sábado, 17 de octubre de 2015

Svetlana Alexievich: Voces desde Chérnobil.





      Voces desde Chérnobil es una obra maravillosa, pero aviso a futuros lectores que no es fácil de leer. 
      En primer lugar, la cuestión del género puede despistar al lector. Voces desde Chérnobil no es ni una novela, ni un ensayo al uso. No ficcionaliza y nos cuenta la vida de unos personajes que vivieron la catástrofe de Chérnobil. Tampoco es un texto expositivo en el que nos diseccionan los hechos, sus causas y sus consecuencias. La obra se limita a recoger los testimonios de la gente que vivió la tragedia para que nos cuenten cómo lo vivieron, qué les sucedió después y qué opinan de ello.  La idea motor de esta obra inclasificable es centrarse en la parte humana de la historia, en los sentimientos y los sufrimientos de los personajes anónimos que padecieron y vivieron la catástrofe. No sé si la autora se inspiró en Tolstoi, pero me recordó el ensayo final con la que el conde ruso cierra Guerra y Paz, donde defiende que la Historia se mueve antes por los millares de individuos anónimos que por los grandes hombres. La Historia oficial se centra exclusivamente en los actos de los considerados grandes hombres, mientras que obvia los sufrimientos y sentimientos de la gente que padeció aquellos acontecimientos. Aunque a priori este nuevo género literario pueda suponer una dificultar para el lector, creo que es un gran tanto a su favor, no solo por el posicionamiento ideológico, sino porque es tremendamente original.
     En segundo lugar, el hecho de recoger tantos testimonios hace que la obra carezca de estructura narrativa. El lector medio que se acerque a Voces desde Chérnobil esperando la narración tradicional con planteamiento, nudo y desenlace, algo de intriga, y personajes que evolucionan se va a ver defraudado. A pesar de que la autora agrupe los testimonios en partes a partir de núcleos temáticos, la narración resulta un tanto dispersa. Otra vez más, aunque esto dificulte la lectura, creo que vuelve a ser una virtud, ya que le da un aire de laberinto, de acumulación caótica, que genera en el lector la sensación de colectividad, porque no debemos olvidarnos que Chérnobil fue una desgracia que padecieron millones de personas. 

Svetlana Alexievich


      Todos y cada uno de los testimonios de Voces desde Chérnobil están cargados de lirismo, de una sensación de pérdida, de injusticia. Recoger uno detrás de otro las iniquidades derivadas de aquella catástrofe hubiese sido fácil y hubiese sido propio de un ensayista mediocre. Lo difícil -y en esto Alexievich es una auténtica maestra- es dotar de lirismo a esos testimonios, encontrar la belleza en el dolor. Pero no nos confundamos, no es una obra conformista. Encontrar la belleza en el dolor no tiene por qué ser sinónimo de conformismo. Al tiempo que es una obra inconmensurablemente bella, Voces desde Chérnobil es un libro de denuncia. El lirismo no sólo no le resta carácter combativo, sino que lo potencia. En este sentido, es significativo el testimonio con el que se abre la obra, el de la mujer del bombero y cómo permanece catorce días junto a su marido moribundo mientras las autoridades soviéticas le dicen que lo olvide, que el hombre que está en aquella cámara de aislamiento ya no es su marido, sino un trozo de carne contaminante. Durante la lectura uno tiene todo el tiempo la sensación de estar ante una distopía futurista, ante una de esas novelas de ciencia ficción que recrea un futuro de pesadiila. Lo alucinante es que no se trata de eso, sino de una obra que recoge fielmente la realidad, y eso es fundamental para mantener vida la memoria de lo que pasó allí.
     Solo por esta obra merece que le den el Nobel.



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