Prácticamente toda la labor investigadora de Erving Goffman gira en torno a al modo en que los individuos guiamos y controlamos las impresiones que los demás se forman de nosotros. La teoría de Goffman parte de la archimanida metáfora del mundo social como un teatro en el que los individuos representamos papeles. Según él, las personas, al interactuar mandamos a los demás información acerca de cómo somos. Si, por ejemplo, veo a un individuo con el pelo engominado hacia atrás, un rólex en la muñeca y un traje caro, podré inferir que es un señor conservador, probablemente bien situado económicamente. Esta informacíón, cree Goffman, es de dos tipos:
a) ininentional: es la que mandamos a los demás sin darnos cuenta. Así, un hombre gordo manda información a los demás acerca de su afición por la buena mesa y su poca predisposición al deporte.
b) intencional: es aquella información que ofrecemos a los demás con el propósito de que los demás se formen una opinión determinada de nosotros mismos. Un individuo cualquiera con una camiseta con un eslogan reivindicativo nos está informando acerca cuáles son sus inclinaciones políticas.
Pero un individuo, y esto es lo que más parece interesar a Goffman, puede manipular el la información intencional de modo que la haga parecer inintencional. Dado que la gente tiende a fiarse de la persona con la que interactúa, uno puede manejar de forma intencionada esta información para transmitir la idea que queremos que se hagan de nosotros pero sin que ellos se den cuenta. Según Goffman, la gente trata de presentar a los demás una imagen de sí misma que le sea ventajosa y, al mismo tiempo, sea creíble. Esto sucede mucho hoy en día, con esos pelos estudiadamente descuidados y las barbas muy muy largas. Los modernillos se pasan horas delante del espejo colocándose los pelos exactamente donde deben estar para parecer descuidados y, al mismo tiempo, estar muy guapos. De este modo, cuando interactúan con alguien, transmiten la imagen de que son personas descuidadas y que su belleza es natural, sin necesidad de arreglos y aceites -lo que, evidentemente, es falso-. Lo mismo sucede con el lenguaje corporal de los políticos. Antes de los debates, hay decenas de expertos en paralenguaje y kinésica diciéndole al político de turno a dónde tiene que mirar, qué cara tiene que poner, cómo mover las manos y dónde hacer pausas para que el público se haga la imagen de ellos que se desea. La eficacia de esta forma de comunicación llega hasta el extremo de que en un ensayo de teoría política americana llegué a leer que importa más el lenguaje corporal que el mensaje político del candidato.
La representación consta de dos aspectos fundamentales: la escenografía, que es el espacio físico en el que tiene lugar esta representación; y el frente personal, que es lo que uno lleva consigo y es significativo para su interlocutor, como el sexo, la estatura, la ropa, los adornos, los gestos, etc...
La escenografía tiende a dividirse, a su vez, en una región formal y otra posterior. La región formal es la parte delantera del escenario y es donde se lleva a cabo la representación real. La parte posterior es aquella a la que no tiene acceso el público y donde el intérprete puede relajarse y preparar la representación. Creo recordar que Hannerz, cuando explica a Goffman, pone el ejemplo de una casa. En ella la sala es la región frontal. La mantenemos en orden de modo que no transmita información discrepante con la imagen que queremos ofrecer de nosotros mismos. Si queremos que los que vengan a nuestra piensen que somos unos buenos padres, colocaremos fotos de nuestros hijos en actitud feliz y cariñosa y todo estará en perfecto orden. Por el contrario, las alcobas y los armarios son la parte posterior, los bastidores. Allí puede estar todo en perfecto desorden y un matrimonio puede discutir a gritos y recomponerse antes de bajar a recibir a sus invitados. También es el espacio en el que un matrimonio libidinoso pero determinados a ofrecer una imagen de pareja conservadora puede entregarse a todo tipo de libertinaje con los juguetes sexuales que tendrán discretamente guardados en los armarios lejos de miradas indiscretas.
Como se desprende del ejemplo de la casa, las representaciones pueden ser individuales o colectivas o incluso mixtas. El modo en que me visto o los gestos que hago en el trabajo son representaciones individuales, mientras que el matrimonio es colectiva. Una rueda de prensa de un político es una mixta. Ante los periodistas representa solo, pero en la región posterior habrá preparado con sus asesores hasta el último movimiento de ceja.
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