Clerks, como Pulp Fiction, fue la película de una generación. Recuerdo ir a verla y sentirme totalmente identificado con los personajes y el director, y tener todo el tiempo la sensación de que aquella película hablaba de mí mismo. Tenía dieciséis o diecisiete años. Ahora tengo treinta y ocho y me propuse volver a verla.
Así, a bote pronto, se me ocurren un montón de virtudes de esta película:
En primer lugar, fue rodada con un presupuesto bajísimo y supo hacer de la necesidad virtud. Utiliza casi exclusivamente un único escenario, filma en blanco y negro -supongo que para disimular defectos- y basa toda su acción en el diálogo. No necesita trucos de cámara ni efectos especiales para ganarse al espectador.
En segundo lugar, plantea un conflicto muy adecuado a la edad del protagonista: no es capaz de tomar decisiones, algo muy normal a los veintipocos años. A esa edad es el momento en que las personas tomamos las decisiones que van a determinar el rumbo de nuestras vidas. Pero no estamos preparados para ello, tenemos inseguridades y no acabamos de ver el futuro claro. Esto se da en muchos aspectos de la vida -porque, pese a lo que nos traten de transmitir ahora los creadores de opinión del neoliberalismo, la vida no se reduce a lo estrictamente económico-. Así, el protagonista de Clerks está confinado en un trabajo basura, no acaba de ponerse a estudiar, nunca acaba de tomar una decisión en nada y en el plano sentimental duda una y otra vez entre su novia del instituto y su actual pareja.
Además, Clerks tiene algunos diálogos bastante interesantes. Me gusta mucho el que tiene lugar al principio, cuando el protagonista y su novia hablan de con cuántas personas se han acostado. Él dice doce y ella tres. Ella tiene un pequeño arrebato de celos y él, muy machito, le resta importancia. Pero luego pasan a hablar de a cuántas personas ella le ha hecho una felación. Ella contesta que treinta y seis y entonces él se enfada muchísimo. Es un poco chorra, pero refleja perfectamente la mentalidad masculina que, pese a lo que digamos, seguimos siendo machistas.
Pero, pese a todas estas virtudes y otras muchas que me habré dejado en el tintero, me aburrí como una ostra viendo Clerks. Ha envejecido fatal. Lo que antaño me parecían unos golpes de ingenio fantásticos, como introducir a un personaje que no habla -Bob el Silencioso- o los diálogos sobre el tabaco y los chicles, hoy en día me parecen gestos vacíos que no aportan nada. No veo qué hay de interesante en ese personaje que no habla y sólo fuma, más allá de que mola porque sí. Es cool solo porque es cool y nada más. Es a lo que Finkielkraut se refiere como la cultura de los feelings y pone como símbolo de todo ello a la MTV. Gestos de cara a la galería, vacíos de significado, sobre los que los adolescentes construyen sus gustos y sus modos de vida. ¿Por qué mola que haya un personaje que no habla? Hace casi veinte años, cuando salí del cine, le dije a mi novia de por aquel entonces:
-Tía, ¿te quedaste con Bob el Silencioso? Qué puntazo.
Ahora ha pasado el tiempo, he cambiado y creo que Clerks se queda como el reflejo de lo que fue una generación y como un producto que solo interesa a la franja de edad que puede sentirse identificada con los conflictos que viven sus personajes porque ellos mismos también los están experimentando.
Richard Linklater, en su maravillosa Trilogía Before hace algo parecido. Pone a personajes que representan lo que uno es y dice a los veinte, a los treinta y a los cuarenta años. Sin embargo, Linklater ofrece profundidad psicológica, mientras que Kevin Smith se limita a darles a los veinteañeros con ciertas aspiraciones lo que les gusta. Así, Linklater trasciende las edades y Kevin Smith ofrece un producto de consumo.
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