(este post tiene spoilers)
The Jinx es un documental de la HBO de seis capítulos sobre Robert Durst, el hijo mayor de una de las fortunas más grandes de Nueva York. Al poco de casarse, la mujer de Durst desapareció y nunca más se supo de ella. Ciertas incongruencias en las declaraciones indicaban que Robert Durst tenía algo que ver en esta desaparición, pero, si no hay cuerpo, no hay caso. Tiempo después, la mejor amiga de Durst, una escritora hija de un antiguo capo de la mafia, es asesinada en su apartamiento de Beverly Hills. Otra vez hay indicios de que Robert Durst está implicado, pero tampoco hay pruebas concluyentes. Finalmente, Robert Durst mató en su propia casa a un vecino y luego lo descuartizó. Se le juzgó por ello y los abogados alegaron que lo hizo en defensa propia y que el descuartizamiento fue consecuencia de los nervios tras una muerte accidental -sí, accidental en defensa propia-. Consiguieron que no se le juzgase por descuartizar a la víctima, sino solo por la muerte. Y como en Texas es legal matar a alguien que se ha colado en tu casa sin tu permiso, salió absuelto.
Jinx En inglés significa gafe. Esa es la duda que planea durante la mayor parte del documental. ¿Es Robert Durst un asesino en serie o solo una persona con la mala suerte de estar siempre en el sitio equivocado en el momento equivocado?
The Jinx, The life and deaths of Robert Durst es una de esas cosas que hay que ver para estar en la onda. Esto, a priori, despierta en mí cierta antipatía y me predispone a encontrar defectos en todos lados.
En primer lugar, técnicamente no hay nada que la diferencie de esos documentales de crímenes que echaban por la Sexta los fines de semana por la mañana. Está un poco mejor producida, tiene algunos truquitos propios del director engañoso y poco más.
En segundo lugar, le sobra metraje a punta pala. Con un par de horas le llegaba de sobra. Todos los testimonios de las amigas de la esposa desaparecida, de los policías, de los vecinos, etcétera, sobran. Lo que nos interesa es el personaje de Robert Durst. Importa cuando él habla, el resto es paja.
En tercer lugar, es moralmente reprochable. No creo que la calidad artística de una obra deba juzgarse por cuestiones morales o políticas. Si así fuese, pensaría que todo el cine de John Ford es basura, y no lo es. Hay que tener un poquito de perspectiva y apertura de miras y no confundir belleza con ideología. Pero una cosa es esto, y otra muy distinta lo que hace Jarecki. En el capítulo quinto encuentra una prueba irrefutable de la culpabilidad de Durst que no tenía la policía. En lugar de ir inmediatamente a la comisaría a denunciarlo, guarda la prueba en una caja de seguridad de un banco y monta un numerito para grabar a Durst en el momento en que le dicen que saben que es culpable. Esto, como mínimo, es explotar el morbo fácil. Podía haber rehecho el documental ya con Durst como asesino en serie probado y castigado, pero prefirió darle carnaza al espectador -y de paso mucha publicidad-.
Y, pese a todo, el documental es brutal. Robert Durst es un personaje tan, tan fascinante que podía haber contado su historia un alumno de Formación Profesional Básica, y aún así el producto seguiría siendo magnífico. Hijo mayor de una familia multimillonaria, ve suicidarse a su madre probablemente inducida por un padre deshumanizado. Ya de adulto, es ninguneado y apartado del negocio familiar por el ambicioso hermano menor. Y así un chico extraño y huraño acaba convirtiéndose en un asesino en serie, porque, entre otras cosas, como reacción necesita sentirse listo y superior a los demás. Pero no nos engañemos. Durst ni es listo ni es superior. Es bastante chapucero y, si logra salirse con la suya durante casi tres décadas, es gracias a la fortuna familiar. Así, de paso, la biografía de Robert Durst no es sólo la de un fascinante criminal, sino también un ejemplo de la injusticia social. Casi nada.
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