hay un "Método Científico" rígido y universal. Argumenta que, a lo largo de la historia, el progreso de la ciencia se ha logrado muchas veces al romper las normas establecidas. En lugar de un enfoque único, Feyerabend propone un pluralismo metodológico, en el que los científicos adopten diferentes estrategias según el contexto. Su famosa expresión "todo vale" refleja esta idea de flexibilidad, aunque no descarta la utilidad de algunas metodologías.
Inspirándose en los principios de libertad de expresión y tolerancia defendidos por John Stuart Mill en Sobre la libertad, Feyerabend aplica esta perspectiva a la ciencia a través de su "anarquismo epistemológico". Este enfoque no niega todas las reglas, pero rechaza su aplicación absoluta e incuestionable. Feyerabend aboga por un uso contextual y flexible de las normas, considerando que ningún método o principio es universal. Su postura busca desafiar el dogmatismo y la imposición de conceptos como "Verdad" o "Razón" como criterios absolutos.
El autor defiende que el progreso científico se beneficia de la existencia de múltiples teorías, incluidas aquellas que contradicen los hechos aceptados. Sugiere un enfoque "contrainductivo", en el que los científicos desarrollen teorías que cuestionen las existentes, argumentando que incluso las teorías refutadas pueden ser útiles. Este planteamiento contrasta con el neopositivismo, que favorece la coherencia con las teorías previas, pero Feyerabend sostiene que dicha coherencia no siempre promueve las mejores ideas, sino las más antiguas. Las teorías disruptivas, al desafiar los conocimientos establecidos, pueden revelar defectos ocultos en las teorías vigentes.
Un ejemplo clave para Feyerabend es Galileo, quien al defender el sistema copernicano introdujo conceptos innovadores y recurrió a métodos persuasivos no convencionales, demostrando que procedimientos irracionales pueden ser esenciales para avanzar ideas nuevas. Para Feyerabend, la oposición ocasional a la razón es una fuente importante de progreso, ya que muchas teorías científicas clave sobrevivieron y prosperaron gracias a factores irracionales, más allá del uso estricto de la lógica.
Feyerabend dedica una parte de su obra al análisis del "caso Galileo", específicamente al método científico que Galileo empleó en su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano (1632). En la época de Galileo, los defensores de la hipótesis copernicana se enfrentaban a observaciones cotidianas que parecían respaldar la teoría ptolemaica, como el "argumento de la torre", que sugería que, si la Tierra se movía, una piedra soltada desde lo alto de una torre caería fuera de su base. Sin embargo, Galileo persistió en su teoría, lo que Feyerabend ve como una prueba de que no es la evidencia contraria la que hace que los científicos abandonen sus teorías.
Feyerabend destaca que Galileo no negó la exactitud de observaciones como el experimento de la torre, sino que cuestionó la "realidad" de esas percepciones, pues creía que los sentidos podían engañarnos. Utiliza el ejemplo de la Luna que parece seguirnos cuando caminamos por la calle, aunque sabemos que esto es solo una impresión. Según Feyerabend, Galileo entendió que expresiones como "la Luna nos sigue" o "la piedra cae perpendicularmente" describen fenómenos que vemos, pero no necesariamente reflejan la realidad subyacente.
Feyerabend reflexiona sobre cómo las personas tienden a asociar lo que observan con las palabras que usan para describirlo, creyendo que esto es una verdad natural. Para Galileo, sin embargo, el objetivo no era mantener o eliminar las interpretaciones naturales, sino criticarlas. Galileo adoptó una actitud intermedia, entendiendo que los hechos no son neutrales y que contienen elementos ideológicos no siempre reconocidos.
Para desenmascarar esos "ingredientes ideológicos", Galileo utilizó el "método de contrainducción", que consiste en formular una teoría que aparentemente contradiga los hechos observados para descubrir los "principios ocultos" detrás de esa contradicción. Feyerabend considera que la contrainducción es fundamental para el descubrimiento científico, ya que permite evaluar y mejorar las interpretaciones previas o introducir nuevas que finalmente formarán un nuevo lenguaje de observación.
Para Feyerabend, el éxito de la argumentación de Galileo no solo se debe a razones científicas, sino también a su habilidad para utilizar "medios de propaganda" y "trucos psicológicos". En su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, Galileo emplea dos sistemas conceptuales para explicar el movimiento: el tradicional, que considera el movimiento como absoluto, y el de Galileo, que lo ve como relativo. En el segundo día del diálogo, Galileo utiliza el principio de relatividad para explicar que nuestros sentidos solo perciben movimientos relativos, como en el caso de los objetos dentro de un barco en movimiento. Con este argumento, intenta convencer a sus oponentes de que la relatividad del movimiento es una idea conocida, y si aceptan este principio, deberían también aceptar la hipótesis de la Tierra en movimiento.
Feyerabend considera que este uso del principio de relatividad es solo uno de los "trucos" de Galileo. Otro ejemplo es el principio de inercia circular, que explica por qué la piedra cae verticalmente al pie de la torre sin "quedar atrás". Feyerabend destaca que Galileo no utilizó datos nuevos ni hechos empíricos para respaldar su teoría, sino que recurrió a un "tremendo salto de imaginación" y formuló hipótesis ad hoc.
La estrategia de Galileo se basa en lo que Feyerabend llama "experiencia fluida", donde Galileo no utiliza observaciones directas para verificar su teoría, sino que imagina y crea las condiciones que podrían respaldarla. Esta estrategia de "contrainducción" se opone al procedimiento inductivo tradicional, que va de lo particular a lo general. Galileo formuló primero una hipótesis y luego "forzó" la realidad para demostrarla.
Feyerabend considera que el caso de Galileo es paradigmático porque muestra que los grandes descubrimientos científicos no provienen de seguir un método racional y estricto, sino de un enfoque creativo e irracional. La ciencia, según Feyerabend, es un proceso irracional que depende de la imaginación y la innovación del científico.
Feyerabend analiza cómo Galileo no solo introdujo nuevos componentes conceptuales para respaldar la teoría copernicana, sino que también perfeccionó el uso del telescopio, un instrumento innovador para la observación. A pesar de que, en sus primeras etapas, las observaciones con el telescopio fueron decepcionantes y muchos científicos dudaron de su eficacia, Galileo logró observar variaciones en la luminosidad de los planetas, como Marte y Venus, que apoyaban la teoría copernicana del movimiento de la Tierra. Para Feyerabend, la habilidad de Galileo no fue solo en la creación del instrumento, sino en su capacidad para "crear interés" en los resultados de sus investigaciones, utilizando lo que él llama un "método irracional" de "propaganda" para promover sus descubrimientos.
Además, Feyerabend destaca que la teoría de Galileo sobre el movimiento era aplicable solo al movimiento local, lo que la hacía más restringida que la teoría aristotélica, que ofrecía una explicación integral para fenómenos terrestres y celestes. Esta limitación representaba un obstáculo para la aceptación de la teoría galileana. Para Feyerabend, el abandono de la teoría aristotélica y la aceptación de las nuevas perspectivas de Galileo implicaba un cambio profundo no solo en la visión del mundo, sino también en la concepción del ser humano y sus capacidades de conocimiento.
Feyerabend afirma que la ciencia no es neutral, ya que al considerarse el único conocimiento válido, adopta un carácter ideológico que intenta imponer sus valores sobre otros enfoques. Por ello, sostiene que la ciencia debe tratarse como cualquier otra ideología, permitiendo que las personas tengan la libertad de aceptarla o rechazarla según sus preferencias. Asimismo, propone separar la ciencia del Estado, tal como se separó la Iglesia, para evitar que controle la educación y ejerza un poder desproporcionado.
Critica la noción de que la ciencia posee un método que garantiza el acceso a una verdad objetiva, ya que esta idea le otorga una autoridad injustificada. Según Feyerabend, si la ciencia se impone sin oposición, puede convertirse en un dogma opresivo, similar al papel que desempeñó la religión en el pasado. Por esta razón, sugiere un control democrático de la ciencia, en el que los ciudadanos puedan cuestionar el poder de los expertos, especialmente en temas de interés público como la energía nuclear o la medicina. Feyerabend advierte que los juicios de los expertos están influenciados por intereses particulares y no deben prevalecer sobre otros tipos de conocimiento.
También desafía la creencia de que la ciencia es superior a otras tradiciones culturales por sus resultados prácticos. Señala que otras tradiciones, como la acupuntura china, han logrado aportes significativos. Además, argumenta que los avances científicos responden a problemas específicos que no necesariamente son relevantes para todas las culturas. Por ejemplo, para alguien enfocado en cuestiones espirituales, la ciencia podría ser irrelevante. Feyerabend sostiene que la ciencia no se ha extendido por su superioridad intrínseca, sino debido a presiones políticas y militares.
Otro punto clave en su crítica es que se olvida la influencia de otras tradiciones en el desarrollo de la ciencia. Feyerabend recuerda cómo la ciencia ha tomado elementos del pitagorismo, el platonismo, el herbarismo, las comadronas y los magos y boticarios itinerantes. Incluso si la ciencia fuera superior y no le debiera nada a otras culturas, no existiría justificación para imponerla como la base de toda sociedad.
Feyerabend, junto con Thomas Kuhn, desarrolló la tesis de la inconmensurabilidad de las teorías científicas. Ambos plantean que el reemplazo de una gran teoría por otra dentro de una disciplina científica no ocurre de forma acumulativa, sino a través de revoluciones que rompen con la situación cognitiva previa. Este proceso implica una ruptura en la manera de entender los conceptos, ya que el significado de los términos científicos depende del sistema teórico al que pertenecen. Un mismo término puede adquirir significados diferentes según la teoría en la que se enmarque.
Tanto Feyerabend como Kuhn coinciden en que no existe una base observacional puramente neutral para resolver disputas teóricas, ya que toda observación está condicionada por una teoría previa. La inconmensurabilidad, sin embargo, no implica que dos teorías sean simplemente incompatibles desde un punto de vista lógico, ya que la incompatibilidad presupone un lenguaje común en el que una teoría afirme lo que la otra niega. Por el contrario, las teorías inconmensurables no se contradicen directamente porque utilizan marcos conceptuales diferentes.
A pesar de ello, Feyerabend y Kuhn enfatizan que las teorías inconmensurables pueden ser comparables en muchos aspectos, especialmente cuando compiten por explicar los mismos fenómenos. Este concepto no aplica a teorías que pertenecen a campos completamente distintos, como la teoría de la evolución y la mecánica cuántica, donde no existe competencia directa.
Se rechaza la idea de una comparación basada en un lenguaje neutral que permita capturar sin distorsiones las consecuencias empíricas de teorías rivales. La elección entre teorías involucra tanto factores objetivos, como los criterios ampliamente compartidos mencionados por Kuhn, como factores subjetivos, relacionados con la valoración que cada científico hace de esos criterios y su percepción sobre qué teoría los satisface mejor.
Para Feyerabend, la inconmensurabilidad es más extrema que para Kuhn y se fundamenta en la falta de conexiones deductivas entre teorías. Esto implica que una teoría no puede deducirse ni reducirse a otra. Por ejemplo, la teoría medieval del ímpetus y la mecánica newtoniana son incompatibles y no tienen una conexión lógica o reduccionista que las vincule. Feyerabend enfatiza la incompatibilidad lógica derivada de los distintos marcos conceptuales en que operan las teorías.
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