jueves, 19 de diciembre de 2024

David Hume

La teoría del conocimiento según Hume

David Hume es conocido como uno de los escépticos más relevantes de la historia de la filosofía. Sin embargo, su escepticismo, aunque significativo, tiene un carácter más bien teórico y está limitado por las inclinaciones naturales del ser humano. En esencia, este escepticismo sirve como una herramienta preliminar para depurar el campo filosófico, criticando especialmente las bases racionales de las creencias religiosas. Su propósito real no era detenerse en el escepticismo, sino utilizarlo como punto de partida para construir una ciencia del hombre basada en la experiencia y la observación, orientada al estudio del comportamiento humano y a la elaboración de propuestas en los ámbitos moral y político.

El empirismo y sus implicaciones

Hume adopta una perspectiva empirista, lo que implica que la experiencia y los datos sensibles son fundamentales para el conocimiento.  

La ciencia como extensión del sentido común

Hume plantea que la ciencia no debe ser vista como un ámbito separado de la experiencia cotidiana, sino como una sistematización rigurosa de los procedimientos basados en la observación. Este enfoque lo posiciona como heredero de la tradición empirista de Locke y Berkeley, pero también como precursor de las ciencias humanas y sociales modernas. Para Hume, el comportamiento humano debe estudiarse de la misma manera que se estudian los fenómenos naturales, sin recurrir a explicaciones basadas en supuestos espirituales o metafísicos.

El Tratado de la naturaleza humana, cuyo subtítulo es Un intento de introducir el método experimental de razonamiento en los temas morales, refleja esta ambición. En él, Hume busca demostrar que las ciencias humanas, como la política, pueden y deben utilizar el mismo método que las ciencias físicas desarrolladas por Newton. Este planteamiento constituye el núcleo de su epistemología, que tiene como objetivo legitimar la posibilidad de explicar científicamente la conducta humana.

Los contenidos mentales: impresiones e ideas

Para desarrollar su proyecto, Hume parte del estudio de la mente humana. Sostiene que todo lo que está presente en la mente son percepciones, que se dividen en dos tipos: impresiones e ideas. Las impresiones son las percepciones más intensas, como sensaciones, emociones y pasiones cuando aparecen por primera vez en la mente. Las ideas, por otro lado, son imágenes más débiles de estas impresiones, como ocurre al recordarlas o reflexionar sobre ellas.

Este principio de copia establece que todas las ideas provienen de impresiones previas. Por ejemplo, una persona ciega no puede formar ideas sobre colores, ya que carece de la experiencia sensorial correspondiente. Incluso las ideas complejas, como imaginar una ciudad de oro y rubíes, son combinaciones de ideas simples que se originan en impresiones previas.

El problema del origen de las impresiones

Hume reconoce que, aunque las ideas son copias de impresiones, el origen de las propias impresiones es incierto. Para las impresiones de reflexión, como el amor o el odio, la fuente es interna. Sin embargo, para las impresiones de sensación, no podemos determinar con certeza si provienen de un mundo externo, de una divinidad o incluso de nuestra propia mente. Este reconocimiento lo conduce a un escepticismo moderado: aunque no podemos refutar la posibilidad de que nuestras percepciones sean ilusorias, tampoco podemos vivir o actuar bajo esa premisa.

El criterio de significado y el análisis de conceptos

Hume introduce un criterio para evaluar el significado de los términos filosóficos: debemos preguntar de qué impresión se deriva una supuesta idea. Si no encontramos una impresión correspondiente, la idea carece de fundamento. Este criterio lleva a Hume a cuestionar conceptos tradicionales como la sustancia y el yo.

  • La sustancia: Hume critica la noción de sustancia como un soporte de las cualidades, argumentando que nuestra experiencia solo nos presenta cualidades particulares (color, forma, sabor) y no un substrato que las sustente. Este análisis cuestiona tanto la idea de sustancia material como la de sustancia espiritual.

  • El yo: Hume niega la existencia de un yo sustancial o continuo. Según él, cuando examinamos nuestra mente, solo encontramos una sucesión de percepciones particulares. No hay evidencia de un principio unificador detrás de estas percepciones. Por lo tanto, la noción de yo es simplemente una colección de percepciones en flujo constante.

la causalidad y la libertad según Hume

David Hume analiza la causalidad cuestionando la noción tradicional de una conexión necesaria entre causa y efecto. Mediante el ejemplo del choque de bolas de billar, Hume demuestra que solo observamos dos aspectos en una relación causal: la prioridad temporal (la causa precede al efecto) y la contigüidad (ocurren juntas en el tiempo y el espacio). A través de la repetición, detectamos una "conjunción constante", es decir, que bajo las mismas circunstancias siempre ocurre el mismo efecto tras la misma causa. Sin embargo, no percibimos ninguna fuerza inherente en la causa que necesariamente produzca el efecto.

La idea de "necesidad", argumenta Hume, no proviene de los objetos mismos, sino de un sentimiento interno. Cuando observamos relaciones regulares, la mente desarrolla un hábito que genera expectativas: asociamos ciertos efectos con ciertas causas y proyectamos esa conexión hacia el mundo exterior. Hume redefine la causa como un objeto contiguo y anterior a otro, unido por la imaginación, que asocia ambas ideas de manera habitual. Esta definición destaca que lo que percibimos como conexión necesaria es solo una construcción mental basada en la costumbre.

Hume aplica esta visión a un ejemplo cotidiano: dos relojes cuyas alarmas suenan consecutivamente. Aunque podría parecer que hay una relación causal entre ellas, experimentar variaciones —como separar los relojes y observar que el segundo sigue sonando— revela que no existe tal conexión causal. Esto demuestra que la experiencia más amplia puede corregir errores derivados de una experiencia limitada.

Sobre la libertad humana, Hume critica la separación entre el mundo natural, regido por la necesidad, y el ámbito humano, supuestamente libre. Para él, la libertad no es una cualidad misteriosa, sino dos cosas: la "libertad de espontaneidad" (el poder de actuar o no según nuestra voluntad) y la sensación de indeterminación mental cuando no podemos predecir un suceso. Esta visión reduce la diferencia entre el mundo físico y el humano, pues ambos están regidos por relaciones constantes que permiten anticipar efectos basados en causas.

Hume argumenta que, así como estudiamos la naturaleza a través de regularidades observadas, también podemos estudiar la conducta humana. Las ciencias humanas, según él, pueden desarrollarse con el mismo rigor que las ciencias naturales, a través de la observación de patrones en la historia y la vida cotidiana. Hume destaca el papel de la historia para descubrir principios constantes de la naturaleza humana, que se expresan en máximas o leyes, como la tendencia humana al interés propio, que debe ser controlado mediante estructuras de gobierno bien diseñadas.

La Crítica a la Religión y la Existencia de Dios según Hume

David Hume presenta una profunda crítica a las religiones reveladas, enfocándose en el cristianismo, los milagros y los argumentos tradicionales para probar la existencia de Dios. Su análisis se basa en principios de razonamiento empírico y escepticismo filosófico, cuestionando tanto la credibilidad de los relatos bíblicos como las bases racionales de la religión.

1. Crítica a la Religión Revelada y los Milagros

Hume argumenta que es insostenible aceptar racionalmente la veracidad de las doctrinas basadas en revelaciones divinas. Estas suelen depender de testimonios que no ofrecen garantías suficientes para distinguir entre una auténtica comunicación divina y un engaño deliberado o una ilusión. En el caso del cristianismo, los milagros se presentan como evidencia de la revelación divina. Según Hume, un milagro es un evento que contraviene las leyes de la naturaleza y, por tanto, excede las capacidades humanas. Sin embargo, esta definición enfrenta varios problemas:

  • Falta de credibilidad de los testigos: Los evangelios fueron escritos por autores sin reputación o conocimientos suficientes para garantizar la veracidad de sus relatos.
  • Improbabilidad inherente de los milagros: Al ser contrarios a la experiencia pasada, Hume sostiene que son eventos altamente improbables y exigen pruebas extraordinarias.
  • Conflictos entre religiones: Si se aceptan los milagros cristianos, deberían rechazarse los de otras religiones, ya que sus doctrinas son mutuamente excluyentes. Esto lleva a la conclusión de que las evidencias de unos y otros milagros se anulan mutuamente.

En consecuencia, Hume declara que los relatos de milagros en la Biblia son más plausiblemente fraudes o ilusiones que hechos históricos. Incluso si un milagro fuera cierto, ello debería motivar la revisión de las leyes naturales actuales en lugar de atribuirlo inmediatamente a la intervención divina.

2. La Biblia como Libro Sagrado

Hume rechaza considerar la Biblia como una fuente indiscutible de verdad. Según él, se trata de un texto escrito en épocas primitivas y plagado de narraciones fantásticas, similar a las mitologías de otras culturas. La crítica ilustrada, de la cual Hume es un exponente, defiende que ningún texto o idea debe estar exento del análisis racional. Este enfoque llevó a Hume a sostener que el Nuevo Testamento, como toda la Biblia, es un documento que carece de credibilidad para cualquier individuo que aspire a actuar racionalmente.

3. La Crítica a los Argumentos Tradicionales sobre la Existencia de Dios

Hume también cuestiona los intentos filosóficos de probar la existencia de Dios, como el argumento cosmológico o de la causa primera. Según este razonamiento, todo lo que existe debe tener una causa, y esta cadena causal debe culminar en un ser necesariamente existente, es decir, Dios. Hume refuta este planteamiento con los siguientes puntos:

  • La experiencia no implica necesidad: Aunque observemos que todo tiene una causa, no podemos inferir que esto sea una necesidad absoluta; podría ser una mera coincidencia observada en nuestra experiencia limitada.
  • Posibilidad de un universo eterno o sin causa: No hay razón para descartar que el universo sea eterno o que haya surgido de la nada, opciones que son igualmente concebibles.
  • El concepto de existencia necesaria es incoherente: Hume sostiene que ningún ser es necesariamente existente, ya que siempre podemos concebir su no existencia sin caer en contradicción. Esto incluye a la supuesta divinidad.

Por tanto, Hume concluye que las palabras "existencia necesaria" carecen de significado real y que los argumentos tradicionales para probar la existencia de Dios son filosóficamente insostenibles.

4. La Religión Natural y la Inmortalidad del Alma

En el contexto del siglo XVIII, algunos pensadores intentaron superar las divisiones religiosas apelando a una religión natural basada en principios comunes, como la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la recompensa moral en una vida futura. Hume critica esta postura, argumentando que ninguno de estos principios tiene fundamento en la razón o la experiencia. Especialmente, la idea de una vida después de la muerte carece de justificación racional, ya que se basa únicamente en el deseo humano y no en evidencia verificable.


David Hume propone una crítica detallada al argumento del designio, una tradicional demostración de la existencia de Dios basada en la percepción de orden y propósito en el universo. Este razonamiento compara el cosmos con una máquina bien diseñada, cuya existencia presupone un diseñador inteligente. Según los defensores del argumento, el orden observado en el universo sólo podría explicarse apelando a una inteligencia suprema, mucho más poderosa que la humana, que habría organizado este "cosmos" en lugar de dejarlo como un "caos".

Hume, sin negar la posibilidad de tal diseñador, argumenta que el argumento del designio no es concluyente ni necesario para explicar el orden del universo. Para él, es igualmente plausible que el orden haya surgido de procesos materiales naturales. De acuerdo con la hipótesis epicúrea, la materia, en movimiento continuo y sometida a infinitas combinaciones a lo largo del tiempo, podría generar un sistema ordenado como el que observamos actualmente, sin necesidad de recurrir a un diseñador divino. La fuerza inherente de la materia podría, tras múltiples cambios y revoluciones, estabilizarse en una disposición uniforme y ordenada, lo que explicaría la apariencia de diseño en el mundo.

Hume, a través de su personaje Filón en Diálogos sobre la religión natural, también propone otras hipótesis alternativas que desacreditan el carácter exclusivo de la inteligencia divina como causa del universo. Estas incluyen la posibilidad de que el cosmos sea más similar a un organismo vivo, como un animal o un vegetal, que a una máquina. Por ejemplo, se sugiere que el universo podría haber nacido de algo similar a un "principio de generación" o un "principio de vegetación", como si un cometa fuera un "huevo" depositado por un universo anterior, o como si nuestro sistema planetario fuera un gran árbol que genera nuevas semillas. Aunque estas hipótesis son imaginativas, Hume destaca que son tan válidas como la idea de un creador divino, dado que no tenemos experiencia directa de cómo se originó el universo.

Incluso si aceptáramos el argumento del designio, Hume subraya que no llevaría necesariamente a una concepción monoteísta de Dios ni a las características tradicionales de una deidad cristiana. Podría postularse que el universo es obra conjunta de múltiples divinidades, imperfectas o limitadas, que cooperaron para crear el cosmos, tal como los humanos colaboran para construir grandes proyectos. Además, el mal existente en el mundo plantea serias dudas sobre la bondad o el poder del diseñador, si es que tal diseñador existe. Hume recuerda aquí las preguntas de Epicuro sobre el problema del mal: si Dios quiere eliminar el mal pero no puede, es impotente; si puede pero no quiere, es malévolo; y si puede y quiere, ¿por qué existe el mal?

Hume concluye que el argumento del designio no proporciona pruebas sólidas para establecer la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente y moralmente perfecto. Este razonamiento no sólo deja abierta la posibilidad de múltiples explicaciones, sino que además resalta que muchas veces las ideas religiosas están influenciadas por prejuicios y tradiciones previas en lugar de surgir de una investigación imparcial.

Por último, Hume aborda la cuestión de la inmortalidad del alma, rechazándola de manera concluyente. Según él, la correlación entre cuerpo y mente sugiere que la destrucción del cuerpo conlleva la aniquilación del alma. Observaciones como la debilidad de ambas en la infancia, su vigor en la adultez y su decadencia en la vejez apuntan a que el alma no es más que una manifestación de la actividad corporal. Además, siguiendo el principio de analogía, Hume argumenta que nada en el mundo es eterno y, por ende, es improbable que el alma lo sea. Finalmente, señala que nuestra inconsciencia antes de nacer es indicativa de lo que podría ocurrir tras la muerte: el fin de toda existencia consciente.

En su escepticismo, Hume sostiene que no podemos probar la existencia de Dios ni la inmortalidad del alma, por lo que lo razonable es reconocer nuestra ignorancia y evitar consuelos basados en ilusiones. Aunque este enfoque evita las explicaciones dogmáticas, también enfrenta el desafío de lidiar con la dimensión trágica de la vida humana, una problemática que autores como Kant y Nietzsche abordarían posteriormente desde perspectivas distintas.

El origen de las religiones según Hume y perspectivas complementarias

El origen de las religiones, según Hume, se enmarca en la incapacidad de las creencias religiosas para justificarse racionalmente, lo que las relegaría al dominio de la fe. Esta perspectiva fideísta permite a los creyentes eludir críticas filosóficas como las de Hume, pero al precio de aceptar que gran parte de la tradición teológica, como la escolástica, ha errado en su intento de racionalizar lo religioso. A pesar de ello, el escepticismo científico no se detiene, y Hume propone analizar el surgimiento de estas creencias desde una perspectiva psicológica y social, explorando su origen natural dentro de la experiencia humana.

La explicación natural del origen religioso

Hume argumenta que el politeísmo, como sistema de creencias múltiples, es la forma religiosa más primitiva. Esto se debe a que la mente humana progresa gradualmente desde lo simple hacia lo complejo. En sus inicios, las primeras religiones surgieron de la necesidad del hombre primitivo de dar sentido a los fenómenos naturales que afectaban su vida, como tormentas, epidemias o guerras. Estas fuerzas, percibidas como impredecibles y potentes, se personalizaban en figuras divinas antropomórficas, reflejando las propias emociones humanas. Este proceso llevó al desarrollo de un panteón de dioses asociados con aspectos específicos de la vida, como la fertilidad, el mar o la guerra.

Hume explica cómo, en las sociedades politeístas, cada dios desempeñaba un rol particular: Juno en matrimonios, Marte en guerras, Ceres en la agricultura, etc. Este modelo no solo satisfacía las necesidades espirituales y psicológicas de las personas, sino que también permitía una flexibilidad que hacía posible la coexistencia de nuevas divinidades dentro del sistema, fomentando la tolerancia religiosa.

El paso al monoteísmo y sus implicancias

Con el tiempo, el politeísmo dio lugar al monoteísmo, un proceso derivado de la tendencia humana hacia la adulación y la centralización del poder. Este cambio ocurrió cuando una divinidad comenzó a destacar sobre las demás, convirtiéndose en el foco principal de la adoración. El monoteísmo, según Hume, es producto del miedo y la necesidad de alabar a una figura divina suprema para asegurarse su favor. Sin embargo, esta transformación no eliminó las prácticas supersticiosas propias del politeísmo, sino que las adaptó a un nuevo marco.

Hume observa que, a pesar de su supremacía teórica, las religiones monoteístas han mantenido rituales y figuras intermediarias, como santos o vírgenes, lo que revela una constante oscilación histórica entre politeísmo y monoteísmo. Esta dualidad refleja tanto las limitaciones intelectuales humanas como la necesidad de acercar lo divino a lo humano.

El filósofo compara también el impacto social y moral de ambos sistemas. El politeísmo, al admitir múltiples deidades, fomenta la tolerancia y virtudes como el amor a la libertad y la magnanimidad. En contraste, el monoteísmo tiende a generar intolerancia y obediencia servil debido a la disparidad entre un dios infinito y la insignificancia humana, lo que puede conducir a persecuciones religiosas y actitudes de resignación.

La función psicológica de la religión

Desde una perspectiva psicológica, Hume señala que las religiones se originan en las emociones humanas, especialmente el miedo y la ansiedad frente a lo desconocido. Mientras que la prosperidad y la alegría tienden a alejar al ser humano de lo religioso, los eventos desafortunados lo conducen a buscar explicaciones en agentes sobrenaturales. En este contexto, las religiones funcionan como un intento de mitigar el miedo y el terror, aunque frecuentemente exacerban estas emociones debido a su énfasis en la incertidumbre y las amenazas invisibles.

La búsqueda de los principios de la moral

La conciencia moral es un fenómeno universalmente reconocido: constantemente emitimos o escuchamos juicios morales como "eso no se hace" o "bien hecho". Esto plantea una pregunta fundamental: ¿en qué se basa la moralidad? Este cuestionamiento se complica al considerar la diversidad de opiniones morales a lo largo de la historia y entre culturas. Ante estas diferencias, algunos podrían rendirse a un escepticismo moral, considerando que los juicios morales reflejan solo preferencias personales, costumbres o prejuicios, como sugería Montaigne en su ensayo De los caníbales. No obstante, David Hume rechaza el relativismo. Para él, encontrar los principios universales de la moralidad no contradice la existencia de diversidad cultural; más bien, esta diversidad puede esconder principios subyacentes comunes.

Uniformidad y diversidad en la moral

Hume sugiere que, aunque las costumbres varíen, los principios subyacentes pueden ser universales. Por ejemplo, actos que expresan deferencia se manifiestan de manera opuesta en distintas culturas, como un anfitrión que sale antes o después de su huésped según el país, pero el principio de respeto es común. Aunque esta idea no resuelve todas las diferencias, ayuda a clasificarlas y entenderlas.

El catálogo de virtudes

Hume propone que el estudio de la moral puede empezar identificando virtudes que constituyen mérito personal. Para esto, ofrece dos métodos:

  1. Deseo de reconocimiento: Identificar cualidades que deseamos que los demás crean que poseemos, como la valentía o la honestidad, aunque no siempre las practiquemos.
  2. Lenguaje: El uso del lenguaje revela qué cualidades son valoradas, ya que términos como "valiente" elogian, mientras que "cobarde" denigra.

Con estos métodos, Hume crea un catálogo de virtudes que incluye la justicia, generosidad, veracidad, lealtad, inteligencia, laboriosidad, buenos modales, entre otras. Estas virtudes, según Hume, derivan su aprobación de cuatro categorías principales:

  1. Útil a los demás.
  2. Útil a quien la posee.
  3. Inmediatamente agradable para los demás.
  4. Inmediatamente agradable para quien la posee.

Por ejemplo, la justicia y la generosidad benefician a quienes nos rodean, mientras que la laboriosidad e inteligencia son útiles para nuestros propios objetivos. A su vez, cualidades como la amabilidad son agradables para los demás, y un espíritu alegre beneficia a quien lo posee.

Criterios de virtud

Hume aclara que una acción solo es virtuosa si refleja una cualidad duradera del carácter, no una conducta aislada. Además, algunas cualidades, como la valentía, solo son virtuosas si están acompañadas de benevolencia, pues de lo contrario pueden convertirse en herramientas de tiranía.

La simpatía como fundamento de la moral

Un punto central en la teoría de Hume es la simpatía, que nos lleva a preocuparnos por el bienestar de los demás. Este principio explica por qué nos afectan eventos alejados de nuestra propia realidad. La felicidad o el sufrimiento de otros nos impactan naturalmente, aunque no todas las personas actúan en consecuencia. Para algunos, la simpatía es solo una emoción pasajera; para otros, como las mentes más generosas, se convierte en un impulso hacia la acción benevolente.

Hume contrasta esta visión con un hipotético "monstruo imaginario" desprovisto de toda simpatía, similar a un psicópata, quien no se conmueve ante la felicidad o sufrimiento ajenos. Este individuo, incapaz de experimentar moralidad, no representa una alternativa válida, sino un caso patológico que resalta la importancia de la simpatía como base de la moral.

La estética y la norma del gusto en Hume

David Hume desarrolló una teoría del gusto estético que, al igual que su teoría moral, no está vinculada al entendimiento, sino a las reacciones de agrado que experimentamos frente a determinadas características de los objetos. Según Hume, la belleza no es una cualidad intrínseca de los objetos, sino el efecto que estos producen en nuestra mente.

Las cualidades que generan esta sensación de agrado están relacionadas con su utilidad. Por ejemplo, considera bellos los objetos adaptados a nuestro uso, como una casa funcional, o características humanas que reflejan vigor, como unas piernas esbeltas. Para Hume, la idea de utilidad es central en nuestra percepción estética.

Aunque reconoce que la belleza es subjetiva y reside en el sentimiento, Hume rechaza el relativismo estético. Argumenta que existen cualidades objetivas en los objetos que, por naturaleza, tienden a provocar ciertos sentimientos, aunque pueden ser difíciles de distinguir si están mezcladas o son sutiles.

Ilustra esta idea con una anécdota de Don Quijote: dos catadores detectaron en un vino sabores de cuero y hierro. Tras ser ridiculizados, se halló una llave con una correa de cuero en el fondo de la cuba. Esta historia ejemplifica que, aunque el gusto es subjetivo, algunas cualidades son discernibles por aquellos con una "delicadeza del gusto", es decir, una capacidad para percibir y distinguir las sutilezas en los objetos.

La explicación de la variedad de los juicios morales, según Hume, presenta importantes dificultades relacionadas con los procedimientos que utiliza para definir un catálogo de virtudes. Hume recurre tanto al lenguaje como a la introspección, pero ambos métodos tienen limitaciones significativas:

  1. El lenguaje: Aunque palabras como "virtud" y "vicio" implican universalmente aprobación y censura, no especifican qué comportamientos concretos deberían ser elogiados o rechazados. Además, estas nociones pueden ocultar diferencias culturales profundas. Por ejemplo, términos como "generosidad" pueden variar enormemente en su aplicación.

  2. La introspección: Preguntar qué virtudes quisiéramos que otros nos atribuyeran no es un método neutral, ya que está influido por contextos culturales y creencias personales. Esto genera un círculo vicioso: las virtudes que valoramos dependen de las creencias y valores que ya poseemos.

Hume intenta superar estas críticas apelando a una naturaleza humana básica, sugiriendo que lo virtuoso es aquello que promueve el bienestar general y que la cultura debe fomentar estas tendencias. Sin embargo, la variedad de juicios morales entre culturas y épocas pone a prueba esta visión. Ejemplos como los valores opuestos de la antigua Atenas y la Francia moderna ilustran cómo costumbres y creencias influyen en las normas morales.

Hume argumenta que estas diferencias no invalidan su teoría, sino que reflejan cómo principios universales, como la búsqueda de utilidad y placer, se adaptan a contextos específicos. Por ejemplo, virtudes como la valentía o la laboriosidad varían en importancia según las circunstancias sociales y económicas.

Finalmente, Hume destaca el papel de la reflexión y la experiencia en la evolución de los juicios morales. A medida que comprendemos mejor las consecuencias de ciertas acciones, revisamos nuestras evaluaciones, lo que sugiere un progreso moral impulsado por la razón. Esto permite transformar visiones tradicionales sobre prácticas como el lujo, la limosna o la gloria militar, mostrando cómo la moral se redefine con el tiempo.

Hume critica la representación de la virtud por parte de teólogos y algunos filósofos como una práctica rígida y austera, y propone en cambio una virtud que fomenta la felicidad, la humanidad y la afabilidad. Para él, la virtud debería basarse en un cálculo racional que priorice la mayor felicidad posible, rechazando sacrificios inútiles.

El autor también cuestiona las consecuencias negativas de las religiones organizadas. Argumenta que estas a menudo conducen al fanatismo, las persecuciones y los castigos desproporcionados. Hume ve en la religión una contradicción entre los principios morales naturales y los dogmas religiosos, lo que puede generar desequilibrios internos y conductas perjudiciales.

Respecto al suicidio, Hume lo examina desde una perspectiva utilitarista, sugiriendo que puede ser justificable tanto para el individuo como para la sociedad en situaciones extremas. Asimismo, critica el papel histórico de la religión en justificar atrocidades como guerras y persecuciones, destacando que el celo religioso puede nublar los valores morales universales.

Para mitigar estos efectos, Hume aboga por la tolerancia religiosa y el control estatal sobre las instituciones eclesiásticas, promoviendo la indiferencia religiosa como un camino hacia una sociedad más secular y racional. Finalmente, resalta la diversidad moral inherente a la naturaleza humana, sugiriendo que no todos los ideales de vida deben ser uniformes y que esta diversidad puede enriquecer la convivencia.

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